Veinte

CUANDO LLEGUÉ A CASA encontré a Nora comiéndose un pedazo de pato fiambre con una mano y empleando la otra para hacer un rompecabezas.

—Creí que te habías quedado a vivir con ella —me dijo—. Tú que eras detective, encuéntrame un pedazo de color como castaño que debe de tener el aspecto de un caracol con el cuello muy largo.

—¿Un pedazo de pato o un pedazo del rompecabezas? Oye, vamos a no ir esta noche a casa de los Edge. Son muy aburridos.

—Como quieras. Pero se molestarán.

—No caerá esa breva —me quejé—. Se ofenderían con los Quinn y…

—Ha llamado Harrison. Me ha encargado que te diga que éste es el momento de comprar unas acciones de Mcintyre Porcupine, creo que eso es lo que dijo, para hacer juego con las que tienes de Dome. Dice que cerraron a veinte y cuarto —señaló el rompecabezas con un dedo y dijo—: La pieza que necesito es para aquí.

Encontré la pieza que necesitaba y le dije, casi palabra por palabra, lo ocurrido en casa de Mimi.

—No me lo creo —me dijo—. Son invenciones tuyas. No hay personas así. ¿Qué les ocurre? ¿Son los primeros ejemplares de una raza nueva de monstruos?

—Yo me limito a decirte lo que pasa; no lo explico.

—¿Y cómo lo explicarías? No hay ni un solo miembro de la familia, ahora que Mimi se ha vuelto contra su Chris, que tenga el más mínimo sentimiento de afecto por ninguno de los otros y, sin embargo, hay algo que los hace parecerse mucho entre sí.

—Tal vez ésa sea la explicación —le sugerí.

—Me gustaría conocer a la tía Alice —dijo Nora—. ¿Vas a entregar esa carta a la Policía?

—Ya se la he leído a Guild por teléfono —respondí, y entonces le dije lo de Nunheim.

—¿Qué significa eso?

—Para empezar, si Jorgensen no está en Nueva York, y creo que no está, y si las balas han sido disparadas por la misma arma que emplearon contra Julia Wolf, y probablemente lo han sido, la Policía tendrá que buscar un cómplice de Jorgensen si le quieren acusar de algo.

—Tengo la fuerte impresión de que si fueras un detective bueno podrías explicármelo con más claridad —siguió con su rompecabezas y me preguntó—: ¿Vas a volver a casa de Mimi?

—Lo dudo. ¿Por qué no dejas descansar un poco a ese chisme mientras cenamos?

Sonó el teléfono y dije que contestaría yo. Era Dorothy Wynant.

—Haló. ¿Nick?

—El mismo. ¿Qué tal, Dorothy?

—Gil acaba de llegar y me ha preguntado acerca de ya sabes qué, y he querido decirte que sí la cogí yo, pero sólo para impedir que se convierta en morfinómano.

—¿Qué has hecho con ella?

—Me ha obligado a devolvérsela y no me cree, pero, de veras, sólo la cogí por eso.

—Yo sí te creo.

—¿Quieres decírselo a Gil? Si tú me crees, también me creerá él, porque se imagina que tú sabes todo lo que hay que saber acerca de esas cosas.

—Se lo diré tan pronto como le vea —prometí.

Calló durante unos segundos y me preguntó:

—¿Cómo está Nora?

—Yo la encuentro bien. ¿Quieres hablar con ella?

—Pues, sí. Pero hay algo que quiero preguntarte. ¿Dijo mamá algo… acerca de mí cuando estuviste en casa hoy?

—Que yo recuerde, no. ¿Por qué?

—¿Y Gil?

—Sólo lo de la morfina.

—¿Estás seguro?

—Bastante —dije—. ¿Por qué?

—No es nada, realmente…, si es que estás seguro. Es una tontería.

—Está bien. Voy a llamar a Nora.

Volví al cuarto de estar y le dije a Nora:

—Dorothy quiere hablar contigo. No la invites a cenar.

Cuando volvió de hablar por teléfono, algo advertí en sus ojos.

—¿Qué pasa ahora? —le pregunté.

—Nada de particular. Que cómo estoy, y todo eso.

—Si le mientes a tu viejo, Dios te castigará.

Fuimos a cenar a un restaurante japonés de la calle Cincuenta y Ocho, y luego dejé que Nora me convenciera de que fuéramos a casa de los Edge después de todo.

