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Estambul, 15 de enero de 1915

Mustafa Kemal observó los planos e intentó meterse en la cabeza de su enemigo. Los servicios de reconocimiento habían descubierto varios barcos británicos en la zona próxima de Gallípoli y eso le preocupaba. Su ejército había avanzado notablemente en Palestina y ahora estaban frente a frente con los británicos en el propio canal de Suez. Los rusos presionaban por el noroeste y el desastroso comportamiento de las tropas turcas en la batalla de Sarikamis, donde las fuerzas turcas huyeron despavoridas, le hacía temer que los aliados abrieran un tercer frente. No podía ser por otro sitio que por la pequeña península de Gallípoli, que era la puerta de Estambul. Si la capital caía en manos aliadas, el descabezado imperio no resistiría ni un día más en la guerra.

Mustafa Kemal estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó los pasos de Ismail Enver.

—Querido Mustafa —dijo Ismail, saludando a su amigo.

—Ismail, pensaba que te encontrabas en el Cáucaso.

—No te has enterado, Mustafa —contestó el hombre con la cara desencajada.

—No, ¿qué ha sucedido? —disimuló Mustafa.

—La batalla de Sarikamis fue un desastre, los rusos nos barrieron.

—Lo lamento mucho.

—La culpa no fue de nuestros hombres. Los traidores armenios nos vendieron a nuestros enemigos. Localizamos a varios soldados armenios que pasaban información a los rusos.

—No puede ser.

—Como lo oyes. He dado orden de que todos los soldados armenios sean desmilitarizados y encerrados en campos de control.

—Pero ¿eso no supondrá una merma en nuestras fuerzas?

—Mira, Mustafa, conviene más al ejército contar con menos hombres, pero saber que por lo menos no te van a atacar a traición. Los armenios son un problema y tenemos que terminar con ese problema.

—Estoy de acuerdo contigo, Ismail. Las pretensiones de los armenios son inaceptables. Nunca habrá un Estado armenio.

—Será mejor que hagamos con ellos lo que hicimos con los griegos tras su independencia, expulsarlos del país.

—Pero ¿a dónde? Ellos no tienen un territorio en el que establecerse.

—Una vez que estén fuera de Turquía, ese dejará de ser nuestro problema.

Mustafa Kemal observó los ojos de Ismail. Aquel hombre había logrado, con un puñado de oficiales y el Movimiento de Jóvenes Turcos,[26] revolucionar la anquilosada sociedad otomana, pero a veces le preocupaba. Hablaba de los judíos de Salónica, de los armenios o de los kurdos, como si no fueran turcos. Anhelaba un país completamente musulmán, Mustafa prefería una sociedad más libre, parecida a sus vecinas europeas. Él había nacido en Tesalónica, dentro de Europa. Los últimos meses los había pasado en Sofía, la capital de Bulgaria. Eso lo había inclinado hacia la secularización del Estado y la separación de lo religioso y lo oficial.

—Turquía es musulmana, Mustafa. Únicamente Alá puede devolvernos la grandeza del pasado, pero antes tenemos que limpiar nuestra casa de impureza.