Capítulo XXI

Más enigmas

Media hora más tarde Fatty hallábase tomando un baño caliente, recapacitando sobre aquella extraordinaria noche. ¡Necesitaba ordenar sus ideas!

Ante todo, ¿telefonearía al jefe para contarle lo de la escalera? No. De hacerlo, veríase obligado a explicarle también su mala idea de disfrazarse de Larkin y el paseo que había dado a Goon, y algo le decía en su interior que al jefe no le parecería bien. ¿Presentaría Goon un informe sobre lo sucedido durante la noche? ¿Cómo explicaría lo de los dos Larkin?

Para colmo, quedaba por aclarar lo de aquella escalera. Fatty inclinábase a creer que el ladrón había subido por ella, probado a abrir la puerta del balcón y renunciado a la idea al comprobar que, «además» de cerrada con llave, tenía echado el cerrojo. En todo caso, había que ser muy atrevido para volver a probar fortuna después de oír todas las voces y las idas y venidas habidas en la finca. Fatty estaba convencido de que si el ladrón «hubiese» merodeado por allí, habría ahuecado el ala a la primera ocasión.

Sentía haber asustado a la señora Larkin. Recordó, asimismo, la cara de horror de Goon al ver «dos» señores Larkin a la luz de la linterna. «¡Dos!». ¡Sin duda, el policía habíase figurado estar viendo visiones! Con una sonrisa, Fatty procedió a enjabonarse todo el cuerpo.

Al propio tiempo, evocó al señor Larkin. ¿Qué había dicho éste al verle por primera vez? Fatty frunció el ceño, tratando de recordar. Era algo así como: «¿Por qué ha vuelto usted? ¿Para qué ha venido?».

Estas palabras resultaban realmente peregrinas… a menos que Larkin le hubiese tomado por Lorenzo. A buen seguro, no había podido verle bien en la oscuridad. O bien Fatty había oído mal sus preguntas. Por último, dejando a un lado el incidente, el muchacho volvió a considerar la alternativa de telefonear al superintendente Jenks. Por fin, enjabonándose de nuevo, resolvió:

—No, dejaré las cosas como están. Desde luego, si Goon le telefonea con el cuento de haber visto a dos Bob Larkin, y el jefe ata cabos y llega a la conclusión de que uno de ellos era yo, me esperan complicaciones. De todos modos, me arriesgaré. ¡No creo que Goon «presente» ese informe!

Efectivamente, Goon no lo presentó. Cuando por fin llegó a su casa, entre furioso, asustado y aturdido, sentóse pesadamente en su sillón con la mirada perdida en el vacío. Como no se acordaba ni remotamente de que había encargado a la asistenta que acudiera a prepararle la cena aquella noche, al llamar ésta a la puerta, el hombre casi botó en su asiento de sobresalto, en tanto miraba la puerta de hito en hito como si temiera la aparición de un nuevo señor Larkin.

—¿Quién… quién es? —tartamudeó Goon con voz empañada.

—Soy yo —contestó la mujer, asomando su desgreñada cabeza por la puerta y, al parecer, algo sorprendida por el inusitado tono de su patrón—. ¿Quiere usted la cena?

—¡Ah! —exclamó Goon con voz más natural— ¡Sí, claro! Tráigamela.

Las adversas incidencias de la noche no le habían quitado el apetito. Mientras comía el estofado, el hombre fue recuperándose poco a poco del susto.

—«Dos» Larkin —reflexionó—. Eran dos, no cabe duda. Tan cierto como que estoy aquí sentado. Pero ¿qué dirá el jefe si le envío un informe diciendo que vi «dos»? Apuesto a que saldría con algún comentario como éste: «Mi querido Goon, sin duda debe de haber visto visiones. ¿Por qué no se compra unas gafas?».

Goon imitó la voz del jefe, muy satisfecho del efecto logrado.

—¿Cómo dice usted, jefe? —interrogó, prosiguiendo el imaginario diálogo—. ¿Que necesito gafas? Permítame que le diga que no necesito sus consejos. Lo único que me hace falta es un ascenso. Conste que ya es hora de que me lo concedan…

Una vez más sobresaltóse al oír llamar de nuevo a la puerta. Pero no tenía por qué asustarse. Por segunda vez, tratábase de la asistenta.

—¡Aaah! —exclamó ésta—. ¡Pensé que había otra persona aquí! ¡Me ha parecido oír que hablaba usted con alguien!

—Tráigame el budín —le ordenó Goon arrogantemente.

¡Ajá! ¡Ojalá hubiera tenido delante al jefe en aquel momento para decirle cuatro verdades! En cuanto a lo de los dos Larkin, mejor sería callárselo. No estaba muy seguro de «haber» visto dos. ¿Sí, no? ¡Ah! ¡Allí estaba su budín, apetitoso y humeante!

