Nueve

—TODO ESO NO ES MÁS que presunción. Eso es lo que es —me dijo Nora—. Y maldita la falta que hace. Demasiado sé que las balas te rebotan. No tienes que demostrármelo.

—No me pasará nada si me levanto.

—Y no te pasará nada si te quedas en la cama, al menos un día. El médico dijo…

—Si el médico supiera algo se curaría su propio catarro —me senté en la cama y puse los pies en el suelo. Asta me hizo cosquillas lamiéndomelos.

Nora me trajo la bata y las zapatillas.

—Está bien, bravucón, levántate y desángrate sobre la alfombra.

Me puse en pie con circunspección, y todo pareció ir bien con tal de no tomarme excesivas libertades con el brazo izquierdo y de no ponerme al alcance de las patas de Asta.

—Sé razonable —dije—. Yo no quería complicarme con esta gente y sigo sin quererlo, pero ¡para lo que me está sirviendo! No puedo salir de todo ello a tropezones. Tengo que ver las cosas.

—Vámonos de aquí —me propuso—, vámonos a las Bermudas o a La Habana una o dos semanas. O volvámonos a casa.

—Seguiría teniendo que decirle algo a la Policía acerca de esa pistola. Supón que sea la pistola con que mataron a esa mujer. Si no lo saben ya, puedes estar segura de que lo estarán investigando.

—¿De veras crees que lo es?

—Es una posibilidad. Esta noche iremos a cenar allí y…

—No vamos a hacer nada que se le parezca. ¿Es que te has vuelto completamente loco? Si quieres ver a alguien, que venga aquí.

—No es lo mismo —le dije abrazándola—. Y deja de preocuparte por este arañazo. No me pasa nada.

—Estás presumiendo. Lo que quieres es que todo el mundo vea que eres un héroe y que a ti no te para nadie a balazos.

—No seas antipática.

—Sí, voy a ser antipática. No voy a permitir que…

La callé, poniéndole una mano sobre la boca.

—Quiero ver a los Jorgensen juntos en casa, quiero ver a Macaulay y quiero ver a Studsy Burke. Ya me han dado bastantes empujones. Tengo que ver qué pasa.

—¡Qué cabezota eres! —se quejó—. Bueno, no son más que las cinco. Échate hasta que sea la hora de vestirte.

Me tumbé cómodamente en el sofá del cuarto de estar. Pedimos que nos subieran los periódicos de la tarde. Por lo que decían, Morelli había disparado contra mí, dos tiros según un periódico y tres según el otro, cuando yo estaba tratando de detenerle por el asesinato de Julia Wolf, y yo me encontraba al borde de la muerte, y ni podía ver a nadie ni era posible trasladarme al hospital. Publicaban la fotografía de Morelli y otra mía, tomada trece años antes, en que se me veía con un sombrero bastante raro, cuando me encontraba trabajando en el asunto de la explosión de la Wall Street. La mayor parte de las ampliaciones de la noticia de la muerte de la Wolf eran más bien vagas. Estábamos leyéndolas cuando se nos presentó nuestra sempiterna visitante: Dorothy Wynant.

La oí decir cuando Nora le abrió la puerta:

—No quisieron anunciarme, así que me he escabullido y aquí estoy. Por favor, no me eches. Te puedo ayudar a cuidar a Nick. Haré lo que haga falta. Por favor, Nora.

Nora pudo aprovechar un instante de silencio para decir:

—Pasa.

Y pasó Dorothy. Me miró atónita.

—Pero ¡si los periódicos dicen que estabas…!

—¿Tengo aspecto de moribundo? ¿Qué demonios te ha ocurrido?

Tenía el labio de abajo tumefacto y abierto en un borde y presentaba un cardenal en el pómulo y dos rasguños en la otra mejilla. Tenía los ojos rojos e hinchados.

—Me ha pegado mamá —dijo—. Mira —dejó caer el abrigo al suelo, se arrancó un botón al desabrocharse el vestido, sacó un brazo de la manga y se bajó la ropa para mostrar la espalda. Tenía oscuros cardenales en el brazo y largos verdugones rojos se entrecruzaban en la espalda. Se había echado a llorar—. ¿Veis?

Nora la rodeó con un brazo.

