Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón
Después de dos meses viviendo en la ciudad, Claudio comenzó a añorar Roma. Uno de sus hombres había muerto a causa de unas extrañas fiebres y tan solo quedaban vivos Petronio y él. Su misión no avanzaba y quería regresar cuanto antes.
Claudio conocía el templo de Amón, lo había visitado con Kandake en muchas ocasiones. La reina sacerdotisa pasaba mucho tiempo junto a él. Caminaban juntos por la orilla del Nilo, se adentraban en el desierto o descendían por el río hasta las zonas boscosas del sur. Él no le había descubierto el verdadero motivo de su misión. De otro modo, a Kandake no le hubiera quedado más remedio que denunciarlo y llenarle de cadenas.
Una de las tardes que paseaban frente al gran templo de Amón, Kandake miró las gigantescas columnas y le preguntó:
—¿Conoces la historia del dios Amón?
Claudio la miró extrañado. Nunca habían hablado de su dedicación al templo ni del dios al que servía.
—Apenas he oído hablar de él. Mis estancias en Egipto siempre han sido muy breves. He estado destinado en la Galia, Hispania y Roma, pero nunca en Egipto.
—Amón es uno de los dioses más antiguos de Egipto y de Nubia. Él personifica lo oculto y el poder creador asociado al abismo primitivo. Es el dios que no puede ser visto con ojos mortales, que es invisible tanto para los dioses como para los hombres —dijo la mujer.
—Creo que es algo similar a lo que es para nosotros Júpiter —dijo Claudio.
—Algo parecido, pero tiene unos rasgos que el dios padre de los romanos no tiene. Es tan antiguo como el mundo, en los Textos de las Pirámides se habla de él como de una divinidad asociada al aire, a la brisa, en cuya caricia se manifiesta y, como tal, es el protector de los navegantes y se le representa con la piel de color azul. Era conocido como «Padre de todos los vientos», «Alma del viento» y en muchas embarcaciones se grababa su nombre en el timón. También se creía que el solo hecho de pronunciar su nombre amansaba a los cocodrilos.
—No sabía que el gran Amón fuera el dios de los navegantes y de los vientos —bromeó el romano.
La mujer le miró de reojo mientras continuaba su explicación. Su devoción a Amón únicamente podía compararse al deseo creciente que su corazón experimentaba hacia Claudio.
—Amón era hijo de Maat y Thot, y miembro de la tríada tebana como esposo de Mut y padre de Jonsu. Con la reforma religiosa de Akenatón sufrió la furia iconoclasta y casi desapareció de Egipto.
—He oído hablar de Akenatón. Un faraón rebelde —dijo Claudio.
—Para nosotros, los seguidores de Amón, Akenatón fue un enviado de los dioses para barrer todos los cultos falsos. Amón es un dios universal cuya autoridad se extendía por todo Egipto. En la XVIII dinastía se atestigua un Amón-Ra-Horajti-Atum. Estaba asociado directamente a la realeza, que vinculaba sus funciones a los deseos del dios y nadie podía alcanzar el rango de faraón sin el consentimiento de Amón. Eso demuestra la importancia de la que gozaba en la región de Tebas, que llegó a ser tal que los sacerdotes llegaron a acumular un poder equivalente al del faraón, actuando como una especie de estado independiente —dijo la mujer.
—Pero esto no es Tebas —dijo Claudio.
—No, aquí el culto a Amón está en peligro. Durante generaciones hemos servido al dios de los dioses, pero ahora dioses extranjeros están ocupando su lugar. La ambición de algunos no conoce límites —dijo la mujer bajando el tono de voz.
—El corazón del hombre es ambicioso.
—Pero la ambición puede llegar a destruir Meroe —dijo la mujer.
Claudio la miró, intrigado. No entendía lo que ella le quería decir. Hasta ese momento nunca habían hablado de Amón ni de la verdadera razón de su viaje a Nubia.
—Muchos desean el Corazón de Amón —dijo por fin.
—¿El Corazón de Amón? —preguntó el romano.
—¿No es acaso eso por lo que has venido de tierras tan lejanas?
El romano se quedó en silencio durante unos segundos, después tragó saliva e intentó decir algo, pero ella lo interrumpió.
—El Corazón de Amón está en peligro. Si se descubren sus secretos, el reino podría desaparecer. Tienes que ayudarme a sacarlo de Meroe.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo?
—Cuando conozcas el secreto del Corazón de Amón, te convertirás en un siervo suyo más. Tu emperador no puede igualar su poder.
—Yo he jurado fidelidad a Nerón —dijo Claudio poniéndose rígido.
—Tu emperador te puede quitar la vida, pero Amón puede hacer que vivas para siempre.
—¿Para siempre?
La sacerdotisa comenzó a caminar hacia el gran templo y Claudio la siguió entre las grandes columnas. A esa hora de la tarde, el templo estaba vacío. El romano entró en la gran sala y cuando vio la gran estatua del dios no pudo dejar de sentir un escalofrío.
Meroe, 16 de diciembre de 1914
Después de varias horas recorriendo las ruinas con John Garstang, el grupo se encontraba agotado. Habían tenido un guía excepcional, el hombre que conocía mejor la cultura y arquitectura de Meroe, pero después de dos meses de viaje por el desierto y el Nilo, todos estaban deseando tomarse un descanso. Los criados habían montado las tres tiendas junto al campamento del arqueólogo. Una vez tomaron una cena fría y ligera, el grupo se retiró cuando el sol se hubo puesto.
Hércules dejó su ropa sobre una de las sillas plegables y se lavó la cara. El roce de la barba le advirtió de que le hacía falta un buen afeitado. En África uno se acostumbraba a pasar semanas sin mirarse en el espejo. Al principio del viaje había tomado la decisión de cortarse el pelo, las melenas grises y blancas que le habían acompañado los últimos años habían dejado paso a su antiguo aspecto militar. Mantenía el bigote, pero muy recortado, y su piel estaba completamente morena.
Se tumbó en la cama plegable y notó como sus músculos comenzaban a relajarse. Garstang les había enseñado el templo de Amón, el palacio y otros edificios secundarios, apenas habían descansado un poco al mediodía y se sentían agotados. Ahora esperaba que Yamile cumpliera su promesa, se deshiciera de lo que llevara encima y todos pudieran regresar a El Cairo lo antes posible. El viaje había sido una verdadera aventura, pero a sus cincuenta años el cuerpo le pedía descanso y sosiego. Aunque la idea que tenía Hércules del descanso era muy particular. Había pensado proponer al resto de sus compañeros un viaje por mar hasta Cádiz y desde allí tomar el primer barco para Cuba, después de pasar unos días en la isla se dirigirían a México, tenía la intención de visitar las pirámides mayas y explorar toda la península del Yucatán. No sabía cómo iba a reaccionar Yamile, recorrerse medio mundo y atravesar la selva no era una gran oferta para una dama de su posición.
Hércules cerró los ojos e imaginó el viaje en barco, el reencuentro con Cuba, donde había servido durante muchos años como oficial de la Armada española, pero sus recuerdos eran dolorosos. Allí había perdido a su prometida y la desesperación había estado a punto de hundirle en los tugurios de la ciudad, pero en La Habana también había conocido a Lincoln, mientras investigaban la misteriosa explosión en el acorazado Maine.
Un ruido lo sacó de su ensimismamiento y le hizo ponerse en guardia. Se incorporó un poco y agarró el fusil que tenía junto a la cama. La lona de la entrada se levantó y en medio de la oscuridad apareció una sombra. El sonido de varias campanillas lo tranquilizó.
