«La historia de la filosofía nos enseña a distinguir dos clases de pensadores.
Los hay que escogen su orientación y marchan metódicamente hacia su meta, elevándose, grado a grado, hasta una síntesis querida y premeditada.
Están los otros que van, sin método aparente, adonde los conduce su fantasía pero cuyo espíritu está de acuerdo en que todas las ideas se armonizan naturalmente entre sí. Su reflexión, partiendo de no importa dónde y adentrándose por no importa qué sendero, logra llevarlos siempre al mismo punto. Sus intuiciones que nada tienen de sistemáticas, se organizan a sí mismas en sistemas. Son filósofos sin haber intentado serlo, sin haber pensado siquiera en ello.
A la raza de estos últimos pertenece el ilustre Gabriel Tarde.»