—¡Pobre criatura! —dijo.

—¿Por qué te ha pegado? —pregunté yo.

Se apartó de Nora y se arrodilló en el suelo, junto a mi sofá. Asta se acercó a ella y le dio unos cariñosos golpecitos con el hocico.

—Porque pensó que yo había venido…, que había venido a verte acerca de mi padre y de Julia Wolf —los sollozos entrecortaban sus frases—. Por eso vino…, para averiguarlo… Y tú le…, le hiciste creer que te tenía sin cuidado todo…, como también me lo… hiciste creer a mí… Y se quedó tan conforme… hasta que leyó los periódicos esta tarde. Claro, entonces… se dio cuenta de que la habías engañado al decirle que no tenías nada que ver en el… asunto. Y me pegó… para hacer que yo le dijera lo que te había dicho a ti.

—¿Qué le dijiste?

—No le dije nada… porque… no podía decirle lo de Chris. No pude decirle nada.

—¿Estaba él allí?

—Sí.

—¿Y dejó que te pegara de esta forma?

—Si él…, él nunca la hace dejar de pegarme.

—¡Por el amor de Dios, Nora, danos una copa!

—Voy —dijo Nora, recogió del suelo el abrigo de Dorothy, lo puso sobre el respaldo de una silla y se fue hacia la despensa.

—Déjame que me quede aquí, por favor, Nick. No os molestaré para nada, de veras, y tú me dijiste que debía dejarlos a todos. Sabes que me lo dijiste, y no tengo ningún otro sitio a donde ir. ¡Por favor!

—Tranquilízate. Esto hay que pensarlo un poco. No sé si sabrás que yo le tengo tanto miedo a Mimi como tú. ¿Qué creía que me habías contado?

—Mamá tiene que saber algo, algo acerca del asesinato, y se figura que también lo sé yo. Pero yo no sé nada, Nick, te juro que no sé nada.

—Eso es una gran ayuda —me quejé—. Pero escucha, amiga mía: hay algunas cosas que sí sabes, y por ellas vamos a empezar. O me lo dices todo francamente, desde el principio, o no voy a jugar.

Hizo un ademán como si fuera a alzar la mano para jurar y dijo:

—Te juro que sí.

—Mejor será. Ahora vamos a echar un trago —y los dos cogimos un vaso de los que traía Nora—. ¿Le has dicho que te ibas para siempre?

—No. No le he dicho nada. Puede que ni siquiera sepa todavía que no estoy en mi cuarto.

—Mejor.

—¿No me irás a obligar a volver? —gimió.

Nora me miró por encima del borde de su vaso y dijo:

—Esta criatura no puede quedarse allí para que le peguen de esta manera, Nick.

—Calla. No lo sé. Estaba pensando que, si vamos a cenar allí, mejor sería que Mimi no supiera…

Dorothy me miró aterrada, y Nora dijo:

—Después de esto, no se te ocurra pensar que me vas a llevar allí.

Y Dorothy comenzó a hablar rápidamente:

—Pero si mamá ya no os espera… Ni siquiera sé si la encontraríais en el hotel. Los periódicos dicen que te estás muriendo. No piensa que vayáis a ir.

—Tanto mejor —dije yo—. Así les daremos una sorpresa.

Acercó la cara, ahora demudada, a la mía y derramó parte de su bebida sobre mi manga con la emoción.

—¡No vayas! ¡No puedes ir! Hazme caso, hazle caso a Nora. No puedes ir —y, volviéndose para mirar a Nora, añadió—: ¿Verdad que no? Dile que no puede ir.

Nora no apartó sus ojos oscuros de mi cara al decir:

—Aguarda, Dorothy. Nick debe saber lo que es mejor. ¿Qué estás pensando, Nick?

Le hice una mueca.

—Ando a tientas sólo. Si tú dices que Dorothy se queda aquí, aquí se quedará. Supongo que puede dormir con Asta. Pero en cuanto a lo demás, me lo tenéis que dejar a mí. No sé lo que voy a hacer, porque no sé lo que me están haciendo a mí. Y tengo que averiguarlo. Tengo que averiguarlo a mi manera.

—No nos meteremos —dijo Dorothy—. ¿Verdad que no, Nora?