—Hércules —dijo la voz en mitad de la oscuridad.
—¿Qué sucede? ¿Se encuentra bien?
—He tenido una horrible pesadilla, esta ciudad me da escalofríos —dijo Yamile acercándose al camastro.
—No se preocupe, nadie puede hacerle daño aquí —dijo Hércules sentándose en la cama. Su pecho desnudo se escalofrió al quitarse la ligera sábana.
—Siento molestarlo. ¿Estaba durmiendo?
—No, simplemente pensaba. No es fácil que me quede rendido sin más.
—Mañana cumpliré con mi promesa y podremos regresar, si les parece bien.
—Sí, Meroe es un lugar apasionante, pero creo que ya hemos tenido suficiente cultura egipcia por ahora —dijo Hércules.
—Siento todos los problemas que les he ocasionado. En cuanto lleguemos a El Cairo dejaré de molestarles —dijo Yamile con la voz entrecortada.
El cuerpo de Yamile se traslucía en el ligero camisón. Hércules intentó concentrarse en otra cosa, la princesa era tan sensual.
—Ha sido un privilegio acompañarla en este viaje. Hemos tenido que sortear algunos peligros, pero sin duda ha merecido la pena. Nunca habríamos llegado tan al sur por nuestra cuenta. Tebas era el límite que nos habíamos impuesto. En cambio hemos aprendido mucho sobre los faraones negros, Meroe y la cultura del Alto Nilo —dijo Hércules, complacido.
—Usted siempre tan optimista —dijo sonriente Yamile.
—Pero lo mejor del viaje ha sido sin duda su compañía —dijo Hércules.
—Me halaga. No sabe lo duro que es para una mujer ser un mero objeto de adorno —dijo Yamile sentándose junto a Hércules.
Sus brazos se rozaron y Hércules sintió un escalofrío. El cuerpo templado de la mujer le devolvió al recuerdo dormido de la pasión. Su vida de asceta, desde su llegada a Madrid, apenas se había interrumpido un par de veces. Creía que nunca más iba a enamorarse, que tras cumplir los cincuenta años sus pasiones se moderarían, pero en realidad era todo lo contrario, cada día se sentía más vivo. Yamile giró la cabeza y su dulce aliento llegó hasta el rostro de Hércules. El hombre se aproximó lentamente y la besó. Primero lo hizo despacio, pero a medida que sus labios se unían comenzó a hacerlo con ímpetu. Los dos se recostaron sobre el camastro y Hércules sintió el cuerpo de Yamile bajo el suyo.
Un susurro dentro de la tienda alertó a Hércules. Al principio lo había confundido con sus propios gemidos, pero en seguida se dio cuenta de que había alguien más junto a ellos.
—¿Qué sucede? —preguntó Yamile, cuando Hércules se separó bruscamente.
Hércules dio un salto y atrapó a la sombra que se movía por el suelo. Yamile acercó la lámpara y los dos observaron a una mujer negra, llena de magulladuras que gemía asustada en el suelo.
—¿Quién eres tú? —preguntó, enfurecida, Yamile.
El hombre se agachó y miró los ojos aterrorizados de la mujer. Unos gritos en el exterior lo alertaron. Tomó el rifle y salió. A unos cien metros del campamento, tres de sus camelleros estaban violando a una mujer negra. Mientras dos la sujetaban por las manos, el tercero la poseía bruscamente.
—¡Maldición! —giró Hércules levantando el fusil y disparando al cielo. Un fogonazo y el estallido de la bala paralizó al instante a los tres violadores. Hércules soltó el fusil y tomó uno de los curbach[22] que los hombres habían usado para maltratar a las mujeres. Les golpeó y los camelleros comenzaron a gritar, y medio desnudos se apartaron a un lado.
—¿Por qué nos pega? —se atrevió a decir uno de los hombres.
—¿Por qué os pego? ¡Salvajes del demonio! —gritó Hércules mientras seguía azotándoles.
—Únicamente es una esclava, señor —dijeron, sin mostrar el menor remordimiento.
—Y vosotros sois bestias. Desapareced de mi vista.
Los hombres corrieron hacia la oscuridad. Hércules tomó las ropas de la mujer y la cubrió. Alicia, Yamile y Lincoln se acercaron, sobresaltados por el ruido.
—¿Qué han hecho? —preguntó Alicia al ver a la mujer magullada en el suelo.
—Los camelleros estaban violado a dos esclavas —dijo Hércules.
Alicia tomó de la mano a la mujer y la llevó hasta su tienda. La otra esclava había huido.
—Ven, te curaremos.
La esclava, con los ojos hinchados de lágrimas y la cara amoratada, siguió a Alicia con la cabeza agachada. Yamile miró a la esclava con desprecio, después observó el torso desnudo de Hércules y se lamentó de haber perdido aquella oportunidad. En unas horas tendría que encontrar la estela en la que estaba descrito el ritual. No había llegado hasta allí para ocuparse de escoria negra.
Meroe, 17 de diciembre de 1914
—Me enteré de que anoche tuvieron ustedes un percance con sus hombres —dijo Garstang mientras se sentaba a desayunar.
—Un engorroso asunto —dijo Hércules, sin entrar en más detalles.
—Habría que entregarlos a las autoridades más cercanas —comentó con el ceño fruncido Lincoln.
—Ya hemos discutido eso. No podemos perder más tiempo, tendríamos que ir hasta Jartum, pero las autoridades no nos harían caso, para ellos tan solo son unas esclavas sin derechos —dijo Hércules, aséptico.
—Lincoln tiene razón. Podían haberlas matado si no hubieras llegado a tiempo.
—África es un continente difícil de comprender para nosotros. Ellos siguen sus propias leyes. Yo he visto en estos años cosas terribles, pero ¿quiénes somos nosotros para cambiar la forma de vida de los africanos? —dijo Garstang.
—Observe el color de mi piel, yo soy negro, sé lo que es sufrir la discriminación. La indiferencia de los hombres buenos hace del mundo un lugar terrible —dijo Lincoln.
—Se acabó. Yamile cumplirá su promesa hoy mismo y regresaremos mañana a El Cairo. Reduciremos a la mitad la paga de esos hombres e informaremos a las autoridades de la ciudad, aunque dudo que nos tomen en serio —dijo Hércules.
El arqueólogo dio el último sorbo a su café y cuando el ambiente se hubo calmado, dijo:
—¿Cuál es la verdadera razón de su visita a Meroe? Este no es un sitio para turistas, si han atravesado media África para llegar hasta aquí, ha sido sin duda con algún propósito.
—Venimos custodiando a la princesa Yamile —dijo Hércules.
—¿Quién la persigue? —preguntó Garstang.
—No sé si la princesa querrá responder a esa pregunta —dijo Hércules.
—No importa. El Señor Garstang ha sido muy atento con nosotros y tiene derecho a conocer el motivo de nuestro viaje. Además, podrá ayudarnos a cumplir mi promesa. ¿Conoce la leyenda del Corazón de Amón? —Yamile sacó un pañuelo de su vestido y lo dejó sobre la mesa.
Garstang se puso pálido de repente. Claro que había oído en numerosas ocasiones la leyenda del Corazón de Amón, pero nadie había encontrado nunca la mítica joya.
—Hemos venido a devolver esto al dios Amón. Creo que le pertenece —dijo Yamile, desenvolviendo el gigantesco rubí.
Todos miraron la joya sin pestañear. El brillo que desprendía parecía tener un misterioso influjo en los que la observaban.
