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Atenas, 15 de enero de 1915

La llegada a Atenas no pudo ser en peor momento. El Gobierno griego intentaba no enemistarse con sus vecinos turcos, pero la derrota de Serbia y la toma de Belgrado habían complicado la situación en la región. La evacuación de las tropas en Corfú por la marina italiana y la reorganización de las tropas aliadas y su instalación en Salónica complicaba la política de neutralidad del Gobierno griego y de su rey, de origen alemán.

La tensa calma de la ciudad podía sentirse en las calles ocupadas por militares griegos, en los mercados vacíos y en la cara malhumorada de los atenienses.

El grupo buscó alojamiento en una discreta pensión del centro de la ciudad. Si alguien los buscaba, seguro que el primer lugar donde lo harían seria en los hoteles de Atenas. Hércules y sus compañeros sabían que para recuperar la joya, Al-Mundhir tenía que encontrarlos, pero ellos elegirían el lugar y el momento. La pensión estaba regentada por una oronda judía de origen sefardí. Era una charlatana impenitente, pero cocinaba muy bien, era limpia y a Hércules le hizo ilusión escuchar a alguien hablando en español, aunque fuera el viejo castellano del siglo XV.

Una vez instalados, Garstang reunió a todos en el salón de la casa para elaborar un plan.

—Una de las cosas fundamentales es localizar cuanto antes a Nikos Kazantzakis. Él es el único que puede traducir nuestra inscripción. No veo a Nikos desde su estancia en Francia y no le escribo desde hace cinco años. Esperemos que siga viviendo en la misma dirección.

—Pero, ¿quién es Nikos Kazantzakis? —preguntó Hércules.

—Ya les comenté que se trata de un escritor y filósofo griego. Estudió leyes en la Universidad de Atenas y filosofía en París, pero también es un aficionado al griego antiguo, en especial a la lineal A, que es el idioma en el que está la inscripción.

—Una vez que lo hayamos encontrado, si consigue traducir el texto de la estatuilla, ¿cómo atraeremos a Al-Mundhir? —preguntó Lincoln.

—Lo único que se me ocurre es dejar pistas en nuestras embajadas, para que sepa que estamos en la ciudad. Todos los días yo iré a la embajada británica y uno de ustedes comprobará si me sigue alguien. Después habrá que buscar un lugar amplio y espacioso donde enfrentarnos a él —dijo Garstang.

Alicia se puso en pie y se acercó a los hombres. Había estado sentada con Yamile, que intentaba descansar en uno de los sofás. En los últimos días, la princesa apenas se podía mover y no había probado bocado.

—No será tan fácil. Con toda seguridad, Al-Mundhir cuenta con assassini en Atenas. La última vez que nos enfrentamos a él fue extremadamente peligroso. Ahora tiene la joya y no va a dejar pasar esta oportunidad, debemos estar preparados para lo peor.

—Tienes razón Alicia. Debemos actuar con cautela —dijo Lincoln pasando el brazo por su cintura.

—Bueno, empecemos por buscar a Nikos. He mandado una carta a su antigua casa, en ella le pido que se reúna con nosotros esta misma tarde. Si conocemos el significado de la inscripción, por lo menos tendremos algo que ofrecer a Al-Mundhir si está dispuesto a negociar —dijo Garstang.

Hércules miró a Yamile, su cara de piel casi transparente parecía a punto de partirse. Tragó saliva y dijo en voz baja:

—No tenemos mucho tiempo, si no logramos hacernos con la joya y la inscripción, ella morirá.