Halsey Edge era un hombre delgaducho, de cincuenta y tantos años, de mejillas hundidas y amarillentas y completamente calvo. Se describía a sí mismo como «vampiro de profesión y por gusto», la única chanza de que era capaz, si es que lo era, con lo cual quería decir que era arqueólogo y que se sentía muy orgulloso de su colección de hachas de combate. Realmente, no era demasiado insoportable, una vez que uno se resignaba a tener que escucharle el catálogo de su armería de vez en cuando, hachas de piedra, hachas de cobre, hachas de bronce, hachas de dos filos, hachas de dos hojas, hachas de hoja labrada, hachas poligonales, hachas estriadas, hachas martillo, hachas doladeras, hachas mesopotámicas, hachas húngaras, hachas escandinavas, y todas ellas con aspecto apolillado. Era su mujer quien no nos gustaba. Se llamaba Leda, pero él la llamaba Tip. Era muy pequeña de cuerpo, y cabellos, tez y ojos, aunque de color distinto en su estado natural, eran todos borrosos. Muy rara vez se sentaba, más bien se posaba sobre los asientos, como un ave, y era aficionada a ladear la cabeza ligeramente. Nora tenía la teoría de que, una vez que Edge abrió una tumba antigua, salió Tip de ella, y Margot Innes siempre se refería a ella como al gnomo, pronunciando bien todas las letras. A mí me dijo una vez que no creía que ninguna obra literaria de antigüedad superior a los veinte años conseguiría perdurar, porque no había en ellas nada de psiquiatría. Vivían en una agradable casa de tres pisos al borde de Greenwich Village, y sus bebidas eran excelentes.

Había en la casa, cuando llegamos, una docena larga de personas. Tip nos presentó a las que no conocíamos y luego me llevó a un rincón.

—¿Por qué no me dijiste que aquella gente que conocí en tu casa el día de Navidad estaba complicada en un misterioso asesinato? —me preguntó, ladeando la cabeza hacia la izquierda de tal manera que la oreja casi vino a descansar sobre el hombro.

—No sé que lo estén. Y además, ¿qué es un asesinato misterioso en estos tiempos?

Ladeó la cabeza hacia la derecha.

—Ni siquiera me dijiste que te habías encargado del caso.

—¿Que había qué? ¡Ah, ya te comprendo! Bueno, pues no me había encargado de él y no me he encargado. El hecho de que me pegaran un tiro debiera ser suficiente prueba de que yo no era sino un inocente espectador.

—¿Te duele mucho?

—Pica. Se me ha olvidado cambiarme la cura esta tarde.

—¡Nora se llevaría un susto horrible!

—Y yo, y el fulano que disparó contra mí. Ahí está Halsey. Aún no le he saludado.

En el momento que me escurría por al lado de ella para escapar me dijo:

—Harrison me ha prometido traer esta noche a la hija.

Estuve hablando con Edge durante unos minutos, casi todos ellos acerca de una casa que iba a comprar en Pensilvania; luego me busqué algo de beber y me quedé oyendo a Larry Crowley y a Phil Thames intercambiar chistes verdes hasta que se acercó a nosotros una mujer que le preguntó a Phil, que enseñaba en la Universidad de Columbia, una de las preguntas acerca de la tecnocracia que la gente andaba preguntando aquella semana. Larry y yo los dejamos.

Nos acercamos a donde estaba sentada Nora.

—Ándate con ojo —me dijo—. El gnomo está decidido a sacarte la historia del asesinato de Julia Wolf con pelos y señales.

—Que se lo cuente Dorothy. Va a venir con Quinn.

—Ya lo sé.

—Ha perdido la cabeza con esa chica, ¿no? —dijo Larry—. Me ha dicho que se va a divorciar de Alice para casarse con ella.

—Pobre Alice —dijo Nora compasivamente. A ella no le gustaba Alice.

—Depende de cómo lo mires —dijo Larry. A él le gustaba Alice—. Ayer vi a ese que está casado con la madre de la chica. Ya sabes quién digo, el hombre alto que conocí en tu casa.

—¿Jorgensen?

—Sí, eso es. Le vi salir de una casa de empeños de la Sexta Avenida, cerca de la calle Cuarenta y Seis.

—¿Le hablaste?

—Yo iba en un taxi. Y, en cualquier caso, supongo que es de buena educación hacer como que no se ve a un conocido cuando sale de una casa de empeños.

Tip dijo «¡Chist!» en todas direcciones, y Levi Oscant empezó a tocar el piano. Quinn y Dorothy llegaron mientras tocaba. Quinn traía una melopea de padre y muy señor mío, y Dorothy parecía estar a medios pelos.

Se me acercó ella y me susurró:

—Quiero irme cuando lo hagáis Nora y tú.

—Pues no estarás aquí a la hora del desayuno —le dije.

Tip dijo «chist» en mi dirección.

Seguimos escuchando música.

Dorothy se mostró inquieta junto a mí durante un minuto y volvió a susurrar:

—Gil dice que vas a ir a ver a mamá más tarde. ¿Es verdad?

—Lo dudo.

Quinn vino hacia nosotros con pasos inseguros.

—¿Qué cuentas, muchacho? Hola, Nora. ¿Le diste mi recado? —Tip le envió un «chist», y Quinn no le hizo caso. Advertí una expresión de alivio en otras personas, que comenzaron a hablar también—. Escucha, chico, tú tienes la cuenta en el Golden Gate Trust de San Francisco, ¿no?

—Tengo algo de dinero en él.

—Sácalo. He oído esta noche que se está tambaleando.

—Está bien. No tengo mucho allí, de todas formas.

—¿No? ¿Qué haces con todo tu dinero?

—Los franceses y yo somos aficionados a atesorar oro.

Sacudió la cabeza solemnemente.

—Es la gente como tú la que provoca las crisis en el país.