—El Corazón de Amón —dijo Garstang mientras cogía la joya de la mesa—. Nunca soñé que lo vería con mis propios ojos.
—Pero ¿qué es eso del Corazón de Amón? —preguntó Lincoln.
—Perdonen —dijo Garstang, volviendo en sí—. Hay una vieja leyenda alrededor de esta joya.
—¿Una leyenda? —preguntó Alicia. Se sentía molesta por la actitud de Yamile durante todo el viaje. Habían recorrido cientos de kilómetros por ella, habían puesto sus vidas en riesgo y no les había dicho nada de la joya.
—Déjenme que traiga un libro. Será mejor que lo escuchen de primera mano —dijo el señor Garstang, levantándose apresuradamente. Entró en su tienda y trajo consigo un libro encuadernado en una piel marrón desgastada.
—¿Qué es eso? —preguntó Lincoln. Hércules hizo un gesto para que guardara silencio y Garstang comenzó a leer:
—«He oído decir a dos centuriones que Nerón César, apasionado por todas las cosas bellas y especialmente por la verdad, mandó a buscar las fuentes del Nilo; que habiendo recorrido largo camino, favorecidos por el rey de la Etiopía y recomendados a los reyes inmediatos, quisieron penetrar más y llegaron a inmensos pantanos. Los habitantes, añadían, ignoran cuál sea el término, y necesario es desesperar de saberlo: tan mezcladas están las hierbas con el agua, y tan poco vadeables son aquellas lagunas e impracticables para las naves. Una barquilla con un hombre solo es todo lo que puede soportar una charca fangosa y llena de hierbas. Ahí, me dijeron, vimos dos peñascos, de los que caía un río inmenso. Que este sea el nacimiento o un afluente del Nilo, que brote en aquel punto o no haga otra cosa que reaparecer después de una carrera subterránea, ¿no crees que esta agua no viene de alguno de esos grandes lagos de que he hablado? Necesario es que la tierra encierre en muchos parajes aguas desparramadas, que reúne en un recipiente común, para que puedan brotar corrientes tan impetuosas.» —leyó el arqueólogo casi sin aliento.
—Pero ¿quién escribió eso? —preguntó Hércules.
—Séneca —dijo Garstang.
—¿El filósofo? —preguntó Hércules.
—Sí, Séneca fue el mentor de Nerón y escribió sobre el viaje secreto a las fuentes del Nilo, en su libro Cuestiones naturales —dijo el arqueólogo.
—Pero en el texto que ha leído, tan solo se habla del carácter científico del viaje —comentó Alicia.
—Disculpen, pero el texto continúa. Cuando termine lo entenderán todo: «Posteriormente las armas romanas se extendieron por aquellos lugares. Petronio, general romano del tiempo de Augusto, treinta años antes de la era cristiana tomó y destruyó Napata, la antigua capital de Tirhaka, situada en la gran curva norte del Nilo, en el monte Barjal, donde todavía se encuentran vastas ruinas». También Meroe, la capital de la reina Candace, de que se habla en el Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles 8, 27) cayó ciertamente en poder de los romanos. Nerón, en los albores de su reinado, envió una expedición bastante importante, con fuerza militar, al mando de dos centuriones, para explorar las fuentes del Nilo y los países del oeste del Astapo, o Nilo Blanco, que en aquellos tiempos remotos se creía que era el verdadero Nilo. Asistidos por un soberano etíope, quizá Candace, atravesaron la región conocida con el nombre de Nubia Superior, hasta la distancia de ochocientas noventa millas romanas de Meroe. En la última parte de su viaje llegaron a inmensos lagos, de los que nadie parecía conocer el fin, y entre los cuales había unos canales con tan poco caudal que la pequeña embarcación apenas podía pasar por ellos un hombre. No obstante, continuaron su viaje hacia el sur hasta que vieron el río caer o brotar de entre las rocas (quizá más allá de Gondókoro, entre Reyaf y Dufli, cerca del Alberto Nyanza); y entonces emprendieron el regreso, llevando consigo, para conocimiento y uso de Nerón, el mapa de las regiones por las que habían pasado. Después Plinio, Estrabón y otros autores romanos tuvieron noticia de esta parte del África interior, pero no dijeron al respecto nada importante o nuevo.
—Sigo sin entender nada —dijo Lincoln cruzándose de brazos.
—No sean impacientes. Según el relato de Séneca, dos centuriones pretorianos con sus respectivas centurias fueron al corazón del Nilo. El texto no aclara cuál era la misión última, pero nos da una clave muy interesante: Petronio, un general de la época de Augusto, treinta años antes de la era cristiana, saqueó Meroe. El texto no lo menciona, pero junto a los tesoros de Meroe se llevaron numerosos papiros de la biblioteca del templo de Amón. Según la leyenda, los bibliotecarios de Nerón descubrieron un texto muy antiguo donde se hablaba del Corazón de Amón —dijo el arqueólogo.
—Nos quiere decir que Nerón mandó su expedición para hacerse con la joya —dijo Lincoln.
—Nerón quería la joya, pero no por su extrema belleza y su gran valor. Según la leyenda, esta joya tenía unos poderes especiales —dijo Garstang.
—¿Unos poderes especiales? —preguntó Alicia—. ¿Qué tipo de poderes?
—«¡El que despierta saludable! Min-Amón, / Señor de la Eternidad, quien creó lo eterno, / Señor de la Alabanza, que está a la cabeza de la Enéada, / firme de cuernos, de bella faz» —recitó el arqueólogo.
—Es una poesía —dijo Yamile—. Mi viejo amigo el eunuco me la cantaba cuando vivía en Estambul.
—Es el himno de Amón. El himno dice que Amón es el Señor de la Eternidad, quien creó lo eterno —dijo Garstang.
—Pero no habla de la joya —dijo Hércules.
—No, pero menciona la Enéada. Un término griego que indica un grupo de nueve divinidades unidas. El himno dice que está a la cabeza de la Enéada, pero Amón no pertenece a los nueve dioses principales. Además, «la Enéada» es una palabra de origen griego. Pero no fueron los griegos los que la implantaron en Egipto, fue la ciudad de Heliópolis —dijo Garstang.
—¿Heliópolis? —preguntó Hércules.
—Fue una de las ciudades más importantes del Antiguo Egipto. En la actualidad se encuentra casi absorbida por El Cairo. Justo en el actual barrio copto. Los coptos llamaron a la ciudad On. Se han encontrado algunos restos de esta época, se cree que el antiguo templo de Amón en la ciudad se sitúa debajo de la iglesia de…
—La iglesia de San Sergio —dijo Lincoln—. La iglesia donde conocimos a Yamile. ¿Por qué fue aquel día a la iglesia?
—Bueno… —dijo la mujer, comenzando a sudar.
Un disparo rozó el brazo de Lincoln. Todos se arrojaron al suelo, mientras las balas comenzaban a silbar a su alrededor. Lincoln y Alicia comenzaron a gatear hasta la tienda de Garstang. Después salieron por debajo de la lona y se alejaron hacia las ruinas. Hércules logró coger su fusil y disparar a los jinetes que se aproximaban a ellos, derribó a uno, pero mientras continuaba disparando, uno de los asaltantes le golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente. Los criados comenzaron a correr hacia las ruinas, pero todos fueron degollados por los asaltantes. El profesor Garstang y Yamile levantaron los brazos cuando los asaltantes llegaron a su altura.