Nora siguió mirándome en silencio. Y yo le pregunté a Dorothy:

—¿De dónde sacaste esa pistola? Y nada de cuentos de hadas esta vez.

Se humedeció el labio inferior y su cara se volvió algo más rosada. Carraspeó.

—¡Mucho ojo! Si me sueltas otro cuento chino voy a llamar a Mimi para que venga por ti.

—Dale una oportunidad —dijo Nora. Volvió Dorothy a carraspear.

—¿Me dejas que te cuente algo que me pasó cuando era muy chica?

—¿Tiene algo que ver con la pistola?

—No precisamente, pero te ayudará a comprender por qué…

—Ahora, no. En otro momento. ¿De dónde sacaste la pistola?

—Quisiera que me dejaras contártelo —dijo, humillando la cabeza.

—¿De dónde sacaste la pistola?

Apenas se pudo oír su voz:

—Me la dio un hombre en un bar.

—Ya sabía yo que al fin íbamos a averiguar la verdad. —Nora me miró con el ceño fruncido y me dijo que no con la cabeza—. Está bien, vamos a suponer que fue así. ¿Qué bar?

Alzó la cabeza y dijo:

—No lo sé. Fue en la Décima Avenida, creo. Tu amigo Quinn lo sabrá. Él me llevó allí.

—¿Le viste después de irte de aquí esa noche?

—Sí.

—Supongo que por pura casualidad, ¿no?

Me miró dolida:

—Estoy tratando de decirte la verdad, Nick. Le había prometido reunirme con él en un sitio llamado el Palma Club. Él me apuntó la dirección. Cuando os dije buenas noches a Nora y a ti, fui allí. Y desde allí fuimos a muchos sitios, acabando en el bar en donde conseguí la pistola. Era una tabernucha de baja estofa. Puedes preguntarle a él si no te estoy diciendo la verdad.

—¿Fue Quinn el que te consiguió la pistola?

—No. Ya estaba fuera de combate para entonces. Estaba durmiendo con la cabeza sobre la mesa. Allí le dejé. Me dijeron que ellos se encargarían de llevarle a casa.

—¿Y la pistola?

—Ya llego a eso —dijo y empezó a ruborizarse—. Quinn me dijo que aquello era una guarida de pistoleros. Por eso le dije que me llevara allí. Cuando se quedó dormido empecé a hablar con uno que había allí, un hombre de aspecto terrible. Estaba fascinada. Y todo el tiempo sin querer volver a casa. Quería venir aquí, pero no estaba segura de que me dejarais quedarme —ya el rubor le coloreaba todo el rostro y la turbación le hacía hablar con dificultad—. Entonces se me ocurrió que quizá si… que si yo, que si tú creías que estaba en un apuro grave…, y además así ya no me sentiría tan estúpida… Bueno, el caso es que le dije a aquel pistolero, o lo que fuera, con cara de asesino que si me vendía una pistola o que en dónde podría encontrar una. Al principio creyó que le hablaba en broma y se puso a reír, pero yo le dije que lo decía en serio. Él siguió sonriendo, pero me dijo que iba a ver lo que podía encontrar, y cuando volvió dijo que sí, que me podía conseguir una, y me preguntó cuánto pensaba pagar por ella, y yo le dije que no llevaba mucho dinero, y entonces le ofrecí la pulsera, pero supongo que creyó que era falsa, porque me dijo que no, que tendría que pagarla en dinero. Así que acabé por darle doce dólares, todo lo que tenía, menos un dólar para el taxi, y me dio la pistola, y entonces me vine aquí e inventé esa historia de que tenía miedo de volver al hotel por Chris —las últimas frases le salieron más y más aprisa y al terminar suspiró como si se alegrara de haber acabado con el mal trago.

—Entonces, ¿no es verdad que Chris hubiera tratado de propasarse contigo?

Se mordió el labio y dijo:

—Bueno, un poco, sí, pero no tanto.

Me puso las dos manos sobre el brazo y me acercó la cara hasta casi rozar la mía.

—¡Tienes que creerme! No podría decirte todo eso si no fuera verdad. No puedes creer que soy una estúpida mentirosa, capaz de inventar tales cuentos si no fueran la verdad.

