Surgen inconvenientes
El principal tema de conversación aquel día fue la entrevista de los cinco chicos con Goon. Larry, Pip, Daisy y Bets aguardaron con impaciencia el momento de su llegada al cobertizo de Fatty para preguntar a su amigo qué significaban sus insinuaciones acerca de los Lorenzo.
—¿Quiénes son? —inquirió Larry—. ¿Cómo te enteraste de su existencia?
—Veréis —explicó Fatty—. Esta mañana mi madre, hablando de los dueños de «Poppet», dijo que se apellidaban Lorenzo. Y hace un momento, al oír mentar el nombre a ese otro policía —o acaso un sargento, a juzgar por el tono en que se dirigía a Goon— he atado cabos comprendiendo que hablaban de la pareja que formuló la queja contra «Buster».
—¿Pero qué han hecho esos Lorenzo? —interrogó Bets.
—Sé tanto como tú —masculló Fatty—. No obstante, parece ser que se han marchado en el preciso momento que la policía los requería por algo. Además, hay algo referente a un cuadro. Mi madre me dijo que no pagaban sus facturas, de modo que tal vez todo gire alrededor de este «punto».
—¿Crees que será un misterio? —preguntó Pip.
—Eso espero —contestó Fatty, jovialmente—. Y en tal caso deberemos agradecer a «Buster» el que nos pusiera sobre la pista, ¿verdad, «Buster»? ¡Tiene mucho olfato para descubrir misterios!
—¡Guau! —ladró «Buster», azotando el suelo del cobertizo con su inquieto rabo.
—Toma —murmuró Fatty, ofreciéndole una galleta—. Aquí tienes una pequeña recompensa por llevarnos a un probable misterio. Lo malo es que no sabemos lo suficiente para emprender la investigación. ¡«En realidad», no sabemos en «qué» consiste ese misterio!
—Telefonea al superintendente Jenks y pregúntaselo —sugirió Larry.
—No —repuso Fatty, meneando la cabeza—. En primer lugar, no creo que le gustara. En segundo, tendría que decirle que oí hablar de ello por casualidad en casa de Goon, y probablemente Goon recibiría un rapapolvo por discutir esas cosas sin antes averiguar si había alguien escuchando. Al fin y al cabo, hasta su asistenta podría haberlo oído todo.
—En fin —suspiró Larry—, que no sé cómo vamos a arreglárnoslas para averiguar «algo». Por de pronto, Goon no nos permitirá intervenir.
Por espacio de un buen rato, los muchachos discutieron el caso una y otra vez. ¿Irían a interpelar a aquel viejo llamado Bob Larkin por si podían sacarle algo? No, no era aconsejable, puesto que el hombre estaba ya predispuesto contra ellos por el incidente de los perros y, por otra parte, Goon también tenía orden de interpelarle. Además, caso de interrogarle, ¿qué preguntarían?
—Estamos perdiendo el tiempo —gruñó Fatty, al final de la larga discusión—. Si no contamos con un punto de partida, ¿cómo vamos a actuar? Olvidémonos de ello por ahora y maduremos el plan con una buena noche de sueño. Apuesto a que mañana por la mañana veremos las cosas más claras.
Fatty tenía razón. Las cosas aparecieron mucho más claras a la mañana siguiente, tanto que los cinco investigadores se hallaron en posesión de tantos datos sobre el misterio como el propio Goon.
En todos los periódicos figuraban grandes titulares sobre el caso.
«Valiosa pintura antigua robada de una famosa galería. Los ladrones escapan de la red de la policía, dejando un perro tras sí. La policía busca incansablemente a los Lorenzo».
La señora Trotteville fue la primera en bajar a desayunar y, al ver el periódico, lanzó una exclamación de sorpresa.
—¡Cielos! ¿Es posible? ¡Los ladrones son los Lorenzo, los vecinos de los Daniels! ¡Con razón todo Peterswood les tenía antipatía!
Fatty entró en aquel momento en el comedor y, al verle, su madre apresuróse a darle la noticia.
—Los ladrones son la pareja que me hablaste ayer, Federico, esto es, los Lorenzo. Recordarás que te dije que se portaban muy mal, dando fiestas extravagantes a todo pasto y molestando constantemente a sus vecinos, los Daniels. ¡Mira, viene en las noticias de esta mañana! La policía anda tras ellos. ¡Dios mío, menuda importancia se dará nuestro señor Goon! ¡Parece hecho a medida para él!
