Capítulo XVI

Pete Brennan había convocado una asamblea de la junta directiva de la clínica facultativa a la hora de comer, en un pequeño comedor privado apartado del salón del personal y sito en el último piso de la clínica. La mayoría del personal de la clínica hacía la comida de mediodía al otro lado de la calle en el restaurante del hospital. Sin embargo, con el fin de ahorrar tiempo, el pequeño comedor había sido colocado junto al salón para comodidad del personal médico cuando se celebraban conferencias a la hora de comer. Todos estaban allí a excepción de Mort Dellman, cuya concurrencia nadie podía esperar, dadas las circunstancias.

—Cierra la puerta, por favor, Dave —dijo Pete al psiquiatra, después que la comida había sido servida y la camarera se había ido—. Tú eres el que estás más cerca.

Dave Rogan cerró la puerta y volvió a sentarse luego. Nadie preguntó la razón de mantener esta reunión en secreto. Habían ocurrido hechos en las últimas veinticuatro horas que justificaban la adopción de esta medida.

En términos breves y concisos explicó Pete la conversación sostenida la pasada noche con Mort Dellman. Al terminar, el aspecto de agobio en los rostros de la mayoría de los hombres reunidos junto a la mesa fue un fiel reflejo de sus propios sentimientos al salir de la cárcel la noche anterior. Sin embargo, había tenido tiempo desde entonces para reflexionar y elaborar algunos planes preliminares para salvar lo posible de la dificultad en que se encontraban.

—Mort no tiene nada que achacarme —profirió con ira George Hanscombe—. Yo nunca…

—Un detective ha estado vigilando a Lorrie durante mucho tiempo, George —le advirtió Pete—. Será mejor que te asegures de que eres casto.

—¡Que me asegure de si soy casto! —Dave Rogan rió sin ganas—. Si no estuviera tan seguro, Pete, tendría gracia. Debe haberse tratado de un desliz freudiano.

George Hanscombe abrió la boca para hablar, cerrándola luego sin decir palabra.

—Sólo a un indeseable como Mort se le ocurriría hacer vigilar a su esposa. —Joe McCloskey era rechoncho y de escaso cabello, pero era uno de los socios más importantes y formales del grupo además de un buen especialista y todo el personal de la clínica lo respetaba—. Lo que no puedo comprender son las razones que tuvo para matarla. Después de todo, debía saber que su mujer había tenido amantes desde hace años.

—El disparo que recibió Lorrie fue un accidente —explicó Pete—. Lorrie tenía relaciones con un estudiante de medicina y Mort planeó darle un escarmiento.

—Mort sabía que Lorrie se vería comprometida en un escándalo un día u otro —dijo Dave Rogan—. En mi opinión la hizo seguir por un detective para poder amenazar a Jake Porter si se planteaba el divorcio. Jake siente adoración por sus nietos y le hubiera ofrecido una buena cantidad para que la vida inmoral de su hija no llegara a conocimiento de ellos.

—Lo cierto es que al parecer Mort nos tiene bien cogidos —admitió Joe McCloskey.

—Pero ¿por qué hacernos eso a nosotros? —protestó George Hanscombe—. Después de todo le dimos participación en la clínica, cuando no debíamos haberlo hecho.

—Mort se hizo partícipe al convertirse en catedrático de la facultad de Medicina en un principio —les recordó Pete—. No nos engañemos, pues una buena parte del éxito de la clínica facultativa se lo debemos a él.

—En realidad Mort copió la idea de automatización de las clínicas de California que iniciaron el sistema —hizo resaltar Dave Rogan—. Aunque dudo de que los demás nos hubiéramos percatado de sus posibilidades, si él no nos sugiere la compra de la computadora.

—Entonces, ¿compramos su parte? —preguntó Joe McCloskey.

—¿Por cien mil dólares? —La voz de George Hanscombe salió algo aguda—. ¿Estás loco, Joe?

—No os rogué que vinierais aquí para que os pusierais a chillar porque os duele —dijo Pete secamente-I ¿Cuántos de vosotros estaríais dispuestos a liquidar su parte por cien mil dólares?

No hubo respuesta.

—Entonces lo que hemos de decidir es la forma de cerrar el trato.

—Yo no tengo ese dinero —protestó George Hanscombe.

—Tienes tus acciones de Merril Lynch —le recordó Joe McCloskey.

—Estás loco si piensas que las voy a ofrecer en garantía.

—Tú contribuirás como todos los demás, George —dijo Pete categóricamente.

—Pero tú cuentas con lo de Amy…

—Cállate, George —dijo Dave Rogan con fastidio—. Ya sabes que Pete paga de lo suyo desde que llegó aquí.

—Gracias, Dave —dijo Pete—. Creo que, incluyendo los honorarios del abogado y gastos similares, además del interés nos tocará aportar de veinticinco a treinta mil dólares por cabeza.

George Hanscombe abrió la boca para protestar de nuevo pero cambió de idea al parecer.

—Una cosa me preocupa —dijo Joe McCloskey—. ¿Cómo podemos asegurarnos de que Mort no cogerá nuestro dinero y nos delatará después? Con el relato que podría hacer de lo que acaece en una ciudad como Weston, no faltaría alguna revista que le ofrecería cincuenta mil dólares más, e incluso podría escribir un libro.

—Lo que ocurre aquí, sucede prácticamente en todas las ciudades de estas dimensiones, aun sin tener Universidad —dijo Dave Rogan—. Somos una comunidad muy unida dentro de otra mayor y es fácil que ocurran cosas de este tipo.

—Hasta que un buen día todo sale a relucir como ahora —dijo Pete.

—Seguimos estando en un apuro —insistió Joe McCloskey—. Todo tu psicoanálisis no va a cambiar en nada la situación, Dave.

