Una pequeña victoria
La madre de Fatty había preguntado ya a su hijo el motivo de la llamada telefónica de Goon. Al enterarse, exclamó, contrariada:
—¡Qué contratiempo! ¿Quién es la mujer a quien «Buster» hizo caer?
—Lo ignoro —repuso Fatty—. Al parecer, ella y su marido iban de viaje, y acudieron a despedirles varios amigos. Eran todos muy bullangueros. Creo que la pareja vive en aquella casa llamada «Tally-Ho» situada a la orilla del río, al lado de los Daniels. No sé cómo se apellidan.
—¡Ah, «esa» gente! —exclamó su madre.
—¡Parece como si los conocieras a tu pesar! —comentó Fatty, divertido.
—Sé a quien te refieres, pero lo cierto es que no tengo ningún trato con ellos —declaró la señora Trotteville—. Se han portado muy mal desde que habitan en casa de la señora Peters, actualmente en América, dando fiestas estúpidas, saliendo a pasear en barco a todas horas de la noche y, según tengo entendido, dejando a deber a todo el mundo. Déjame recordar…, ¿cómo se llaman? ¡Ah, sí! ¡Creo que Lorenzo!
—Pues bien —suspiró Fatty—, ellos fueron quienes se quejaron a Goon del comportamiento de «Buster».
—¿De veras? —murmuró su madre—. Por lo visto, tanto el hombre «como» la mujer son actores cinematográficos de cuarta categoría, pero llevan una temporada sin trabajo. No te apures, hijo mío. Si se han ido, Goon no podrá llevar adelante la denuncia. Probablemente, sólo tiene ganas de fastidiar.
—En fin, mamá —masculló Fatty—. Me voy. Espero regresar a casa entero… y hago votos porque «Buster» deje también intacto al señor Goon.
—¡No seas exagerado, Federico! —alentóle la señora Trotteville—. Muéstrate firme con ese impertinente policía y no tomes muy en cuenta lo que te diga.
—Seguiré tu consejo —sonrió Fatty, sintiéndose súbitamente más animoso—. Adiós, mamá. Ya te contaré cómo me ha ido en cuanto vuelva.
Y se fue en su bicicleta con «Buster» en la cesta. Sus amigos aguardábanle ya ante la casa del señor Goon. Bets estaba algo pálida y preocupada.
—¡Ánimo! —cuchicheó Fatty, oprimiéndole el brazo—. ¡Tengo una porción de cosas que decir a Goon!
Los muchachos encamináronse a la puerta anterior y llamaron, ¡tac, tac, «tac»!
A poco, percibieron el rumor de unas zapatillas del otro lado, y, ante ellos, apareció la asistenta del señor Goon, mirándoles, sorprendida.
—Hemos venido a ver al señor Goon —dijo Fatty—. Nos citó aquí a las diez en punto.
—¿De veras? —farfulló la mujer, indecisa—. Pues a mí no me ha dicho nada. Hace cosa de media hora, salió con muchas prisas. No obstante, es posible que no tarde en volver por aquí.
—En este caso, le aguardaremos —declaró Fatty con firmeza—. Nos dijo que viniéramos a las diez en punto y ahora van a dar.
En aquel preciso momento, sonó el reloj en el despacho de Goon como corroborando las palabras del muchacho. Entonces, la mujer, haciéndoles señas de que entraran en el vestíbulo, dijo:
—No os hago pasar al despacho del señor Goon porque allí tiene muchas cosas importantes. ¡Con deciros que tengo orden de no tocar un papel cuando limpio el polvo!
—No se preocupe —gruñó Fatty—. Esperaremos en la sala.
Y entraron todos en una pequeña estancia húmeda y mohosa, llena de humo de pipa.
—¡Uf! ¡Qué olor! ¡Dejemos la puerta abierta!
—Yo me voy al jardín a tender la ropa —les dijo la asistenta—, pero desde allí oiré al señor Goon cuando regrese y le advertiré que estáis aquí.
La mujer desapareció. Los muchachos procedieron entonces a echar una mirada circular a la habitación. Sobre la repisa de la chimenea había una gran fotografía de los padres y la familia de Goon. Los cinco chicos acercáronse a contemplarla, alborozados.
—¡Papá Goon parece tan gordo como su hijito! —comentó Larry—. ¡Ah! ¡Y fijaos! ¡Este chico gordinflón de ojos saltones debe de ser Goon!
