LE DIJE A GUILD:
—Cuando usted dice que le traigan a alguien se lo traen, ¿eh?
—Aguarde —me contestó—. Esto es más de lo que se imagina —y, dirigiéndose al gigantón pelirrojo, le dijo—: Venga, Flint, explícate.
Se limpió Flint la boca con el dorso de la mano.
—Un gato montes, eso es lo que es el chaval. No lo parece, ¿eh? Pero ¡caray! No quería venir, se lo puedo asegurar. ¡Y lo que corre el indino!
Guild le miró con impaciencia y le dijo:
—Está bien. Eres un héroe. Descuida, que iré ahora mismo a ver al comisario para que te concedan una medalla, pero vamos a dejarlo ahora. ¡Explícate de una vez!
—Bueno, yo no he dicho que sea un héroe —dijo Flint— y sólo estaba…
—¡Me importan dos ajos lo que hacías o no hacías! ¡Quiero saber lo que hizo él!
—Sí, señor. A eso iba. Relevé a Morgan a las ocho esta mañana, y no hubo novedad, y todo estuvo tranquilo, sin que por allí se moviera bicho viviente, como dice el otro, hasta las dos menos diez, más o menos, y entonces voy y oigo que meten una llave en la cerradura —se humedeció los labios chupándoselos para darnos una oportunidad de expresar el debido asombro.
—En el apartamento de la Wolf —me explicó Guild—. Tuve un presentimiento.
—¡Y vaya presentimiento el del teniente! —dijo Flint abrumado por la admiración, pero Guild le fulminó con la mirada, y el policía siguió rápidamente—: Sí, señor, una llave, y va y se abre la puerta, y entra este mozo —dijo sonriendo con orgullo y afecto en dirección a Gilbert—. Venía muertecito de miedo. Y yo me tiré a por él, y entonces salió corriendo como un rayo, como que no le pude alcanzar hasta el primer piso, y cuando sí que le alcancé se me resistió, pero a modo, y tuve que atizarle en el ojo para que se calmara. No parece de cuidado, pero…
—¿Qué hizo en el apartamento? —le preguntó Guild.
—¿Qué iba a hacer? Pues nada. No tuvo tiempo, porque un servidor…
—¿Quieres decir que te echaste sobre él sin esperar a ver qué iba a hacer allí? —el pescuezo de Guild se hinchó, amenazando con estallar el cuello de la camisa, y su cara se puso tan roja como el pelo de Flint.
—Me pareció mejor no correr riesgos…
Guild me miró, incapaz de creer lo que oía. Yo procuré que mi cara no expresara nada. Y Guild logró decir en voz que la ira ahogaba:
—Está bien, Flint. Espera ahí fuera.
Pareció quedar atónito el policía pelirrojo.
—Sí, señor. Aquí tiene la llave —dijo lentamente y, luego de dejar una llave sobre la mesa, se dirigió a la puerta. Mas antes de salir se volvió y dijo con una alegre risa—: ¿Sabe lo que dice? Pues que es el hijo de Clyde Wynant.
Guild, que todavía no había logrado recobrar el dominio de su voz, dijo a duras penas:
—¡No! ¿De veras dice eso?
—Sí, señor. Pero a éste le tengo yo guipado de enantes. Tengo idea que fue de la panda de Big Shorty Dolan. Y creo que solía verle por…
—¡Largo de aquí! ¡Fuera! —bramó Guild.
Y Flint se largó de allí.
Un ronco gemido le brotó a Guild desde lo hondo de su corpachón.
—Ese imbécil me saca de quicio. ¡De la panda de Big Shorty Dolan! ¡Santo Dios! —sacudió la cabeza desesperanzadamente y se dirigió a Gilbert—: ¿Bien, muchacho?
—No debí hacerlo. Lo sé —dijo Gilbert.
—No es mal comienzo —dijo Guild jovialmente. Su rostro iba recobrando su aspecto normal—. Todos cometemos equivocaciones. Acerca una silla, siéntate y a ver qué podemos hacer para sacarte de este follón. ¿Quieres algo para ese ojo?
—No, gracias. No es nada.
Gilbert movió una silla unos centímetros en dirección de Guild y se sentó.
—¿Te pegó ese estúpido por pasar el rato?
—No, no. La culpa fue mía. Es verdad que me resistí.
—Qué se le va a hacer —dijo Guild—. A nadie le gusta que le detengan, supongo. Y ahora dinos. ¿De qué se trata?
Gilbert me miró con el ojo útil.