Un jinete galopó hacia las ruinas. Lincoln y Alicia se escondieron en una de las salas del templo de Amón. La gran estatua del dios estaba caída y rota por la mitad, en la parte posterior de la nave, una pequeña gruta semioculta les mantuvo a salvo, hasta que el jinete se alejó de nuevo.
Los asesinos cargaron el cuerpo de Hércules en uno de los camellos. Ataron a Yamile en otro y en un tercero a Garstang.
El arqueólogo miró a uno de los asaltantes y le preguntó:
—¿Por qué hacen esto? ¿Qué es lo que quieren de nosotros?
El hombre sacó de una pequeña bolsa de piel el rubí. Lo levantó en alto y se lo enseñó al arqueólogo.
—El Corazón de Amón —dijo—. Es por fin nuestro.
—¿Quiénes son?
—Hemos tenido muchos nombres, algunos nos han conocido como los ismailíes o nizaríes, pero todos los que nos temen nos conocen por el nombre de assassini.
Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón
—El Corazón de Amón es lo que viniste a robar. ¿No es cierto? —preguntó la sacerdotisa.
—No lo es.
—No hace falta que mientas. Aunque tú no lo sabes, es Amón el que te ha traído hasta aquí. La joya y yo tenemos que partir de la ciudad cuanto antes. Si cae en malas manos, esta joya puede tener un poder terrible —dijo la sacerdotisa después de extraer el gran rubí del interior de la estatua de Amón.
Claudio sintió un escalofrío al contemplar el rubí a la luz de los grandes candelabros.
—¿Por qué me lo das?
—No te lo doy. Tú y yo seremos sus guardianes y lo llevaremos al templo de Amón en Heliópolis. Allí guardaremos también el libro de Amón, donde se describe el ritual.
—Pero ¿cómo sabes que no lo robaré y se lo entregaré a Nerón? —preguntó Claudio.
—Nerón piensa que estás muerto como el resto de tus hombres. Tienes que matar a tu compañero y te daré algo que nadie te ha dado jamás —dijo la mujer, con el rubí en la mano. De repente, Claudio tuvo la sensación de que el rubí comenzaba a brillar con luz propia.
—Un soldado romano no se deja comprar por nada o por nadie —dijo Claudio frunciendo el ceño.
—Eso mismo dijo Augusto cuando me reuní con él en la isla de Samos.
—¿Con Augusto, Octavio Augusto? —preguntó Claudio sorprendido.
—Sí. Un gran hombre, pero podía haberle convertido en un dios si no hubiera sido tan orgulloso.
—Pero eso fue hace más de setenta años. ¿Cuál es tu edad?
El hombre miró temeroso a la sacerdotisa. Ella apretó con fuerza el rubí entre sus manos y comenzó a reírse a carcajadas. Cientos de hombres le habían hecho la misma pregunta durante siglos.
El Cairo, 5 de enero de 1915
El camino de regreso fue mucho más rápido. En uno de los poblados consiguieron dos caballos. Lincoln y Alicia lograron llegar hasta Suakin en la costa del mar Rojo y tomar un barco en el puerto. Los asaltantes no se habían llevado el dinero ni la mayor parte de los víveres y, aunque habían matado a los camellos que no habían utilizado para llevarse a sus rehenes, no habían visto los asnos que había a las orillas del río.
A pesar de lo rápido de la marcha, Alicia y Lincoln se sintieron angustiados. No sabía cuál había sido la suerte de sus amigos. Sin duda, ellos habían regresado por el desierto hasta algún lugar por la costa y les sacaban por lo menos un día de ventaja. No era mucho, pero si aquellos hombres averiguaban lo que querían, la vida de Hércules, Yamile y Garstang no valdría nada.
La llegada a Suez y la partida a El Cairo la realizaron el mismo día. Una vez en la capital se inscribieron en el hotel Shepheard’s. Después de meses de privaciones, en el hotel podían disfrutar de camas confortables, almohadas y agua caliente; pero mientras sus amigos permanecieran secuestrados, no se sentían con fuerzas para disfrutar de ninguna de sus comodidades.
Una vez en la habitación y sin haberse cambiado de ropa, Alicia y Lincoln se sentaron en la cama y comenzaron a trazar sus planes.
—¿Por dónde vamos a empezar? —preguntó Alicia, mientras se recostaba en la cama.
—Creo que deberíamos comenzar por la iglesia de San Sergio. Los secuestradores tienen que ir hasta allí para encontrar algo, no sé el qué, pero tiene relación con el Corazón de Amón. Posiblemente lleven con ellos al arqueólogo, si se trata de una inscripción o un objeto, él es el más indicado para reconocerlo. Tal vez, también se encuentre con ellos Yamile, no creo que se arriesguen a ir con Hércules.
—La iglesia de San Sergio está en el barrio copto. Ellos debieron de llegar ayer, estarán impacientes por encontrar lo que buscan y deshacerse de los rehenes. ¿No crees que irán hoy mismo a la iglesia?
—Casi con total seguridad. Aunque esperarán a la noche. No se pueden presentar allí a plena luz del día, con varios occidentales secuestrados —dijo Lincoln acercándose al espejo. El viaje le había envejecido, pero sin duda lo que más le sorprendió fueron sus ojos apagados.
—Deberíamos advertir al cónsul general británico de lo que está sucediendo.
—No estoy seguro de que sea lo más adecuado. Si avisamos al cónsul, no podremos buscar en la iglesia la clave que los secuestradores necesitan, pero si la tenemos en nuestro poder será más fácil negociar con ellos.
—Pero los dos solos no podemos enfrentarnos a esos asesinos profesionales —dijo Alicia.
Llevaba muchos días intentando encontrar una solución, pero no era fácil. Si perdían la oportunidad de liberar a sus amigos en la iglesia de San Sergio, posiblemente eso era lo mismo que firmar su condena a muerte. Además, un grupo de soldados asustaría a los secuestradores y se alejarían de la iglesia antes de que ellos les vieran.
—Yo también me siento confundida. Si le sucediera algo a Hércules, no sé qué haría —dijo Alicia, con los ojos inundados de lágrimas.
Lincoln se acercó a ella y le puso una mano en el hombro. Durante el viaje, la soledad y el desasosiego les había unido, pero Lincoln siempre evitaba el contacto físico. No quería aprovecharse de la situación de vulnerabilidad de Alicia para conseguir su afecto. No dudaba que ella sentía algo por él, pero no estaba seguro de que se tratara de algo más que simple aprecio y amistad.
—No se preocupe, los encontraremos. Eso si Hércules no ha logrado escaparse, ya sabe que es capaz de hacerlo —dijo Lincoln suavemente.
Alicia apoyó su cara en el hombro de Lincoln y durante unos segundos no hablaron. Después, levantó la cabeza y miró a los ojos del hombre. Sin mediar palabra acercó sus labios y lo besó. Lincoln apenas reaccionó. Abrió mucho los ojos e intentó pensar en algo, pero tenía la mente en blanco. Entonces Alicia lo volvió a besar, el corazón de Lincoln comenzó a bombear con fuerza. Ahora estaba seguro de que ella también lo amaba.
El Cairo, 6 de enero de 1915
Llevaban semanas con los ojos vendados y amordazados. Primero por el desierto, después en el barco y ahora en un viejo almacén en el Gran Zoco de El Cairo. El olor a especias era muy fuerte. Sin duda se encontraban en los sótanos de una de las tiendas en la zona de las especias. Hércules había logrado desatarse en parte, pero por ahora prefería mantenerse quieto y esperar. Un hombre les guardaba de día y de noche. No podía verlo, pero escuchaba sus pasos por la sala, sentía su presencia y en ocasiones le oía rezar o cantar en voz baja. El único momento de descuido era cuando los secuestradores cambiaban la guardia. Apenas unos segundos, pero suficientes para terminar de desatarse, liberar a Yamile y Garstang e intentar abatir a sus secuestradores.
