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Acrópolis de Atenas, 16 de enero de 1915

—La gran diosa Atenea hace siglos que observa desde lo alto de la Acrópolis a su ciudad. La gran estatua construida en el siglo V antes de Cristo fue durante siglos la que recibía a los viajeros que atracaban sus barcos en El Pireo. Parte de la belleza de la Acrópolis ha sido vencida por el paso del tiempo, pero las columnas de muchos de sus templos se levantan orgullosas sobre la roca sagrada. Durante siglos Atenas fue el faro que alumbraba a toda la humanidad. Aquí nacieron y vivieron personajes como Sócrates, Platón, Aristóteles, Pericles, Fidias, Herodoto o Sófocles —dijo Garstang mientras ascendían por las escalinatas del recinto.

Todos miraban el conjunto de templos con admiración, menos Hércules, que ayudaba a Yamile a ascender por las escaleras.

—Entre los hermosos edificios que componen la Acrópolis, se encuentra el Partenón. El templo, edificado en época de Pericles, fue embellecido por Fidias, que construyó además la gran estatua a Atenea. Después fue templo cristiano, mezquita y polvorín turco en la guerra contra Venecia en el siglo XVII.

—Es una pena que se destruyera en parte —comentó Alicia, que marchaba del brazo de Lincoln. Algunos transeúntes los miraban con descaro, pero ellos preferían ignorar los malos gestos y los cuchicheos.

—Si no hubiera sido por una bomba veneciana que cayó justo en el edificio, el Partenón se conservaría mucho mejor. Además, debemos entonar un mea culpa, ya que los británicos nos llevamos gran parte de la decoración del friso a Inglaterra y ahora se exhibe en el Museo Británico.

Una vez en la cima, observaron la gran explanada que empezaba a vaciarse de gente. El sol estaba a punto de desaparecer y los pocos turistas que se arriesgaban a cruzar una Europa en guerra, se apresuraban a sus hoteles temerosos del toque de queda anunciado por el Gobierno.

—¿Qué hora es? —preguntó Hércules, inquieto.

Lincoln extrajo su reloj de bolsillo y abrió la tapa.

—Son las seis menos cuarto.

—¿Está seguro de que los assassini le han visto en la embajada o en la oficina de correos? —preguntó Hércules, mientras jugueteaba con su arma dentro del bolsillo.

—Eso espero —contestó Garstang, que casi se había olvidado de los assassini al contemplar la hermosa Acrópolis.

—Será mejor que no estemos todos juntos, seríamos una presa fácil. Si les parece bien, Alicia, Yamile y yo nos esconderemos entre la ruinas del Templo de Atenea Niké —dijo Hércules.

—Me parece correcto —dijo Garstang.

—¿Eso quiere decir que nosotros serviremos de anzuelo? —preguntó Lincoln.

—Sí, pero debemos esperar primero a que llegue Nikos Kazantzakis —dijo Garstang.

Rodearon el Partenón, pero al final tuvieron que sentarse en unas piedras, Yamile se encontraba agotada. Unos minutos más tarde, prácticamente se encontraban solos en la gran explanada. Al fondo apareció un hombre caminando con paso firme hacia ellos. Garstang reconoció enseguida a su amigo Nikos.

—Me alegro de verlos —dijo el hombre con un gesto cortés.

—Lo mismo digo —contestó Garstang.

Todos lo observaban con inquietud. La vida de Yamile estaba en juego. No podía resistir mucho más en esa situación, pero sin la inscripción, poco o nada podían hacer para negociar con Al-Mundhir.

—¿Lo ha descifrado o no? —preguntó Hércules, angustiado.

El hombre se acarició la barbilla y esperó unos segundos antes de responder.

—No ha sido tarea fácil, pero…

—Pero, ¿qué? —dijo Hércules.

—¡Lo he conseguido! —exclamó Nikos Kazantzakis sacando su libreta del bolsillo—. He dado con la clave que buscaban.