Una historia realmente peregrina
—¡Buenos días, señor! —saludó Fatty.
Goon estaba tan asombrado que no acertó a articular una palabra. El jefe saludó sucesivamente a Fatty y a su subordinado.
—Buenos días, Federico. ¡Hola, Goon! ¿Usted también por aquí? ¡No esperaba verle!
—Ha venido por casualidad —explicó Fatty—. Todos mis amigos han acudido también, señor.
El jefe saludóles a todos militarmente y ellos saludaron a su vez. Ern incluso entrechocó los talones al cuadrarse.
—Bien —suspiró el jefe—, y ahora vayamos al grano. Tú, Federico, has telefoneado diciendo que has desentrañado el caso Lorenzo por completo. ¿Significa eso que sabes dónde están los Lorenzo?
—Sí, señor —contestó Fatty al punto.
Goon quedósele mirando con ojos desencajados y tragó saliva, desconcertado. ¿Era posible que aquel entrometido de chico supiera «dónde» estaban los Lorenzo?
—¡No me digas que también sabes dónde está el «cuadro»! —exclamó el jefe, riéndose.
—«Creo» que sí lo sé, señor —declaró Fatty—, pero si no lo adivino, no le resultará a usted difícil obligar a los Lorenzo a decir dónde lo tienen.
—Supongo que usted también ha intervenido en todo esto, ¿no? —inquirió el jefe, volviéndose a Goon.
El policía meneó la cabeza, sin resolverse a hablar.
—Bien, Federico —prosiguió el jefe, encarándose de nuevo con Fatty—. ¿Dónde «están» los Lorenzo? Puesto que me has citado aquí, me figuro que andan escondidos en este sector.
—En efecto, señor —corroboró Fatty—. Están escondidos en la casita de los Larkin.
—¡Eso no es cierto! —espetó Goon—. Le suplico que me perdone, señor; pero debo decirle que he registrado tres veces esa casa y sólo están en ella los Larkin. ¡Puedo jurárselo!
—Sea como fuere, los Lorenzo están allí —insistió Fatty—. Venga usted conmigo, jefe, y se lo demostraré.
Y, sin más, el muchacho abrió la marcha, seguido de sus asombrados compañeros. ¿En qué clase de escondrijo estarían los Lorenzo? ¡Debía de ser muy pequeño! Goon siguióles también, irritado e incrédulo.
Fatty llamó a la puerta de la casa. Acudió a abrirla el viejo Larkin, siempre con su consabida gorra y su sucia bufanda alrededor del cuello.
—¿Qué deseas? —preguntó, escrutando a Fatty a través de los gruesos cristales de sus gafas.
Luego, al ver al resto de los chicos y al alto superintendente de la policía, hizo ademán de cerrar la puerta precipitadamente. Pero Fatty, apresuróse a impedírselo con el pie, anunció:
—Vamos a entrar, señor.
El agente que acompañaba al jefe mantuvo abierta la puerta, en tanto todos, incluso «Buster», entraban en fila en la casa. La señora Larkin no estaba en el vestíbulo. A juzgar por los ruidos procedentes de una habitación inmediata, andaba manipulando cacharros en la cocina.
—¿A qué viene todo esto? —gruñó Larkin, con su cascada voz de viejo—. Yo no he hecho nada.
La pequeña estancia estaba tan abarrotada con todos aquellos inesperados visitantes, que Larkin retrocedió unos pasos.
—Aquí está «uno» de los Lorenzo —exclamó Fatty.
Y con un rápido ademán despojó al hombre de la gorra, de la barba y de sus pobladas cejas. Las gafas corrieron la misma suerte. Al punto Larkin quedó convertido en un hombre mucho más joven, colérico y asustado.
—¡Cáaaaspita! —exclamó el superintendente, estupefacto, lanzando un silbido de asombro—. ¡«Bill Lorenzo»! ¡Caramba! ¡Es posible que sea usted un actor de cuarta categoría, pero en cuanto a falsario se lleva usted la palma! ¡Qué modo de embaucarme! ¡Le vi personalmente al principio de este caso y habría jurado que era usted el viejo Bob Larkin!
—«Entonces», no era él —explicó Fatty—, sino el verdadero señor Larkin. ¡Mire usted! ¡Ahí viene la otra!
