Ern sigue a un sospechoso
Glad y Liz casi cayeron del árbol en su precipitación. Apenas abajo, dirigiéronse al pequeño cobertizo donde Ern procedía a reparar su bicicleta.
—¡Ern, hemos visto a un hombre! —declaró Glad con voz tan chillona que resonó por todo el jardín.
—¿Dónde? —inquirió Ern, levantándose sobresaltado—. ¿Quién?
Tras oír las explicaciones de Glad y Liz, el muchacho desapareció por el seto y, acercándose cautelosamente a la casita de los Larkin, se detuvo, aterrado. ¡El señor Goon estaba en la puerta hablando con la señora Larkin! Las mellizas no le habían visto porque el policía había llegado a «Tally-Ho» mientras ellas descendían del árbol.
El señor Goon descubrió a su sobrino en el preciso momento en que éste advertía su presencia en el lugar. ¿No estaría soñando? ¡Allí estaba Ern otra vez! ¡En el jardín de los Larkin!
El policía lanzó tal rugido que la señora Larkin desapareció inmediatamente en el interior de la casa, cerrando la puerta con estrépito. Ern quedóse tan petrificado que no acertaba a moverse.
—¿Qué haces «tú» aquí? —farfulló el señor Goon, avanzando hacia él majestuosamente—. ¡Ven conmigo! ¡Tengo algo que decirte!
Ern tuvo el tiempo justo de echar a correr por el sendero como alma que lleva el diablo, sin reparar en que, en dirección contraria, venía el señor Larkin cargado aún con su brazada de leña. El hombre soltó su carga por segunda vez, al tiempo que Ern tropezaba de manos a boca con él, derribándole casi por tierra. No obstante, el viejo logró agarrarle y sujetarle, un instante antes de que el corpulento corpachón del señor Goon le arrollase materialmente en su intento de dar alcance al muchacho.
—¡Cáscaras! —exclamó el señor Larkin, asustado y contrariado—. ¿Qué es esto?
—¡Sujete a ese chico! —ordenó el señor Goon, sin resuello—. ¡Sujétele!
El señor Larkin bregó en vano por retener al fugitivo, pero el señor Goon, logrando detenerlo, zarandeóle con tal fuerza que el pobre Ern perdió la noción de lo que estaba sucediendo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el señor Goon, coléricamente—. ¿Anda también merodeando por aquí tu amigo el gordinflón?
—No —repuso Ern, convencido de que Fatty y los demás miembros de la pandilla estaban jugando amigablemente en el cobertizo de los Trotteville.
—Oiga, señor Goon —intervino el viejo Larkin—. Hace un momento he visto vagar por estos jardines a un extranjero llamado Hoho-Ha.
—¿Por qué no me lo decía antes en lugar de quedarse ahí parado como un pasmarote? —gruñó el señor Goon, injustamente—. ¿Dónde «está» ese individuo?
—Suélteme, tío —gimió Ern, incapaz de aguantar más la presión de las manos del policía—. Yo también estaba persiguiendo a ese desconocido. Si me suelta, lo buscaré.
—¿Insinúas que tú también andabas detrás de él? —masculló el señor Goon, lanzando una mirada circular, con la esperanza de ver al extranjero.
—Deje que este chico lo busque, señor —sugirió el señor Larkin, casi invisible bajo su vieja gorra—. Un muchacho puede acechar tranquilamente sin ser visto. Usted hace demasiado bulto. Suelte a ese chaval y encárguele que siga a ese extranjero hasta que logre usted darle alcance y prenderlo.
—Si te suelto, ¿lo harás? —interrogó el señor Goon, dando una sacudida a su sobrino—. Ten en cuenta, Ern, que estoy ardiendo en deseos de ponerte sobre mi rodilla y darte la zurra más grande que has recibido en tu vida.
—¡No, tío! —suplicó Ern, casi lloroso—. Te prometo que, si me sueltas, buscaré a ese sujeto y lo seguiré a donde quiera que vaya. ¡Palabra, tío!
—Lleva un turbante —explicó el señor Larkin—, una especie de toalla alrededor de la cabeza —agregó, dirigiéndose al desconcertado Goon—. Por tanto, es fácilmente identificable. No puede estar lejos, pero si no suelta usted en seguida a este chico, le perderá el rastro.
