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En mitad del Mediterráneo, 11 de enero de 1915

El mar llevaba varios días embravecido y no habían podido salir a cubierta en todo el viaje. El grupo intentaba matar el tiempo de cualquier manera. Alicia y Lincoln pasaban juntos la mayor parte del día. Desde el primer momento, habían mostrado al resto su relación. No era extraño verlos de la mano por los pasillos, sentados juntos susurrándose cosas al oído o cruzando miradas a cada instante. Alicia procuraba complacer a Lincoln en todo. Buscaba en la cocina del barco las mejores frutas para él, pero Lincoln también se deshacía en cuidados con ella.

Hércules y Yamile hacían lo propio, pero en los últimos días la salud de la mujer había empeorado. Comenzaba a fatigarse con facilidad y había perdido el apetito casi por completo. Hércules pasaba encerrado en su camarote junto a ella muchas horas, por lo que el grupo solo se reunía a las horas de las comidas.

El general había sido muy amable, pero les había ordenado que se mantuvieran alejados del resto de la tripulación, y tenían prohibido moverse de aquella parte del barco. En una de las solitarias cenas, Garstang se dirigió al resto con un inusual entusiasmo.

—Mientras ustedes disfrutaban del viaje, me he dedicado a estudiar la secta de los assassini o asesinos. Como recordarán, Al-Mundhir nos contó en parte el origen de la secta y sus actividades en Persia y Siria. En nuestra corta estancia en Alejandría, visité a un colega egipcio, que me facilitó algunos libros sobre el tema. Desconocía que, a lo largo de la historia, varios cronistas occidentales han hablado de este grupo. No pensaba que fueran tan importantes como para que el mundo no islámico se interesara por ellos, pero estaba equivocado.

—¿Qué puede decirnos de los assassini? ¿Los ha llamado de esa manera, verdad? —preguntó Lincoln.

—Los primeros que los mencionan son los cronistas musulmanes, pero cuando los cruzados entraron en contacto con la secta, en seguida comenzaron a hablar de ellos en sus escritos. Algunos repitieron las mismas historias fantásticas que los cronistas árabes, pero otros buscaron información directa sobre ellos. Uno de los primeros en mencionarlos fue Guillermo de Tiro, que escribió sobre la secta y los castillos que poseían en Siria. En contra de lo que podamos imaginar, desde el principio hubo cierta relación entre cruzados y assassini, incluso colaboraron contra enemigos comunes. En el siglo XII, francos y nizaríes se unieron contra enemigos comunes. Pero el cronista más conocido fue el propio Marco Polo —dijo Garstang.

—¿Marco Polo? —preguntó Alicia.

—El mismo. ¿Todos conocen la historia de Marco Polo y su viaje al reino de Kublai Kan?

Algunas de las cabezas se movieron negativamente.

—Al parecer, en su viaje se encontró con miembros de la secta de los assassini y escuchó diferentes leyendas sobre ellos. En sus memorias narra su paso por una región de Persia, se cree que era la tierra cercana a la famosa roca de Girdkuh, donde se encontraba una importante fortaleza de la secta. Marco Polo narra en sus memorias el fanatismo de este grupo, dirigido, según él, por Alaodin. Los seguidores de Alaodin eran capaces de asesinar en cuanto su amo se lo pidiera, aunque ello les costara la vida. La razón de su fanatismo, según Marco Polo, era el oscuro método de su líder. En mitad de los territorios de los asesinos, su amo había construido el más bello de los jardines. En él había todo tipo de árboles frutales, comida y bellas mujeres. El jeque, que los gobernaba, los criaba desde pequeños en las ideas fanáticas de la secta y los entrenaba para convertirlos en fieros asesinos. Al parecer, después de adiestrarlos, les facilitaba una droga para que se durmiesen y los introducía en su paraíso particular, una vez allí, les permitía vivir durante un breve periodo de tiempo rodeados de todo tipo de placeres. Pasado ese periodo, les volvía a dormir y les sacaba del jardín. Si querían gozar de todas aquellas delicias, debían estar dispuestos a morir y matar por su jeque. Los Asesinos del Jeque de la Montaña, como los llamó Marco Polo, eran escogidos entre los jóvenes de la región, aislados del mundo, entrenados hasta la extenuación y educados en las diferentes religiones y lenguas, para que estuvieran preparados para infiltrarse en cualquier reino o palacio —concluyó Garstang.

—La historia parece increíble. Pero, ¿qué hay de verdad en ella? —preguntó Hércules—. He escuchado que el relato de Marco Polo no es muy fiable.

—No, la mayoría de las cosas que narra son leyendas que seguramente escuchó en su viaje, pero he podido leer un artículo muy interesante publicado por un tal Antoine Isaac Silvestre de Sacy —dijo Garstang.

—¿Qué dice el artículo? —preguntó Yamile. Interesándose por primera vez en la conversación.

Todos la miraron. Su rostro estaba completamente pálido, como si la piel estuviera perdiendo la pigmentación. Las ojeras apagaban sus brillantes ojos verdes y sus labios rojizos habían perdido su color.

—Silvestre de Sacy estudió el origen de la palabra «asesino». Lo primero que hizo fue estudiar las diferentes crónicas árabes y relacionarlas con los nizaríes o asesinos. Una de las que usó fue la de Abu Shama. En ella se mencionaba el intento de asesinato de Saladino. El nombre que el cronista utilizaba para referirse a sus agresores fue el de al-Hashishiyya. Guillermo de Tiro también los conoció por un nombre muy parecido, los llamó assassini. Silvestre de Sacy cree que el origen del nombre procede del consumo de hachís de los asesinos —dijo Garstang.

