—¿Por qué lo hiciste? La pregunta sobresaltó tanto a Maggie McCloskey, que respondió sin detenerse a pensar que la intención de Dave Rogan había sido provocar una erupción de la verdad de la parte preconsciente de su mente, en donde no tenía probabilidad de ser matizada por la emoción.
—Quería dar a Joe mi sangre, pero no la necesitaba. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Antes me necesitaba, pero no ahora. Nadie me necesita.
De repente Maggie se dio cuenta de lo que estaba diciendo, la verdad que antes no había confesado a nadie y apenas a sí misma.
—¡Tú tenías que ser, Dave Rogan! —exclamó cuando se hizo ver el psiquiatra—. ¿Cómo entraste en la habitación sin que yo lo oyera?
—Estabas demasiado ocupada sintiendo piedad por ti misma. Además quería sorprenderte y obtener una respuesta sincera.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Estaba empezando a recuperar un poco su calma habitual.
—Porque es la respuesta que esperaba. El sentimiento de no ser necesitado es una causa básica además de un síntoma del síndrome de «la esposa del doctor».
—¿Qué dices de la esposa del doctor?
—Es una anomalía conocida, la enfermedad de la esposa del doctor, si no recuerdas el significado de la palabra síndrome. Por cierto que síndrome es un conjunto de síntomas que encajan un esquema específico de enfermedad.
—Estás bromeando.
—Jamás hablé más en serio. Della la padece, sólo que su síntoma es golf y no suicidio.
Maggie McCloskey lo miró y sus ojos se dilataron lentamente de terror.
—¿Crees tú que intenté…?
—¿No es verdad?
—No, por favor. ¿Por qué habría de querer hacerlo?
—Porque crees que ya no te necesitan. Acabas de admitirlo.
—Me cogiste desprevenida.
—Me dijiste la verdad la primera vez. Ahora tratas de ocultarla. —Dave se sentó al pie de la cama y empezó a llenar la pipa—. ¿Qué sucedió exactamente anoche, Maggie?
—Della, Grace y yo estábamos en el club tomando unas copas cuando se retransmitió por la televisión la noticia de que Mort había disparado contra Lorrie. ¿Cómo está Paul?
—Vivirá. Habla de ti misma.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Eres mi paciente y éste es mi servicio.
—¿Psiquiatría?
—Exactamente. ¡Cuéntame lo que te ocurrió! No dispongo de todo el día. Algunas otras esposas de doctores y otras muchas personas tienen la misma enfermedad que tú.
—Sigo sin creerlo.
—Mi tiempo vale dinero y tú dispones de él gratis —le dijo bruscamente—. Sigue con tu relato.
—Me sentí mal ayer por la tarde en el club después de oír la transmisión. Entonces recordé que Joe tiene el Rh negativo como yo y que este tipo no se encuentra fácilmente y salí para el hospital.
—¿Te encontrabas mal?
—¿Estaba…? —Maggie palideció un poco al recordarlo—. Grace me llevó en el coche y Della siguió detrás.
—¿Así que estabas mal y sin embargo te dirigiste hacia el hospital para ayudar a Joe? ¿Y luego?
—Ya lo sabes. Paul fue quien recibió el disparo, no Joe.
—¿Y bien?
—Después que te vimos en la planta baja tuve una discusión con Della en el recinto del aparcamiento. ¿Crees realmente que el golf es su síntoma?
—Sí, pero estamos hablando de ti.
—Regresé al club en taxi y me emborraché como de costumbre. Manuel me pidió un taxi cuando se cerró el bar un poco antes de las diez. Dejé mi coche en el aparcamiento. —Un espasmo de dolor cruzó su rostro—. He ido a casa de ese modo muchas veces.
—¿Por qué estaban encendidas todas las luces de la casa?
—Seguramente debí tocar la batería de interruptores, que está junto a la puerta, con mi mano cuando encendí las luces delanteras. Recuerdo que el taxista dejó los focos encendidos hasta que encontré el ojo de la cerradura.
Empezó a reír con un matiz de histeria.