Goon soltó el brazo de Ern y éste echó a correr, aliviado. ¡Qué mala suerte haber tropezado de nuevo con Goon en el preciso momento que se disponía a perseguir al desconocido para informar a Fatty! ¡Al presente, tendría que hacerlo por encargo de su tío, en detrimento de la investigación de su amigo Federico!
Ern recordó las lecciones que éste le había dado para seguir a un sospechoso, y fue quedamente de arbusto en arbusto, atento, vigilante. No tardó en percibir el crujido de una ramita en el sendero. ¡Sin duda el extranjero andaba por allí!
Ern atisbó a través de un arbusto. Pese a que estaba anocheciendo, entrevió a un hombre tocado con un turbante. ¡Era el que buscaba!
—¡Qué tipo más sospechoso! —se dijo Ern—. ¡Salta a la vista que no tiene buenas intenciones! Tendré que andar con cautela. ¡No sea que lleve un cuchillo!
El muchacho estaba emocionadísimo.
«¡Casi parece una película! —pensó, recordando los dramáticos momentos de algunos de los filmes del Oeste que había visto recientemente—. ¡Atiza! ¿Qué dirán Fatty y los demás cuanto se enteren de esto?».
El hombre del turbante descendió por el sendero en dirección al portillo que daba al río. Ern siguióle cautelosamente, a prudente distancia. Entonces, Goon, avistándoles a los dos, procedió a seguirles a su vez. Si no perdía de vista a Ern, éste le conduciría al lugar a donde se dirigía el desconocido.
Por su parte, Fatty no tenía la menor idea de que le seguían Ern y el señor Goon. Mientras andaba, pensaba en Larkin y en lo divertido que sería disfrazarse como él y encontrarle alguna mañana por la calle. ¿Qué «diría» Larkin si se enfrentaba con un doble de sí mismo?
Ern seguíale cautelosamente, conteniendo el aliento. Tras recorrer el sendero de la orilla, Fatty torció en dirección al pueblo de Peterswood. Ern siguióle a hurtadillas, amparándose en las sombras.
Goon cerraba la marcha, arrepintiéndose de haber dejado su bicicleta en casa de los Larkin. ¡Luego, por la noche, tendría que darse otra caminata para ir a recogerla!
De pronto, Fatty, presintiendo que le seguían, volvióse a mirar. ¿Serían ciertas sus sospechas? ¿Había alguien escondido detrás de aquel arbusto? ¡Bah! ¡No importaba!
Súbitamente, Fatty optó por echar a correr, diciéndose que no le convenía ser detenido por Goon, si éste «era», en efecto, su perseguidor. No sospechaba ni remotamente que se trataba de Ern. Tras franquear el portillo del jardín, precipitóse a la puerta lateral de la casa y subió las escaleras de dos en dos para refugiarse en su habitación. «Buster» le acogió con una salva de regocijados ladridos.
Cualquiera que fuese el disfraz adoptado por Fatty, el perrito siempre le reconocía por el olor, tanto si iba vestido de extranjero, como de viejo, de gitano o de repartidor de carne. ¡Con sólo un olfateo le bastaba!
—¡Atiza! —murmuró Ern, emergiendo de las sombras al ver que el desconocido franqueaba el portillo—. ¡Qué raro! ¡Aseguraría que ese tipo ha entrado en el jardín de Fatty! A lo mejor es amigo suyo. ¡Cáscaras! ¡Ahí viene mi tío!
—¿Dónde se ha metido ese hombre? —inquirió el señor Goon, agarrando a Ern por el hombro.
—En el jardín de Fatty —respondió el chico, con la sensación de que le oprimían con unas tenazas—. Escuche, tío. Tal vez ese desconocido es amigo de Fatty. ¿Por qué no le deja en paz?
—Porque me gustaría saber a quién manda Federico Trotteville a acechar a los jardines de «Tally-Ho» —repuso Goon.
Y, sin más, el policía franqueó el portillo, dejando fuera al pobre Ern, mientras éste se preguntaba si no habría puesto a Fatty en un aprieto.
El señor Goon llamó reciamente a la puerta y, al acudir a abrirle la doncella, preguntó en tono pomposo:
—¿Está en casa Federico?
Antes de que la sirvienta pudiera contestar a su pregunta, presentóse la señora Trotteville en el vestíbulo.