Todos cloquearon a la vista del retrato infantil del policía.
—Se parece mucho a Ern —profirió Bets, muy atinadamente.
Ern era un sobrino del señor Goon que en cierta ocasión había ido a pasar una temporada con su tío, sin sospechar los malos ratos que le esperaban.
—¿Qué habrá sido de Ern? —murmuró Bets, recordando la admiración que éste sentía por Fatty—. Vino a verme antes de Navidad, Fatty, para ofrecerte un regalo de Navidad que había hecho él mismo para ti, y, al enterarse de que estabas en Suiza, por poco se echa a llorar.
—¡Pobre Ern! —exclamó Fatty—. A buen seguro, volverá cualquier día a traérmelo. ¡Hola! ¿Quién llega? ¿Goon?
Así era, en efecto, y, a juzgar por las fuertes pisadas en el vestíbulo, venía acompañado de otras dos personas. Fatty titubeó. ¿Saldría al vestíbulo para anunciarle su visita? Pero si Goon tenía visitantes, probablemente mostraríase contrariado si le importunaba.
—Mejor será que esperemos un poco —susurró a las demás—. A lo mejor, la asistenta le oirá e irá a decirle que estamos aguardando.
—Está distraída hablando con la vecina —dijo Bets, mirando por la ventana—. ¡No sé cómo se entienden! ¡Están hablando las dos a la vez!
Del despacho contiguo llegó un rumor de voces. Al principio, éstas eran quedas pero a poco, se elevaron. Los chicos oyeron algunas palabras sueltas, sin darles gran importancia.
Más, de pronto, una de ellas llamó la atención de Fatty. «¡Lorenzo!». ¿Dónde había oído aquel nombre? ¡Porque, de hecho, le sonaba!
—¡«Hay» que localizarlos! —dijo una voz desconocida—. Estoy seguro de que esos Lorenzo son los que andamos buscando. Póngase usted en contacto con todas las personas que sepan algo respecto a ellos. Interpele a sus mejores amigos y…
El hombre bajó la voz y no fue posible oír el final de la frase. Fatty escuchaba, estupefacto. ¡Por fin recordaba dónde había oído pronunciar aquel nombre de Lorenzo! Su madre habíale dicho que era el apellido de los dueños de «Poppet», la perrita de lanas.
«—¡Qué raro! —pensó Fatty—. ¡Al parecer, están metidos en un lío! ¡Ojalá sea así! ¡En tal caso, el viejo Goon no nos molestará más con lo de “Buster”!».
En el despachito contiguo hubo cierto movimiento, seguido de pasos. Sin duda, los visitantes se despedían.
—Bien, adiós, Goon —dijo una voz—. Tendrá usted que ocuparse de esto. Es un asunto muy serio. ¡Lástima que se nos hayan escapado esos bribones! Averigüe lo que pueda de los Larkin. Es posible que ellos le digan algo. ¡Si no podemos echar el guante a los Lorenzo, cuando menos hemos de procurar hacernos con ese cuadro! ¡Hasta la vista!
Sonaron unas pisadas en dirección al portillo anterior.
Fatty permaneció inmóvil, algo sobrecogido. ¿Qué significaría todo aquello? Lo único indudable era que había surgido algo inesperadamente. Una súbita agitación apoderóse del muchacho. ¡A lo mejor era un misterio! ¡De momento, la policía parecía dispuesta a iniciar unas pesquisas! ¡Era cuestión de sonsacar a Goon y poner en antecedentes a los otros cuatro investigadores!
Bets sorprendióse al observar la repentina excitación de Fatty, reflejada en la sofocación de su rostro. Pensando que su amigo estaba muy nervioso ante la perspectiva de tener que enfrentarse con Goon, la pequeña deslizóle una mano en el brazo. Fatty ni siquiera lo advirtió, ¡estaba tan abstraído en sus pensamientos! ¿«Qué» habrían hecho los Lorenzo? ¿Qué «cuadro» era aquél? ¡Debía averiguarlo sin pérdida de tiempo!
Tras despedir a sus visitantes en el portillo, Goon volvió a la casa tarareando una canción de melodía indefinida.
Saltaba a la vista que estaba encantado de la vida. En lugar de volver al despacho, dirigióse directamente a la sala, sin sospechar que alguien le aguardaba allí.