—¿Qué es el hachís? —preguntó Lincoln.

—Es una droga que proviene de Afganistán —dijo Hércules—. Aunque también se cultiva en la zona de Marruecos.

—Silvestre de Sacy descubrió a través de los escritos del cronista árabe Maqrizi, que el término hashishiyya significa «gente de clase baja», ya que los consumidores de hachís solía ser gente humilde. Por eso el término hashishiyya equivaldría a decir «chusma de clase baja» —dijo Garstang.

—¿La secta comenzó entre gente humilde? —preguntó Alicia.

—Sí. Eso parecen indicar los datos. Otro de los cronistas cristianos es Buchard de Estrasburgo, un enviado diplomático del emperador Federico Barbarroja para negociar con los nizaríes, él los denominó heyssessini. También comentó que el líder de los asesinos levantaba los temores, tanto en los señores musulmanes de la zona, como en los cristianos. La razón del temor que despertaba se debía a su gran crueldad. Podían introducir a asesinos en cualquier sitio y esperar pacientemente durante meses o años, hasta que se ganaban la confianza de sus señores, para después asesinarlos —dijo Garstang.

El barco se movió ligeramente y tuvieron que sujetar los platos y los vasos para que no se cayeran de la mesa. Cuando el barco se enderezó de nuevo, continuaron con la conversación.

—Eran una secta terrible —dijo Lincoln.

—Me temo que son una secta muy peligrosa. Como hemos podido comprobar, siguen actuando, aunque ahora no sean tan conocidos. Algunos pensaron que las invasiones de los mongoles en el siglo XIII los habían destruido por completo, pero no fue así. Los mongoles destruyeron sus fortalezas en Persia, pero algunos nizaríes sobrevivieron en Siria, la India, Afganistán y otras regiones. Al parecer su líder, Shams al-Din fue rescatado y escondido en Afganistán. Cuando los mongoles se marcharon, los nizaríes regresaron a Persia y poco a poco se establecieron en la zona de Anjudan, en la zona central del país. Pero tuvieron que abandonar al país definitivamente en 1573, cuando el sah mandó un ejército a Anjudan para eliminar a los assassini. A principios del siglo XIX regresaron de nuevo a Persia, pero unas nuevas revueltas los enviaron de nuevo al exilio. Agá Kan I escapó a Afganistán, donde se alió con el ejército británico que estaba colonizando el territorio y, más tarde, a Calcuta. Por lo que he leído, nuestro anterior rey Eduardo VII, lo visitó cuando hizo su primer viaje a la India —dijo Garstang.

—No puede ser. ¿El rey del Reino Unido lo visitó? —dijo Hércules.

—No solo eso, además le invitó a su coronación en Inglaterra —contestó Garstang.

—Entonces, la secta de los assassini no solo existe, sino que sigue teniendo mucho poder —dijo Hércules.

—Muchísimo poder, por eso nos localizaron. Seguramente tienen informadores dentro del ejército británico —dijo Garstang.

Yamile se levantó de la mesa y les pidió que la disculparan. Hércules la acompañó hasta el camarote y regresó al comedor. Alicia observó la mirada triste de Hércules. Nada deseaba más que su felicidad. La princesa no le había caído bien desde el principio, pero ahora que conocía su historia y la veía enferma, no podía evitar sentir un profundo pesar por ella.

—¿Qué tal se encuentra? —preguntó Alicia levantándose y acercándose a Hércules.

—Mal. Cada día peor.

—¿Cuánto tiempo le queda? —preguntó Garstang.

Alicia le hincó la mirada y el arqueólogo agachó la cabeza.

—No sé, tal vez un mes o dos. No creo que aguante mucho más —dijo Hércules, sin poder evitar que se le hiciera un nudo en la garganta.

—Tenemos que ser muy rápidos. Al-Mundhir tiene el rubí, pero estoy seguro de que ha encontrado alguna manera de llegar a Atenas. Él escuchó perfectamente que la única persona que puede descifrar la inscripción vive allí —dijo Lincoln.

—Tendremos que tenderle una trampa y recuperar la joya. Una vez que la tengamos, Yamile mejorará —dijo Alicia.

—Eso espero. Lo siento, pero no creo que una piedra pueda cambiar las cosas. Pienso que Yamile engañó a los assassini haciéndose pasar por la mujer del califa, pero que en realidad se trataba de una de las concubinas más jóvenes del harén. El contacto con la joya le ha producido algún tipo de reacción y eso la ha hecho enfermar, pero de modo alguno una joya puede rejuvenecer a una persona.

—Pero Hércules, eso no tiene sentido. ¿Por qué nos iba a mentir a nosotros? —dijo Alicia.

—No lo sé. Tal vez no acepta su pasado.

—Entonces, ¿por qué buscar la joya? Si no puede salvarla —dijo Lincoln.

—Mire, Hércules. He dedicado toda mi vida a la ciencia, creo que el método científico nos ha liberado de la esclavitud de la ignorancia, pero sé que hay muchas cosas que no podemos cuantificar, medir o pesar. Llámelo fe si quiere, pero sin ella, la vida no tendría sentido —dijo Garstang.

—Yo solo tengo fe en esto —dijo Hércules levantando sus manos.

—Pues vamos a necesitar algo más que eso para salvar a Yamile —dijo Lincoln levantándose de la mesa mientras seguía diciendo—: Nos enfrentamos a fuerzas oscuras, que tienen poderes que el hombre ha olvidado hace mucho tiempo. Será mejor que empecemos a aceptarlo, si queremos salir victoriosos.