A la mañana siguiente Fatty convocó a los demás para informarles de lo sucedido. ¡Tenía tanto que contarles! Habíase levantado muy temprano al recordar de pronto que la noche anterior había dejado la bicicleta cerca del domicilio de Goon y, naturalmente, no le interesaba que el policía la viese allí. Así, pues, antes de las ocho Fatty fue a por ella y experimentó un inmenso alivio al comprobar que aún estaba allí.

—¡Fatty! —exclamó Bets, intrigada—. ¿Qué pasó anoche? ¿Te vio Goon?

Fatty asintió, muy satisfecho de sí mismo a la sazón. ¡Menuda historia tenía que contarles! Los otros la escucharon entre grandes carcajadas. Ern rodó por el suelo, incapaz de contener su hilaridad. La idea de su temido tío persiguiendo a Fatty por todo el pueblo y observándole incluso mientras se columpiaba era demasiado para él.

—¡Por favor, Fatty! —suplicó el pobre Ern—. ¡Para un momento! ¡Deja que me recupere! ¡Oooh, mis costados! ¡Para, Fatty, por favor!

La historia llegó por fin a su emocionante final. Todos escuchaban con suma atención, incluso «Buster». Y cuando Fatty llegó al momento en que había tropezado con la escalera de mano, todos lanzaron exclamaciones de asombro.

—Aquí está el chichón que me di en la frente, ¿veis? —concluyó Fatty, mostrándoles un magnífico chichón.

—¡Oh! —suspiró Bets—. ¡Hubiera dado «cualquier» cosa por haberlo visto todo! ¿Qué hiciste después de bajar de la escalera, Fatty?

—Volver a casa a tomarme un baño —respondió Fatty, optando por no estropear aquella emocionante historia relatando su precipitado regreso a casa, bajo los efectos del miedo.

—¡Una noche muy interesante! —comentó Pip—. Sin embargo, no parece muy reveladora. Seguimos estancados, ¿verdad, Fatty? ¿Tienes algún plan para esta mañana?

—He pensado que podríamos ir a ver si la escalera continúa allí —masculló Fatty—. A lo mejor, encontramos huellas digitales o algún otro indicio al pie de la misma.

—No comprendo por qué el viejo Larkin te preguntó por qué habías vuelto cuando te vio —murmuró Larry—. Sin duda, te tomó por Lorenzo.

—Sí, eso mismo pensé «yo» —suspiró Fatty—. Si me hubiera visto «bien», no me habría formulado tan estúpida pregunta. No obstante, la señora Larkin me vio perfectamente. Por eso tuvo aquel susto. ¿Os imagináis su sorpresa al ver otro Larkin fuera de la casa?

—Vámonos —propuso Pip, levantándose—. Ha sido una aventura maravillosa, Fatty. ¡Ojalá tuviera valor para hacer lo que tú! Lo malo es que no lo tengo. Y si lo tuviera, mis andanzas no tendrían tan buen fin como las tuyas. Me pregunto qué pensará Goon esta mañana.

Tomaron todos sus bicicletas, en tanto «Buster» se acomodaba en la cesta de la de Fatty. Por el camino, decidieron no entrar en la finca por el portillo del río, temerosos de que le viejo Bob Larkin estuviese de mal talante por los acontecimientos de la noche anterior.

En consecuencia, pasaron de largo hasta llegar a un lugar por donde podían meterse fácilmente en los jardines de la finca. Dejaron, pues, las bicicletas allí y encamináronse a la casa grande.

—La escalera está al otro lado —cuchicheó Fatty, encabezando la marcha hacia allí.

Pero, apenas dobló la esquina, advirtió que la escalera había desaparecido.

—¡Ya no está! —barbotó—. ¡Según eso, es posible que el ladrón entrase después de mi marcha! ¡Sin duda volvió por aquí! ¡De otro modo no hubiera podido llevarse la escalera! ¡Cáscaras! Ahora lamento no haber dado parte. ¡A lo mejor hubiera evitado un robo! ¿Creéis que logró meterse en la casa? ¡Fijaos! ¡Ahí en el suelo hay las marcas del pie de la escalera!

—Demos la vuelta a la casa para atisbar por las ventanas y ver si hay alguna habitación revuelta —propuso Daisy.

Pero la gestión resultó inútil porque, al parecer, todo estaba en orden.

Por último, llegaron a la última ventana.

—Ésta es la sala del jarrón con las flores marchitas —recordó Fatty—. ¡Mirad! ¡Aún están ahí, más marchitas que nunca! Y las sillas siguen todas enfundadas.

El muchacho dio una mirada circular, recordando todos los detalles. De pronto, frunció el ceño. Estaba seguro de que faltaba algo, algo que le había llamado mucho la atención. Sí, junto a aquel taburete recordaba haber visto un pequeño hueso de goma en el suelo. ¡Pero al presente había desaparecido!

