NORA, CON CARA DE SUEÑO, estaba haciéndoles la visita a Guild y a Andy cuando regresé a la otra habitación. Los chicos de Wynant no estaban a la vista.
—Puede usted pasar —le dije a Guild—. La primera puerta a la izquierda. Creo que ya está lista para verle a usted.
—¿La obligó a cantar? Asentí con un gesto.
—¿Qué ha dicho?
—A ver qué le saca usted. Luego compararemos notas y veremos qué sale de todo ello.
—Está bien. Ven, Andy —y con esto salieron los dos.
—¿En dónde está Dorothy? —pregunté.
—Creí que estaba contigo y con su madre —dijo Nora bostezando—. Gilbert anda por ahí. Estaba aquí hace unos minutos. ¿Vamos a tener que quedarnos mucho tiempo?
—No mucho.
Volví al pasillo, pasé por delante de la puerta de la alcoba de Mimi y llegué a otra que estaba abierta. Miré dentro y no vi a nadie. Había en frente otra puerta cerrada. Llamé.
—¿Qué pasa? —dijo la voz de Dorothy.
—Nick —respondí y entré.
La vi tumbada de costado en la cama, completamente vestida, pero descalza. Gilbert estaba sentado en la cama, a su lado. Advertí que tenía la boca algo hinchada, pero tal vez fuera de haber llorado: tenía los ojos enrojecidos. Alzó la cabeza para mirarme con gesto de mal humor.
—¿Todavía quieres hablar conmigo? —le pregunté.
Se levantó Gilbert de la cama y me preguntó:
—¿Dónde está mamá?
—Hablando con la Policía.
Dijo algo que no entendí y salió de la habitación.
Dorothy se estremeció.
—Me da miedo Gil —dijo, y luego recordó mirarme con mal humor otra vez.
—¿Todavía quieres hablar conmigo?
—¿Qué te hizo volverte contra mí de esa manera?
—No digas tonterías —me senté en el sitio que había dejado libre Gilbert—. ¿Sabes algo acerca de una cadena y una navaja que se supone que ha encontrado tu madre?
—No. ¿En dónde?
—¿Qué querías decirme?
—Ahora, ya nada —dijo en tono desabrido—, excepto que podrías por lo menos limpiarte el carmín de los labios.
Me lo limpié. Me arrebató el pañuelo de las manos, dio la vuelta en la cama para coger una caja de cerillas de la mesa de noche y encendió una.
—Eso va a organizar una peste del diablo —le dije.
—No me importa —dijo, pero apagó la cerilla de un soplo.
Cogí el pañuelo, me acerqué a la ventana, la abrí, dejé caer el pañuelo, cerré la ventana y volví a sentarme en la cama.
—¿Te sientes mejor ahora?
—¿Qué te dijo mamá… de mí?
—Que estás enamorada de mí.
Se incorporó violentamente en la cama y me preguntó:
—¿Y qué dijiste tú?
—Que te gustaba porque te gusté cuando eras una niña.
—¿Crees que se trata de eso? —dijo y le tembló el labio de abajo.
—¿Qué otra cosa puede ser?
—No lo sé —y comenzó a llorar—. Todos se han reído de mí por ello: mamá, y Gilbert, y Harrison… Yo…
La abracé y le dije:
—Al demonio con todos ellos.
Al cabo de unos momentos me preguntó:
—¿Está mamá enamorada de ti?
—¡Qué disparate! Tu madre odia a los hombres más que cualquiera de las mujeres que he conocido, si exceptúas las lesbias.
—Pero siempre tiene algún…
—Eso es puramente físico. No debe engañarte. Mimi abomina de los hombres, de todos, acérrimamente.
Dorothy, que había dejado de gimotear, arrugó el entrecejo y dijo:
—No lo entiendo. ¿La odias tú a ella?
—Por lo general, no.
—¿Y ahora?
—Creo que no. Ahora se está conduciendo como una estúpida y se cree que lo está haciendo muy inteligentemente, lo cual resulta pesado; pero odiarla, no, no creo que la odie.
—Yo, sí —dijo Dorothy.
—Ya me lo dijiste la semana pasada. Hay algo que te quería preguntar. ¿Conocías o viste alguna vez a ese Arthur Nunheim de quien estábamos hablando esta noche en el bar?
Me lanzó una mirada cortante.
—Estás tratando de cambiar de conversación.
—Es que lo quiero saber. ¿Le conocías?
—No.
—Hablaron de él los periódicos —le recordé—. Fue el que le dijo a la Policía que Morelli conocía a Julia Wolf.
—No me acordaba de su nombre. No creo haberlo oído nunca hasta esta noche.
Se lo describí.
—¿Le has visto alguna vez?
—No.
—Puede que algunas veces fuera conocido por el nombre de Albert Norman. ¿Te suena?
—No.
—¿Conoces a alguna de las personas que hemos visto esta noche en el bar de Studsy? ¿O sabes algo acerca de alguna de ellas?
—No. De veras, Nick. Si supiese algo que te sirviera de ayuda, te lo diría.
—¿Sin tener en cuenta que con ello pudieras perjudicar a alguien?
—Sí —dijo inmediatamente, y luego—: ¿Qué quieres decir?
—Sabes muy bien lo que quiero decir.
Se cubrió la cara con las manos, y apenas pude oír sus palabras.
—Tengo miedo, Nick. Yo… —se quitó las manos de la cara convulsivamente al oír unos golpes en la puerta.
—Adelante —dije, alzando la voz.
Abrió Andy la puerta lo suficiente para meter la cabeza, trató que su expresión no denotara curiosidad y dijo:
—El teniente quiere verle.
—Voy ahora mismo —le prometí. Abrió la puerta algo más.
—Le está esperando —y al decir esto hizo lo que probablemente quiso ser un guiño significativo; pero, comoquiera que al guiñar la mitad de la boca se desplazó hacia arriba en mayor medida que el ojo se cerró, el resultado fue una mueca bastante sorprendente.
—Volveré —le dije a Dorothy y seguí al policía, que cerró la puerta y me dijo al oído:
—El chaval estaba pegado al ojo de la cerradura.
—¿Gilbert?
—Ajá. Tuvo tiempo de escabullirse cuando me oyó llegar, pero allí estaba.
—Para él, eso no es nada. ¿Qué tal les fue a ustedes con la señora?
Colocó los labios como para pronunciar la letra O, exhaló el aire ruidosamente por el orificio así formado y dijo:
—¡Qué mujer!