Capítulo XXII

Pete Brennan entró en la sala de rayos X un poco después de las tres y media. El pequeño Jerry Monroe estaba echado sobre la mesa a su derecha, con la cabeza todavía sujeta a la superficie plana con esparadrapo para mantenerla inmóvil. Jeff Long estaba sentado junto al niño, tomándole el pulso en la sien. En una bandeja a su lado se hallaban la jeringa y la aguja, con la que le habían aplicado una pequeña dosis de pentotal de sodio por vía intravenosa para impedir que Jerry se moviera durante la inyección y durante la aplicación de los rayos X.

En otra mesa estaban la jeringa y aguja con la que Antón Dieter había inyectado diestramente una punta de sonda profundamente en los tejidos del pequeño cuello, en busca de las pulsaciones de la arteria carótida. Al encontrarla, había inyectado rápidamente una solución de diatrizoato de sodio que había llenado las arterias del cerebro por breve tiempo, permitiendo que se hicieran visibles con los rayos X.

Ahora iban saliendo las películas del revelador automático. Seis de ellas habían sido tomadas en sucesión rápida después de la inyección, con el objetivo exactamente adecuado para captar el esquema de las arterias cerebrales mientras el tinte corría por ellas. Un técnico tomó las películas del secador y las colocó contra las partes frontales de cristal de una serie de vitrinas adosadas a la pared.

—Aquí lo tiene —dijo el doctor Sam Penfield, el radiólogo del hospital—. Un pequeño aneurisma de la arteria comunicante anterior.

No se podía negar la evidencia. El esquema de canales de sangre en la base del cerebro del niño estaba delimitado por el tinte opaco y los rayos X con la misma claridad que si se tratara de un diagrama anatómico, contra el fondo más oscuro señalaban las arterias claramente.

En los puntos en que el tinte había llenado los vasos sanguíneos, los rayos habían sido rechazados por la sal metálica que era su principal elemento constitutivo, formando un dibujo de amplio contraste en blanco contra el fondo oscuro.

Pete Brennan se acercó a la batería de visualizadores, estudiando detenidamente cada una de las películas. Antón Dieter había puesto la inyección, pero la anomalía observada pertenecía al campo de neurocirugía que Pete abarcaba. Veíase un diminuto saco conectado a un vaso sanguíneo situado en la base del cerebro donde las derivaciones de la arteria carótida formaban un esquema denominado Círculo de Willis.

De repente profirió una exclamación de sorpresa y miró más de cerca a la cuarta película de la serie, la que mostraba el saco del aneurisma en su mayor grado de relleno con el líquido inyectado.

—Echa una ojeada aquí, Sam —dijo el radiólogo—. ¿No es esto una pérdida de tinte a través de la pared del aneurisma?

Penfield se acercó con Antón Dieter pegado a su codo y ambos examinaron la película un instante. Llamando a uno de los técnicos para que trajera una lente de aumento, estudió la parte de la película en cuestión una vez más, retrocediendo luego y entregando el amplificador a Pete Brennan.

Con la zona aumentada varias veces era evidente que parte del tinte se había salido del saco, prueba de una rotura que de un momento a otro podía convertirse en una hemorragia masiva. Entregando la lente a Antón Dieter, Pete pasó a la otra habitación donde Jeff Long observaba a Jerry que yacía sobre la mesa durmiendo.

—¿Hay indicios de movimientos convulsivos, Jeff? —preguntó.

—No, señor. ¿Qué ocurre, doctor Brennan?

—Hemos podido ver un pequeño aneurisma en la arteria comunicante anterior. Existe una ligera pérdida hacia los tejidos circundantes. Podemos detectar la sombra del tinte fuera del saco del aneurisma.

—Ahí debe ser donde se produjo la hemorragia original. No le deja alternativa, ¿no es cierto?

—Tendremos que operar —convino Pete—. ¿En qué forma se encuentra?

—Buena, señor. Lo anestesié debidamente con una inyección luminal de sodio antes de salir de la habitación, de forma que necesitó poco pentotal para el angiograma, lo suficiente para impedir que se moviera al pincharle con la aguja.

—Voy a utilizar un enfoque estereotáctico, pero tardaré varias horas en tenerlo listo —dijo Pete—. ¿Aguantará todo ese tiempo su anestesia basal?

—Estoy seguro de ello.

—Bien. Entonces puede llevarle a su habitación ahora. El doctor Dieter y yo hablaremos con su madre.

Antón Dieter seguía estudiando los rayos X cuando Pete regresó a la sala de visualización.

—Me parece un buen caso para la inyección de impurezas de hierro —dijo el neurocirujano—. ¿Está de acuerdo?

—Perfectamente.

—Le agradecería que operara conmigo, Antón, si tiene tiempo.