Al oír voces, la señora Larkin había abierto la puerta de la cocina y permanecía allí, paralizada de miedo con la pequeña «Poppet» en brazos. Pero antes de que pudiera cerrar la puerta, Fatty le cortó el paso.
—¡Y aquí está «la señora» Lorenzo! —profirió el muchacho, arrancándole su rara peluca.
Debajo de ésta apareció una cabellera rubia, dorada, espesa y ondulada. Entonces, la mujer, quitándose las gafas oscuras y mirando al sorprendido jefe con aire de desafío, confesó:
—¡Está bien! Soy Gloria Lorenzo y me alegro de poder librarme de esta inmunda peluca de la señora Larkin.
Luego, volviéndose a su marido, agregó:
—Esto se ha acabado, Bill.
El hombre asintió en silencio. Era sorprendente el cambio operado en ambos al ser despojados de sus gafas y aparecer con su propio pelo y la postura erguida. ¿Cómo podían haberles tomado por viejos y feos?
—¡Qué maravilloso disfraz! —exclamó Fatty, realmente admirado—. ¡Y que buen resultado les dio! ¡Nadie sospechaba ni remotamente que «suplantaban» a los auténticos Larkin!
—Por cierto, ¿dónde están los Larkin? —inquirió el jefe, lanzando una mirada circular.
—Bob Larkin estuvo aquí anoche —intervino Goon—. Le vi perfectamente y también a este sujeto.
—¿Cómo? —exclamó el jefe, asombrado—. ¿«A los dos juntos»? ¿Por qué no obró usted en consecuencia? A buen seguro, debía de antojársele muy raro ver a «dos» Bob Larkin.
—Uno de ellos era «yo» —declaró Fatty sin rodeos—. Yo también me disfracé de viejo Larkin. Siento haberle paseado por todo el pueblo, anoche, señor Goon. ¡Con todo, me divertí de lo lindo columpiándome!
Goon estuvo a punto de desmayarse. Bamboleándose, retrocedió a la pared y recostóse en ella con la mano ante los ojos. ¡Total que la noche anterior había estado persiguiendo a «Fatty» en lugar de a Bob Larkin y, para colmo, el Larkin que había visto no era el verdadero! ¿Cómo se explicaba aquello?
—¿Y qué ha sido de los «verdaderos» Larkin? —preguntó el jefe—. Me interesa extraordinariamente saberlo. ¿Están sin novedad?
—Verá usted, señor —explicó Fatty—. Como usted sabe, los verdaderos Larkin se quedaron aquí al cuidado de «Poppet», a la que, por cierto, daban muy mal trato. Luego, una noche, los Lorenzo alquilaron una lancha motora en Maidenhead y vinieron aquí por el río, hasta detenerse en medio de la corriente, frente a la casilla de botes de la finca…
—¿Cómo sabes todo esto? —inquirió Bill Lorenzo, contrariado—. ¿Nos ha traicionado alguien?
—No —limitóse a contestar Fatty.
Después, volviéndose de nuevo al jefe, agregó:
—Ern oyó ruidos durante la noche, señor, y más tarde nosotros atamos cabos y colegimos que se trataba de una lancha motora. Ahora bien: por algún conducto —no sé cuál— el «verdadero» Bob Larkin recibió instrucciones de estar presto aquella noche para salir al encuentro de la lancha con el bote guardado en la casilla y, en efecto, remó hacia ella y volvió con los dos Lorenzo.
—Prosigue —instó el superintendente, escuchando atentamente.
—Bien —continuó Fatty—, según mis deducciones, los Lorenzo y los Larkin trocaron sus respectivas indumentarias, tras lo cual los Lorenzo quedáronse en la casita y los Larkin embarcaron en la lancha con destino a algún lugar seguro, probablemente con los bolsillos llenos de dinero cobrado a cambio.
—Sí, está todo muy claro —comentó el jefe, echando una ojeada a los dos mohínos Lorenzo—. Fue una idea muy astuta volver al punto de partida, esto es, justamente al lugar donde a nadie se le hubiera ocurrido buscarlos.