—La cosa tiene más sentido si no te creo —le dije—. Doce dólares no es bastante dinero. Pero vamos a dejar eso por el momento. ¿Sabías que Mimi iba a ir a ver a Julia Wolf aquella tarde?

—No. Ni siquiera sabía que estuviera tratando de dar con mi padre. No dijeron a dónde iban aquella tarde.

—¿Dijeron?

—Sí. Chris salió a la calle con ella.

—¿A qué hora sería eso?

Arrugó la frente.

—Debían de ser casi las tres. Después de las dos y media, seguro, porque recuerdo que me retrasé para acudir a una cita que tenía con Elsie Hamilton para ir de compras y cuando salieron me estaba arreglando aprisa y corriendo.

—¿Volvieron juntos?

—No lo sé. Los dos estaban de vuelta cuando llegué yo.

—¿A qué hora?

—Algo después de las seis. Nick, no irás a creer que ellos… Espera, ahora recuerdo algo que dijo mamá mientras se estaba vistiendo. No sé qué le preguntaría Chris, pero ella dijo: «Cuando yo se lo pregunte, me lo dirá», y lo dijo con ese tono de reina de Francia que adopta algunas veces. Ya sabes. Y eso fue todo lo que oí. ¿Significa algo?

—¿Qué te dijo acerca del asesinato cuando volviste a casa?

—Hombre, pues nada más que cómo la encontró, y lo terrible que fue para ella, y lo de la Policía, y todo eso.

—¿Parecía estar muy descompuesta?

—No —dijo Dorothy negando con la cabeza—, excitada nada más. Ya conoces a mamá —y, luego de mirarme fijamente unos segundos, me preguntó—: ¿Tú no creerás que ella tuviera algo que ver con ello?

—¿Tú qué crees?

—Ni se me había ocurrido. Sólo pensé en mi padre —y, pasado un momento, añadió seriamente—: Si lo hizo él, es porque está mal de la cabeza. Pero ella sería capaz de matar si quisiera.

—No tiene por qué haber sido ni el uno ni el otro —le recordé—. La Policía parece que ha decidido que fue Morelli. ¿Para qué quería encontrar a tu padre?

—Para pedirle dinero. Estamos sin un centavo. Chris se lo gastó todo —sonrió tristemente—. Supongo que todos le ayudamos, pero él se gastó la mayor parte. Mamá tiene miedo que la deje si no encuentra dinero.

—¿Cómo lo sabes?

—Los he oído hablar.

—¿Y crees que la dejará?

—Como mamá no encuentre dinero, desde luego —dijo, muy convencida. Miré el reloj y dije:

—Lo demás tendrá que esperar hasta que volvamos. En cualquier caso, esta noche te puedes quedar aquí. Ponte cómoda y pide que te suban de cenar. Quizá sea mejor que no salgas.

Me miró con honda tristeza y calló.

Nora le dio unos golpecitos en el hombro.

—Dorothy, no sé qué se propone este hombre, pero si dice que debemos ir a cenar allí es probable que sepa lo que se dice. O no diría…

Dotothy sonrió y se puso en pie de un salto.

—Te creo. No volveré a ser tonta.

Llamé a la conserjería y dije que nos subieran el correo. Había un par de cartas para Nora, algunas felicitaciones de Navidad atrasadas (entre ellas, una de Larry Crowley, que era un ejemplar de uno de los «Libritos Azules», editados por Haldeman-Julius, el núm. 1534, en cuya cubierta se leía «y muy Felices Pascuas», y luego el nombre de Larry, todo ello encerrado en una guirnalda y escrito con tinta roja debajo del título del librillo. Cómo analizar la orina en casa), una serie de notas de recados telefónicos y un telegrama puesto en Filadelfia:

NICK CHARLES

THE NORMANDIE NUEVA YORK NY

RUÉGOLE SE COMUNIQUE CON HERBERT MACAULAY PARA TRATAR SOBRE TOMAR A SU CARGO INVESTIGACIONES ASESINATO WOLF STOP HE ENVIÁDOLE INSTRUCCIONES DETALLADAS STOP SALUDOS

CLYDE MILLER WYNANT

Metí el telegrama en un sobre, junto con una nota diciendo que acababa de recibirlo, y lo mandé a mano a la Brigada de Investigación Criminal en la Jefatura de Policía.