Al ver a los cinco niños, con «Buster» tranquilamente sentado en las rodillas de Fatty, el policía se detuvo en seco. «Buster» se puso a ladrar al punto, tratando de saltar al suelo, pero su amo lo sujetó por el collar.
—¿Qué hacéis aquí? —rugió el señor Goon—. ¿A qué habéis venido?
—Nos citó usted a las diez y son las diez y veinte —dijo Fatty, levantándose—. Pero si está usted muy ocupado con el caso Lorenzo, nos iremos.
—¿El… el caso Lorenzo? —balbució el señor Goon, visiblemente alarmado—. ¿Qué sabes tú de «eso»?
—Poca cosa —respondió Fatty, sinceramente—. Acabamos de oír unas frases sueltas sin querer. Eso es todo.
—¿Con que escuchando por el ojo de la cerradura y fisgando los asuntos de la Ley, eh? ¡Permíteme que te diga, Señor Entrometido, que esto está castigado! ¿Cómo «te atreves» a escuchar los asuntos privados?
—Le repito que no escuchaba —aseguró Fatty—. Lo oí todo por casualidad. Es decir, yo y mis compañeros. De no taparnos los oídos, teníamos que oírlo a la fuerza. En cuanto a lo de escuchar a través del ojo de la cerradura, es una estupidez. Sabe usted perfectamente que la puerta estaba abierta de par en par.
—Bueno, basta de insolencias —atajó Goon, empezando a ponerse colorado—. Ahora recuerdo que os dije que vinierais para hablar de este perro. Tengo un cargo muy serio contra él.
Y sacándose la libreta, procedió a consultarla, en tanto los cinco muchachos contemplábanle fijamente. Como es de suponer, Larry, Daisy, Pip y Bets no tenían la más remota idea de lo que Fatty acababa de insinuar, pues ignoraban quiénes eran aquellos misteriosos «Lorenzo».
—Me consta que los Lorenzo formularon ayer una queja contra mi perro —declaró Fatty—. Además, sé que fue usted a ver a los Larkin, esto es, la pareja encargada de velar por «Poppet»… y que…
—¿Cómo sabes todo eso? —profirió el señor Goon, casi a voz en grito—. ¡Siempre acechando y enredando! ¡No puedo librarme de ti! ¡Diablo de chico! En cuanto a ese perro tuyo…
—Puesto que los Lorenzo se han marchado y nadie sabe dónde, cualquier queja que formularan no va a servirle a usted para nada —interrumpió, despectivamente—. ¿No sería mejor que olvidara usted lo de «Buster» y se concentrara en encontrar a los Lorenzo… o el cuadro desaparecido, señor Goon?
Comprendiendo que había perdido la partida, el policía cerró la libreta, sin poder por menos de proferir en tono amenazador:
—Está bien. Pero si alguien vuelve a presentar una queja, una «sola» queja, contra ese perro, tu querido «Buster» sabrá lo que les pasa a los perros sin el debido control. ¡Ya es hora de que aprenda a portarse correctamente! ¡Dudo que haya en el mundo otro perro tan cargante como él y una pandilla de chicos tan indisciplinados como vosotros!
—Descuide —bromeó Fatty, adoptando el tono cortés que tanto enfurecía al pobre Goon—. Si alguna vez sé de algunos peores que nosotros, se lo notificaré. Bien, supongo que no nos necesita usted ya… a menos que quiera contarnos algo de este nuevo caso para que le echemos una mano.
—¡Basta de guasas! —chilló el señor Goon, furiosamente, empujándolos hacia la puerta, entre los sonoros ladridos de «Buster».
Y cuando los chicos franquearon el portillo, el señor Goon vociferó, amenazándoles con el puño:
—¡Ah! ¡Y recordadlo bien! ¡Si tratáis de entorpecer la acción de la Ley metiéndoos en este caso y dándome pistas falsas, iré a decírselo a vuestros padres!
—Vamos, repórtese usted, señor Goon —aconsejó Fatty, solemnemente—. De lo contrario, será acusado de alterar el orden público. ¡Está usted atrayendo a todo el mundo a las ventanas!
El policía apresuróse a retroceder a su casa, refunfuñando coléricamente. Entretanto, los chicos se alejaron en sus bicicletas.
—Creo que hemos obtenido una pequeña victoria —comentó Fatty, satisfecho—. ¡Ea, «Buster»! ¡Ya puedes respirar tranquilo!