Hércules desconocía la suerte de Lincoln y Alicia, pero confiaba en que hubieran escapado y estuvieran a salvo. Con casi total seguridad les esperarían en la iglesia. Por eso dudaba si posponer su plan hasta que estuvieran allí, con el apoyo de sus amigos la huida sería más fácil.
La puerta comenzó a abrirse y Hércules temió que fuera el momento. La poca luz que entraba por una rejilla en el techo y le daba directamente sobre la venda de los ojos le indicaba que aún seguía siendo de día. Sus secuestradores no podían arriesgarse a sacarles de allí a plena luz del día.
Se escucharon unos pasos. Parecían de varios hombres. Una voz suave y delicada dijo algo en árabe que Hércules no logró entender. Después se dirigió hacia ellos.
—En nombre de Alá el misericordioso, paz a vosotros. Mi nombre es Al-Mundhir, soy su anfitrión, sé que no se encuentran cómodos, pero lo hacemos por su seguridad. En unos momentos les quitaremos la venda de los ojos y podrán comer algo arriba en el salón. No quiero que piensen que somos unos salvajes —dijo la voz.
El hombre comenzó a dar órdenes y varios de sus esbirros levantaron a los prisioneros y los arrastraron al piso superior; mientras ascendían a trompicones por la escalera, Al-Mundhir les advirtió:
—Cuando estén arriba será mejor que no intenten gritar o escaparse. No querría matarles antes de tiempo.
Llegaron a una sala amplia y perfumada. Los hombres les quitaron rudamente las vendas y el impacto de la luz los cegó por unos instantes.
El Cairo, 7 de enero de 1915
—Por favor, acomódense —dijo Al-Mundhir señalando los confortables cojines de la alfombra—. No quiero que vayan hablando mal de los nazaríes a nadie.
—¿Por qué nos han capturado? ¿Qué quieren de nosotros? —preguntó Garstang perdiendo los nervios.
—Cálmese, profesor Garstang. Lo conocemos todo de usted. Llevamos años vigilándolo. Sabíamos que la joya fue realizada en Meroe, que de allí partió al Bajo Nilo. Aquí tengo todo sobre su vida: «John Garstang nacido el 5 de mayo de 1876. Hijo del Dr. Walter Garstang, de Blackburn, y hermano menor de Walter Garstang, biólogo marino y zoólogo. Se educó en la Queen Elizabeth’s, Blackburn y en el Jesus College de Oxford. Después de los estudios de matemáticas en Oxford, se centró en la arqueología. De 1897 a 1908 dirigió las excavaciones en sitios romanos en Gran Bretaña, Egipto, Nubia, Asia Menor y el norte de Siria. En los últimos cinco años ha estado investigando en el Sudán y Meroe». ¿Me he olvidado de algo?
—Sí —contestó el arqueólogo, molesto—. Soy profesor de arqueología en la Universidad de Liverpool desde 1907.
—Bueno, tendremos que actualizar la información —dijo Al-Mundhir.
—Pero eso no responde a mi pregunta —dijo Garstang.
El árabe lo miró con desprecio y, dirigiéndose a Hércules, le dijo:
—Usted es Hércules Guzmán Fox, ¿verdad? Nos costó encontrar algo sobre usted, pero en su embajada fueron muy amables. Ex oficial de la Armada española, suspendido por deshonor e insubordinación, heredó una gran fortuna y desde entonces se dedica a vagar por el mundo.
Después, dirigiéndose a la mujer, sonrió y le dijo:
—Yamile es una vieja conocida. Le prometimos la libertad a cambio de la joya, pero ella pensó que podía obtener las dos cosas al mismo tiempo.
Hércules observó la cara inmutable de la mujer. ¿Cómo había estado tan ciego? Ella lo había utilizado desde el principio. Su encuentro en la iglesia de San Sergio había sido casual, pero después ella comprendió que sería más fácil llegar a Meroe con su ayuda.
—Señor Garstang, su conocimiento sobre Meroe y el culto al dios Amón nos serán de gran ayuda. Hasta donde conocemos, la inscripción debe de encontrarse en la iglesia. Pero hay que saber qué se busca para encontrarla. Además, tendremos que descifrarla —dijo Al-Mundhir.
—No comprendo por qué nos retienen. Si querían la joya ya la tienen, también saben dónde está la inscripción. Hay decenas de hombres que pueden leer jeroglíficos —dijo Garstang.
—Perdimos el secreto una vez, hace mucho tiempo. La joya nos fue arrebatada, pero ahora está de nuevo en nuestro poder —dijo Al-Mundhir.
—Pero ¿quiénes son los nizaríes? —preguntó Hércules.
—¿No conoce nuestra historia? En otro tiempo fuimos muy famosos en Occidente. Aunque el nombre que utilizaban era el de assassini, nuestros enemigos también nos llamaron hashshashín, de la que procede el término «asesino» en su lengua.
—¿Asesinos? —preguntó Hércules.
—Los historiadores hablan de ellos en sus libros. Fueron una secta religiosa ismailí de Oriente Medio; para ser más exactos, comenzaron a actuar en Persia. Entre los siglos VIII y XIII, aterrorizaron a musulmanes y cristianos, pero su fama comenzó a crecer después del siglo XI por su actividad estratégica de asesinatos selectivos contra dirigentes políticos o militares. En ese período, tuvieron su sede principal en la fortaleza de Alamut, en los montes Elburz, al norte del actual Irán —dijo Garstang.
—Veo que usted también ha aprendido la lección —dijo Al-Mundhir.
El arqueólogo arqueó la ceja y continuó con su explicación:
—El grupo era una comunidad de partidarios del ismailismo en Irán, es decir, una secta minoritaria del chiísmo. El gran centro de poder ismailí era el califato Fatimí con sede en El Cairo. En 1090, para ponerse a salvo de las persecuciones, y dirigidos por el carismático Hasan al-Sabbah, tomaron la fortaleza de Alamut, una posición inexpugnable en las montañas, al sur del mar Caspio.
—Pero lo que usted no sabe, es que Hasan descubrió el secreto del Corazón de Amón y lo llevo consigo a Alamut —dijo Al Mundhir.
—Ahora lo entiendo, por eso Hasan tenía la fama de ser inmortal y de haber escapado de la muerte mil veces —dijo Garstang.
—Alamut era el castillo más conocido de nuestro grupo, pero poseíamos muchas otras plazas fuertes en Persia y Siria, con las fortalezas formábamos una red cohesionada y bien comunicada, que aterrorizaba a los visires, califas y emires. Nuestros castillos eran inexpugnables. Desde nuestros refugios, enviábamos nuestros misioneros al resto de Persia, Siria e incluso a la India. Todos los sultanes nos temían —dijo con una sonrisa Al-Mundhir.
—Bueno, hubo quién se enfrentó a su poder —apuntó Garstang—. Los sultanes emprendieron varias acciones militares contra los ismailíes, que no tuvieron gran éxito. En revancha, los ismailíes aterrorizaron a sus enemigos con su estrategia del asesinato político y la amenaza. Una de sus primeras víctimas fue el visir Nizam al-Mulk en el año 1092.
