ENTRÓ MIMI con el médico, dijo «¿Cómo está usted?» a Macaulay algo ceremoniosamente y le dio la mano.
—El doctor Grant; Mr. Macaulay; Mr. Charles.
—¿Cómo está el paciente? —pregunté. El doctor Grant se aclaró la voz y dijo que no creía que tuviera nada grave, los efectos de una paliza, un poco de hemorragia, eso sí, y debía descansar. Volvió a carraspear, dijo que había tenido mucho gusto en conocernos, y Mimi le acompañó a la puerta.
—¿Qué le ha pasado al chico? —preguntó Macaulay.
—Wynant le envió con un pretexto al apartamento de Julia Wolf, y el muchacho se encontró allí con un policía bastante bruto.
Volvió Mimi de despedir al médico.
—¿Le ha dicho algo Mr. Charles acerca de las acciones y el cheque? —preguntó.
—He recibido una nota de Mr. Wynant diciéndome que se los iba a dar —dijo Macaulay.
—Entonces no habrá…
—¿Dificultades? Que yo sepa, no.
Pareció tranquilizarse Mimi, cuyos ojos perdieron parte de su frialdad.
—No vi razón alguna para que las hubiera, pero a éste —y me señaló a mí— le gusta asustarme.
Macaulay sonrió cortésmente y preguntó:
—¿Me permite preguntarle si Mr. Wynant le dijo algo acerca de sus proyectos?
—Dijo algo de tener que ausentarse, pero supongo que no le estaba escuchando con gran atención. No recuerdo que me dijera cuándo se va a ir ni a dónde.
Demostré un cierto escepticismo con un gruñido; Macaulay fingió creerla.
—¿Dijo algo que me pueda usted repetir acerca de Julia Wolf, o sobre sus apuros, o cualquier cosa relacionada con el asesinato de una u otra forma?
Mimi dijo que no enérgicamente con la cabeza.
—Ni una palabra que pudiera repetir o no. Sencillamente, ni una palabra. Le pregunté yo, pero ya sabe usted lo exasperante que puede ser cuando se lo propone. No pude sacarle ni un gruñido.
Hice yo la pregunta que, al parecer, la cortesía no dejaba que Macaulay hiciera.
—¿De qué habló?
—Realmente, de nada, excepto de nosotros dos, de los chicos, y sobre todo de Gil. Parecía tener gran deseo de verle y estuvo esperándole cerca de una hora, con la esperanza de que volviera a casa. Me preguntó por Dorry, pero parecía menos interesado en ella.
—¿Dijo algo acerca de su carta a Gilbert?
—Ni una palabra. Si quieres, te puedo repetir toda nuestra conversación. Yo no sabía que fuera a venir. No llamó desde abajo. Sonó el timbre de la puerta, abrí y allí estaba, mucho más viejo que la última vez que le vi y todavía más flaco. Yo dije: «¡Clyde!», o algo así. Me preguntó que si estaba sola, y le dije que sí, y entonces entró. Luego…
Sonó el timbre de la puerta, y Mimi fue a abrir.
—¿Qué te parece todo esto? —me preguntó Macaulay en voz baja.
—Cuando empiece a dar crédito a Mimi espero tener el suficiente sentido común para no confesarlo.
Entró Mimi con Guild y Andy. Guild me saludó con la cabeza y le dio la mano a Macaulay, hecho lo cual se volvió hacia Mimi y empezó a decirle:
—Señora, tendré que pedirle que…
—Perdón, teniente —le interrumpió Macaulay—. ¿Por qué no me permite que primero diga yo lo que tengo que decir? Porque es anterior a la historia de Mrs. Jorgensen y…
Guild dio licencia al abogado con un amplio ademán.
—Diga usted —se sentó en un extremo del sofá.
Macaulay le dijo lo que me había contado a mí aquella mañana. Y cuando mencionó que me lo había contado, Guild me lanzó una mirada de enojo, una sola, y desde aquel momento no volvió a prestarme atención. No interrumpió a Macaulay, que se expresó clara y concisamente. Mimi comenzó a decir algo en dos ocasiones, pero acabó por callar ambas veces para seguir escuchando. Así que Macaulay hubo acabado, entregó a Guild la nota que hablaba de las acciones y del cheque.
—Un botones me trajo esto esta tarde —dijo. Guild leyó la nota con gran atención y se volvió hacia Mimi.
—Adelante, Mrs. Jorgensen.
Le dijo ella lo que a nosotros nos había relatado acerca de la visita de Wynant, entrando en algunos detalles más para atender las pacientes preguntas del policía, pero ateniéndose a su versión de que Wynant se había negado a decir una sola palabra acerca de nada que se refiriera a Julia Wolf o a su asesinato y manteniendo que, cuando le entregó las acciones y el cheque, le dijo sencillamente que deseaba proveer a las necesidades de ella y de sus hijos, y que, aunque le dijo que iba a ausentarse, no le comunicó ni adónde se dirigía ni cuándo se iría. No pareció preocuparle la evidente incredulidad de todos. Terminó con una sonrisa y diciendo:
—En muchas cosas es un hombre encantador, aunque esté loco.