—Estás en el apuro en que el teniente Guild te quiera meter —le dije—. Las cosas se te pondrán más fáciles si no se las pones tú difíciles a él.
Guild asintió con palmario convencimiento.
—Así es —dijo y, retrepándose en el sillón, preguntó en tono amigable—: ¿De dónde sacaste la llave?
—Me la mandó mi padre con su carta —y así diciendo, sacó del bolsillo un sobre blanco y se lo entregó a Guild.
Di la vuelta a la mesa y miré el sobre por encima de Guild. La dirección estaba escrita a máquina: Mr. Gilbert Wynant, Residencia Courtland. El sobre no tenía sello.
—¿Cuándo la has recibido? —le pregunté.
—Estaba en la conserjería del hotel anoche, cuando regresé a eso de las diez. No le pregunté al conserje cuánto tiempo llevaba allí, pero supongo que no había llegado cuando salí con usted, pues me la hubiera entregado.
El sobre contenía dos hojas de papel cubiertas de un texto tan mal mecanografiado como los que ya conocíamos. Guild y yo leímos la carta al mismo tiempo.
Querido Gilbert:
Si han pasado tantos años sin que hayas sabido de mí se debe únicamente a que ése fue el deseo de tu madre y si hoy rompo mi silencio para pedirte que me ayudes es sólo porque lo necesito mucho pues de otra manera no contrariaría los deseos de tu madre. Además ya eres un hombre y creo que a ti te corresponde decidir si hemos de seguir siendo dos extraños el uno para el otro o si hemos de conducirnos de acuerdo con los lazos de sangre que nos unen. Creo que estás enterado de que me encuentro en una situación difícil en relación con el llamado asesinato de Julia Wolf y espero que conserves el suficiente cariño por mí para que desees que yo resulte ser completamente inocente de cualquier complicidad en los hechos, y ésa es la verdad. Recurro a ti para que me ayudes a demostrar mi inocencia de una vez a la Policía y a todo el mundo seguro de que si no puedo contar con tu afecto al menos contaré con tu natural deseo de hacer todo lo que puedas para conservar sin mancilla el nombre que llevas y que lleva tu hermana además de ser el mío. Recurro a ti porque aunque tengo un abogado que es competente y que cree en mi inocencia y no está dejando de hacer nada para demostrarla y tengo esperanzas de que Mr. Nick Charles le ayude no puedo pedirles a ninguno de los dos que se encargue de lo que después de todo es un acto ilegal y no conozco a nadie más que a ti en quien me atreva a confiar. Lo que deseo que hagas es esto: ve mañana al apartamento de Julia Wolf 411 calle Cincuenta y Cuatro Este en el que podrás entrar con la llave adjunta y entre las páginas de un libro que se titula El gran estilo encontrarás un cierto papel o declaración que debes leer y destruir inmediatamente. Debes estar seguro de que lo destruyes por completo no dejando ni siquiera una ceniza y cuando lo hayas leído comprenderás por qué es necesario que hagas lo que te digo y también por qué te confío este encargo. Si algo ocurriera que hiciera aconsejable cambiar nuestros planes te llamaré por teléfono a última hora esta noche. Si no sabes de mí te llamaré por teléfono mañana por la tarde para saber si has seguido mis instrucciones y para que nos citemos. Tengo absoluta confianza en que te darás cuenta de la inmensa responsabilidad que echo sobre tus espaldas y en que está justificada.
Con todo cariño
tu padre.
La firma de Wynant, grande y deslavazada, aparecía debajo de «tu padre».
Aguardó Guild a que yo dijera algo. Yo le esperé a él. Después de unos momentos de esto, le pregunté a Gilbert:
—¿Y te llamó?
—No, señor.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté yo—. ¿No le dijiste a la telefonista que no comunicase a nadie con vuestro apartamento?
—Yo… Sí, se lo dije. Me dio miedo de que se enterase usted de quién me llamaba si telefoneaba estando usted allí, pero él hubiera dejado algún recado con la telefonista, me parece, y no lo hizo.
—Entonces, no le has estado viendo.
—No.
—Y no te ha dicho quién mató a Julia Wolf.
—No.
—¿Le mentiste a Dorothy?
Bajó la cabeza y asintió mirando al suelo.