—Todos creyeron que Hasan había muerto al poco tiempo de llegar a Egipto. Tuvo que recorrer muchos lugares antes de encontrar su hogar. Vivió en Persia, en Isfahan, después viajó a Egipto en el año 1076. Fue entonces cuando descubrió la iglesia de San Sergio y el secreto del Corazón de Amón —dijo Al-Mundhir.
—¿Quién le mostró la joya y su poder? —preguntó Hércules.
—El gran visir del califa, Bard al-Yamali. El visir había descubierto el Corazón de Amón por casualidad. Una mañana en el barrio copto se dirigió hasta las proximidades de la iglesia. La vio vacía y entró a curiosear. No es normal que un musulmán entre en un templo cristiano, pero allí se veneraba la estancia de Jesús en Egipto y los musulmanes consideramos a Jesús uno de los mayores profetas de la antigüedad. La iglesia estaba desierta, la recorrió con tranquilidad y después bajó a la cripta donde se guardaban restos de la Familia Sagrada en Egipto. Allí se encontraba un viejo. Nunca había visto a alguien tan anciano en su vida —dijo Al-Mundhir.
—Una historia increíble —dijo Garstang—. ¿Quién se la contó a usted?
—Está escrita en la Crónica de los Nizaríes —dijo el árabe.
—Nunca había escuchado nada sobre ese documento.
Al-Mundhir dio una orden y uno de sus hombres trajo un gran códice. Dejó el libro sobre un gran atril y con una guía de oro comenzó a leer.
El Cairo, año de gracia de 1075
«Mis ojos miraron el rostro de la muerte. Aquel anciano de ojos hundidos, barba larga y enmarañada, de pelo blanco y piel pálida, parecía venir de otro mundo. Del lugar donde los demonios descansan. Se dirigió a mí con gran familiaridad y sin temor, como si no supiera que yo era el gran visir Bard al-Yamali.
—He esperado mucho tiempo a que vinieras —dijo la voz cansada del anciano.
Me sobresaltó más su expresión seca y angustiada que las palabras que me había dedicado. Pensé que se trataba de uno de esos peregrinos locos que viajaban a los lugares sagrados para cumplir votos a Cristo.
—Venerable anciano. Ni yo sabía que esta mañana estaría aquí. ¿Cómo lo sabíais vos? ¿Sois acaso agorero?
—Hay cosas que los hombres saben y los dioses desconocen —contestó enigmático.
—¿Quién sois vos? ¿Un franco?
—No, visir.
Al pronunciar mi título sentí un escalofrío que recorría mi espalda. Sabía quién era. ¿Lo habría enviado alguno de mis enemigos?
—Bien dices, soy visir. Pero harías bien en presentarte. Tu vida y tu muerte está en mis manos —dije para atajar la osadía del cristiano.
—Nunca pronunciaste unas palabras tan ciertas. En tu mano está la muerte o el descanso.
El frío de la cripta comenzó a helarme los huesos y pensé en salir de la iglesia y dejar a ese viejo chiflado, pero algo me ataba allí. Una fuerza misteriosa que no podía explicar.
—No has respondido a mi pregunta.
—Me han llamado de muchas maneras, pero mi verdadero nombre, ya que quieres saberlo, es Claudio —dijo el hombre, con la voz fatigada, como si la sola pronunciación de su nombre le trajera recuerdos dolorosos.
—¿Sois franco?
—Soy romano.
—¿Romano? ¿De los Estados del papa?
—He visto como Egipto era conquistado por muchos pueblos, ahora sois vosotros los árabes, qué más da. Él continúa aquí desde el principio y ahora que se acerca mi final te ha traído hasta aquí —dijo el hombre, mudando la voz.
—¿Quién es él? —pregunté con el corazón en la boca.
—Ha tenido muchos nombres a lo largo de la historia. Llámale Inmortalidad si quieres.
—No entiendo tus palabras.
El anciano se giró y levantó el brazo, se acercó con algo en la mano y me lo entregó. Pesaba y era ligero al mismo tiempo. Su tamaño sobrepasaba mi mano y estaba caliente.
—¿Lo notas? Está ardiendo. Lleva así desde ayer, desde que me comunicó que vendrías a por él.
—¿Quién te comunicó que vendría? ¿Qué es esto?
—El Corazón de Amón te pertenece. Mejor dicho, tú le perteneces a él. Cuando pronuncie las palabras escondidas, serás como yo —dijo el anciano.
—Pero yo no quiero, no puedo…
El anciano levantó los brazos y pronunció unas palabras en un idioma muerto hacía siglos. Cada una de ellas se quedó grabada en mi mente, como si las hubiera puesto con hierro incandescente. Después, ante mis ojos, el anciano comenzó a girar y girar. Creí que se caería, pero siguió girando sobre sí mismo. Ante mis ojos se comenzó a deshacer como si fuera de arena. En unos segundos se había convertido en polvo y hasta sus ropas habían desaparecido. Así fue como me lo relató el visir y así lo he contado.»
El Cairo, año de gracia de 1075
«Cuando mi mirada se cruzó con la del visir Bard al-Yamile, supe que algo le había sucedido. Su rostro había rejuvenecido, sus ojos brillaban como los de un niño y sus pasos eran ahora ligeros y ágiles.
—Estimado visir, Alá sea contigo —dije a Bard al-Yamile.
—Tengo que contaros algo que me tiene trastornado el alma y el cuerpo —dijo el visir con los ojos desencajados.
Se levantó después de sus cojines y se acercó hasta la puerta para cerrarla.
—¿Qué os sucede? —le pregunté extrañado.
—Esta mañana estuve en la iglesia de San Sergio —dijo nerviosamente.
—¿No os habréis hecho cristiano? —bromeé.
—No estoy bromeando. Allí había un «anciano de días» que me recibió como si me estuviera esperando. Me entregó esto —dijo el visir sacando algo envuelto en un pañuelo de seda.
Cuando el visir destapó el objeto, mis ojos se quedaron prendados del gran rubí que tenía entre las manos. Su color era tan brillante, que cegaba mis ojos.
—Sois rico —le dije al visir.
—¿Rico? No sé el valor de esta joya, pero os aseguro que su precio no es monetario. Según el anciano, el rubí tiene el poder de alargar la vida.
—¿Alargar la vida? Creo que el anciano os ha engañado. Únicamente, Alá puede acortar o alargar la vida. ¡Blasfemáis! —contesté levantándome de la alfombra.
—Su nombre era Claudio, de origen romano. Me contó que llevaba aquí desde hacía siglos. Me dio la joya y pronunció un conjuro.
El visir pronunció unas palabras y la joya comenzó a brillar con más fuerza.
Cuando abandoné el lugar, comprendí que aquella joya debía ser nuestra. Aquel visir había descubierto el secreto que podía darnos la supremacía sobre los demás grupos del islam. Me marché con el corazón y la cabeza puesta en el rubí. Unos días más tarde, cuando el visir me mandó llamar para un asunto, aproveché para localizar la joya en sus dependencias privadas. Guardaba la joya, por lo que pude ver, en un gran armario con llave. Después de trabajar nos sentamos a la mesa, yo le hice beber más de la cuenta y, cuando estuvo totalmente embriagado, tomé la llave que llevaba colgada del pecho, abrí el armario y cogí el Corazón de Amón. Al estrecharlo entre las manos sentí su fuerza. Lo guardé en una bolsa de cuero y abandoné el palacio. Esa misma noche viajé hasta Alejandría y me embarqué en el primer barco que salía de Egipto. El navío de francos me llevó hasta Tiro, pero naufragó y tuve que hacer el resto del viaje a pie. De allí partí hacia Isfahan…»
El Cairo, 7 de enero de 1915
Al-Mundhir dejó de leer el libro y levantó la mirada para observar la reacción de sus prisioneros. Sus rostros reflejaban la sorpresa e inquietud de los que se notan confundidos. En cambio, la princesa se mantenía ausente. Con sus hermosos ojos verdes mirando a un punto indefinido de la sala. Ella los había engañado, muy pocas personas se atrevían a traicionar a los assassini, pero ella lo había hecho. Al principio no la había reconocido. Las transformaciones que la piedra había operado en la mujer eran realmente espectaculares. Su rostro arrugado y su boca sin dientes habían recuperado su primitiva belleza. El cuerpo reseco y huesudo era ahora insinuante y torneado. Al-Mundhir sintió un escalofrío al pensar que aquella joya podía ser muy peligrosa.