—Quiere usted decir verdaderamente loco, ¿no? —preguntó Guild—. No sencillamente chiflado.
—Sí.
—¿Por qué lo cree?
—Bueno, hay que vivir con él para comprender lo loco que está —respondió ella sin dar importancia a la cosa. No pareció Guild quedar satisfecho.
—¿Qué ropa llevaba? —preguntó.
—Un traje marrón y un abrigo marrón, y creo que zapatos marrones, y una camisa blanca, y una corbata tirando a gris con dibujos rojos o rojizos.
Guild le hizo un gesto a Andy.
—Comunícalo.
Salió Andy.
Guild se rascó la barbilla y frunció el ceño pensativamente. Los demás le observamos. Cuando dejó de rascarse, miró a Mimi y a Macaulay, pero no a mí, y preguntó:
—¿Alguno de ustedes conoce a alguien cuyas iniciales sean D. W. Q.?
Macaulay dijo lentamente que no con la cabeza.
Mimi dijo:
—No, ¿por qué?
Y ahora Guild me miró a mí.
—¿Y usted?
—No las conozco.
—¿Por qué? —insistió Mimi.
—Traten de hacer memoria —dijo Guild—. Seguramente tuvo algo que ver con Wynant.
—¿Hace cuánto tiempo? —preguntó Macaulay.
—Es difícil decirlo. Tal vez unos cuantos meses. Tal vez unos cuantos años. Se trataría de un hombre de buen tamaño, de huesos grandes, barrigudo y quizá cojo.
—No recuerdo a nadie así —dijo Macaulay y volvió a menear la cabeza.
—Yo tampoco —dijo Mimi—, pero me muero de curiosidad. ¿Por qué no nos dice de qué se trata?
—Descuide, se lo diré —Guild se sacó del bolsillo del chaleco un cigarro, lo contempló y se lo volvió a guardar—. Hay un hombre muerto de esas señas, enterrado debajo del piso del taller de Wynant.
—Ah —dije yo.
Mimi se llevó las manos a la boca y no dijo nada. Tenía los ojos muy redondos y vidriados.
—¿Está usted seguro? —dijo Macaulay, frunciendo el ceño.
—Comprenderá usted —dijo Guild con un suspiro— que no es cosa acerca de la cual se puedan hacer suposiciones —y su voz sonó cansada.
Enrojeció Macaulay y sonrió tímidamente.
—Fue una pregunta bastante tonta. ¿Cómo le encontraron ustedes?
—Verá usted. Mr. Charles no dejaba de insistir en que debiéramos prestar más atención al taller y, calculando que Mr. Charles es un hombre que posiblemente sabe muchas más cosas de las que está dispuesto a decirle a nadie, esta mañana envié allí a unos cuantos hombres a ver qué encontraban. Ya habíamos registrado el taller antes sin encontrar nada, pero esta vez les dije que lo derribaran, si era necesario, porque Mr. Charles, aquí, dijo que deberíamos prestar más atención al taller. Y Mr. Charles tenía razón —me miró con frialdad hostil y siguió hablando—. Al cabo de un rato advirtieron que el cemento de una esquina del taller parecía algo más nuevo que el resto, picaron allí y encontraron los restos mortales de Mr. D. W. Q. ¿Qué les parece?
—A mí me parece —dijo Macaulay— que fue una maravillosa intuición de Charles —se volvió hacia mí—. ¿Cómo te las arreglaste…?
Guild le interrumpió.
—No creo que deba usted decir eso. Al describirlo como una intuición no hace usted justicia a Mr. Charles por ser todo lo listo que es.
El tono de Guild pareció causar cierta perplejidad a Macaulay, que me miró inquisitivamente.
—Estoy castigado en el rincón porque no le dije nada al teniente Guild acerca de la conversación que tuvimos tú y yo esta mañana —le expliqué.
—Hay eso —dijo Guild con gran calma— y hay otras cosas.
Mimi se echó a reír y sonrió disculpándose cuando Guild le clavó la mirada.
—¿Cómo murió Mr. D. W. Q.? —pregunté.
Vaciló Guild, como si estuviera tratando de decidir si contestar o no; luego encogió los anchos hombros ligeramente y dijo:
—Todavía no lo sé, ni sé cuándo le mataron. Aún no he visto los restos o lo que de ellos queda, y cuando me dieron el último parte, el forense no había terminado su examen.
—¿Lo que de ellos queda? —repitió Macaulay.