Fatty escudriñó la estancia, tratando de localizarlo. No cabía duda. ¡Había desaparecido! ¡Qué desconcertante!

—¡Falta una cosa! —exclamó—. Un pequeño hueso de goma, un juguete de perro que probablemente pertenecía a «Poppet», la perrita de lanas. Recuerdo haberlo visto junto a ese taburete.

—Debes de estar confundido, Fatty —objetó Larry—. ¡A nadie se le ocurriría robar un hueso de goma! Además, todo está en orden. No creo que el ladrón pudiera entrar.

—«Te repito» que vi un hueso de goma —insistió Fatty—. No suelo equivocarme en cosas así. Me parece muy raro, lo que se dice muy raro.

Los muchachos alejáronse de la casa para merodear un poco por los jardines. «Buster» se fue por las suyas. Acababa de ocurrírsele una buena idea: ir a jugar un rato con aquella linda perrita de lanas.

A tal efecto, el «scottie» dirigióse a la casita de los Larkin y ladró queda y cortésmente. «Poppet» saltó al punto a la repisa de la ventana.

Al oír ladrar a «Buster», Bets fue corriendo a buscarlo, pero apenas vio a la perrita en la ventana, la niña quedóse boquiabierta de asombro, miraba fijamente algo que el animalito tenía en la boca. Por fin, cuando volvió en sí de su sorpresa, la chiquilla precipitóse en busca de Fatty y, con el rostro sofocado de excitación, profirió:

—¡Escucha, Fatty! ¡«Poppet» está en la ventana con un hueso de goma en la boca!

Fatty emitió un silbido y, acompañado de los demás, descendió cautelosamente por el sendero. En efecto, al otro lado de los cristales de la ventana estaba «Poppet» tratando en vano de ladrar con el huesecito de caucho entre los dientes.

—Sí, ése es —declaró Fatty—. Ven acá, «Buster». Propongo que vayamos todos al lugar donde hemos dejado las bicicletas para cambiar impresiones. Esto es importante.

Todos retrocedieron al punto de partida, presas de gran agitación.

—Sin duda fueron los «Larkin» los que entraron en la casa anoche —comentó Fatty con ojos centelleantes—. Ninguna otra persona hubiera tenido interés en apoderarse de un hueso de goma. En cambio, «ellos» tienen un perro a su cargo, y es natural que se molestaran en ir a por él para dárselo a «Poppet»…

—A mí no me parece tan natural —repuso Bets—. Sabemos perfectamente que tratan muy mal a «Poppet» e incluso oímos que la «zurraban», como ellos dicen. Por consiguiente, no creo que se tomaron la «molestia» de ir en busca de un juguete.

—Y, no obstante, ahora «Poppet» lo tiene en su poder —murmuró Fatty—. Bien, en este caso, ¿qué otra persona pudo habérselo dado?

—La señora Lorenzo —respondió Bets—. Tal vez fueron los Lorenzo quienes entraron en la casa anoche. Es posible que volvieran por aquí otra vez.

—Sí, no sería raro —convino Fatty—. Eso explicaría que Larkin me tomase por Lorenzo y me preguntase por qué había vuelto.

—¡Mirad! —exclamó Bets—. ¡Ahí viene «Poppet»! Debe de haberse escapado de la casa para reunirse con «Buster». ¿Oís? La señora Larkin la está llamando.

—Llévasela, Bets —ordenó Fatty—; procura trabar conversación con ella. ¡A lo mejor, le «sacas» algo!

—De acuerdo —accedió Bets, algo asustada.

Y tomando en brazos a la pequeña «Poppet», remontó el sendero del río en dirección al portillo de la finca, seguida de «Buster», que por cierto no cejaba en su intento de saltar para lamer el hocico de la perrita.

Bets encaminóse directamente a la casita. A sus oídos llegaban las voces de la señora Larkin llamando a «Poppet» en los alrededores de la casa grande. Bets se dijo que, aprovechando la ausencia de la vieja, no estaría de más echar una ojeada a aquel hueso de goma para informar a Fatty exactamente de su aspecto.

Así, pues, Bets deslizóse al interior de la casita en busca del juguete. No vio rastro de éste, pero en cambio vio otras cosas que la dejaron pasmada.

¡La mesa de la cocina estaba atestada de grandes y costosas latas de conservas! ¡Qué raro! Luego, Bets, entrando de puntillas en el dormitorio, vio sobre la cama, primorosamente dobladas, un par de mantas limpísimas y un edredón. Saltaba, pues, a la vista que «eran» los Larkin quienes, por medio de aquella escalera, «habían» entrado en la casa grande, robado alimentos y ropa de cama, y recogido el hueso de caucho de «Poppet» para llevárselo.

«¡Qué descubrimiento!». ¡Fatty debía ser informado de aquello inmediatamente!