Alejandría, 16 de enero de 1915
El cable de Salónica no dejaba lugar a dudas. El informador armenio había confirmado la vulnerabilidad de Gallípoli y solo quedaba dar luz verde al plan. Churchill se levantó en medio de la reunión y, apoyándose sobre la mesa, comenzó a hablar.
—Caballeros, la historia nos brinda una ocasión única. Si conquistamos Estambul y conseguimos una victoria rápida sobre los turcos, podremos reforzar el frente ruso. Los Estados neutrales de Rumania, Bulgaria, Grecia e Italia perderían el miedo a los austriacos y, con las pertinentes promesas territoriales, se unirían a nosotros en el avance hacia Viena. En menos de seis meses la guerra habrá concluido.
—Pero ¿qué sucederá si no conquistamos Gallípoli? —preguntó uno de los oficiales.
—¿Qué ocurrirá? Recuérdenme, a partir de ahora, que fusile a cualquier oficial que dude de nuestra victoria —dijo, en tono jocoso, Churchill.
Todo el alto mando estalló en una carcajada.
—Los turcos tienen sus fuerzas divididas. Dejmel Pachá está en el canal de Suez, con la pretensión de conquistar Egipto; Enver Pachá ha recibido una buena tunda en Armenia y el Cáucaso, cuando la rebelión armenia triunfe en el frente, los problemas turcos aumentarán.
—Pero Gallípoli lo defiende el V Ejército, dicen que es uno de los mejores del ejército turco —respondió un oficial.
—El mejor ejército de los turcos es como la peor de nuestras infanterías hindúes. No se preocupe, hasta los buenos de los canguros podrán derrotar a esos soldaditos infieles —contestó, altivo, Churchill.
—Pero están dirigidos por Liman Otto von Sanders —contestó el oficial.
—No tengo miedo a un alemán. Un hombre solo no puede cambiar nuestra suerte.
Churchill levantó la barbilla y sus saltones ojos azules miraron a los oficiales. Aquel era su plan, no importaba lo que se pusiera en contra. Él terminaría con el conflicto y volvería como un héroe a casa. Aquella era su guerra y no iba a dejarla escapar.