—Sí, muy ingeniosa, señor —convino Fatty—. Y como ambos son actores acostumbrados a maquillarse y a representar toda clase de papeles, no les resultó difícil imitar a los viejos Larkin. Como le he dicho antes, jefe, yo mismo imité tan bien a Larkin anoche que el propio señor Goon me siguió por todo el pueblo.
—¿Entonces eras «tú» el que vi anoche? —exclamó Bill Lorenzo—. ¡Pensé que era Bob Larkin en persona y no me explicaba su regreso!
—Ya sé —masculló Fatty—. Y fueron sus palabras las que en parte me han ayudado a comprenderlo todo. Dijo usted: «¿Por qué ha vuelto usted? ¿Para qué ha venido?». Y me llamó la atención que dijera usted semejante incongruencia a una persona vestida «como usted». Eso sólo podía significar una cosa: que usted no era Bob Larkin y, por ende, se imaginaba que éste «era» el otro individuo. Pero era yo.
Goon lanzó un gemido, incapaz de seguir el hilo de todo aquello. En cambio, los demás lo entendían perfectamente.
—¡Caramba, Fatty, tiene razón! —exclamó Bets, alborozada—. ¡Por eso te preguntó cosas tan raras!
—¿Qué es, «en realidad», lo que te ha dado la «clave» de todo? —interrogó el jefe—. Estoy seguro que, de haberlo dilucidado anoche, me habrías telefoneado entonces.
—Naturalmente —asintió Fatty—. Bien, verá usted, señor. De hecho, la solución me la han dado una porción de detalles. Por ejemplo: alguien entró en la casa grande anoche y lo único que al parecer se llevó fue un hueso de caucho tirado en el suelo. ¿Por qué? ¡Por la sencilla razón de que querían dárselo a un perro! Además, Bets vio botes de conservas en la mesa de la cocina, y mantas y edredones en la cama, cosas que a los Larkin no se les hubiera ocurrido coger.
—¡Ya te «decía» yo que no tocaras aquel hueso! —gruñó Bill Lorenzo a su mujer, con aire reprobatorio.
—Por otra parte, observamos que, mientras que al principio la señora Larkin trataba muy mal a la perrita, después cambiaba en absoluto de conducta, con gran contento del animal, cosa que, naturalmente, nos extrañó. Para colmo, Bets dijo algo revelador, que me indujo a verlo todo claro como el día.
—¿«Qué» dije? —preguntó Bets, asombrada.
—Dijiste: «Me alegro de que esa horrible señora Larkin se porte mejor con la pobrecilla “Poppet”. A juzgar por el modo que la mima, pudiera ser la propia señora Lorenzo». E inmediatamente lo vi todo claro. Saltaba a la vista que la presunta señora Larkin «era» la señora Lorenzo. Eso explica el cambio operado en «Poppet», la ida en busca de conservas y de mantas y, sobre todo, la extraña idea de tomar también un simple hueso de caucho. Con todos esos detalles, resultó todo muy fácil —concluyó Fatty, modestamente.
—¡Caramba, muchacho! —exclamó el jefe—. ¡Me dejas pasmado! Has resuelto ya varias cosas, Federico, pero con éste has batido todos los records. ¿Qué le parece a usted, señor Goon?
Goon no acertó a balbucear una sola palabra. Estaba completamente desorientado. Todo cuanto le apetecía era estar a muchas leguas de distancia.
—Has hecho un verdadero alarde detectivesco, Federico —ensalzó el jefe, calurosamente—. Te felicito de veras. ¿Qué hay del cuadro robado? ¿Tienes idea de dónde está? Dijiste que no estabas seguro sobre este particular.
Los dos Lorenzo se enderezaron, inquietos, mirando rápidamente Fatty.
—Los Lorenzo confían en que «no» lo sepa —dijo el muchacho—. ¡No les importa ir a la cárcel si les resta la esperanza de vender el cuadro a precio de oro cuando salgan! No estoy seguro de lo del cuadro, señor, pero puedo asegurarle que ya no está en su embalaje. Lo trajeron aquí en el bote la noche que los Lorenzo suplantaron a los Larkin. Entonces, estaba aún embalado.
—¿Qué ha sido de él? —inquirió el jefe.
—La pintura fue retirada del marco, y éste y el embalaje quemados en el jardín.