—Para esto encontraré el tiempo —dijo Dieter resuelto.

—Voy a intentar un enfoque estereotáctico mediante un orificio con buril. Por tanto, precisaremos una buena cantidad de películas —dijo Peter al radiólogo—. ¿Cree usted que hay peligro de radiación excesiva?

—No en la zona del cráneo —dijo Penfield—. Colocaremos una protección de plomo sobre la mitad inferior de su cuerpo mientras esté en la mesa de operaciones para proteger los órganos sexuales.

Cada vez más los especialistas en rayos X utilizaban esa protección con los muchachos para que no se volvieran estériles accidentalmente a causa de los rayos X, mientras se estudiaban las otras partes del cuerpo.

Janet Monroe había estado sentada en la sala de espera del departamento de rayos X. Iba de uniforme, dispuesta para entrar en su turno.

—Su hijo está portándose bien —le dijo Pete Brennan cuando un especialista la llevó a la sala de visualización—. Jeff Long lo acompaña ahora a su habitación.

—Entonces no es nada… —Janet paró de hablar—. Perdóneme, doctor Brennan. Estoy bastante nerviosa.

—Mal iría si no lo estuviera en estos momentos —le aseguró—. Hemos localizado el trastorno. Es exactamente lo que creíamos.

—¿No es un tumor? —preguntó ella rápidamente.

—No. Hay un pequeño aneurisma de una de las arterias de debajo del cerebro. Venga hacia aquí y podrá verlo.

Cogió un puntero e indicó sobre una película de rayos X el emplazamiento del trastorno.

—Se aprecia claramente, ¿no es cierto?

—Eso facilita muchísimo nuestro trabajo —le aseguró Pete.

—Tendrán que operar, ¿verdad? —Janet era una buena enfermera y no ignoraba el significado del aneurisma.

—Sí.

—¿Cuándo? —Esta tarde.

—Pero ¿por qué esa prisa?

—Normalmente podríamos esperar unos días —explicó Pete—, pero hay una complicación. Cuando el doctor Harrison encontró sangre en el fluido espinal de Jerry, supimos que había una pérdida. Evidentemente, a la luz de estos rayos X, era el aneurisma.

—Pero cesó.

—Sólo por poco tiempo. Estas películas indican que sigue habiendo filtración, que es lo que podía esperarse. En la mitad de los casos de hemorragia procedente de un aneurisma dentro del cráneo se produce otro derrame dentro de los seis meses y en la otra mitad se da dentro de los diez días.

No le dijo que cuando la hemorragia era persistente, el índice de mortalidad se elevaba al setenta y cinco por ciento, sabiendo la reacción que le produciría ese informe estando implicado el pequeño Jerry.

—Hace un año las perspectivas para su hijo hubieran sido muy graves —continuó—. Afortunadamente, algunos cirujanos de la costa del Pacífico, descubrieron recientemente un nuevo procedimiento. El riesgo con esta forma de operar es mucho menor que antes cuando debía abrirse y hacer un ligamento del vaso al que el aneurisma va conectado.

—¿Una nueva operación?

—Para nosotros, sí, pero los que la han utilizado informan que han obtenido resultados excelentes. El doctor Dieter y yo hemos estado aguardando que se presentara un caso apropiado. Jerry parece cumplir todos los requisitos.

—¿En qué consiste el nuevo procedimiento? —preguntó Janet.

—Es sorprendentemente sencillo. Una pequeña cantidad de lo que se denomina escoria, que contiene limaduras muy finas de hierro, es inyectada en el aneurisma y se mantiene allí mediante un pequeño imán hasta que se forma un coágulo y suprime la cavidad.

—Pero ¿cómo pueden ustedes colocar dichas limaduras dentro del cerebro?

—Ese problema fue resuelto hace varios años mediante lo que denominamos ahora técnica estereotáctica —explicó—. Tomando medidas sobre clisés de rayos X desde diversos ángulos, podemos calcular la profundidad del aneurisma y los ángulos exactos que debe tomar la sonda magnética para llegar hasta el mismo. Entonces, utilizando el marco estereotáctico, sólo precisamos hacer una pequeña abertura para introducir el imán e inyectar la escoria.

No quiso ampliar la descripción de la operación. No había necesidad de inquietarla diciéndole que colocar la sonda magnética, de la que dependía todo el éxito de la operación, exactamente de forma que tocara la pared del aneurisma, implicaba una técnica extremadamente delicada en un paciente tan pequeño.

—¿Cuándo va a operar? —preguntó Janet.

—Tardarán un par de horas en preparar la técnica estereotáctica en la sala de operaciones. —Pete Brennan miró su reloj y observó que ya eran más de las cuatro—. Si cenamos pronto, podremos empezar a las seis y media aproximadamente.