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Los domingos por la mañana, Mabel solía asistir a la primera misa y pasaba luego por el snack bar para preparar los desayunos. Sus arreglos laborales le permitían una comida gratis al día además de la que tomaba cuando hacía turno de tarde, que era casi siempre.

—Todo el mundo en la iglesia comentaba que el doctor Dellman se escapó y luego resultó muerto en un accidente de aviación —dijo a Geraldine, la cocinera del turno de mañana, mientras disfrutaban del café y fumaban un cigarrillo en el restaurante casi desierto.

—Aquí también.

Geraldine tenía tendencia a ser flemática.

—Es curioso. —Mabel miró a través de la calle casi desierta hacia la entrada de emergencia del hospital—. Viendo la calma reinante al otro lado de la calle en el hospital, es difícil creer que todo el infierno puede desatarse de repente, como ocurrió el pasado miércoles por la tarde.

—Fue algo espectacular —convino Geraldine.

—Creo que al morir el doctor Dellman todo ha vuelto a la normalidad. Por lo que he podido oír a través de la barra en los últimos días, mucha gente ha cambiado su vida desde el último miércoles. Tuvo su emoción, sin embargo, aunque duró poco tiempo.

—Sí —dijo Geraldine—. Creo que la tuvo.

—Es algo así como el pasaje bíblico que el sacerdote leyó esta mañana. Creo que aún lo recuerdo:

«Una generación se va y otra generación viene, y sin embargo la Tierra permanece inmutable para siempre. El Sol sale, el Sol se pone, y luego corre veloz a su ocaso y luego vuelve a salir…».

—Eso me recuerda algo —dijo Mabel suspirando—. Mañana por la mañana di al ayudante que coja otra parrilla y la mande reparar. Los estudiantes de Medicina regresarán a la Facultad la semana próxima. Seguramente les gustará comer nuestras hamburguesas.