—Y es la gente como yo la que no entra en crisis con él. ¿En dónde has estado bebiendo así?

—Tiene la culpa Alice. Lleva de mal humor una semana. Si no bebiera me volvería loco.

—¿Por qué está de mal humor?

—Porque bebo. Cree… —se inclinó hacia mí y añadió en tono confidencial—: Escucha. Aquí todos sois amigos míos. Os voy a decir lo que voy a hacer: voy a conseguir el divorcio y me voy a casar…

Trató de rodear a Dorothy con un brazo. Dorothy se apartó y dijo:

—Eres un tonto y un pesado. Haz el favor de dejarme en paz.

—Le parezco tonto y pesado —me dijo a mí—. ¿Y sabes por qué no quiere casarse conmigo? A que no lo sabes. Porque está enam…

—¡Cállate! ¡Cállate, imbécil y borracho! —Dorothy empezó a golpearle la cara con las dos manos. Tenía roja la cara y la voz chillona—. ¡Si vuelves a decir eso te mato!

Aparté a Dorothy de Quinn; Larry le cogió y logró que no cayera al suelo.

—¡Nick! —gimió—. ¡Me ha pegado, Nick! —y corrieron las lágrimas por sus mejillas.

Dorothy había escondido la cara contra mi chaqueta y parecía estar llorando.

Monopolizamos la atención del público. Tip vino corriendo hacia mí, la cara brillando de curiosidad.

—¿Qué pasa, Nick?

—Nada. Un par de borrachos con ganas de broma. No les pasa nada. Yo me encargaré de llevarlos a casa.

No coincidió esto con el parecer de Tip, que quería que se quedaran, al menos hasta enterarse de lo que había ocurrido. Instó a Dorothy para que se echara un rato, ofreció traerle «algo», no sé lo que «algo» sería, a Quinn, el cual estaba encontrando sumamente difícil mantenerse en pie.

Nora y yo nos llevamos a los dos. Larry se ofreció a acompañarnos, pero decidimos que no era necesario. Quinn fue durmiendo en una esquina del taxi hasta su casa, mientras Dorothy se quedó callada y muy tiesa en el otro rincón, con Nora entre los dos. Yo fui inseguramente sentado en la bigotera, pensando que al menos no nos habíamos quedado mucho tiempo en casa de los Edge.

Nora y Dorothy se quedaron en el taxi, mientras yo llevaba a Quinn hasta su apartamento. Estaba desmadejado.

Llamé al timbre y nos abrió Alice la puerta. Tenía puesto un pijama verde y llevaba en la mano un cepillo para el pelo. Miró a Quinn con ojos de tedio y me dijo con voz de tedio:

—Mete eso dentro.

Metí dentro aquello y lo tumbé en la cama. Algo farfulló que no pude entender mientras movía una mano de un lado a otro, pero conservó cerrados los ojos.

—Yo le acostaré —dije y empecé a aflojarle la corbata.

Alice estaba apoyada contra los pies de la cama.

—Hazlo si quieres. Yo ya estoy harta de hacerlo.

Le quité la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta.

—¿En dónde ha perdido el conocimiento esta vez? —preguntó ella sin demostrar gran interés, aún a los pies de la cama y ahora cepillándose el pelo.

—En casa de los Edge —respondí mientras le desabrochaba los pantalones.

—¿Estaba con el pendón de la Wynant? —preguntó sin dar importancia a la pregunta.

—Había mucha gente allí.

—Sí. Seguro que no escogería un sitio reservado —se cepilló el pelo un par de veces—. Así que crees que no es de buenos amigos decirme nada, ¿eh?

Se movió ligeramente su marido y murmuró:

—Dorry.

Le quité los zapatos.

—Aún le recuerdo cuando tenía músculos —dijo con un suspiro cuando acabé de desnudarle y le metí debajo de las sábanas—. Voy a buscarte algo de beber.

—Tendrá que ser algo rápido. Nora me está esperando abajo en un taxi.

Abrió la boca como si fuera a hablar, la cerró, la volvió a abrir para decir:

—De acuerdo.

La acompañé a la cocina. Al cabo de unos segundos me dijo:

—No es que me importe, Nick, pero ¿qué piensa la gente de mí?

—Eres como todo el mundo. Les gustas a unos y no les gustas a otros, y a los demás ni les gustas ni les dejas de gustar.

—No es eso lo que he querido decir precisamente —dijo con el ceño fruncido—. ¿Qué piensa la gente de mí por seguir viviendo con Harrison, mientras él se dedica a ir tras de todo lo que lleve faldas?

—No lo sé, Alice.

—¿Qué te parece a ti?

—Me parece que tú sabrás lo que haces y que lo que hagas es asunto tuyo.

Me miró descontenta.

—Tú no te verás metido en muchas complicaciones por hablar demasiado, ¿verdad? —sonrió amargamente—. Sabes que sigo con él por su dinero, ¿no? Supongo que no significa mucho para ti, pero lo significa para mí, por la educación que me dieron.

—Siempre existe el divorcio y el dinero que él tendría que pasarte. Deberías…

—Anda, acaba de beberte eso y vete al diablo —me dijo con voz cansada.