Fatty tomó asiento en su silla, desplegando el periódico con ojos centelleantes. ¡Ajá! Si venía todo en los periódicos, ¿qué importaba que Goon no quisiera decirle nada sobre el caso? Los cinco investigadores podrían trazar sus planes y emprender la investigación por su cuenta. ¡Qué magnífica emoción!
Tan enfrascado estaba Fatty en la lectura que olvidóse por completo de su desayuno y ni siquiera vio entrar a su padre en el comedor.
—Buenos días, Federico —saludó su padre, arrebatándole el periódico de las manos sin contemplaciones—. ¿Por qué no te comes ese huevo frito con tocino? A juzgar por su aspecto está casi congelado.
—¡Caramba, pues es verdad! —exclamó Fatty, sorprendido—. ¡Y conste que no soy de los que andan con remilgos para comer! ¡Qué noticia, mamá! ¡Esto va a causar sensación en este aburrido Peterswood! ¿No lo crees así?
—Supongo que no intentas meterte otra vez con ese insoportable policía —advirtió su padre, vertiendo un poco de leche sobre el potaje de avena—. De hecho, me inclino a creer que tu amigo, el superintendente Jenks, enviará un buen inspector aquí para resolver el caso. No creo que Goan… o Goen… ¿cómo se llama ese hombre?… ¡ah, sí, Goon!, pueda hacerse con un asunto de esta envergadura. Esa pintura era inapreciable. ¡Valía por lo menos cincuenta mil libras!
—No pienso meterme con Goon —declaró Fatty—. ¡Es mucho más probable que él se meta «conmigo»! De todos modos, creo que voy a telefonear al superintendente Jenks para preguntarle si puedo ayudarles en algo.
—Al parecer, te tiene en muy buen concepto —contestó el señor Trotteville—. Ignoro por qué, pero reconozco que a veces das pruebas de tener bastante talento, Federico. Ahora, por amor de Dios, cómete esa horrible masa que tienes en el plato.
Fatty engulló su desayuno, reflexionando. Al tiempo que daba cuenta del último bocado, sonó el teléfono. Seguro de que el comunicante era el superintendente Jenks solicitando su ayuda, el muchacho precipitóse al aparato. Pero se equivocaba. El autor de la llamada era Larry, muy excitado.
—¡Oye! ¿Has visto la noticia en el periódico? ¡«Es» misterio! ¡En nuestras propias barbas! ¿Cuándo vamos a empezar a desentrañarlo?
—Voy a telefonear al superintendente —declaró Fatty—. Empezaremos las pesquisas en seguida. Te llamaré más tarde. Telefonea a Pip y a Bets de mi parte, ¿quieres?
—¡Entendido, jefe! —bromeó Larry, con un cloqueo.
Y colgó el receptor, alborozado por la actualidad periodística de que disfrutaba Peterswood y la perspectiva de emprender una nueva investigación con el resto de los investigadores.
Fatty sentóse un rato a reflexionar. ¿Qué diría al superintendente? ¿Qué había visto a los dos Lorenzo en la estación el día anterior? En realidad, mucha gente habíalos visto también. ¿Le pediría permiso para ir a ver a los Larkin? Tal vez podría sonsacarles con mejor fortuna que Goon. En cualquier caso, Fatty tenía la certeza de que podría hacer «algo».
Así, pues, el chico decidióse a tomar el teléfono y a pedir el número del superintendente. Estaban comunicando. ¡Las líneas de la policía del distrito estarían muy ocupadas aquel día!
Por fin, logró ponerse al habla con el cuartel y preguntar por el superintendente.
—Soy Federico Trotteville —dijo—. El jefe me conoce.
Su nombre fue pasado al despacho del superintendente y, a poco, Fatty oyó la clara e impaciente voz de su amigo:
—¿Qué sucede, Federico?
—Se trata de los Lorenzo, señor —respondió Fatty—. Como el hecho ha ocurrido en el pueblo donde vivo, he pensado que tal vez podía colaborar.
—Me temo que no —replicó el jefe—. Los Lorenzo no están en Peterswood y dudo que se halle ahí tampoco el cuadro desaparecido. ¡Si podemos dar con ellos, daremos también con la pintura!
—¡Qué lástima! —masculló Fatty, desilusionado—. Entonces, ¿no puedo hacer «nada», señor?
