Berber, 10 de diciembre de 1914
Al día siguiente partieron hacia Nubia. El jeque les había aconsejado que pospusieran el viaje unos días, pero no querían perder más tiempo. El simun empeoraba y podían pasar semanas encerrados en aquella ciudad en medio de la nada. El viento traía un polvo amarillento que produjo en ellos el efecto de una fiebre extraña que comenzó a complicar su viaje a los pocos días. Les dolía todo el cuerpo, en especial las extremidades, perdieron el apetito y su sed era insaciable.
A pesar de las penurias el viaje fue más rápido. Hércules había cambiado sus camellos por unos asnos pequeños, pero fuertes y veloces. El inconveniente es que bebían mucha más agua. Alicia y Yamile habían optado por vestirse con ropa masculina y montar a horcajadas sobre los animales. En aquella región era extraño encontrar a un occidental y parecían más dos jóvenes imberbes que dos damas disfrazadas de cazadores.
A medida que marchaban más al sur, el clima iba mejorando. El calor remitía. El simun cesó y le sustituyó una brisa fresca y reconfortante. El cielo comenzó a cubrirse con nubes secas y por las noches el canto del búho rompía la monotonía de los silencios del desierto.
Atravesaron Atbara y llegaron al Nilo Blanco. El río era menos caudaloso que el Nilo en su parte baja, pero corría con más fuerza, removiendo la arena a su paso. Vieron los primeros hipopótamos, las gacelas, las hienas y los asnos salvajes. África comenzaba a transformarse ante sus ojos.
Los primeros campos de maíz y sorgo anunciaron que se acercaban a una tierra más fértil y amable con sus habitantes. Compraron pan de harina de durra y pudieron cambiar algo su dieta. Hércules practicó la caza con su rifle nuevo y olvidaron por completo a sus perseguidores y la razón que les había llevado a atravesar medio continente.
Al llegar a Abisinia las lluvias comenzaron a transformar el paisaje hasta convertirlo en un gran vergel.