Capítulo XXI

Paul McGill estaba fuera de la cama cuando pasó Dave Rogan camino del restaurante del hospital para comer, una vez terminado el funeral. El dermatólogo estaba sentado en una silla junto a la ventana contemplando el panorama distante de los Great Smokies que se parecía a los paisajes de las películas del Oeste.

—Vi a Elaine en el funeral, Paul —dijo Dave—. Pasará a verte después de la comida.

—No sé qué he podido hacer para merecer a una persona tan extraordinaria como ella —dijo el dermatólogo.

—No tengo que preguntarte cómo te encuentras —Dave se estiró en una butaca de las que había en la habitación y llenó su pipa con picadura—. Imagínate lo que es que te abrieran el corazón anteayer y que hoy estés ya levantado. Cuando era interno, los casos de apendicitis tenían un proceso más largo de curación.

—Dieter dice que no hay indicios de acumulación de fluido en el pericardio o la pleura. Cree que podré ir a casa el próximo lunes. Es curioso —Paul McGill añadió con una astuta sonrisa— pero incluso puedo detectar un cambio en la forma en que me trata la gente desde que ocurrió todo esto.

—¿Qué clase de cambio?

—Imagino que debo haber sido una especie de zoquete como médico y tal vez en el aspecto social. Después de todo, la dermatología no es una especialidad muy emocionante. Se compara el dermatólogo a una solterona poniendo ungüentos y congelando hiperqueratosis todo el día, pero ahora parece como si fuera un héroe o cosa por el estilo.

—Se dice que todo hombre posee la secreta ambición de llegar a los noventa y ser acusado de violación —dijo Dave—. Tú has hecho un salto de lo que llamas solterona al papel de Don Juan. Naturalmente mucha gente, cuya vida es muy monótona, te envidian. ¡Imagínate! Incluso yo puedo tenerte envidia. —Es algo extraño.

—No tanto como crees. Un escritor amigo mío ha hecho una fortuna con novelas basadas en heroínas de la vida real que eran mujeres perversas, como Rahab, la prostituta de Jericó, Cleopatra y otras parecidas. Cree que estos libros tienen gran aceptación entre las mujeres, porque quieren saber lo que consiguieron en la vida estas pecadoras y también gustan a los hombres porque se preguntan lo que sería tener una de estas mujeres en casa.

—Creo que tiene mucha razón.

—Lorrie no era básicamente malvada. Bajo el punto de vista psiquiátrico era más normal que muchos de nosotros, porque tenía menos inhibiciones y daba rienda suelta a instintos que muchos de nosotros rehusamos confesar por la razón de que tememos que puedan inundar los pequeños compartimientos estancos en los que estrujamos nuestras vidas.

—Cuando miro al pasado, me doy cuenta de los golpes que he sufrido desde que era niño —admitió Paul.

—¿Qué edad tenías cuando murió tu padre?

—Cuatro años —el dermatólogo miró sorprendido a su interlocutor—. Pero ¿cómo sabía esto? ¡Ah! Ahora recuerdo. El interno que anotó mi historial después de la operación me preguntó acerca de mi familia.

—No he visto el historial.

—Entonces, ¿cómo te enteraste?

—Todos tus síntomas señalan que fuiste un muchacho criado por la madre en ausencia del padre.

—Mi padre no murió en realidad hasta hace diez años. Cuando tenía unos cuatro años se fue de casa y ya no volvió más.

—Eso hace de ti un caso aún más típico. Supongo que tu madre estaría amargada por ese motivo.

—Una vez le pregunté cómo era mi padre y no me habló durante dos días. Sólo me puso la comida en la mesa y no me contestó cuando le rogué me dijera qué mal había hecho. Después de esto no volví a mencionar su nombre.

—¿Averiguaste alguna vez lo que ocurrió entre ambos?

—Un tío, hermano de mi padre, vino a verme a la Universidad y le pregunté sobre ello. Era la historia de siempre: había otra mujer. Escaparon juntos, pero no se casaron y pasado un tiempo, ella le dejó. Mi padre trató de volver con mi madre, pero ella no se lo permitió. Era muy rigurosa en este aspecto.

—Considérate feliz de que no te convertiste en homosexual —le dijo Dave Rogan—. El esquema familiar que describes es muy común entre ellos. Supongo que tu madre trató de educarte como lord Fauntleroy, ¿no es así?

—Hizo lo posible hasta que me rebelé. Cuando insistí en jugar al fútbol en la escuela ella trató de meterme en la cabeza que no debía criarme como los otros niños que cuando son mayores se comportan como animales con las mujeres con quienes se casan.

—¿Fue por ese motivo por lo que te casaste tan tarde?

—Creo que sí. No me casé hasta que ella murió y supongo que podría haberme quedado soltero aun entonces si no llego a conocer a Elaine. ¡Es tan dulce y cariñosa!

—¿Y se parece físicamente a tu madre?

—Pues sí —los ojos del dermatólogo se abrieron de par en par—. ¿Quieres decir que eso tiene algo que ver con que me enamorara de Elaine?

—Casi con certeza hizo que la eligieras entre otras mujeres. Los hombres que han estado muy unidos a sus madres en la infancia se casan a menudo con mujeres que son muy parecidas a ellas.

Paul McGill estuvo silencioso durante unos momentos y Dave Rogan siguió fumando sin importunarle. Una de las cualidades más positivas de los psiquiatras afamados es la paciencia, la buena disposición para esperar a que el paciente escudriñe su alma y vea finalmente el motivo de sus actos.

