2

Pete Brennan entró en la habitación de examen de Dieter precisamente en el momento en que el cirujano vascular acababa de examinar los ojos de Jerry con un oftalmoscopio.

—Ya he acabado, doctor, si usted quiere empezar su examen. —El doctor Dieter seguía utilizando algunas formalidades del viejo mundo—. El fondo del ojo parece normal.

Pete hizo un examen neurológico rápido. Ya había podido ver un resumen de los tests de Dave Rogan en la hoja de consulta remitida por Pediatría.

—Puede llevarlo otra vez a la habitación, señora Monroe —dijo a Janet cuando hubo acabado—. El doctor Dieter y yo discutiremos el caso y le haremos saber nuestras decisiones más tarde.

En el despacho de Dieter, Pete se sentó complacido en una cómoda butaca y encendió un cigarrillo.

—Hoy ha sido un día muy movido —dijo.

—¿El asunto del doctor Dellman?

—Eso y otras muchas cosas más. Mort ha ofrecido vender su participación de la clínica facultativa por una suma importante, que necesita rápidamente. Hay una serie de detalles a resolver, y yo, como presidente de la sociedad, he de cargar con ellos.

—¿Le dejarán en libertad las autoridades?

—Nadie puede saberlo hasta que lo lleven ante el jurado.

—En Europa esos casos reciben un tratamiento especial —dijo Dieter—. Los franceses lo llaman crime passionnel, apelativo que lo define con bastante acierto.

—¿Qué opina usted de Mort Dellman, Antón?

Si la pregunta le sorprendió, Dieter no dio muestras de ello.

—Yo diría que es un hombre muy inteligente, un excelente técnico y un administrador inmejorable, pero nunca será un buen médico.

—¿Por qué?

—El médico debe tener un gran corazón si quiere ser un verdadero médico. Dellman no lo tiene. Creo que será mejor para su clínica que se vaya antes de que se convierta (¿cómo dicen ustedes por aquí?), en la manzana podrida que echa a perder la cesta.

Era una buena descripción de Mort Dellman, una de las mejores que Pete había oído.

—¿Qué opina sobre el niño? —preguntó.

—Las convulsiones son más bien de su especialidad —objetó Dieter—. Será mejor que dé usted primero su diagnóstico.

—Es muy aventurado todavía —admitió Pete Brennan—. Los rayos X del cráneo no indicaron nada, aunque tampoco lo esperaba. Anoche Dave Rogan pensaba que tal vez los reflejos son más activos en el lado derecho, lo que encaja con la descripción de las convulsiones en el lado derecho indicadas por su madre, pero ella estaba trastornada sin duda en aquellos momentos y puede haberse equivocado. Por ahora no veo nada que sugiera un tumor cerebral. Lo sabremos mañana definitivamente cuando se termine la exploración del cerebro, pero creo que el resultado será negativo.

Dieter asintió.

—Esas son también mis conclusiones, lo más probable es que se trate de un aneurisma en la zona del Círculo de Willis, con pérdida intermitente de sangre.

—¿Puede usted practicar el angiograma mañana después de terminar con la exploración? —preguntó Pete—. Debo asistir al funeral de Lorrie Dellman por la mañana, pero regresaré a la hora de comer.

—Lo programaré para mañana por la mañana.

Contando entre el personal con un cirujano vascular experto, la delicada tarea de inyectar un tinte opaco a los rayos X y que, por tanto, mostraría el esquema de los vasos sanguíneos del cerebro, se había encomendado a Dieter. La angiografía cerebral —literalmente fotografía de los vasos sanguíneos del cerebro— era un descubrimiento técnico importante que producía muy buenos resultados para valorar y tratar ataques y otras anomalías que afectan la circulación del cerebro, ofreciendo una posibilidad de ayuda en muchos casos en que antes no existía tratamiento.

—¿Está usted pensando lo mismo que yo? —preguntó Pete.

—¿Que éste puede ser un caso en el que pueda utilizarse la técnica californiana de trombosis de aneurisma con impurezas de hierro?

—Sí.

—Lo veremos después de realizar mañana el angiograma. Si la técnica resulta apropiada al caso y tenemos éxito, será magnífico para la madre y el niño.

Pete se levantó de mala gana de la silla.

—Debo pasar a visitar al doctor Paul McGill. Es un buen hombre y un amigo. Gracias por haberlo salvado.

—Fue la doctora Feldman quien lo salvó. —Los ojos de Dieter brillaron—. Espero verla pronto y darle las gracias de su parte.

«De modo que así sopla el viento», pensó Pete mientras tomaba el ascensor hacia la sala especial de asistencia intensiva. Sólo en América podían tener una aventura romántica una judía polaca y un alemán del Este en los tres días escasos que Marisa llevaba incorporada al personal de la clínica.