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Janet Monroe dejaba la sala de psiquiatría donde Jerry estaba como paciente cuando sonó el teléfono en la sala de gráficos. La enfermera de servicio contestó, entregándole luego el auricular.

—¿Janet? —era la voz de Jeff.

—Sí.

—Traté de llegar ahí antes de terminar mi turno, pero me entretuvieron con un pentotal en la sala de emergencia por reducción de un hombro y acabo de terminar ahora. ¿Podemos encontrarnos en el snack bar de enfrente?

—Creo que sí. Sí. Jerry está ya dormido.

—Bien. Te veré dentro de unos minutos.

Cuando ella cruzó la calle, él ya la estaba esperando, alto y apuesto con sus pantalones de color blanco difuminado. El restaurante estaba casi lleno con la afluencia de internos, enfermeras y estudiantes, pero encontraron un reservado en un rincón.

—¿Qué es eso tan importante? —preguntó cuando Mabel tomó nota de sus encargos y les trajo café.

—Una proposición.

«Sería tan difícil —para ella y Jerry— decir sí», pensó Janet. Jeff Long era todo lo que pudiera desear una chica sensata: apuesto, inteligente, amable. Jerry lo adoraba y era económicamente independiente, pues procedía de una rica familia de Georgia. Sin embargo, reflexionó que también había pensado en muchas de esas cualidades con respecto a Cliff y en el error que cometió. En su interior sabía que no era justo comparar a Cliff con Jeff. Por otra parte él le gustaba de un modo que no había experimentado con su primer esposo, pero algo que no podía expresar retenía su impulso de contestar afirmativamente.

—Por favor, Jeff —dijo—. Necesito libertad por un tiempo, especialmente teniendo a Jerry enfermo.

—Lo has pensado ya demasiado —protestó él—. El matrimonio no tiene por qué ser como lo fue con Cliff.

—¿Qué me dices de la señora Dellman y de las otras, la esposa del doctor Hanscombe y de la señora McCloskey? Sus maridos han obtenido fama, pero mira cómo están. Una ha muerto y la otra lo estaría si no hubieras actuado tan enérgicamente cuando la trajeron anoche. Me han dicho también que la señora Hanscombe casi entró en estado de coma.

—Nosotros somos distintos —protestó él.

—No estoy segura, Jeff. Imagino que todas esas parejas se amaban y tal vez sigan haciéndolo. Yo estoy divorciada y sé lo que debe haber sentido la señora McCloskey para…

—Eso pudo ser un accidente. No todo el mundo sabe lo peligroso que es mezclar alcohol con barbitúricos.

—¿Opina el doctor Rogan que fue así?

—No —admitió él.

—¿Te das cuenta? Muchos matrimonios de los médicos, especialmente en los casos en que él es muy afamado, como tú vas a serlo, provocan una especie de enfermedad. Estuve hablando con la doctora Feldman respecto a ello durante la cena.

—¡Es una solterona!

—No digas eso de una persona tan encantadora y simpática —gritó Janet indignada—. Me habló de un estudio sobre matrimonios entre estudiantes que un amigo suyo había hecho en Harvard. Una buena parte de ellos se disolvió como el mío.

—Ya hemos tratado de eso —le recordó él.

—Lo que sucedió ayer a la señora Dellman viene a corroborar lo que digo. —Alargó su mano a través de la mesa para apretar sus largos y hábiles dedos en un gesto de confianza y afecto—. Por favor, Jeff. Yo te aprecio mucho y también Jerry. ¿No podemos ser amigos solamente?

—Confío en que siempre seamos amigos, pero hay otra alternativa.

Ella le miró sorprendida.

—¿Estás sugiriendo…?

—Claro que no. Me conoces bastante bien, Janet.

—Eso creía. ¿Cuál es esa misteriosa alternativa de que hablas?

—He pensado mucho últimamente sobre nuestro futuro. El doctor McCready va a retirarse dentro de cinco años más o menos y el otro día Dieter me dijo que me proponía para el puesto de jefe del departamento de anestesiología. —Esto sería maravilloso para ti, Jeff.

—No estoy seguro si ello significa que vas a rechazarme temerosa de lo que mi éxito pudiera perjudicar a nuestro matrimonio.

—Eso no es justo —protestó ella—. Tratas de imponerme una carga sobre mi conciencia al saber que te privo de esa oportunidad.

—No tan aprisa —dijo él sonriendo—. No dije que quería aceptar el empleo.

—Pero…

—Te rogué que vinieras esta noche, dejando que razonaras cuanto quisieras para luego poder refutar tus argumentos.

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Cuando finalice mi período de prácticas el próximo julio, tengo que pasar dos años en el Ejército. Con mi práctica estoy seguro que me enviarán a un gran hospital de tipo general como Walter Reed o Brooke, lo cual no sería muy distinto de trabajar aquí.

—Eso es lo que quieres, ¿no es verdad?

—He estado pensando mucho sobre lo que realmente quiero aun antes de que ocurriera todo este asunto de Dellman. Para nadie era un secreto aquí que muchos matrimonios de categoría atravesaban una crisis, el de Brennan, por ejemplo, y que los McCloskey se habían divorciado.

—Eso es lo que me da miedo.

—Hace un mes vi un artículo en una revista médica sobre un proyecto. Una de las grandes fundaciones está trabajando para inaugurar una Facultad de Medicina en Saigón. Se daba a entender que a los doctores jóvenes que quisieran enseñar allí, el tiempo que pasaran les sería abonado en el servicio mi litar.

—Puede ser interesante.