—Sí. Le cortaron en trozos y le sepultaron en cal viva o algo así, así que le quedaba poca carne, según el informe que me han dado; pero metieron con el cadáver sus ropas hechas un lío y ha quedado lo bastante de la ropa interior para darnos unos indicios. También había un trozo de bastón con contera de goma. Por eso pensamos que acaso se tratara de un cojo y… —se interrumpió al ver entrar a Andy—. ¿Qué hay?
Andy meneó la cabeza melancólicamente.
—Nadie le ha visto entrar; nadie le ha visto salir. ¿Qué chiste era ese del hombre que era tan delgado que tenía que ponerse dos veces en el mismo sitio para hacer sombra?
Me eché a reír, no precisamente del chiste, y dije:
—Wynant no es tan delgado, pero es lo suficientemente delgado, digamos que tan delgado como el papel de ese cheque y el de las cartas que han venido recibiendo varias personas.
—¿Qué dice? —dijo Guild, roja la cara y airados y suspicaces los ojos.
—Está muerto. Lleva muerto mucho tiempo, excepto sobre el papel. Puedo apostarle que los huesos que estaban enterrados con la ropa del hombre gordo y cojo eran los suyos.
—¿Estás seguro de lo que dices, Charles? —me preguntó Macaulay inclinándose hacia adelante.
—¿Qué demonio pretende usted? —me dijo Guild, rabioso.
—Si quiere apostar, la oferta sigue abierta. ¿Quién se iba a tomar tantas molestias con un cadáver y dejar lo que es más sencillo de destruir, la ropa?, a no ser que…
—Pero la ropa no estaba intacta, estaba…
—Naturalmente que no. La ropa intacta no hubiera servido. Tenía que estar destruida en parte, justo lo bastante para indicar lo que se suponía que indicaran. Me apuesto cualquier cosa que las iniciales estaban bien a la vista.
—No sé —dijo Guild, ya menos acalorado—. Estaban en la hebilla de un cinturón.
Me eché a reír. Y Mimi dijo con claro enojo:
—Eso es ridículo, Nick. ¿Cómo es posible que fuera Clyde? Sabes muy bien que estuvo aquí esta tarde. Sabes que…
—Calla. Cometes una estupidez al tratar de asociarte con él —le dije—. Wynant está muerto; tus hijos serán probablemente sus herederos, y eso supone mucho más dinero del que tienes guardado en ese cajón. ¿Por qué contentarte con parte del botín, cuando puedes cogerlo todo?
—No sé qué quieres decir —respondió. Estaba muy pálida.
Y Macaulay se lo explicó:
—Charles cree que Wynant no ha estado aquí esta tarde y que alguna otra persona le entregó el cheque y los valores, o quizá que los robó usted. ¿No es eso? —me preguntó.
—Más o menos.
—Pero ¡eso es ridículo! —insistió ella.
—Trata de ser sensata, Mimi —le dije—. Supón que a Wynant le mataron hace tres meses y que disfrazaron su cadáver para que pareciera el de otra persona. Se supone que al marcharse dejó poderes notariales a Macaulay. Muy bien. Entonces, todo lo suyo está en manos de Macaulay para siempre o, al menos, hasta que acabe de apropiárselo, porque tú ni siquiera podrás…
Macaulay se puso en pie y dijo:
—No sé adónde pretendes ir a parar, Charles, pero he de decirte…
—Tenga paciencia —le dijo Guild—, déjele acabar.
—Él fue quien mató a Wynant, y quien mató a Julia, y quien mató a Nunheim —le aseguré a Mimi—. ¿Qué pretendes? ¿Ser la siguiente de la lista? Sabes perfectamente que, después de haberle ayudado diciendo que has visto a Wynant vivo, y éste era su punto flaco, dado que es la única persona que dice haber visto a Wynant desde octubre, no va a correr el riesgo de que cambies de parecer, sobre todo cuando sólo se trata de pegarte unos tiros con la misma arma y echarle la culpa a Wynant. ¿Y todo eso para qué? Por unas cuantas miserables acciones que tienes en ese cajón, una parte bien pequeña de lo que puedes conseguir a través de tus hijos, si demostramos que Wynant está muerto.
Mimi se volvió a Macaulay y le dijo:
—Hijo de perra.
Guild la miró atónito, más sorprendido por aquello que por ninguna de las otras cosas que había oído.
Macaulay comenzó a moverse. No aguardé a ver lo que tramaba, sino que le pegué en la barbilla todo lo fuerte que pude con el puño izquierdo. El golpe fue excelente, dio en el blanco y también dio con él en tierra, pero sentí una fuerte quemazón en el costado izquierdo y comprendí que se me había abierto la herida del tiro.
—¿Qué espera usted que haga? —le gruñí a Guild—. ¿Que se lo envuelva en celofán?