—No permitiré eso —dijo Dave Rogan secamente—. Sigue con el relato.
—Estaba borracha, pero no tenía sueño. Manuel me había dado café en el club. Creo que lo que me trastornó fue ver la cama.
—¿Qué cama?
—La de Joe. Está vacía. Encontré unas píldoras en el botiquín y tomé unas cuantas.
—¿Cuántas?
—Tres o cuatro. Las he tomado en esa cantidad en otras ocasiones.
—Pero no cuando estabas ebria.
Sus ojos se abrieron completamente.
—Estaba intentando recordar algo sobre las píldoras antes de tomarlas, algo que me había dicho Joe una vez. Me dijo que no debía tomarlas después de haber estado bebiendo. ¿Fue eso lo que me trastornó?
—La combinación de pentobarbital y whisky puede ser mortal —le dijo—. Ya no respirabas cuando te trajeron a la sala de emergencia. Afortunadamente estaba de guardia una joven doctora muy inteligente y reconoció los síntomas al momento.
—¿Me hicieron lavado de estómago? ¿Es por eso por lo que me duele la garganta?
—Llevaste el pentobarbital en el cuerpo durante dos horas, tiempo suficiente para que una buena parte del mismo fuera absorbida. Lo primero que hizo Jeff Long fue colocarte en la tráquea un tubo intratraqueal de modo que pudiera acoplar un respirador y una bomba de oxígeno. Introdujo también una sonda en tu estómago, pero quedaba poca cosa allí.
Maggie se estremeció.
—¿Tienes que hablar de mí como si fuera un animal, algo que utilizaras para un experimento?
—Los animales no tratan de matarse, Maggie. Tienen más sentido.
—Ya te dije que fue un accidente —saltó Maggie.
—Y no te creo. —Dave sacó un encendedor del bolsillo y volvió a encender su pipa.
—¿Por qué?
—Has tratado de destruirte desde que empezaste a beber tanto, mucho antes de que tú y Joe os separarais. El alcoholismo es una forma de suicidio, Maggie. Al añadir el veneno de los barbitúricos…
—Ya te he dicho que fue un accidente.
—Y yo digo que no lo fue. Hace un momento no tuviste dificultad en recordar que Joe te había dicho que no debías mezclar la droga con el alcohol. Sin embargo, sostienes que anoche no lo recordabas.
—Estaba ebria —dijo tristemente.
—Pero no lo suficiente bebida para acostarte sin ayuda, ni para encontrar las píldoras y contarlas.
—Sólo quería dormir.
—Estoy seguro de que querías dormir, para siempre. Las actrices de Hollywood que toman barbitúricos en los llamados intentos de suicidio se las componen generalmente para telefonear a alguna amiga o a alguien en el último momento. Tú sin embargo, no intentaste llamar a nadie.
—¿Cómo lo sabes?
—El teléfono estaba colgado cuando te encontraron. Tú te habías desnudado, puesto un camisón y estabas echada en la cama en la otra habitación. Me preguntaba la razón de esto hasta que tú me hablaste hace un momento sobre las dos camas. Apartó la cara para no verle.
—No podía soportar el pensamiento de que se enterara Joe.
—Ahora empiezo a ver claro —dijo Dave animado y se desplazó de su asiento al pie de la cama para vaciar la pipa en el cenicero de la mesita de noche.
—No comprendo por qué.
—Has admitido al fin que intentaste matarte porque sientes que Joe ya no te necesita. No querías perpetrar el hecho en la habitación que compartías con él, porque te daba vergüenza lo que estabas haciendo y ahora temes que llegue el momento de intentarlo otra vez y salir airosa.
—Pero ¿quién eres tú? ¿Un adivino?
—Podía haberte dicho todo esto cuando entré hace un momento. Esto ocurre a menudo y no sólo a las esposas de los doctores. Es también muy frecuente en los casos en que los hombres suben rápidamente en su profesión, como en leyes, seguros o en negocios, y sus esposas no son capaces de ponerse a su altura o piensan que no pueden. Lo importante es que lo admitieras tú misma.
