Pete Brennan había terminado la jornada laboral un poco después de las cinco, cuando llamó Arthur Painter.
—Tengo que ir a Atlanta por la mañana, Pete —le dijo el abogado—, pero he hecho un borrador de los documentos de Dellman y si quieres repasarlos conmigo esta noche, me quedaré en el despacho hasta que acabemos. Mi secretaria puede mecanografiarlos a primera hora de la mañana y podéis firmarlos mañana.
—Me disponía a ir a casa para la cena —dijo Pete—. Déjame llamar a Amy para ver cómo puedo arreglarlo.
—Arthur Painter quiere trabajar conmigo esta noche en el asunto de la venta de la participación de Mort en la clínica —dijo Pete cuando Amy contestó al teléfono—. ¿Cuáles son tus planes?
—Tengo que ir al desfile de modas de los auxiliares médicos —dijo ella—. ¿No te hablé de ello esta mañana?
—Es posible, pero tengo dificultad en recordar las cosas desde anoche.
—Tampoco yo puedo recordar mucho. La próxima vez vigilaré la cantidad de whisky que pongo antes de añadirle cerveza.
—Esconderé una copa mayor en el mueble bar si lo haces —le dijo él—. Puesto que tienes un compromiso esta tarde, iré a trabajar con Arthur. ¿De acuerdo?
—Desde luego, querido. Te veré luego.
—Me parece bien.
Después de colgar, Amy se quedó junto al teléfono pensativa un buen rato. Su sinceridad innata y su sentido de justicia le hacían dudar de lo que su mente le apremiaba hacer. Jamás había puesto en duda la sinceridad de Pete, ni siquiera durante el pasado año en que había pasado muchas noches en el hospital dando conferencias al personal o al menos eso había dicho. Sin embargo, la conversación sostenida con Jake Porter aquella mañana la había turbado mucho más de lo que estaría dispuesta a admitir a cualquiera salvo a ella misma. Enfrentándose ahora con un futuro vacío sin Pete, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para retenerlo.
Cogiendo el teléfono, llamó a la oficina de Arthur Painter. Contestó el abogado en persona.
—¿Sigue todavía ahí Pete, Arthur? —preguntó.
—Acaba de llamar diciendo que iba a comer un bocadillo y en seguida pasaría por aquí —le dijo el abogado—. Tenemos mucho trabajo esta noche si hemos de cerrar el trato con Mort Dellman en los tres días que Pete me ha dado de plazo. ¿Quieres que te llame?
—No. Dale un recado, por favor. —Amy se sintió un poco mareada por el alivio al descubrir que Pete le había dicho la verdad respecto a pasar la tarde con el abogado—. Tengo que ir a un desfile de modas que ofrecen los auxiliares médicos y olvidé decir a Pete que probablemente no estaré en casa hasta las diez y media.
—Le daré el recado, Amy. ¿Algo más?
—Con respecto al préstamo para comprar la participación de Mort, Arthur. ¿Crees que habrá dificultades en disponer de esa suma?
—Ninguna —le aseguró él—. Cualquier Banco de la ciudad le prestaría a tu marido cien mil dólares mañana sin aval, sólo por sus informes. Con eso comprenderás la estima en que le tienen los hombres de negocios de Weston.
—No le digas que te hice esa pregunta, por favor.
—Pierde cuidado. Comprendo tu posición, Amy. Después de todo soy también tu abogado. Buenas noches.
—Buenas noches, Arthur.
Amy cantaba mientras se dirigía a tomar una ducha antes de vestirse para el desfile de modas. El tío Jake Porter no estaba en su sano juicio esta mañana o no hubiera dado crédito a lo que eran evidentemente murmuraciones sin fundamento.
Pete no había pensado probablemente divorciarse de ella. Después de todo, era la esposa perfecta para un doctor.