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Cuando abandonaba el pabellón de asistencia intensiva, donde había estado hablando con Paul McGill, Dave Rogan encontró a Jeff Long en el pasillo.

—La exploración cerebral de Jerry Monroe fue negativa en cuanto a tumor, doctor Rogan —dijo el anestesista—. Ahora vengo del laboratorio radioisotópico.

—Demos gracias a Dios por eso. ¿Va a realizar el doctor Dieter el angiograma?

—Está preparado para las tres. Antes de administrarle el pentotal, creí que el niño debía descansar un poco e ingerir líquidos que le ayuden a eliminar la sal radiactiva de mercurio que le dieron para hacer la exploración.

—Trataré de subir a rayos X para el angiograma, pero diles que no me esperen —dijo Dave—. ¿Cómo lo ha tomado Janet?

—Ella había hecho su diagnóstico de tumor cerebral. Ahora está tan contenta de haberse equivocado que no ha empezado a preocuparse por los demás.

—Entonces no mencionaremos las otras posibilidades hasta que estemos seguros —dijo el psiquiatra—. Estadísticamente, las probabilidades existentes en una anomalía congénita de las arterias son mucho mayores que en el caso de tumor cerebral. —Miró a su alrededor—. Tengo el tiempo justo para ver a la señora McCloskey antes de comer.

Una ojeada al gráfico de Maggie McCloskey informó a Dave de que el artículo de la revista de Psiquiatría había producido alguno de los efectos que esperaba obtener. A media mañana había tenido un ataque de histeria y el médico en prácticas de la sala de Psiquiatría le había dado un sedante. Cuando Dave entró en la habitación, llevaba bajo el brazo la revista médica que ella había devuelto a su despacho.

—¿Qué ha ocurrido? —dijo Dave—. ¿No pudiste asimilarlo?

—Eso no te importa —dijo Maggie hoscamente.

—¿Leíste el artículo?

—Sí.

—La enfermera me dijo que tú le pediste que se la llevara de la habitación. ¿Por qué?

—Era como una serpiente que intentara morderme.

—¿El artículo o tu conciencia? —preguntó Dave sonriendo.

—Entonces, ¿te estuvo explicando sobre el asunto del superego?

—Desde luego. En esta sala se anota todo. Ignoraba que estuvieras al corriente de la terminología freudiana.

—Fui a la Universidad, ya sabes, aunque tuve que dejarlo a media carrera.

—¿Es por eso por lo que te sientes mentalmente inferior a Joe?

—¿Inferior? ¿Por qué habría de serlo? Maggie respondió con rabia y Dave Rogan se tomó tiempo para encender de nuevo su pipa.

—¿Por qué no puedo ir a casa? —preguntó después de un rato.

—Puedes, si de veras lo quieres.

—¿Lo dices en serio?

—Desde luego. Esta sala no se cierra y no estás presa.

—Imagino que no.

—Pero si quieres sanar, como supongo, Maggie, te quedarás aquí un poco más.

—¿Para que puedas excavar en mi inconsciente y ver las inmundicias que puedes sacar? ¿Acaso no has leído el artículo? Tengo un complejo de Edipo. Quiero acostarme con mi padre.

—No conocí a tu padre. ¿Cuánto se le parece Joe? Sus ojos se llenaron de repente de lágrimas.

—¡Maldito Dave Rogan! ¿Tanto tienes que saber de la gente? Es… es indecente.

—Te equivocas conmigo, Maggie —dijo para animarla—. Soy un psiquiatra del montón, cuya esposa tiene la enfermedad de la mujer del doctor lo mismo que tú.

—Entonces, ¿por qué no la curas? Si sabes tanto…

—No es tan urgente: El golf no es tan peligroso para su psique y para mí como el alcoholismo o el hábito de las drogas.

—¿Y Grace Hanscombe? ¿Es también paciente tuya?

—No. La atiende la doctora Feldman. Ya sabes que tiene diabetes.

—Es sólo un caso benigno. Ni siquiera toma insulina.

—Eso era antes. Su proporción de azúcar en la sangre subió de pronto ayer. Si no hubiera estado comprobando su orina regularmente, le hubiera pasado inadvertido y hubiera entrado en estado de coma.

—No puedes incluir la diabetes en el síndrome de la esposa del doctor.

—La diabetes de Grace no era grave y estaba controlada, pero subió la proporción de azúcar vertiginosamente ayer por la mañana.

—Y Mort mató a Lorrie la tarde antes. Me imagino que fue el disparo lo que sacudió nuestro pequeño mundo.

—Pudo haber destruido un montón de vidas —dijo Dave seriamente—. Ruego a Dios que sirva para unir a unos cuantos o al menos que podamos recoger los trozos en alguna parte.

—¿Cómo está Paul?

—Bien. Dieter le permite levantarse.

—¿Y Elaine?

—Es el mismo retrato de la salud y de la felicidad. Incluso un psiquiatra no siempre comprende a las mujeres, Maggie. ¿Puedes decirme por qué Elaine ha de estar orgullosa de Paul después de haber estado con otra mujer?