—Entonces, ¿me has estado sonsacando?
—Esa es la labor del psiquiatra, Maggie: sonsacar a la gente hasta que ven la verdad por sí mismos. Afortunadamente a ti no te ha costado enfrentarte con los hechos y eres inteligente. Esto nos sitúa a medio camino de regreso. Se preguntó si debía creerlo o si lo decía sólo para animarla.
—¿Por qué crees eso?
—La fuerza más importante en la vida de una mujer es el conocimiento de que es querida y necesitada. Toda su constitución física y emocional está vinculada a ese único impulso y el perder ese conocimiento puede producir una lesión física como un grave ataque del corazón o una úlcera, o si es afortunada esa clase de colitis benigna o cistitis que envía tantas mujeres a casa del médico. Mentalmente la reacción más leve es la psiconeurosis y la más grave es alguna de las formas de enfermedad mental.
—¿O el suicidio?
—Sí.
Maggie respiró profundamente. Le daba miedo hacer la pregunta que tenía en la punta de los labios y con todo debía hacerlo y obtener respuesta.
—Hace un momento dijiste que estaba a medio camino de regreso, pero ¿hacia qué lugar?
—Joe te necesita, tanto si lo sabes como si no.
—Si me necesita, ¿por qué tuvo que recurrir a aquella prostituta de Greenville?
—¿De verdad quieres que conteste? Me temo que mi respuesta va a ser cruel.
—Sí.
—Porque no tenía en casa lo que tenía derecho a esperar.
—Nunca le negué nada —dijo con furia—. Te mintió si te dijo eso.
—Joe no me dijo nada. He visto tantos casos parecidos al tuyo que conozco de memoria las características. Además, ¿qué derecho tenías a hacerte la virtuosa después de lo sucedido en aquel Congreso médico de Nueva Orleáns?
El impacto de sus palabras le hirió como si hubiera recibido un golpe en el plexo solar. Cuando su estómago se hizo un nudo, se agachó en busca de un recipiente de porcelana debajo de la cama. Pero Dave Rogan paró su mano.
—No empieces a vomitar en mí porque no puedes afrontar tu culpabilidad —irrumpió—. Una gran cantidad de maridos y esposas no durmieron en su cama anoche o muchas noches antes. Cuando un hombre es incapaz de satisfacer a su mujer, aunque crea que no es impotente, empieza a preguntarse si la culpa es suya. Hay un solo medio de averiguarlo: otra mujer.
—¿Se portó como un hombre con ella?
—¿Cómo puedo saberlo? La gente inteligente y educada no se permite ir pregonando estas cosas. Sin embargo, hay un medio con el que puedes devolverle la confianza, pero no me pidas que te lo demuestre con dibujos. —Cogió la cartulina de gráficos de ella, que estaba al pie de la cama—. Ahora debo marcharme. ¿Te sientes con apetito?
—Me tomaría un plato de sopa con unas pastas secas y una taza de café.
—Muy bien. Ordenaré que cesen de aplicarte el fluido intravenoso. Nos veremos por la mañana y charlaremos un poco más.
Estaba ya en la puerta cuando ella lo llamó:
—Dave.
—Sí…
—Me acabas de decir que Joe me necesita. ¿Cómo lo sabes si él no ha hablado contigo respecto a nosotros?
—Gracias a Joe estás aquí, y puedes pedir sopa y café en vez de estar bajo una losa junto a Lorrie Dellman. Desde el divorcio ha pasado en su automóvil frente a tu casa todas las noches a las doce para ver cómo te encontrabas. Anoche, cuando vio todas las luces encendidas, entró.
»Fue Joe quien te trajo al hospital, Maggie, y si aún tienes la mitad de sentido común que creo tienes, darás gracias a Dios por ello en tus oraciones esta noche. Mi secretaria te subirá un artículo sobre la enfermedad de la Esposa del Doctor. Puesto que fuiste secretaria de un médico, podrás comprender la terminología. Creo que encontrarás interesante su lectura.