Suceden muchas cosas
Goon siguió a Fatty a prudente distancia. Por su parte, el muchacho, volviéndose a mirarlo de cuando en cuando, decidió llevarle a un solar en el que figuraban varios cobertizos, con la idea de echar un vistazo al interior de cada uno de ellos e intrigar a Goon con esta actitud.
Sin cesar de renquear, Fatty caminaba todo lo aprisa que podía, con gran asombro del señor Goon, que se maravillaba de que el viejo Larkin pudiera andar tan de prisa con una pierna mala. En cuanto a Fatty, maravillándose, asimismo, de que el grueso y corpulento Goon supiera ocultarse tan bien en las sombras. ¡Forzoso era reconocer que el policía demostraba ser muy listo en ocasiones!
Cuando el chico llegó a las parcelas de terreno, Goon lanzó un silbido de asombro. ¡Canastos! ¿Qué se proponía Larkin? ¿Robar herramientas o aperos de trabajo? ¡Con razón nunca le había gustado aquel individuo! ¡Y menos ahora que estaba inmiscuido en aquel caso Lorenzo! ¡A lo mejor sabía incluso dónde estaba el cuadro robado!
Fatty gozaba de lo lindo. Sin perder un momento, procedió a inspeccionar las barracas de los albañiles y hasta se inclinó a coger un poco de hierba.
«¿Qué es lo que hace ahora? —preguntóse Goon al verlo—. ¡Apuesto a que se dedica a coger coles de Bruselas! ¿Habráse visto bribón?».
Entonces, Fatty, alejándose de los solares, entró en unos jardines infantiles situados a poca distancia, en tanto Goon, apostado detrás de un árbol, observábale con recelo. ¿Con qué objeto entraba el viejo Larkin en el parque infantil? ¡Qué raro proceder!
De pronto, con gran estupefacción de Goon, Fatty sentóse en uno de los columpios y empezó a columpiarse de un lado a otro mirando con el rabillo del ojo al sorprendido policía.
—¿Pero qué hace ese hombre? —se dijo Goon, desconcertado—. ¡Debe de estar chiflado, completamente chiflado! ¿A quién se le ocurre venir aquí de noche a columpiarse? ¡Ah, caramba! ¡Ya se va! ¡No me sorprendería que estuviese al acecho para perpetrar un pequeño robo!
Fatty salió del parque infantil, cloqueando, camino de la alumbrada calle Mayor. Pero apenas llegó allí, alguien le detuvo.
—¡Caramba, Bob Larkin! —exclamó el desconocido—. ¡Cuánto tiempo sin verle! ¿Por qué no se viene a tomar un bocado conmigo y mi costilla?
Fatty contempló a su interlocutor, un hombre alto y delgado muy mal trajeado y con un mostacho de guías colgantes.
—¡Lo siento mucho! —repuso el chico, imitando la cascada y temblona voz de Larkin—. ¡Pero no puedo entretenerme! ¡Tengo algo que hacer!
Y, sin más, alejóse, cojeando. Goon emergió de la oscuridad. ¿Quién sería aquel individuo que había hablado con Larkin? ¿Algún enviado de los Lorenzo? Negras sospechas invadieron la mente del intrigado policía. ¿Qué demonios se proponía el viejo Bob Larkin?
A todo esto, Fatty volvió a llevarle al parque infantil y a sentarse de nuevo en el columpio. Por entonces, Goon no sabía qué pensar. ¿Estaría Larkin loco de atar o se limitaba a hacer tiempo paseando y columpiándose en espera de acudir a alguna cita?
Para dilucidarlo, el señor Goon resolvió interpelar al viejo Larkin, harto ya de ocultarse tras árboles y arbustos en aquella fría noche de enero para observar las idas y venidas de aquel viejo chalado que tan pronto curioseaba el interior de unas barracas como se sentaba a columpiarse en un columpio. Lo mejor era averiguar de una vez sus propósitos. Y, en consecuencia, le gritó:
—¡Eh, Bob Larkin! ¡Quiero hablar con usted!
Pero entonces; el viejo apretó el paso sin volverse, tratando, además, de ocultarse en la sombra de los árboles.
—¿Por qué no se detiene cuando se lo ordeno? —preguntóse Goon, cada vez más receloso—. ¡Conoce perfectamente mi voz! «¡Eh, Bob Larkin!».
Fatty siguió andando, sonriendo para sí.
«¡Vamos, Goon! —pensaba, regocijado—. ¡Esta caminata le sentará estupendamente! ¿Adónde iremos ahora?».
El muchacho se dijo que el mejor final de toda aquella pantomima sería conducir a Goon a la propia vivienda de Larkin. Entonces, él podría desaparecer fácilmente y Goon pensaría que el viejo Larkin había entrado en su casita. Ante semejante perspectiva, Fatty no pudo menos de cloquear, satisfecho.
