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El Nilo, 20 de noviembre de 1914

Cuando el capitán Hasan se levantó para reanudar el viaje antes del amanecer le pareció escuchar el lejano murmullo de un motor. Se paró en silencio e intentó forzar su oído, pero no escuchó nada. Caminó hasta la cabina y preparó el barco antes de ponerlo en marcha. Le gustaba mucho ese momento del día. Todos dormían y por fin se sentía dueño de su vieja Cleopatra. Llevaban veinte años juntos y habían navegado por el río cientos de veces. Durante todo ese tiempo, había transportado a miles de viajeros occidentales, pero aquel grupo era diferente a todos. Un negro, dos mujeres, una de ellas árabe y un caballero español. Aunque todo eso ya importaba poco, aquella tarde, después de dejarles en Korosoko, daría media vuelta y regresaría a casa. Tenía una hija y dos nietas que esperaban que regresara cuanto antes. Alá no le había concedido el don de tener hijos varones, pero el amor de su hija era suficiente regalo.

Los marineros se despertaron y comenzaron a preparar el barco con sus movimientos torpes y ruidosos. El capitán les hizo gestos para que no molestaran a los viajeros, pero los marineros siguieron haciendo ruido. Pusieron el motor en marcha y el barco comenzó a moverse muy lentamente.

El capitán observó en el horizonte como los primeros rayos de sol se colaban bajo el manto de la noche y sonrió. No le gustaba la oscuridad y daba gracias a Alá de que, después de un mes de navegación, ningún bandido los hubiera asaltado. Debido a la guerra en Europa, el número de soldados egipcios se había duplicado, por lo menos hasta el Alto Egipto, Nubia era otra cosa. En Alejandría podía verse a miles de soldados británicos, que pasaban allí unos meses antes de ir a Europa. Aunque él evitaba trabajar para los soldados. Solían beber más de la cuenta y causar muchos problemas.

El capitán percibió que el ruido monótono de otro barco se acercaba en la oscuridad. Esta vez el sonido era fuerte y se distinguía del lento palpitar de su vieja caldera de carbón. Gritó algo a sus hombres y estos corrieron a por algunas viejas carabinas. Dudó en despertar a los occidentales. Tal vez solo se trataba de algún viejo barco de pescadores, aunque el motor del barco parecía demasiado potente para tratarse de una vieja barcaza.

Hércules apareció por la espalda y el capitán dio un respingo al escuchar su voz.

—Capitán, ¿quién viene? —preguntó Hércules vestido solo con pantalones y con el torso desnudo.

—No lo sé, señor. No quise importunarlo. Seguramente sea un barco de pescadores o un barco comercial.

—¿A estas horas de la madrugada?

El capitán se encogió de hombros. Hércules regresó al camarote y tomó su gran rifle. Al regreso, Alicia y Lincoln se le habían unido.

—Alicia, será mejor que nos esperes en el camarote —dijo Hércules muy serio.

—Ni hablar. No he estado practicando con mi rifle Fletcher durante todo el viaje para quedarme ahora con los brazos cruzados —dijo Alicia, quitando el seguro del arma.

—Está bien —refunfuñó Hércules—. Pero será mejor que nos pongamos a cubierto.

Todos aguantaron la respiración mientras el sonido se acercaba más y más. Lincoln tragó saliva y mustió una oración entre labios. Alicia miró a la oscuridad con el rifle apuntado hacia el ruido. Hércules permanecía sentado en el suelo, relajado, mientras abrazaba su gran rifle.

De repente el sonido cesó y eso les puso aún más nerviosos. Los marineros se acercaron a la borda con grandes faroles y examinaron el agua. De pronto, un grito rompió el silencio y uno de los faroles cayó al agua. Uno de los marineros luchaba con algo en la oscuridad, pero apenas podían distinguir una figura negra que rodeaba el cuello del pobre diablo. Lincoln intentó acercarse, pero Hércules lo retuvo y le hizo un gesto negativo con la cara.

