Estambul, 16 de enero de 1915
El sultán se encontraba agotado. Sus grandes ojos achinados estaban ojerosos y apagados. Normalmente no concedía audiencias por la tarde, pero los jóvenes oficiales que dominaban ahora la política no aceptaban un no por respuesta. El más tenaz y persistente, por no decir el más altivo y despreciativo, era Mustafa Kemal. Sabía que si dependiera de él, hacía tiempo que habría perdido el trono y hasta la vida, si bien algunos seguían viendo en él al último sultán otomano, sino, sobre todo, al nonagésimo noveno califa del islam, una figura sagrada e inviolable.
Uno de los sirvientes anunció la llegada del general, y Mehmed V intentó poner su más amplia sonrisa. Mustafa Kemal entró golpeando sus botas sobre el suelo de mármol, lo miró con el ceño fruncido y, sin descubrirse, le dijo:
—Sultán, tenemos que actuar lo más rápido posible. Un espía armenio nos ha informado de que los británicos van a atacar por el sur, por la península de Gallípoli, su intención es atacar Estambul.
Mehmed V no pudo evitar la expresión de miedo en su mirada. Si los británicos llegaban a Estambul, su cabeza sería la primera en caer.
—¿Cómo lo sabe?
—Era un agente británico que hemos interceptado. Ahora ha llevado un mensaje falso a los ingleses, pero si no reforzamos rápido ese frente, no podremos resistir.
—Enfrentarnos a los ingleses es una locura. Nuestros ejércitos se batirán en retirada —dijo el sultán, temeroso.
—Hemos vencido a los rusos en el Cáucaso.
—Es cierto, general, pero eso fue hace meses. Ahora nuestro ejército retrocede frente a los rusos.
—Nuestras tropas están a punto de cerrar el canal de Suez y de atacar Egipto.
—No será tan fácil, y menos si ahora hay que enviar tropas a Gallípoli.
—Sultán, la cobardía es nuestra peor enemiga.
—No, general. Nuestra peor enemiga es la imprudencia.
Mustafa Kemal miró fijamente a los ojos del Mehmed V e hincando su dedo índice en el pecho le dijo:
—¿No es usted el califa, la cabeza de la umma?
—Alá es poderoso, pero solo podemos vencer con la astucia.
—Pues sea astuto y firme la orden de envío de refuerzos a Gallípoli.
Mustafa le extendió la orden y el sultán la recogió con mano temblorosa. Tomó una de las estilográficas de la mesa y garabateó su nombre.
—Le prometo que no se arrepentirá.
—Por favor, ¿puede dejarme solo?
Mustafa Kemal tomó el papel, lo ojeó y se dirigió hacia la salida.
—General, ¿qué pretenden hacer con los armenios?
—Eso no me incumbe. Yo soy un militar, pregúntele al Gobierno.
—Pero ¿quién ha dado la orden de que los reagrupen?
—Han sido los tres pachás.[27]
El sultán apoyó la cara en su mano. Desde hacía tiempo era una marioneta en manos del Ejército. Su viejo corazón no lo resistiría mucho, que Alá se apiadara de su alma.