—Elaine es como mi madre en muchos aspectos —dijo Paul por fin—. ¿Puede eso estar relacionado con… mi trastorno?

—Probablemente esté en íntima conexión. Supongo que Joe McCloskey te habrá hecho una revisión con respecto a defectos físicos.

—Joe dice que no me encuentra nada anormal y Jack Hagen dijo que Elaine tampoco los tenía. No irás a decirme que mi semen no se une al suyo a consecuencia de algún factor psicológico.

—Hay investigadores que llegan a afirmar eso, pero no comparto su opinión. Creo que la unión del espermatozoide y del óvulo es algo tan elemental que no depende en todo caso más que de la teoría matemática de probabilidades. Aun así pesan tanto los factores que favorecen la concepción que es un milagro que no se produzca todas las veces.

—Jack hizo una prueba de viabilidad con mis espermatozoides y tampoco encontró ninguna anomalía en este aspecto —dijo Paul—. Creo personalmente que Elaine tiene una especie de hiperacidez en los conductos generativos que los destruye antes de que alcancen el óvulo.

—¿Llegan alguna vez a depositarse realmente en el conducto generativo? Paul McGill enrojeció.

—Llego a conseguir eso, pero con dificultad.

—¿Qué hay con respecto a Elaine?

—¿A qué te refieres?

—¿Consigue el orgasmo regularmente?

—No lo sé. Nunca se ha quejado.

—La mayoría de las mujeres no lo hacen hasta que se presenta una dolencia psicosomática o una verdadera neurosis. Entonces los psiquiatras nos devanamos los sesos tratando de hallar el motivo del trastorno.

—¿Quieres decir que esto es corriente?

—La mayoría de los pacientes casados que trato presentan un historial con trastornos de las funciones sexuales. Estoy avergonzado de ti, Paul. Los estudiantes te llaman viejo dermatólogo porque golpeas la piel de los pacientes para ver su constitución nerviosa y sus efectos en los síntomas. Aquí tienes un caso clarísimo en tus manos y no logras reconocerlo.

—¿Te refieres a Elaine?

—Por el momento parece que se ha librado del síndrome de la esposa del doctor, a pesar del hecho de que menos de un veinte por ciento de las mujeres que sufren ese trastorno informan sobre una vida sexual normal. En este caso estoy hablando de ti.

Paul se sonrojó obviamente irritado:

—Será mejor que te expliques.

—Sabes ya la respuesta, pero eres tan testarudo que no quieres confesarlo. Tu madre te educó en la creencia de que muchos hombres maltratan a sus esposas sobre todo en lo referente a la función sexual. Ignoro si te lo dijo con estas mismas palabras, pero se las arregló para dártelo a entender así. La acción de abandono por parte de tu padre fue un maltrato suficiente a sus ojos para condenar a tu padre, aunque imagino que estaba justificada su partida.

—Esa es una afirmación muy fuerte, Dave. No estoy dispuesto a aceptarla.

—No esperaba que lo hicieras. Esta clase de verdad es pocas veces agradable.

—Sigue.

—Te casas con Elaine, que es una chica vigorosa y perfectamente normal, salvo que se parece a tu madre y te la recuerda. Naturalmente amas a tu mujer, pero cuando se trata de acostarte con ella, un desarrollado superego se interpone.

—¿Por qué?

—Hay muchas cosas que influyen en esto. Para empezar diré que la principal es el temor del incesto.

—¡Qué barbaridad!

El rostro del otro hombre semejaba una máscara terrorífica.

—Ahora habla tu conciencia llena de celos. Una parte de tu sistema emocional concibe el deseo perfectamente normal de unirte sexualmente a tu esposa, Paul, pero la otra insiste en que es como unirte a tu madre. Por eso consigues algo, pero no puedes llegar más lejos.

—Pero ¿y Lorrie?

—Lorrie no se parecía a tu madre o a Elaine. Además, estaría dispuesto a afirmar que más de una vez te has preguntado qué notarías uniéndote a ella.

—No lo hubiera admitido hace una hora —confesó Paul McGill—, pero últimamente creo que efectivamente esa idea me pasó por la cabeza.

—Creo que todos nosotros lo hemos pensado en una u otra ocasión, a menos que lo hayamos experimentado ya. Más de una mujer atractiva hace concebir esos pensamientos, si se lo propone. Y puedes estar seguro de que ellas lo saben o de lo contrario no vestirían de la forma en que lo hacen. Y no hablemos de los anuncios.

»Pero volviendo a tu caso, Paul. No puedes seguir engañando a tu mente, sospechabas lo que te retenía con Elaine, pero necesitabas estar seguro y casi el único medio era probar con otra. Tú eres, sin embargo, un individuo moral como yo y amas a tu esposa demasiado para ir galanteando con mujeres. Por eso aprovechaste la ocasión al llevar las muestras a Lorrie.

—Pero…

—La farmacia podía habérselas suministrado —le recordó Dave—. La verdad es que estabas predispuesto a ser seducido el miércoles por la tarde, pero no se lo digas a Elaine. Deja que ella piense que Lorrie te sorprendió en un momento de debilidad.

—No vayas a apuntar nada de esto en mi historial.

—Y lograr que pierdas tu reputación de Don Juan —dijo Dave Rogan sonriente—. Lo que debes procurar es no perseguir a mi esposa, desvergonzado.