Conjuro LXXXV

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Este Cuerpo es la Eternidad misma.

Mi Llegar a ser ilimitado me vuelve el Señor de los Años infinitos,

el Príncipe de la eterna Duración…

He sido yo quien creó las Tinieblas y las he colocado a modo de vallas infranqueables

¡En los confines del Cielo!

Ya, obedeciéndome las piernas, recorro el Cielo a mi antojo;

ya, sosteniendo con fuerza el cetro entre mis manos

y atento para rechazar cualquier ataque de los Espíritus-serpientes

que acechan en sus guaridas,

vagabundeo a través de las extensiones del Firmamento,

cumpliendo los celestes Circuitos.

Voy, ahora, hacia el Señor de los Dos Brazos.

Verdaderamente, yo sé que mi Alma eterna es un Dios.

Sé, también, que mi cuerpo es la Eternidad misma.

Yo soy una divinidad muy alta, Señor del país Tebú.

Éste es mi nombre.

«Yo-llego-a-ser-el-joven-de-las-Praderas-yo-llego-a-ser-el-Adolescente-de-las-Ciudades».

Verdaderamente, mi Nombre no morirá nunca…

Yo soy el Alma divina que, tiempo atrás, creó el Océano celeste.

Mi hogar en la Región de los Muertos es inalcanzable;

la Envoltura que me guarda es imposible de violar.

El mal no puede penetrar ya en mi persona.

He aquí a mi Padre divino, Señor del Crepúsculo,

cuyo cuerpo descansa en Heliópolis.

Su poder llega a todos los seres

de la Región de los Muertos…