Los gritos cesaron y el cuerpo del marinero cayó al agua. Los otros dos hombres se alejaron de la borda y se acercaron a Hércules y sus amigos.

—Apártense de en medio. Nos quitan visibilidad —dijo Hércules con un gesto.

Los hombres lo miraron aterrorizados y se cubrieron junto a ellos.

—El capitán. Puede que intenten matarle y atacarnos por la espalda —dijo Alicia poniéndose en pie. Comenzó a cubrirse con las cajas y se dirigió hacia la cabina.

—No, Alicia. Puede ser peligroso —dijo Hércules, pero un disparo le obligó a agachar la cabeza.

—No se preocupe, yo la acompañaré —dijo Lincoln empuñando su revólver.

Lincoln corrió tras la mujer y los dos se metieron en la cabina. Allí, el capitán estaba agachado con un cuchillo en la mano. Sus ojos expresaban verdadero pánico.

—No son bandidos —dijo en su mal inglés.

—¿Qué? —preguntó Lincoln.

—Los bandidos no disparan sin avisar. Amenazan y se llevan todo, pero no atacan de esta forma.

—Entonces, ¿quién nos ataca? —dijo Alicia asomando la cabeza. Dos balas pasaron rozando su pelo.

—¡Maldición! —gritó Alicia, después miró a Lincoln algo avergonzada—. Oh, lo siento.

—No se preocupe. ¿Este trasto no puede navegar más rápido? —preguntó Lincoln.

—Hay que alimentar la caldera. Apenas había comenzado a calentarse cuando nos han atacado —contestó el capitán.

—Vaya y aumente la presión —dijo Lincoln tirando del brazo del capitán.

—¿Yo? —dijo resistiéndose.

—Es su barco, ¿no? Venga, que le cubrimos.

Alicia y Lincoln comenzaron a disparar a la oscuridad y el capitán salió a gatas. Entró en la sala de máquinas de la bodega y lanzó varias paletadas de carbón. Cuando regresaba para la cabina, una sombra se abalanzó sobre él.

—¡Ah!

Hércules miró a su espalda y vio al capitán tumbado en el suelo y un hombre sobre él con una gran cimitarra. Apuntó su rifle y disparó. El asesino quedó destrozado por la bala explosiva. El capitán se quitó de encima el cuerpo y corrió hasta la cabina. En ese momento Lincoln luchaba contra otro de los asesinos. El capitán se acercó por detrás y le hincó su cuchillo. El asesino se derrumbó, muerto.

—Gracias —dijo Lincoln. Después se agachó y recogió su revólver del suelo. Cuando entraron en la cabina, Alicia les apuntó con su rifle.

—Tranquila, somos nosotros —dijo Lincoln.

El capitán aumentó la potencia del barco y se escuchó el crujir de la madera.

—Han puesto su barco en la proa, pero el Cleopatra lo moverá —dijo el capitán alzando la barbilla.

El barco comenzó a moverse con más rapidez y se oyó el gorgoteo de un par de personas que se lanzaban al agua. El sol ya había despuntado y observaron como el barco de los asaltantes comenzaba a perderse en el horizonte. Lincoln y Alicia se reunieron con sus amigos y miraron los cuerpos inertes de los tres asesinos. Vestían igual que los que les habían asaltado al pie de las pirámides.

—¿Por qué nos siguen? ¿Cómo saben que nos dirigimos a Meroe? —dijo Alicia mirando directamente a Yamile.

La princesa retrocedió y se agarró al brazo de Hércules.

—No lo sé. Si lo supiera se lo diría —dijo la princesa, con los ojos llenos de lágrimas.

Todos se miraron impacientes, pero antes de que ninguno de ellos hablara el capitán gritó:

—Korosoko.

En el horizonte apareció la ciudad y por unos instantes se sintieron a salvo.