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Pirámides de Giza, 18 de octubre de 1914

Hércules cogió en brazos a la princesa y bajó hasta la base de la pirámide. Allí, Lincoln se sujetaba su mano herida mientras Alicia arrancaba un jirón de su falda para cortar la hemorragia.

—¿Se encuentran bien? —preguntó Hércules, dejando a la princesa inconsciente sobre uno de los bloques.

—Afortunadamente podremos contarlo —dijo Lincoln con un gesto de dolor, cuando Alicia apretó el torniquete.

Alicia tomó una de las cantimploras y limpió la herida de la mano. El corte era limpio, pero profundo. Afortunadamente no había tocado ningún tendón importante. Después tapó la herida con otro trapo, ante las muecas de dolor de Lincoln.

—No se quejará de su enfermera —dijo Hércules intentando animar a su amigo.

—¿Mi enfermera? Mi ángel de la guarda. Acaba de salvarme la vida. Si no hubiera disparado a ese tipo, ahora sería yo el cadáver —dijo Lincoln mirando a Alicia.

—No ha sido nada —dijo la mujer mientras se acercaba a auxiliar a la princesa, que empezaba a despertarse.

—Estos jinetes negros no se parecen en nada a los tipos que nos atacaron el otro día en la iglesia. Aquellos huyeron en cuanto vieron resistencia —dijo Hércules examinando uno de los cuerpos.

—No sé si se conocían o no, pero lo único que me importa es que ahora están muertos. Creo que, sean quienes sean, vigilan nuestros pasos por El Cairo —dijo Lincoln poniéndose en pie.

Hércules levantó una de las cimitarras y comenzó a examinarla detenidamente. Su filo brillaba con los centelleos de la luz solar. El hombre pasó ligeramente el dedo y lo apartó con un gesto de dolor.

—Está muy afilada. ¿Es una cimitarra, verdad? —preguntó a Lincoln.

El americano era un verdadero experto en armas de todos los tipos y época.

—No exactamente —dijo Lincoln mirando la espada con detenimiento—. ¿No ve la forma? Es más fina que una cimitarra y su curvatura está más pronunciada. Yo diría que se trata de un shamsir persa.

—¿Un shamsir persa? —preguntó Hércules.

—Es una especie de sable oriental. Es muy utilizado en Persia.

—¿Es un arma persa? Estos tipos no parecen soldados turcos —dijo Hércules descubriendo el rostro de uno de los cadáveres.

Alicia se acercó con la princesa, que se había cambiando la ropa ensangrentada y se había vuelto a poner su chador. Todos la miraron y ella comenzó a sentirse molesta.

—Yamile, ¿sabes quiénes son estos hombres? —preguntó Hércules.

—No los he visto jamás —contestó la princesa.

—Pero no parecen turcos —dijo Lincoln.

—No, no son turcos —contestó la princesa.

—¿Hay algo que no nos has contado? —preguntó Alicia, frunciendo el ceño.

La princesa comenzó a llorar y se cubrió el rostro con el velo. Hércules se acercó a ella y la abrazó.

—Yamile, tranquila, tan solo queremos ayudarte, pero para ello tenemos que saber toda la verdad.

La princesa levantó la mirada y, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada, les dijo:

—Os contaré toda la verdad, pero no aquí. Ya no estamos seguros en El Cairo. Tenemos que partir cuanto antes.