Roy Weston estaba a punto de terminar su jornada a las cinco y media del viernes por la tarde, cuando sonó el teléfono en el despacho exterior.
—El alcaide dice que el doctor Dellman quiere verle —le llamó su secretaria a través de la puerta abierta.
—Dile que ya me he ido y que no volveré. La vio hablar por teléfono, luego se volvió para llamarle de nuevo a través de la puerta.
—Dice que insiste mucho. Explica que va a exigir un babeas corpus o algo así.
—Está bien, lo veré. Di al guardia que lo lleve a la sala de consultas.
«¡Maldito bastardo!», pensó Roy mientras subía en el ascensor especial desde la oficina del juzgado hasta la cárcel. Ya era demasiado malo el que Mort Dellman pudiera echar al agua todas las probabilidades que pudiera tener su candidatura a fiscal general del Estado, para que ahora pudiera aumentar sus exigencias valiéndose de saber que tenía sujetos a una gran cantidad de gente que eran amigos de Roy.
Cuanto más pensaba en Lorrie, llena de vida, amable y bromista —y su primer amor hacía muchos años—, yaciendo en aquel ataúd a dos metros de la tierra, más acariciaba la idea de acusar a Mort Dellman por haberla matado ¡y al diablo las consecuencias! Cuando el bioquímico fue acompañado a una de las pequeñas oficinas alrededor de la sala central de entrevistas, poco después de llegar Roy, el fiscal estaba a punto de estallar. Sin embargo, Mort Dellman tenía un aspecto insolente y Roy sintió que su irritación se desbordaba con sus modales.
—Está bien —dijo secamente—. ¿Qué pasa?
—Quiero salir de aquí.
—Está detenido. No es usted quien debe decidir cuándo debe irse.
—Eso sucederá a menos que usted tome medidas para sacarme de aquí.
—¿Qué medidas?
—Usted puede llevarme al jurado de acusación cuando quiera, Roy, y yo quiero que sea ahora mismo. Su condenada cárcel no es el Waldorf, ya lo sabe.
—Lo haré después de consultarlo.
—El mejor consejo es el de que me saque de aquí ahora —dijo el bioquímico—. La ley dice que no puede retenerme sin alguna acusación y eso equivale a una vista.
—Está bien. Mañana es sábado y el lunes Día del Trabajo. Dispondré que lo lleven ante el jurado de acusación el martes.
—No estoy conforme. Quiero la vista mañana.
—¿Sábado?
—Me importa un comino que sea sábado o no. O bien ordena la vista o bien iniciaré un procedimiento por retención ilegal.
—¿Desde cuándo está usted versado en leyes?
—Conozco mis derechos. —Mort Dellman sonrió cruelmente—. Debería saberlo por la forma en que le metí en este aprieto.
—Suponga que no accedo a su solicitud.
—Como dije, habrá un procedimiento por retención ilegal y puede estar seguro de que revelaré ciertos hechos que saldrán en los titulares de los periódicos el fin de semana.
Roy estuvo tentado de dejar que Mort Dellman hiciera lo que estaba amenazando hacer y empezara a hablar con la probabilidad de que cuando declarara en el juicio, el preso admitiera que había ido a la casa el miércoles por la tarde con la intención de disparar contra Lorrie y el estudiante, colgándose de este modo una soga al cuello, pero desechó la idea, a pesar de lo tentadora que era.
Era cierto que la oportunidad de Roy de seguir con su campaña contra Abner Townsend el próximo año para el cargo de fiscal general del Estado parecía carecer de interés ahora, pero si Mort lo acusaba de parcialidad ante el tribunal a causa de aquella aventura con Lorrie hacia años, los periódicos lo pregonarían con bombo y platillo. Entonces cualquier pequeña oportunidad que tuviera de llegar en el futuro al capitolio del Estado se hubiera destruido.
—De acuerdo, Mort —dijo—. Convocaré al jurado de acusación mañana.
—¿A qué hora?
—Elmer Hill es el portavoz, pero está fuera de la ciudad y no regresará hasta mañana por la tarde. Avisaré al resto para que estén aquí mañana a las siete de la tarde. Elmer estará de regreso aquí a esa hora.
—Tendré que conformarme, si no puede hacerse más temprano. ¿Estará Paul McGill en condiciones de prestar testimonio?
—No creo. Hace sólo cuarenta y ocho horas que fue operado. ¿Por qué?
—Quiero una declaración suya indicando claramente lo que hada en mi casa aquella tarde con mi esposa. ¿Se cuidará usted de tomarla o tendré que acudir a mi abogado para que lo haga?
—A propósito, ¿quién es su abogado?
—No lo he decidido del todo, pero puedo conseguir uno a toda prisa si lo necesito.
—Tomaré dedaradón a Paul por la mañana —le prometió Roy. No creyó que el dermatólogo pudiera declarar algo que pudiera ser perjudicial para Mort Dellman, pero si existía esa posibilidad, podía aprovecharse de ello tomando la declaración personalmente y haciendo las preguntas—. ¿Quiere usted que llame a alguien más?
—No. Una vez Paul confiese lo que estaba haciendo con Lorrie, tendré todas las pruebas que necesito, pero procure hacerle las preguntas correctas.
—Estoy tan interesado en que se haga justicia como usted —dijo Roy secamente—. Si el jurado no puede reunirse mañana por la tarde por alguna razón, se lo haré saber.
—Mejor será que procure que se reúna —le dijo Mort Dellman—. Le veré en el juicio, Roy.
Viendo salir al preso del despacho, Roy decidió que preferiría ver a Mort Dellman en el infierno, pero tal como iban las cosas, esa posibilidad era muy remota.