—Una gran lección de historia, pero sigo sin comprender qué tiene eso que ver con nosotros. Ya tienen lo que querían, suéltenos. Le aseguro que no recurriremos a las autoridades —dijo Hércules.
El árabe lo miró con desdén. Si fuera por él, ya habría acabado con sus vidas, pero sabía que podían serles muy útiles todavía. Al fin y al cabo, de alguna forma la joya les había elegido a ellos y hasta que llegara el momento, era mejor que intentara mantenerlos con vida.
—Había escuchado muchas veces la historia de Hasan, pero he de confesar que nunca me habían narrado las verdaderas razones por las que dejó Egipto —dijo Garstang.
—Todavía no he terminado. Hasan llegó a Siria, pero no descansó hasta encontrar un refugio donde guardar la joya y predicar sus creencias. El lugar elegido fue una zona montañosa al norte de Persia. El pico del Elburz era un lugar retirado del que se contaban muchas leyendas. Además era el único lugar de la región en el que sobrevivía una pequeña comunidad de chiíes. Entre las montañas se encontraba el castillo más inexpugnable del mundo, el castillo de Alamut. Hasan pasó varios días examinando la fortaleza. Parecía perfecta, con un solo camino de acceso, agua y cultivos en su interior, pero el castillo estaba habitado. Con paciencia y astucia extendió sus creencias entre la población del valle y varios soldados de la guarnición se convirtieron a la fe de Hasan. Cuando sus seguidores estuvieron dispuestos, tan solo tuvo que presentarse en el castillo, pedir refugio y, cuando se ganó la confianza del visir que gobernaba la plaza, hacerse con el castillo —contó Al-Mundhir.
—Por lo que he leído esa era la práctica habitual de los nizaríes —dijo Garstang.
—Alá nos dio astucia para que defendiéramos su causa. Aunque los nizaríes también sabemos luchar a cara descubierta. Hasan tuvo que defender el castillo de las tropas de Yurun Tash, el señor feudal de la zona. Hasan no solo venció a Yurun, también extendió su credo por toda la región de Persia y Afganistán. Entonces, por primera vez, nuestro maestro nos enseñó el poder del asesinato. En Sava, una pequeña ciudad de la región, el muecín local se negó a aceptar su fe y los denunció ante las autoridades. Nuestros hermanos lo asesinaron al salir de la mezquita. Las autoridades mataron poco después a nuestro primer mártir, su nombre era Tahir —dijo Al-Mundhir.
—Pero, ¿cómo pueden matar a otros en nombre de su religión? —preguntó Hércules sorprendido.
El árabe sonrió y se sentó de nuevo junto a sus invitados. Los occidentales eran capaces de mandar sus ejércitos para defender una mina de carbón o de plata, arrasar poblaciones enteras, desposeer a los más pobres de sus tierras y enviar a sus misioneros para robarles sus tradiciones, pero sentían escrúpulos ante actos totalmente justificados, como la mentira o la traición, para salvar la propia vida.
—¿Es mejor que muera un solo hombre y se salve toda una ciudad? —preguntó Al-Mundhir.
—Depende —contestó Hércules.
—Gracias a nuestra estrategia, la muerte de un solo hombre entregaba una ciudad o un castillo en nuestro poder, sin derramamiento innecesario de sangre. Un asesinato a tiempo podía evitar una guerra o la persecución de nuestros hermanos —dijo el árabe alzando la voz.
—No se puede justificar el asesinato y menos la traición. Hay algo mezquino en matar a un hombre por la espalda —dijo Hércules mirando directamente a los ojos de su captor.
—La verdad tiene que brillar, aunque eso suponga la muerte no de una persona, sino de miles. La vida humana no tiene valor en sí misma. Su vida, por ejemplo. Usted solo es un hereje, que viene a territorio musulmán, para robarnos y humillarnos. Trata a los hermanos árabes como si fueran sus esclavos, viaja para ver ruinas y después regresa a su casa robándonos nuestros tesoros. ¿De verdad cree que su vida tiene algún valor, para un buen musulmán? —dijo el árabe extrayendo un gran cuchillo.
Garstang levantó las manos y se interpuso entre los dos hombres.
—Por favor, tranquilícense. Usted nos necesita y nosotros estamos dispuestos a ayudarle. Nunca entenderemos sus razones, pero ¿qué importancia tiene eso? —dijo Garstang, intentando calmar la tensión.
Al-Mundhir miró a Hércules directamente a los ojos. Percibió su arrogancia y el desafío en las pupilas del español. Sintió como su boca se resecaba por el miedo. Entonces, con tranquilidad guardó el cuchillo.
—Será mejor que termine con la historia. Está oscureciendo y en cuanto el sol se ponga iremos a hacer una visita a la iglesia de San Sergio —dijo el árabe, regresando al gran códice.
La voz de Al-Mundhir volvió a llenar la sala. El murmullo del zoco comenzaba a diluirse y la luz apenas se atrevía a penetrar entre las celosías.
Kahf, año de gracia de 1159
«Mi llegada a Siria no pudo ser en mejor momento. Los francos amenazaban con conquistar toda la tierra para su fe, Hasan lo sabía y me envío para promover el Quiyama. Hasan confiaba en mí, más que en cualquier otro hombre sobre la tierra. En Alamut me enseñó todo lo que sé. Él era, es y será por siempre.
Alepo está gobernada por Nur-ed Din, un enemigo de nuestra causa. Por eso he buscado refugió en Kahf, la fortaleza más grande que poseemos en Siria. Mi principal misión era predicar el Quiyama, aunque algunos interpretan mis palabras como una herejía. Dicen que animo a los musulmanes a abandonar la sharia.[23] Muchos creen que mis hombres y yo vivimos en pecado, depravación y libertinaje. Algunos dicen que somos capaces de deshonrar a nuestras madres, hermanas e hijas. Las mentiras de nuestros enemigos son tan burdas e infantiles que la gente humilde no les cree.
Los francos están divididos. Los bizantinos, con su emperador Juan Comneno a la cabeza, han atacado Antioquía para reclamar su dominio sobre ella. He enviado a Amalrico I, rey de Jerusalén, una propuesta de paz. Como siempre, debemos utilizar la astucia antes que la fuerza. El rey parece convencido de la conveniencia de aliarse con nosotros. Nos conoce y nos teme. Sabe de lo que somos capaces, pero la Orden de los Caballeros Hospitalarios le aconseja mal y buscan nuestra desgracia. Raimundo III, conde de Trípoli, no nos ha perdonado haber matado a su padre. Pero nuestro peor enemigo es Saladino. Su verdadero nombre es Salah al-Din. Según nuestros informadores en Egipto, ha formado un poderoso ejército que se propone conquistar Siria, Palestina y expulsar a los cristianos de Jerusalén.»