Goon no tardó en darse cuenta de que Larkin se dirigía a su casa y echó a correr para alcanzarle. Su sorpresa fue inmensa al ver que la figura que le precedía empezaba a correr también, sin el menor indicio de cojera. ¿No estaría viendo visiones?
Perseguidor y perseguido recorrieron el sendero del río. A poca distancia hallábase el pequeño portillo trasero de la finca y el senderuelo que ascendía a la casita de Larkin, justamente bajo el alto árbol donde Ern tenía su atalaya.
Goon siguió a Fatty jadeando, y, tras franquear el portillo, remontó el sendero, ciego de ira. ¿Por quién le había tomado aquel viejo? ¡Ya le enseñaría él a respetar a la policía! ¿Cómo se atrevía a darle aquel paseo y a no contestarle cuando le interpelaba?
Escondido en un arbusto, Fatty vio acercarse a la casita al señor Goon. Éste llamó a la puerta con tal fuerza, que por poco se desuella los nudillos. Por fin, la puerta abrióse cautelosamente y Bob Larkin en persona asomó la cabeza por ella, contemplando con asombro el enojado semblante del policía.
—¡Vamos a ver, amigo! —rugió el señor Goon—. ¿Qué significa todo esto?
—¿A qué se refiere usted? —farfulló Larkin, pasmado.
—Conque esas tenemos, ¿eh? —resopló Goon—. No intente convencerme de que está usted en ayunas de todo lo ocurrido. ¿A quién se le ocurre darme esa caminata y columpiarse en el parque infantil como un orate?
El asombro de Larkin fue en aumento. Por último, volviéndose al interior de la casita, gritó a la señora Larkin:
—¿Verdad que esta noche no he puesto los pies fuera?
—No —respondió la mujer, tosiendo y estornudando.
—¿Se convence usted? —gruñó Larkin, volviéndose de nuevo al policía—. Ha cometido usted un ridículo error.
Entonces el hombre hizo ademán de cerrar la puerta, pero el señor Goon, interponiendo su enorme pie para impedírselo, resolló coléricamente:
—¿Se atreve usted a decirme que no ha estado usted merodeando delante de mí más de una hora? ¿Se atreve usted a negar que no anduvo fisgando en las barracas de aquel solar para ver qué podía llevarse…?
—¡Está usted loco! —espetó el señor Larkin, realmente alarmado.
—¿Para qué salió usted esta noche? —inquirió el señor Goon—. ¡Me interesa saberlo! Se arrepentirá usted de esto, Larkin. Está entorpeciendo la acción de la Ley y, como sabe usted perfectamente, puede usted ir a la cárcel por eso. ¿Dónde está mi libreta?
Mientras la buscaba, el policía apartó un instante el pie de la puerta. Entonces, el señor Larkin, rápido como una centella, la cerró de golpe. Casi sin transición, chirrió una llave en la cerradura.
Fatty echóse a reír, incapaz de contenerse por más tiempo. Pero, temeroso de que el señor Goon pudiera oírle, dirigióse a la parte trasera de la casita, con el pañuelo en la boca, y quedóse allí, refocilándose al considerar el asombro del viejo Larkin y la cólera del señor Goon. ¡Cielos! ¡Qué noche!
Por fin, se apaciguó. ¿Dónde estaría Goon? Al presente, no daba señales de vida. A buen seguro habríase vuelto a su casa, furioso, para redactar un informe sobre los acontecimientos de la noche. ¡Qué peregrino resultaría!
Fatty decidióse aguardar un par de minutos más, por si acaso Goon rondaba aún por allí, y tomó asiento en una vieja caja, con aspecto de pobre viejo cansado.
Entonces empezaron a ocurrir cosas otra vez. Súbitamente abrióse la puerta trasera de la casa y un rayo de luz iluminó de lleno al sorprendido Fatty. La señora Larkin apareció en el umbral con el evidente fin de echar unos desperdicios al cubo de la basura, y al ver a Fatty llevóse la mano a los labios para ahogar una exclamación y, loca de terror, entró corriendo en la casa dando voces.
Fatty se puso en pie, súbitamente serenado. No era su intención el asustar a nadie, pero, naturalmente, la señora Larkin habíase llevado una sorpresa al verle allí sentado.
—¡Me figuro lo que habrá sido para ella dejar al marido sentado dentro, abrir la puerta trasera y verle sentado fuera también! —reflexionó Fatty—. ¡No me extraña que haya chillado al ver un marido por duplicado!
Tras un titubeo, el chico optó por encaminarse al jardín de los Woosh, muy próximo a la parte trasera de la casa de los Larkin. No quería arriesgarse a que la señora Larkin le viera otra vez. ¡La pobrecilla se desmayaría del susto!
En el preciso momento en que intentaba deslizarse a través del seto, oyó salir a alguien de la casa de los Larkin, hablando con un apremiante cuchicheo ininteligible.
Al punto arrepintióse de haber elegido aquel lugar tan espeso del seto para pasar al otro lado, porque, mientras bregaba por hacerlo, alguien acercóse a él y le agarró por detrás. Fatty vislumbró el reflejo de unas gafas y reconoció al viejo Larkin en persona. ¿Qué haría ahora?
