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Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón

Cuando Claudio vio las pirámides negras se derrumbó en mitad de la arena anaranjada que lo cubría todo. A su lado, los dos pretorianos se pusieron de rodillas dando gracias a Marte, por haberles dado el don de llegar hasta la ciudad de los nubios.

Dos soldados de Meroe se acercaron a ellos. Su estatura colosal, su armadura de oro y sus túnicas de leopardo, impresionaron a los romanos, que durante meses solo habían visto tierras baldías y agricultores muertos de hambre que compartían con ellos unas tortas de pan.

Los soldados lo llevaron ante su comandante y, cuando Claudio explicó la naturaleza de su misión, le aseguraron que en unos días serían recibidos por el faraón.

Después de un gran festín, se retiraron a los cuartos donde les habían acomodado, pero Claudio no logró conciliar el sueño y salió al patio interior, donde un bello jardín refrescaba las habitaciones. Allí, sentado frente a una fuente, escuchó unos pasos que se acercaban sigilosos por su espalda. Claudio desenvainó rápidamente su espada y la puso sobre el cuello del desconocido. Una larga capucha mantenía su rostro en la sombra, pero cuando el desconocido levantó la capucha para descubrirse, el romano vio los brazos tatuados y las pulseras que tintineaban al descender por el antebrazo.

—Romano, no temas. Soy Kandake, la sacerdotisa de Amón —dijo la mujer, mostrando un rostro de finas líneas.

Claudio bajó la espada y observó a la mujer por unos instantes. Le recordó a las figuras talladas de reinas esculpidas en los templos de Egipto. Ella le invitó a que se volviera a sentar y después tomó un lugar junto a él.

—Pocos llegan desde el Bajo Nilo hasta nuestra tierra. Debe de haberte traído un gran deber de parte de tu rey —dijo la mujer, con voz pausada y dulce.

—Ciertamente, mi señora. Vengo con instrucciones de Nerón, nuestro amado joven césar —respondió Claudio, recuperando la calma.

—Tu reino y el mío han luchado muchas veces el uno contra el otro. En otro tiempo, Roma evacuó la zona fronteriza con Meroe, temerosa de nuestros ejércitos.

—Yo vengo para anunciar la paz —dijo Claudio.

—¿La paz? No existe la paz entre los hombres, tan solo treguas antes de comenzar una nueva guerra —dijo Kandake con tristeza.

—Nerón quiere la paz.

—Nerón…, no quiere la paz —respondió Kandake—. Nerón quiere el secreto del Corazón de Amón.