—Es sencillo —dijo Maggie encogiéndose de hombros—. A todas las esposas les gusta pensar que sus maridos son atractivos para otras mujeres, halaga su ego el saber que la eligió a ella por encima de las otras. Elaine acaba de tener una prueba de que no es el patán que parece ser, y habiendo muerto Lorrie, no tiene que preocuparse de que vuelva a intentarlo otra vez.

—Si tienes esa capacidad para el análisis —dijo Dave sonriendo— no necesito aplicarte ninguna clase de psicoterapia.

—Entonces, ¿piensas realmente que puedo irme a casa tranquila?

—No.

—¿Por qué?

—Hay una parte de ese artículo que al parecer no has leído, al final. —Abrió la revista que llevaba y hojeó las páginas hasta encontrar lo que buscaba—. Escucha esto: «Varios factores deben considerarse en el enfoque terapéutico con este tipo de paciente. Primero, el alivio sintomático de la depresión y el cumplimiento de las necesidades de dependencia inherentes a la situación en el hospital, permite a menudo a estos pacientes regresar rápidamente a un alto nivel de actuación social sin efectuar necesariamente un cambio en la psicopatología subyacente. La paciente y su familia pueden entonces llegar a la conclusión de que ésta ya está curada y dispuesta para regresar al hogar. Segundo, el deseo natural de mantener unas buenas relaciones con el colega de profesión puede hacer que el terapeuta acceda consciente o inconscientemente a las exigencias neuróticas de la paciente, por ejemplo, a las solicitudes de investigación intensiva de síntomas físicos.

»Tercero, los sentimientos de transferencia de los pacientes con un elevado índice de retraso mental de origen histérico pueden ser complicadas y difíciles de tratar. Transfieren muchos de sus sentimientos hacia el marido médico a esa relación con el médico psiquiatra.

»Cuarto, a causa de la posibilidad de que el marido continúe siendo absorbido por sus compromisos profesionales y no pueda servir como fuente principal de satisfacción de las necesidades de apoyo por parte de su mujer, debe exhortarse a la paciente a que adopte una actitud independiente, de acuerdo con el papel que le corresponde como esposa.

—¿Es esto lo que tratas de hacer conmigo? —preguntó Maggie—. ¿Establecer un papel independiente y con amplio contenido personal?

—No, Maggie. Quiero hacer exactamente lo que el artículo dice, estimularte para que adoptes el papel que te corresponde como esposa. La dificultad está en que no estabas dispuesta a dejar que nadie te ayudara, ni siquiera Joe.

—Pero él…

—Sé que tienes un complejo con relación a Joe, pero no podrías estar más equivocada. Tú eras mi secretaria, ¿recuerdas? Conozco tu inteligencia y tus cualidades. Si dejaras de menospreciarte alguna vez…

—¿Por qué no me corriges, pues, y no dejas que todo lo haga yo? —dijo encolerizada—. Tú eres mi psiquiatra. Tú debes conocer cuáles son mis debilidades.

—Tengo una idea bastante aproximada, pero no creo que haya llegado el momento de escarbar tan profundamente en el inconsciente.

—¿Ni siquiera después de lo que intenté hacer?

—Confío en que tengas el sentido común suficiente para darte cuenta de que ésa no es la forma de utilizar la inteligencia que te ha dado Dios —dijo Dave secamente—. Créeme, hablar contigo de esta forma es mucho mejor que tener que aplicar el shock eléctrico.

Había lanzado el disparo deliberadamente, contando con el hecho de que ella había visto aplicar estos shocks cuando trabajaba como secretaria suya, para ayudarle a apelar a la inteligencia que sabía que ella poseía. Y cuando ella palideció de repente, sabía que el proyectil había dado en el blanco.

—¿Qué quieres que haga? —le preguntó.

—Hay una reunión de alcohólicos anónimos prevista para el sábado por la noche no lejos de aquí. Quiero que asistas a ella.

—¡Alcohólicos anónimos! —Su voz se elevó con unas notas agudas muy aproximadas a las de histeria—. ¿Estás loco?

—Es lo único que puede ayudarte, Maggie. Una vez has intentado el suicidio, has saltado la raya. Nadie puede decir si volverás a hacerlo y tal vez no esté allí Joe para ayudarte.

El golpe le produjo una sacudida, de acuerdo con lo que él pretendía.

—¿Quieres morir realmente? —preguntó él, aprovechando la ventaja que se le brindaba.

—Quiero que todo vuelva a ser como cuando empezamos —dijo gimoteando.

—No puedes volver atrás. Nadie puede hacerlo, pero puedes cambiar el futuro, que es incluso mejor que el pasado, si estás dispuesta a trabajar y a ayudarte. La pregunta es: ¿Estás dispuesta a admitir que necesitas ayuda?, pues, de lo contrario, morirás.

—Tú y tus malditas revistas médicas. —Siguió gimoteando y él sabía que había ganado la primera escaramuza. Desde aquel momento, todo dependía de ella y de Joe.