La joya centelleó en medio de la gran sala del trono. El susurro del viento movió las cortinas y Yamile atravesó el gran arco con sigilo. Se acercó a la vitrina y observó los destellos del inmenso rubí. Por unos instantes aguantó la respiración y pudo escuchar los latidos desbocados de su corazón. Si alguien la veía a aquellas horas intempestuosas frente al Corazón de Amón, nadie le diría nada, pero el sentirse tan cerca de su libertad la hizo estremecer. Ella era la favorita de su señor, si alguien podía ver aquella joya era ella. ¿Acaso no la había lucido el día de su desposorio? ¿No era ella la esposa del gran Mehmed V?
Yamile abrió la vitrina con cuidado y al coger la joya entre sus manos experimentó la misma sensación que cincuenta años antes, cuando siendo todavía una niña virgen se desposó con el sultán. Un escalofrío recorrió su espalda y por unos instantes la habitación se llenó de una cegadora luz roja. En su mente se agolparon las imágenes de toda una vida. Su infancia en Hungría, la guerra, su padre, su secuestro por una casamentera armenia y su estancia en el palacio del sultán hasta su boda. Cincuenta largos años de cautiverio. Entonces, escuchó una voz en su cabeza. Esa era la noche elegida. Debía abandonar el harén antes del amanecer.
Unos pasos la devolvieron a la realidad. Su amado Omán la miró con ternura y Yamile se acercó hasta él con la joya en la mano. Sin mediar palabra salieron de la gran sala del trono y se dirigieron a la balconada que comunicaba el harén con Estambul. Omán acomodó a la princesa en una gran cesta de mimbre y comenzó a bajarla por la pared. Cuando estaba en el suelo, Omán ató la cuerda a una columna de alabastro y se acercó hasta el borde del balcón. Levantó la vista y observó la noche estrellada y la media luna que brillaba en el firmamento. Sonrió y puso una de sus babuchas en la pared. Una cimitarra silbó en el aire y la cabeza de Omán se separó de sus fuertes hombros cayendo al vacío. Yamile lanzó un grito al ver la cabeza de su siervo junto a sus pies y comenzó a correr por las callejuelas de la ciudad. Su respiración agitada y el corazón a punto de estallar agotaron sus fuerzas en un momento, pero extrajo de su manto el rubí y lo acarició con ternura. La joya brilló intensamente y las fuerzas de la mujer se renovaron de repente. Ahora sabía dónde debía buscar. El Corazón de Amón la guiaría hasta el lugar del que fue extirpado hacía mil años y ella recuperaría su hermosura, para siempre.