Roma, 813, año sexto del reinado de Nerón[4]
Nerón se aproximó a la gran balconada y observó Roma en mitad de la noche. Las luces de las casas salpicaban sus siete colinas y el rumor de sus habitantes se resistía a desaparecer. A su lado, su consejero Sexto Afranio permanecía en silencio.
—Sexto, ¿está todo preparado?
—Sí, césar. Hay dos legiones dispuestas a zarpar en el puerto de Ostia en cuanto deis la orden.
—Lo he meditado largamente. Esos esclavos nubios pudieron mentirme, pero ¿por qué iban a hacerlo? Ya estaban condenados a morir.
—Es cierto, césar.
—Ningún romano ha marchado tan al sur del Nilo.
—Que sepamos, no. El primer hombre griego que visitó Egipto fue Herodoto; se cree que Diodoro también estuvo allí; Estrabón vivió durante un tiempo en Alejandría y viajó con su amigo Elio Galo hasta el sur de Tebas. Julio César también navegó por el Nilo con Cleopatra, pero nadie lo hizo nunca más allá de los límites conocidos.
—Entiendo. ¿Qué podemos perder? ¿Dos legiones de soldados pretorianos? Esos hombres viven solo para adorarme —dijo Nerón, incorporándose y entrando en el amplio salón.
—Pero, ¿hace falta que las legiones sean de su guardia pretoriana? Son los hombres mejor preparados del imperio. A Roma no le sobra ni un legionario.
—No podría enviar a hombres más capaces. No me fío del resto de mis legiones y menos para una misión tan importante. Tienen que encontrar la joya y traerla hasta aquí.
—En ese caso, ¿no sería mejor que fueran a buscar la joya un grupo reducido de hombres? De esa manera llamaría menos la atención, los nubios pueden ponerse nerviosos cuando vean aparecer un ejército romano.
—¡No! —gritó Nerón, que no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria.
—César… —dijo el consejero, tembloroso.
—Necesito esa joya. ¡Estoy rodeado de enemigos y solo ella puede asegurarme la supervivencia! —dijo Nerón, con los ojos desorbitados. Las conspiraciones le rodeaban por doquier y no lograba descansar desde hacía semanas.
—La encontrarán. Si está allí la encontrarán y la traerán hasta Roma.
—Eso espero, Sexto. Para el bien del imperio y de su césar —dijo Nerón poniendo su fría mano sobre la frente.