Kahf, año de gracia de 1174
«Damasco ha caído. Nuestros más terribles presagios se han cumplido. Saladino recorre Siria destruyendo todo a su paso. Alepo está asediada. No tardará en sucumbir. Gumeshtekin nos ha ofrecido dinero por la cabeza de Saladino. Nada nos proporcionaría más satisfacción que aniquilarlo. He enviado a varios hermanos para que se unan a sus hombres. Sabemos esperar y cuando menos lo espere, terminaremos con su infame vida.»
Kahf, año de gracia de 1176
«La maldición caiga sobre Saladino. Nuestros hermanos lo atacaron en su campamento frente a Alepo, hace un año, pero salió ileso. Un maldito emir, que reconoció a nuestros hermanos, dio la voz de alarma, aunque murió por su atrevimiento. La escolta de Saladino rodeó y exterminó a nuestros hombres. Pero algunos de los hermanos no se descubrieron y han seguido junto a él, para esperar mejor ocasión.
Por segunda vez ha escapado de nuestra mano. Cuando nuestros hombres lo asaltaron en su campamento frente a la ciudad de Azaz, su genio malo lo protegió. Nuestras cuchilladas no pudieron atravesar su armadura y nuestros hermanos fueron asesinados. Ahora, como un perro rabioso, Saladino ha jurado exterminarnos.»
Masyaf, año de gracia de 1177
«Hace unos días parecía todo perdido, pero uno solo de nuestros hombres venció al gran ejército de Saladino. Fue suficiente una daga envenenada clavada a su almohada y uno de nuestros pasteles de avena, para que el gran Saladino saliera huyendo como un conejo asustado. Nunca más meterá su hocico en nuestros asuntos. Alá sea alabado.»
Masyaf, año de gracia de 1192
«Los francos han vuelto a reorganizarse; tras la pérdida de Jerusalén creíamos que se disolverían como la niebla que lleva el viento, pero de nuevo los malolientes guerreros pálidos están llegando en bandada a Tiro y no tardarán en atacar de nuevo al islam. Entre ellos destaca Conrado de Montferrato. Lo que no sabe el tal Conrado es que su cabeza ya tiene precio y lo ha puesto el rey Ricardo I de Inglaterra. Ahora que el rey Ricardo se marcha, será más fácil expulsar a los cristianos de Palestina. Es una gran ironía que sea un rey cristiano el que nos pague para terminar con nuestro mayor enemigo.»
Masyaf, año de gracia de 1193
«Alá el grande y el misericordioso sea contigo, Hasan. Yo me alejo de esta tierra para llegar al paraíso. Guarda mi camino, tú que vives para siempre. Mientras conserves tu vida, guardada en mil nombres, la causa nizarí prevalecerá. Hasta que llegue el día de la resurrección, cuando todos nos reunamos con Alá en el paraíso.»
El Cairo, 7 de enero de 1914
Los criados habían encendido varios candiles, pero la sala se mantenía en penumbra. El rostro de Al-Mundhir se iluminaba con la luz de un gran cirio que descansaba sobre un enorme candelabro. Levantó la vista, con los ojos desorbitados, como si hubiera entrado en trance tras la lectura, y contempló las caras de sus prisioneros.
—¿Hasan estaba vivo? —preguntó Garstang.
—No han entendido nada. El Corazón de Amón le había mantenido con vida más de ciento treinta años —dijo Al-Mundhir.
—Bueno, no son tan extraños los casos de longevidad. Hay hombres capaces de superar los cien años, ciento treinta no son tantos. No me creo esas leyendas de viejas; en este mundo, aunque gente como usted no lo entienda, todo tiene una explicación lógica —dijo Hércules muy serio.
—¿Una explicación? Los occidentales piensan que todo tiene una explicación. Pues hay cosas que no la tienen —dijo Al-Mundhir.
—¿Por ejemplo? —contestó Hércules.
—Por favor, princesa Yamile, ¿puede decirnos en qué año nació usted? —preguntó Al-Mundhir.
La princesa se puso muy seria y por unos momentos no pudo proferir palabra. Después miró a Hércules y con voz débil, dijo:
—Nací en 1840 en Nagy-Enyed, en Hungría. Sufrí con mi padre, el militar Lajos Perzcel, la guerra con Austria. Tras la muerte de toda mi familia, mi padre me llevó de batalla en batalla hasta Orsova, donde los húngaros perdieron la última batalla contra los austriacos. Acompañé a mi padre a Turquía, a Vidin y allí fui secuestrada y llevada al harén. El resto ya lo sabes.
Hércules miró boquiabierto a Yamile, su aspecto era el de una mujer poco mayor de veinticinco años, pero si lo que ella contaba era cierto, su edad era de setenta y seis años. Garstang se puso en pie y le dijo a la mujer:
—¡Cielo santo! ¿Cómo puede ser?
—Mi eunuco pertenecía a la secta de los asesinos o nizaríes. Llevaba más de cinco años intentando hacerse con el rubí, pero nadie podía acercarse a la sala donde se guardaba. De hecho, yo tardé más de cuarenta años en conocer su existencia. La sala en la que se escondía estaba vetada a todos los habitantes de palacio, incluidas las mujeres del sultán. Omán, mi eunuco, me contó la leyenda del Corazón de Amón y me dijo que si lo robaba para la secta, podría escapar de palacio y me devolverían la juventud. Al principio pensé que estaba loco, que era imposible regresar atrás. Pero al final me persuadió, ¿qué tenía que perder? No me quedaba mucho de vida y durante sesenta y seis años había sido una prisionera en una celda de oro. Robamos la joya, pero mataron a Omán antes de que escapara conmigo del palacio. En cuanto noté los efectos del rubí sobre mi cuerpo, me negué a devolver la joya y escapé a Egipto; según las leyendas que me había contado Omán, en Meroe o en la iglesia de San Sergio podían estar las pistas para convertir mi recién recuperada juventud en inmortalidad. Me siguieron hasta El Cairo los hombres de mi esposo, el califa de Estambul, y el resto de la historia ya la conoce.
Hércules no sabía cómo reaccionar. La historia parecía increíble. El rostro de Yamile brillaba en toda su belleza frente a él, pero detrás de su fina piel se encontraba una mujer anciana a punto de morir.
—Entonces, ¿el efecto que produce la joya es la inmortalidad? —preguntó Garstang.
—El contacto directo con el rubí retrasa la muerte y produce un rápido rejuvenecimiento, pero pasado unos meses, si no se completa el ritual, el efecto de envejecimiento vuelve, pero se produce de una forma tan acelerada como el rejuvenecimiento —dijo Al-Mundhir.
—Eso significa, que Yamile morirá si no realiza el ritual —dijo Hércules, intentando aceptar aquella increíble historia.
—Morirá y muy pronto. Si aceptan colaborar con nosotros, salvaremos su vida. Podrá empezar de nuevo. Al estar alejada de la joya no alcanzará la inmortalidad, pero vivirá una vida nueva —dijo Al-Mundhir.
Yamile comenzó a llorar. Se acercó a Hércules y lo abrazó. Uno de los guardianes intentó separarlos, pero Al-Mundhir se lo impidió con un gesto.
—Si quiere salvar a Yamile, será mejor que coopere. Si veo a alguno de sus amigos merodeando por la iglesia de San Sergio o intentando frenar nuestros planes, ella morirá —dijo el árabe señalando a la mujer.