Rápidamente desasióse de la mano del hombre y, tomando impulso, cayó en el jardín vecino.
—¿Por qué ha vuelto usted? —insistió el otro con apremio—. ¿Para qué ha venido?
Pero Fatty huyó, sin detenerse a contestar. Lo malo fue que, al salir por el portillo de los Woosh, oyó una voz familiar que le decía:
—¡Vaya! ¡«Ya me figuraba» que volvería usted a aparecer, Bob Larkin! ¡Salta a la vista que esta noche «maquina» usted alguna fechoría! ¡Véngase conmigo!
Fatty tuvo un tremendo sobresalto. Goon estaba agazapado en unos arbustos y agarróle por un brazo. El muchacho logró desasirse, pero, al hacerlo, percibió un peculiar ruidillo indicador de que acababa de rasgársele el abrigo. Con todo, pudo escapar con la rapidez de una liebre, seguido del incansable Goon. ¿Adónde se dirigiría ahora?
El portillo posterior de los Larkin estaba abierto y Fatty precipitóse a través de él con la esperanza de poder esconderse fácilmente en los jardines de «Tally-Ho». Goon siguióle, jadeando. Mas he aquí que, atraído por el ruido, apareció Bob Larkin en persona por la esquina de la casita, tras fracasar en su intento de seguir a Fatty a través del seto.
Sucedió, empero que, al doblar la esquina, Fatty tropezó de manos a boca con él, y ambos rodaron por el suelo. En aquel momento llegó Goon y, ebrio de satisfacción, encaró la linterna hacia su presa. ¡Por fin había echado el guante a aquel sujeto!
¡Pero, cuál no sería su sorpresa al ver a «dos» señores Larkin en el suelo! En efecto, dos rostros con barbas enmarañadas, cejas pobladas y gruesas gafas mirábanle parpadeando a la luz de la linterna.
—¡Atiza! —barbotó el policía con mano temblorosa—. Pero ¿qué es esto? ¡No me gusta nada! ¡No… mmme… guuuuusta… naaaada…!
E incapaz de resistir más aquella pesadilla, el pobre Goon echó a correr por el sendero como si le persiguieran una docena de señores Larkin, al tiempo que emitía una especie de gemido. La situación era tan sumamente graciosa que, a no ser porque se había quedado sin aliento a consecuencia de la colisión con Larkin, Fatty hubiera prorrumpido en carcajadas.
—¿Y ahora qué? —farfulló el señor Larkin desabridamente—. ¿Está usted…?
Pero Fatty habíase perdido de nuevo entre las sombras de la noche, en dirección a la casa grande de la finca «Tally-Ho», diciéndose que allí encontraría muchos rincones para esconderse caso de que Larkin emprendiera su persecución.
Pero el viejo no volvió a dar señales de vida. El muchacho permaneció un buen rato cerca del cuarto de las calderas, atento al menor ruido, pero no oyó nada. ¡Vive Dios, qué noche!, pensó Fatty, suspirando. Y decidió regresar a casa, tanto más cuanto que sentíase asombrosamente cansado.
Con suma cautela abandonó, pues, su escondrijo para contornear la casa. La oscuridad era absoluta, ya que una serie de altos árboles rodeaban toda la villa, proyectando su sombra sobre ella. Con todo, Fatty no se atrevía a encender la linterna por temor a ser descubierto, y avanzaba queda y lentamente.
De pronto, su cabeza tropezó con un objeto duro. El chico se detuvo. ¿Qué era aquello? Con mucha precaución tendió la mano para palparlo. Parecía un largo palo de madera enderezado en posición oblicua. ¡Era una escalera! Una escalera encarada al balcón. ¡Sopla! ¿Qué significaba todo aquello?
Fatty trepó por los peldaños y, al llegar a la barandilla del balcón, saltó cautelosamente por encima de ella y buscó a tientas la puerta. ¿Habría alguien dentro de la casa?
Mas la puerta no se abrió. Estaba cerrada con llave. Fatty recordó que el superintendente habíale dicho que todas las puertas de la casa tenían echado el cerrojo por dentro, excepto la lateral con salida al jardín, la cual había sido provista de una cerradura especial, a fin de que únicamente la policía pudiera entrar y salir por ella.
En tal caso, ¿quién habría puesto la escalera allí? ¿Un ladrón cualquiera? ¿Estaría éste aguardando aún en la oscuridad furioso con Fatty por descubrir su escalera?
Súbitamente, Fatty fue presa de pánico y, descendiendo por la escalera a toda prisa, echó a correr hacia el portillo del río, viendo Goons, Larkins y ladrones en cada sombra, y ya no se serenó hasta hallarse sano y salvo en medio de una iluminada calle. Entonces avergonzóse de sí mismo por el miedo sentido. ¡Él no solía asustarse casi nunca! ¿Qué le había pasado?