—Es que estaba… Supongo que estaba celoso —y cuando me miró tenía la cara roja—. No sé si lo comprenderá… Dorry me admiraba y creía que yo sabía más que nadie en el mundo. Si quería saber algo, me lo preguntaba a mí, y siempre hacía lo que yo le decía; pero cuando empezó a verle a usted, la cosa cambió. Le admiraba y le respetaba más a usted… Es muy natural, lo sé, y hubiera sido una estúpida al no hacerlo, porque no hay comparación, pero supongo que sentí celos y resentimiento… Bueno, no se trataba de resentimientos exactamente, porque yo también le admiraba a usted, pero quise hacer algo que la impresionara; quise, qué sé yo, supongo que darme aires, y cuando recibí esa carta fingí que había estado viendo a mi padre y que él me había dicho quién había cometido los asesinatos, todo para que Dorry creyera que yo sabía cosas que incluso usted desconocía —calló sin respiración y se enjugó la cara con el pañuelo.
Yo volví a esperar más que Guild, hasta que él por fin dijo:
—Bueno, muchacho, supongo que el daño no ha sido grande, a no ser que estés callando otras cosas que debiéramos saber.
Negó Gilbert con la cabeza y dijo:
—No, señor. No me estoy callando nada.
—¿Sabes algo de esa cadena y esa navaja que nos dio tu madre?
—No, señor, ni sabía una palabra de ellas hasta que se las dio a usted.
—¿Cómo está? —le pregunté.
—Ah, creo que está bien, aunque dijo que hoy se iba a quedar en la cama.
—¿Qué le pasa? —dijo Guild, arrugando los ojos.
—Histeria —le dije—. Tuvo una trifulca con su hija anoche y explotó.
—¿Una trifulca acerca de qué?
—¡Cualquiera lo sabe! Uno de esos ataques que sufren las mujeres.
Guild se rascó el mentón y dejó oír un ruido de significado impreciso.
—¿Es cierto lo que dijo Flint, que no tuviste ocasión de buscar ese documento? —le pregunté al muchacho.
—Sí. No tuve tiempo ni de cerrar la puerta. Se me echó encima.
—Tengo a mis órdenes unos policías maravillosos —rezongó Guild—. ¿No te dijo «¡Uf!» para asustarte cuando saltó sobre ti? Déjalo estar. Bueno, muchacho, hay dos cosas que puedo hacer. Cuál de ellas, eso depende de ti. Te puedo conservar detenido algún tiempo, o te puedo dejar libre si me prometes que me avisarás tan pronto como tu padre se ponga en contacto contigo, y si me dices lo que él te diga y el lugar en que quiere verte, si es que lo quiere.
Antes que Gilbert pudiera decir nada hablé yo.
—Guild, no puede usted pedirle eso. Se trata de su propio padre.
—¡Ah! ¿Conque no puedo? —me dijo con expresión agria—. ¿Y no es en beneficio de su propio padre, si es que es inocente?
Callé. Se despejó lentamente la cara de Guild y dijo:
—Está bien, chico. Supón que te pongo en una especie de libertad bajo palabra. Si tu padre, o cualquier otra persona, te pide que hagas algo, ¿me prometes decirles que no puedes porque me has dado palabra de honor de que no lo harías?
Me miró el muchacho.
—Eso suena razonable —dije.
—Sí, señor. Le doy mi palabra —dijo Gilbert.
Guild hizo un amplio ademán con la mano y le dijo:
—Está bien. Puedes irte.
—Muchas gracias, señor —y, volviéndose hacia mí, me preguntó—: ¿Va usted a estar…?
—Espérame ahí fuera si no tienes prisa —le dije.
—Le esperaré. Adiós, teniente, y muchas gracias —y salió.
Guild agarró el teléfono y ordenó que le trajeran El gran estilo y lo que contuviera. Hecho esto, enlazó las manos detrás de la nuca y comenzó a mecerse en el sillón, acabando por decir:
—¿Y qué?
—¡Cualquiera sabe! —dije yo.
—¿No seguirá usted creyendo que no lo hizo Wynant?
—¿Qué importa lo que yo piense? Con lo que Mimi le dio a usted ya tiene pruebas bastantes contra él.
—Pues sí que importa —me aseguró— y me gustaría de veras saber lo que opina y por qué.
—Mi mujer cree que Wynant está encubriendo a alguien.
—¿Sí? Nunca he despreciado la intuición femenina, y, si me permite usted decirlo, Mrs. Charles es una señora pero que muy lista. ¿Quién cree que es?
—Según mis últimas noticias, todavía no lo ha decidido.
Suspiró y dijo:
—Bueno, quizá ese documento que mandó recoger al chico nos diga algo.
Pero nada nos dijo aquella tarde el documento. Los hombres de Guild no pudieron dar con él y no pudieron encontrar un ejemplar de El gran estilo en el apartamento de la mujer muerta.