El Nilo, 19 de noviembre de 1914
—Nos queda un día para llegar a Korosoko —dijo Hércules señalando el mapa.
—¿Cuál es nuestro destino, después de dejar Korosoko? —preguntó Alicia.
—Desde allí partiremos hacia Berber. Nuestra principal preocupación será el agua. Únicamente hay una fuente de agua en todo el camino. En cuanto lleguemos a Korosoko tendremos que comprar camellos, víveres, agua y hacernos con un guía e intérprete. Puede que no encontremos mucha gente que hable inglés o árabe tan al sur —dijo Hércules.
—¿La zona está protegida por el Gobierno británico? —preguntó Lincoln.
—Oficialmente sí, pero su control siempre ha sido más teórico que real. Aquí son los jeques los que gobiernan los territorios y tendremos que congraciarnos con ellos. Además, el Reino Unido ha desplazado muchas de sus fuerzas a Europa y Asia. No creo que encontremos ni a un soldado británico tan al sur —dijo Hércules.
—Pues las expectativas parecen estupendas. Desierto, bandidos, poca agua y la posibilidad de perderse en medio de la nada —se quejó Alicia.
—No te preocupes Alicia. He recorrido medio mundo y creo que podremos atravesar el desierto sin dificultades —dijo Hércules, poniéndole un brazo sobre el hombro.
—Eso me tranquiliza, Hércules. Pero creo que tú recorriste medio mundo en barco y que no sabes más que nosotros sobre cómo atravesar un desierto.
—Debería confiar más en su mentor, señorita Alicia —recriminó la princesa a la joven, señalándola con el dedo.
Alicia la miró fijamente. Después se dirigió a Lincoln y le dijo:
—Creo que será mejor que tomemos el fresco. Aquí el ambiente está muy cargado.
Lincoln y Alicia salieron a cubierta. El barco marchaba muy despacio pegado a la orilla. Dos de los marineros navegaban en la barca intentando pescar algo y el capitán seguía al timón.
—No soporto a esa mujer. Me quiere dar lecciones de cómo debo comportarme con Hércules —dijo Alicia frunciendo el ceño.
—¿No estarás un poco celosa? —preguntó Lincoln. Pero enseguida se ruborizó. No era tan directo con las mujeres y mucho menos con Alicia.
—¿Celosa? No. Hércules ha vivido con muchas mujeres. Su difunta esposa era una persona encantadora. Pero Yamile oculta algo. Mi instinto me dice que no nos ha contado toda la verdad.
—Será mejor que nos tomemos este viaje como una aventura. ¿Por qué no disfrutas de estos días en Egipto? Recorrer este río ha sido el sueño de miles de personas a lo largo de la historia.
—Sí, pero ellos tenían una misión clara. Buscaban algo, pero nosotros qué buscamos. Una ciudad nubia para depositar una piedra que una princesa prometió devolver a un esclavo moribundo. Yamile no me parece el tipo de persona que cumple la voluntad de un moribundo.
—Entonces, ¿para qué ir hasta Nubia? Podía haber regresado a Hungría o a cualquier parte de Europa —dijo Lincoln.
—Yo creo que en Meroe se oculta un tesoro. Aquel esclavo le debió de hablar de ello a la princesa y ahora ella quiere recuperarlo —dijo Alicia, bajando el tono de voz.
—¿Un tesoro? Si es verdad, ¿por qué no decirlo? En ese caso se aseguraría nuestra ayuda.
—Qué ingenuo es, Lincoln, la princesa no quiere compartirlo con nosotros —dijo Alicia.
—Pero cuando lleguemos allí no podrá ocultarlo —dijo Lincoln, sin llegar a tomarse en serio a su amiga.
—Únicamente estoy especulando, lo que está claro es que nos oculta algo extraño.
Unas voces interrumpieron la conversación. Hércules y Yamile salían para intentar aprovechar la ligera brisa exterior.
—Espero que pesquen algo. La carne de cocodrilo nos va a matar a todos —bromeó Hércules.
—Que bromista es usted —dijo Yamile tocando el mentón del hombre.
Los dos rieron, mientras Lincoln y Alicia se miraban de reojo.
En ese momento un grupo de muchachos corrió hasta el río y comenzó a desvestirse. Antes de que los cuatro pudieran reaccionar, los egipcios, con todas sus vergüenzas al aire, se lanzaron al agua. Algunos se subieron a un tronco que flotaba sin mostrar la más mínima vergüenza. Después se acercaron a pedir propina, como siempre hacían todos los egipcios al ver a un occidental.
—¡Cielo santo! —gritó Alicia tapándose la cara con las manos.
Hércules se echó a reír, mientras Lincoln hacía gestos a los hombres para que se marchasen. Yamile permaneció impasible. No era el primer hombre que veía desnudo y en el harén era normal que los hijos de las otras mujeres entraran a los baños con ellas hasta los doce años.
—Pero, ¿por qué van desnudos? —preguntó Alicia cuando los muchachos se alejaron.
—No sienten vergüenza por su desnudez. Aquí todos los niños y los jóvenes llevan muy poca ropa —dijo Hércules, tranquilizando a su amiga.
—Pero esto es inadmisible entre gente civilizada —dijo Lincoln.
—En España o Londres una mujer no puede enseñar ni un tobillo —dijo Alicia.
—En nuestra cultura la desnudez no es pecaminosa, pero está prohibida entre personas de distintos sexos. Las mujeres nos bañamos todas desnudas y nuestros hombres pueden ver nuestros cuerpos, siempre que lo deseen —dijo Yamile.
—Pero, usted no es árabe —dijo Lincoln.
—Sí lo soy. Me han criado como a una árabe, poco importa que naciera en Hungría. ¿Usted se considera africano? —preguntó Yamile.
—Naturalmente que no —contestó Lincoln torciendo el gesto—. Yo nací y me crié en Washington D. C.
—Entonces, ¿por qué se extraña?
—Mi familia lleva más de cien años en los Estados Unidos. ¡Yo no fui secuestrado y vendido como esclavo! —dijo Lincoln alzando la voz.
Hércules se adelantó un paso y se situó entre los dos. Nunca había visto a su amigo tan alterado.
—Por favor Lincoln, no olvide que se encuentra ante una dama —dijo Hércules.
Lincoln miró a Yamile y se retiró a su camarote. Alicia corrió detrás de él.
—Lamento lo sucedido, princesa —dijo Hércules.
—Yo no quería… —dijo la princesa apoyándose en el hombro de Hércules.
—No se preocupe, Lincoln no quería ofenderla.
Yamile se estrechó entre sus brazos. Hércules cerró los ojos y sintió como se le aceleraba el corazón. La princesa, con la vista perdida en el horizonte, pensó que el tiempo se terminaba, tenían que llegar a Meroe antes de que fuera demasiado tarde.