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Base aliada en Salónica, 16 de enero de 1915

Roland Sharoyan dejó la barca de pesca con la sombra de su guardián pisándole los talones. Durante toda la travesía apenas había podido dormir nada. Cada vez que cerraba los ojos se imaginaba la cara que pondrían su madre y su hermana cuando los soldados turcos entraran en su casa. Procuraba borrar esos pensamientos, pero no podía evitarlo. No ignoraba que una vez terminada su misión, le matarían a él y posiblemente a toda su familia, pero intentaría evitar su sufrimiento todo el tiempo que le fuera posible.

Entregó sus papeles al guarda de la garita y su guardián se quedó a unos metros, disimulando mientras miraba un puesto de fruta cercano. Roland, tembloroso, entró en el edificio. Le dolían la cabeza y el cuello. No se sentía seguro de poder mentir a los ingleses, pero debía intentarlo de todas formas.

Cuando entró en la sala de mapas, los oficiales lo miraron con curiosidad. Sus ropas estaban algo sucias y todos podían percibir su estado de ánimo.

—Adelante, muchacho. Lo estábamos esperando desde hace días. Desde Alejandría no dejan de mandarnos mensajes, tiene a medio ejército británico loco —bromeó el general sir Ian Hamilton. Su porte elegante y su elevada estatura contrastaban con el cuerpo pequeño y algo grueso del armenio.

Roland extendió su mensaje sin mediar palabra. Esperaba que se conformaran con lo que decía el papel y lo dejaran marchar cuanto antes. Había planeado matar a su guardián e intentar buscar a su madre y hermana. No creía que las llevaran a Estambul de inmediato, si estaban encerradas en la cárcel de su pueblo o en alguno de los campos donde se estaba empezando a concentrar a los armenios, las encontraría y por lo menos pasaría esos últimos días con ellas.

—Muy bien, excelente. Como pensábamos, los turcos no están protegiendo la península de Gallípoli, sus defensas son muy escasas y con tan poca resistencia no tardaremos más de dos semanas en llegar a las puertas de Estambul —dijo el general Ian, sin poder contener su euforia—. Tenemos que informar cuanto antes al primer lord del Almirantazgo, Churchill debe saberlo todo de inmediato.

—Entonces, ¿podemos comenzar los ataques por barco y desplegar a los marines en la península de Gallípoli? —preguntó uno de los oficiales.

—No nos precipitemos, mandaremos un mensaje hoy mismo al primer lord del Almirantazgo y en cuanto recibamos las órdenes lanzaremos nuestro ataque —contestó el general Ian.

Roland hizo amago de marcharse, pero el general lo llamó de nuevo.

—Muchacho, tengo que preguntarte algo. ¿Entiendes mi idioma?

El joven asintió con la cabeza, un segundo antes de pensarlo mejor. Si el general hubiera creído que no le entendía, le habría dejado en paz.

—¿Cómo están los preparativos de la revuelta armenia en la provincia de Van?

—No lo sé, señor.

—Está bien. Quiero que esperes fuera, tengo un mensaje para ti. ¿Entendido? El mensaje es muy importante, si cae en manos turcas podría suponer el exterminio de tu pueblo y un retraso en el final de la guerra.

Roland asintió con la cabeza y salió con la vista gacha. Cuando estuvo en el pasillo se sentó en un banco y esperó. Las palabras del general resonaban aún en su cabeza. El exterminio del pueblo armenio.