—Creo que sí. Parece ser que el proyecto es de una empresa privada en colaboración con el Gobierno. Les escribí hace algunas semanas y hoy he recibido contestación. Si lo acepto, el puesto será mío el próximo julio cuando termine aquí: jefe anestesista del hospital y catedrático de anestesiología de la Facultad de Medicina.

—Es maravilloso, Jeff.

—Es una buena oportunidad, pero no vayas a creer que se trata de un gran proyecto. Sus inicios son modestos, pero será una buena práctica para los médicos realmente competentes. Algo es seguro y es que no ofrecen mucho dinero. Ni siquiera ganaré lo que me darían en el Ejército, pero tampoco la diferencia es grande.

—Piensa en el bien que podrás hacer y la satisfacción consiguiente. Aceptarás el empleo, ¿no es cierto?

—Les envié mi conformidad por telegrama esta tarde. He estado madurando este asunto durante varias semanas, pero no te he hecho mención alguna porque no creí justo contártelo hasta que me hubiese comprometido.

—¿Por qué?

—Hace un momento me acusabas de presionar tu conciencia —le recordó—. Pasaré dos años en Vietnam, Janet, y tal vez más. También precisarán profesoras para la escuela de enfermeras. Confío en que decidas ir también como mi esposa. No tendríamos dificultad en encontrar quien cuidara de Jerry.

—Supón que Jerry no supera la anomalía que tiene —al fin había podido expresar el verdadero temor que la atormentaba— o queda inválido.

—Me necesitarías más que nunca.

No trató de quitar importancia a la gravedad de la situación de Jerry: sabía que ella era demasiado inteligente y demasiado buena enfermera para engañarla.

Janet sintió que sus defensas se debilitaban. Como Jeff había dicho, sus propios argumentos habían sido en gran parte destruidos antes de que pudiera exponerlos. De hecho la única razón para rechazarlo ahora era que no lo amaba demasiado.

—No tienes que tomar la decisión ahora —le dijo él—. Yo me he comprometido ya, pero tú puedes firmar cuando quieras. Creo que podríamos hacer un trabajo importante allí, Janet, y lo más importante de todo, seríamos felices.

Mirándole a través de la mesa de la pequeña cabina, Janet estuvo muy tentada de decir sí, pero luchó contra este impulso, no ignorando que esta vez debía estar absolutamente segura. Si se casaba con Jeff y el matrimonio fracasaba, ya no volvería a tener otra oportunidad para ser feliz; estaba convencida de ello. Una vez que se había conseguido el primer divorcio, lo más fácil era volver a romper y decir que puede empezarse de nuevo, cuando de hecho aumentaban las probabilidades de fracaso con cada divorcio.

En lo más profundo de su corazón algo le decía que el sentimiento hacia Jeff Long, apoyado en una sólida base de interés mutuo, admiración y la satisfacción del trabajo en común, era un fundamento mucho más sólido para un matrimonio acertado que la pasión en gran parte física que la había unido con Cliff, y luego los separó. Necesitaba, no obstante, tiempo para asegurarse, para reflexionar sobre sus temores y descubrir que eran preocupaciones infundadas, como estaba ya ahora medio convencida de que lo eran, y especialmente para ver lo que ocurría con Jerry.

—Para empezar, ¿por qué no solicitar el turno de siete a tres? —le sugirió Jeff—. De este modo podemos pasar mucho tiempo juntos en invierno haciendo un curso nocturno de francés al que me he matriculado en la Universidad.

—¿Hablan francés en Vietnam?

—La gente educada lo habla. Las clases de la Facultad de Medicina se darán en francés. En un tiempo los franceses gobernaron el país, como sabes. Habrá muchos conciertos y otras muchas cosas que podemos hacer aquí en Weston también. Tengo tres tardes libres a la semana y los fines de semana alternados.

—De todos modos ya había pensado en hacer el cambio de turno —dijo Janet.

Cuando volvió al trabajo después del divorcio, se había visto obligada a tomar el turno de tres a once, porque no había otra cosa lo suficientemente remunerada para poder mantenerse ella y Jerry. Pronto se inauguraría un turno de siete a tres y ella podría hacerlo si quería, aunque le había retenido la idea de pasar las largas tardes en el apartamento después de que Jerry se durmiera.

—No necesitas trabajar más. De este modo estarás ocupada por las tardes —dijo Jeff.

—¿Cómo sabías esto?

—Estaba enamorado de ti antes de que te casaras con Cliff, ¿recuerdas? Y probablemente te conozco tanto como puedas conocerte tú.

—¿Cómo podré ocultarte algo, si me conoces tan bien?

—Siempre existirá el misterio de que algo tan hermoso como tú hayas entrado en mi vida —le aseguró.

—Haremos un trato, Jeff —dijo impulsivamente.

—¿Cuál es?

—Tomaré el turno de siete a tres y asistiré a las clases de francés contigo. De todos modos es un idioma que siempre me ha gustado y la señora Bodey puede ocuparse de Jerry.

—Esto me suena a capitulación completa. ¿Qué quieres a cambio?

—Debes prometerme no pedir que me case contigo hasta dentro de seis meses.

—Aceptado —levantó la mano sonriente—. Siempre que no trates de poner impedimentos a que piense en ti. ¿Y cuando terminen los seis meses?

—Si no puedo tomar una decisión para entonces, tampoco querrías tú.

Mientras chocaban las manos, Janet miró a su reloj.

—¡Santo cielo! Es casi medianoche. ¿Sabes qué hay programado para mañana para Jerry? No conseguí ver a Ed Harrison esta noche.

—Dieter ha programado a título de prueba una angiografía cerebral para el niño a las once, si la exploración radioscópica es negativa.

No añadió: «de tumor del cerebro». No había necesidad de inquietar a Janet más de lo que estaba.