—¿Cómo sabes todo esto, muchacho? —exclamó Bill Lorenzo, maravillado.
—Cuestión de materia gris —murmuró Fatty.
Y dirigiéndose de nuevo al jefe, añadió:
—Verá usted, señor. Esta mañana Bets, al atisbar por la ventana el interior de esta sala, vio poner a la señora Larkin una alfombra debajo de la cesta de la perrita, al parecer demasiado bonita y buena para ese fin. Tengo la impresión de que la pintura está cosida dentro. Probablemente la alfombrilla lleva un forro de tela de cáñamo o de yute, y el lienzo está entre una y otro.
—¡Pero esa alfombra ya no está debajo de la cesta de «Poppet»! —profirió Bets, consternada.
—¡No importa! —intervino Ern—. ¡«Yo» sé dónde está ahora! ¡Liz y Glad nos lo han dicho hace un momento! ¿No os acordáis?
El jefe miró al muchacho, desconcertado.
De hecho, todos los presentes participaban de su evidente confusión.
—Liz y Glad son mis primas mellizas, señor —aclaró Ern—. Hace unos días, les mandé que vigilaran a los Larkin desde un árbol y esta mañana nos han salido al paso diciendo que habían visto a la señora Lorenzo colgando una alfombrilla en el tendedero, señor ¡Apuesto a que es la que buscamos! ¡Nadie se tomaría la molestia de examinar una esterilla tendida en un tendedero, señor! ¡Por consiguiente, constituye un magnífico escondrijo al aire libre! ¡Nadie sospecharía de una alfombra en un tendedero!
Fatty observó a los Lorenzo. Una expresión de profunda consternación invadía sus rostros.
—Vaya usted a por la alfombrilla —ordenó el jefe a su agente.
Todos salieron al jardín y contemplaron al sargento en su cometido de retirar una alfombra del tendedero. Goon permanecía cerca de la señora Lorenzo y el jefe al lado de Bill Lorenzo, por si acaso.
La alfombrilla fue descosida y, dentro, tal como Fatty había dicho, apareció la pintura intacta, envuelta sin arrollar en papel impermeable.
—¡Cáspita! —resopló el jefe—. ¡Un lienzo de cincuenta mil libras cosido dentro de una alfombra! ¡Me da grima mirarlo! Llévelo al coche, sargento.
Los Lorenzo fueron llevados también al coche, cuidadosamente escoltados por el corpulento sargento y por un pálido y silencioso señor Goon. «Poppet» despidióse de «Buster» con un ladrido. Bets habíase encargado de sujetar al «scottie» entre sus brazos durante todo aquel tiempo.
—¡Pobrecilla «Poppet»! —sollozó Bets, casi llorando—. ¡No debiera pertenecer a personas tan desagradables y horribles como ésas!
—¡Vamos, anímate! —sonrió el jefe, levantándola en alto—. ¡Qué chiquilla eres, Bets! Oye, Federico. Opino que esta última extraordinaria hazaña tuya merece celebración. ¡Te has superado a ti mismo, muchacho! ¡Vive Dios! ¡Qué bien voy a pasarlo cuando vengas a trabajar «a mis órdenes»!
—Gracias, señor —murmuró Fatty, modestamente—. ¿Me permite una sugestión, señor? Como hace mucho frío, propongo que vayamos todos a mi cobertizo a celebrar la cosa allí. Me consta que nuestra cocinera está haciendo pastelillos rellenos hoy, señor, y, además, tengo varias cosas que enseñarle, como por ejemplo una nueva dentadura postiza, un artilugio para agrandar las orejas y…
—¿Para agrandar las orejas? —interrumpió el jefe, soltando una carcajada—. ¡Oye, Federico! ¿Por qué no inventas algo para agrandar el cerebro y le das un poco al pobre Goon?
—¡Buena idea, señor! —sonrió Fatty.
Y se encaminaron todos a casa de éste, con inclusión de Ern. ¡Qué mañana!
¡Pero, ay, lo malo es que nosotros no podemos seguirlos! La puerta del cobertizo está cerrada y en el aire flota un exquisito olor a pasteles rellenos de frutas y especias. ¡Eh, Fatty! ¡Por lo que más quieras! ¡No tardes mucho en ofrecernos un nuevo misterio!
FIN