—¿Qué desea, señor Goon? —inquirió la dama—. ¿Es usted quien ha llamado con esos golpes?
—Pues… sí, creo que sí —farfulló Goon, olvidando toda su pomposidad a la vista de la temida señora Trotteville—. He venido a preguntar por un extranjero.
—¿Un extranjero? —exclamó la madre de Fatty—. Aquí no hay ningún extranjero. ¿Qué le induce a usted a creer lo contrario?
—Ha entrado por el portillo de esta casa —le respondió Goon—. Es un hombre con un turbante.
—¡Cielos! —profirió la señora Trotteville—. Ahora recuerdo haber visto pasar ante la ventana a un hombre con un turbante a primera hora de esta tarde. Voy a llamar a Federico. A lo mejor, él también lo ha visto.
Y, acercándose al pie de la escalera, gritó:
—¡Federico! ¿Estás ahí?
—¡Sí, mamá! —contestó Fatty, apareciendo de pronto en lo alto de la escalera con su indumentaria habitual y la cara limpia de afeites—. Estaba leyendo en mi cuarto. ¿Deseas algo?
—El señor Goon ha venido a preguntar por un extranjero que, según él, entró en nuestro jardín hace un momento —explicó la señora Trotteville.
—Me parece que ese señor ve visiones —repuso Fatty, adoptando un tono inquieto—. ¿Se encuentra usted bien, señor Goon? ¿Cómo era ese individuo?
—Llevaba un turbante —gruñó Goon, empezando a enfurruñarse.
—No he visto a nadie con turbante —masculló Fatty—. Creo que, de haberlo visto, lo recordaría.
—No seas estúpido, Federico —convino su madre—. Esta tarde «he visto» a un desconocido con turbante, pero, si no recuerdo mal, el resto de su indumentaria era normal. ¿Quién puede ser esa persona, Federico?
—Tal vez un nuevo repartidor de periódicos —sugirió Fatty—. O algún amigo de los criados. O acaso alguien que tomó un atajo por nuestro jardín. A veces, hay alguna gente que lo hace.
—Bien, señor Goon —suspiró la señora Trotteville—. Es evidente que ese hombre no está aquí. Supongo que no piensa registrar la casa.
A Goon le habría encantado hacerlo, pero su interlocutora tenía un aire tan severo, que optó por despedirse precipitadamente. Fatty acompañóle cortésmente hasta el portillo y, desde allí, le vio alejarse a grandes zancadas bajo la luz crepuscular.
Mas he ahí que en el momento que se disponía a entrar de nuevo en la casa, percibió un quedo silbido, y, al volver la cabeza, oyó la voz de Ern procedente de un arbusto cercano.
—¡Eh, Fatty! —susurró el muchacho, en tono apremiante—. ¡Tengo noticias para ti!
—¡Ern! —exclamó Fatty, sobresaltado—. ¿Qué diablos haces ahí?
Ern salió de su escondrijo cautelosamente.
—Esta tarde había un desconocido merodeando por los jardines de «Tally-Ho» —declaró el chico—. Y lo he seguido hasta tu casa. Llevaba un turbante.
—¡Pero, Ern! —barbotó Fatty—. ¡Qué zote eres! ¡Ese hombre era «yo»! Me disfracé de extranjero para echar un vistazo a la finca y cambiar unas palabras con nuestro amigo, el señor Larkin. ¿Qué pinta Goon en todo esto?
Ern refirióle tristemente lo ocurrido, sintiéndose torpe y fracasado. ¡Pensar que había llevado a Goon a casa de Fatty! ¿Qué habría pasado si su tío hubiese pillado a Fatty disfrazado? ¡Menudo trastorno para todos! El pobre Ern estaba francamente avergonzado.
—Anímate, Ern —sonrió Fatty, dándole palmaditas en el hombro—. Eso sólo indica dos cosas: ¡que mi disfraz era perfecto y que tú eres un seguidor de primera!
Ern se animó un poco. ¡El buen amigo Fatty siempre se lo tomaba todo bien! Era cuestión de estar más en guardia que nunca. ¡La próxima vez seguiría la pista a un «auténtico» sospechoso!
Por su parte, Fatty subió de nuevo a su habitación algo deprimido después de aquella interesante tarde. ¡Aquello no era un misterio, sino simplemente un estúpido galimatías periodístico!