—Nada… excepto mantener los ojos y los oídos bien abiertos, como de costumbre. Voy a mandar un hombre para pasar la casa por el tamiz, por si «acaso» el cuadro aún está allí. Pero, en realidad, no tengo esperanzas.
—¿Trabajará el señor Goon en el caso, señor? —preguntó Fatty, algo desilusionado.
—Sí —contestó el superintendente—, pero lo cierto es que en Peterswood hay muy poca cosa que hacer. ¡Ojalá Goon hubiese vigilado más a los Lorenzo! ¡Todo el mundo sabe que tenían muy mala reputación!
—¿Puedo ir a interpelar a los Larkin, señor? —inquirió Fatty, experimentando la sensación de que aquel misterio se le escapaba de las manos.
—No, de ningún modo —apresuróse a replicar el jefe—. Mi agente se encargará de ello, juntamente con Goon. No es conveniente que intervengas en el asunto. Sería contraproducente. No quiero decir con esto que les niegues el saludo si los ves, pero ten en cuenta que, de hecho, este caso ya no incumbe a Peterswood. ¡Sabe Dios dónde están esos ladrones! Por otra parte, no creo que los Larkin sepan nada susceptible de ayudarnos.
—Probablemente tiene usted razón, señor —balbuceó Fatty, vivamente contrariado—. En fin, no le entretengo más, señor. ¡Buena suerte!
Y colgando el receptor, el muchacho miró tristemente a «Buster», que estaba sentado a poca distancia, con las orejas tiesas.
—Se acabó, «Buster» —lamentóse Fatty—. Todo se ha convertido en agua de borrajas. El misterio se ha esfumado de Peterswood y aquí ya no hay nada que hacer. Ahora tengo que telefonear a los demás.
Sus cuatro amigos tuvieron una gran desilusión.
—¡Oh, Fatty! —exclamó Daisy—. ¡No es posible! ¡Debe de quedar alguna «posibilidad» de intervenir! ¡Estoy segura! Ven a vernos ahora mismo. Pip y Bets vendrán también, y hablaremos del caso. ¡«Qué» pesimista estás!
Total que, a las once y media, reuniéronse todos en casa de Larry y tomaron una especie de aperitivo consistente en unos sabrosos bollos recién salidos del horno y varias tazas de cacao caliente. Naturalmente, después de saborear un par de bollos cada uno, sintiéronse todos algo más animados.
—Por lo visto, el jefe está convencido de que no podemos hacer nada esta vez —comentó Fatty—. Al parecer, los dos puntos principales son: «primero», encontrar a los Lorenzo, que, probablemente, a estas horas han abandonado ya el país; y «segundo», encontrar el cuadro. El jefe opina que donde estén unos estará el otro.
—Pero como nosotros no podemos recorrer todo el país para buscarlos, deberemos conformarnos con no hacer nada —coligió Daisy.
—En mi opinión, podríamos vigilar la casa por si «acaso» vuelven los Lorenzo —propuso Larry.
—No volverán —gruñó Fatty.
—¿Pero, y su perrito? —sugirió Bets—. La señora Lorenzo parecía muy encariñada con «Poppet» y es posible que mande a por ella. Si la perra desapareciera súbitamente significaría que los Lorenzo habrían enviado a alguien a recogerla.
—Sí, no hay que descartar esa posibilidad —convino Fatty—. No debemos renunciar del todo aún. Ahora bien, ¿cómo diablos vamos a arreglárnoslas para vigilar a los Larkin y «ver» si acude algún enviado de los Lorenzo a por la perra? ¡La casa está bastante lejos de nuestro barrio y no podemos pasarnos el día y la noche allí!
—¡Ni hablar! —profirió Pip, a quien no le seducía en absoluto la idea de pasar parte del día o de la noche acechando a los Larkin con aquella fría temperatura invernal—. Imposible. Si conociésemos a alguien que viviese en la casa vecina, la cosa resultaría la mar de fácil, pero como no es así…
—¡Hola! —interrumpióle una voz, al tiempo que asomaba por la puerta una cabeza enmarañada—. He ido a tu casa, Fatty, y tu madre me ha mandado aquí. ¡Te traigo el regalo de Navidad que hice para ti!
—¡«Ern»! —gritaron todos a una.
Efectivamente, «era» Ern, rollizo y coloradote como de costumbre. ¡El buen amigo Ern!