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El Nilo, 17 de noviembre de 1914

Las rutinas diarias terminaron por relajar el ánimo de los cuatro compañeros. Pasaban muchas horas charlando, durmiendo o simplemente contemplando el paisaje. No había mucho más que hacer. Procuraban atracar por las noches en algún pequeño puerto y partían antes de la puesta de sol. El calor era incesante y lo único que variaba eran las orillas del río, que a ratos se convertían en estrechas lenguas verdes que ya no ocultaban el temido desierto.

A medida que viajaban más al sur, los pueblos se espaciaban más. Podían recorrer decenas de kilómetros sin cruzarse con otra embarcación y sin ver a ningún nativo. La influencia árabe en los habitantes de las orillas decrecía a medida que se alejaban de El Cairo. Cuanto más al sur, más africanos parecían los nativos. Era curioso observar como los habitantes de los pueblos más al norte despreciaban las costumbres y los hábitos de los que estaban más al sur. Su aspecto también era distinto. La mezcla entre árabes, egipcios y nubios era cada vez más evidente.

La rutina al llegar al puerto era siempre la misma. Decenas de personas se agolpaban a su alrededor y les pedían propina. Los marineros los echaban y ellos caminaban un poco por la aldea o el pueblo. Aquellos paseos nocturnos eran una fuente de relajación. Pasar la mayor parte del tiempo en el Cleopatra podía convertirse en tedioso y desesperante. Todo marchaba demasiado lento en Egipto, como si el tiempo se hubiera detenido en la tierra de los faraones.

Hércules pasó por alto la mayoría de las ruinas con las que se encontraban. Había determinado que al regreso sería más fácil visitar los monumentos y hacerse con algunas obras interesantes. En España apenas había objetos egipcios y pensaba donar la mayor parte de las piezas que encontrara al Museo de Ciencias. Lincoln leía la Biblia constantemente, era el único libro que llevaba siempre encima. Aunque también procuraba pasar más tiempo con Alicia, ya que Hércules y la princesa se alejaban muchas veces en sus paseos nocturnos o charlaban durante horas solos en cubierta. Alicia se sentía halagada por la atención de su amigo, pero echaba de menos a Hércules. Lo conocía desde niña y, desde la muerte de su padre, él se había convertido en un padre para ella. Los marineros apenas se dejaban ver y no cruzaban palabra con ellos.

Todos sabían que en un par de días llegarían a Korosoko y la tensión fue creciendo al aproximarse a su destino. Cruzar el desierto podía resultar mortal, pero en cierto modo confiaban en su buena estrella. La misma que les había librado de muchos peligros en Europa justo antes de que la guerra estallara.

En un par de días medirían sus fuerzas frente al verdadero Egipto, el duro y peligroso país del desierto.