—Pero puede hacernos reflexionar sobre nuestra vida para comprobar cómo nos hemos metido en este lío —dijo el psiquiatra—. Tal vez veinticinco mil dólares sea un precio económico por un psicoanálisis.

El resoplido de George Hanscombe fue un comentario explosivo.

—Tú puedes hablar, Dave. Tú no te das cuenta de lo que significa tener acciones Dow Jones por debajo de la par.

—Pero mira lo que conseguiste cuando subieron, George. —Pete Brennan levantó su mano imponiendo silencio:

—Todos contamos con buenos ingresos económicos y buenas perspectivas. Propongo que tomemos prestado lo que necesitemos, reembolsando al Banco como lo haríamos con cualquier otro préstamo. Puede ser gravoso para alguno de nosotros, pero, como acaba de decir Dave, puede merecer la pena al final.

—Todavía no has contestado mi pregunta sobre cómo podemos estar seguros de que Mort no va a hacernos chantaje —le recordó Joe McCloskey.

—No puedo aseguraros que no le haya pasado esa idea por

su mente —admitió Pete—. Anoche me dijo lo que realmente ocurrió ayer por la tarde. Me dijo que esperaba encontrar a ese estudiante de medicina con Lorrie y planeó herirle, como advertencia. Esta mañana he anotado todo lo que Mort me dijo…

—No le habrás pasado la nota a la secretaria —dijo Joe McCloskey.

—No soy tan estúpido, Joe. El rumor hubiera corrido por la clínica en menos de media hora y se hubiera extendido por toda la ciudad al mediodía. Lo he escrito a mano y el documento está aquí. —Sacó un gran sobre del bolsillo—. Lo remitiré por correo certificado a mi nombre esta tarde y lo dejaré cerrado en mi caja fuerte cuando me lo entreguen. Así podrá determinarse el momento en que fue escrito.

—Es una excelente idea —dijo George Hanscombe.

—Los escritores suelen hacerlo para proteger los manuscritos, según me contó un paciente en una ocasión. Remitiéndose a sí mismos una copia realizada sobre papel carbón de cualquier escrito que desean proteger, tienen automáticamente la prueba de que fue escrito antes de una fecha determinada.

—Entonces Mort sólo puede hacernos chantaje, poniéndose la soga alrededor del cuello al admitir que se dirigió allí con la intención de disparar contra el estudiante —dijo Dave Rogan—. Esto le retendrá.

—¿Y qué hay sobre Paul McGill? —preguntó Joe McCloskey—. ¿Cómo interviene él en todo esto?

—Paul no obtendrá ninguna ventaja por hacer un trato con Mort. Pienso, pues, que debe quedar descartado —dijo Pete—. Creo que todos estamos de acuerdo en que hemos de formar un grupo para obtener el préstamo de cien mil dólares que necesitamos. Mort nos vende su participación en la clínica legalmente por esta cantidad y, como creo conocer a Arthur Painter, ya encontrará un medio para hacerlo pasar como un gasto del negocio. ¡Levanten las manos los que están de acuerdo!

Tres manos se levantaron al momento. Finalmente George Hanscombe elevó la suya, con lo que se logró el acuerdo unánime.

—Me ocuparé de que Arthur redacte los documentos y consulte con el Banco —dijo Pete—. ¿Algo más que tratar?

Al no introducir nadie otro tema de debate, se disolvió la asamblea. Dave Rogan se quedó atrás dejando salir a los demás.

—He estado pensando en el lío en que estamos metidos, Pete —dijo—. ¿Tienes un minuto para hablar sobre esto?

—Claro. Tomemos otra taza de café y fumemos un cigarrillo.

La camarera había dejado un recipiente de vidrio burbujeante sobre un hornillo eléctrico en un rincón del comedor. Pete llenó dos tazas de café y las trajo a la mesa donde Dave Rogan estaba sentado. Tenía gran simpatía por el psiquiatra y al principio de su asociación habían pasado muchas horas agradables en sesiones de tipo financiero. Sin embargo, habían estado demasiado ocupados últimamente con sus deberes docentes y las necesidades de la clínica para poder dedicar tiempo a cualquier otra cosa.

—Creo que sabes que Maggie McCloskey está en una de mis salas, Pete.

—Joe me lo dijo. ¿Saldrá bien?

—Esta vez se ha salvado, pero quizás no sea así la próxima vez.

—¿Qué le impulsaría a hacerlo?

—Maggie sigue queriendo a Joe. Estaba en el club ayer por la tarde cuando llegó la noticia de que Mort había disparado contra Lorrie. Los primeros informes no mencionaron el nombre de Paul, sólo dieron a entender que estaba comprometido un médico eminente. Maggie, Della y Grace Hanscombe vinieron llorando hacia aquí con la duda de si su marido sería ese médico.

—Amy estuvo aquí también. Y anoche… —Pete cesó de hablar de repente mientras acudía a su mente una posible explicación del comportamiento de Amy.

—¿Qué ibas a decir?

—Amy estaba, por decirlo así, más cariñosa de lo normal, cuando llegué a casa.

—Este mensaje radiado las atemorizó a todas ellas —dijo el psiquiatra—. George me dijo antes de la comida que Grace presentaba una fuerte dosis de azúcar esta mañana por primera vez en un año. Su curva de tolerancia de glucosa ha subido enormemente, de modo que la he ingresado en el hospital por miedo a que se produzca un estado de coma de tipo diabético.

—Esto debía ser lo que preocupaba a George hace un momento. Generalmente no es tan terco.

—Creo que cualquiera de nosotros estaríamos excitados si nuestra esposa precipita azúcar con la orina probando que aún nos ama. La diabetes de Grace cederá con el tiempo. Su caso es de tipo leve. Es por Maggie y Joe por quienes estoy preocupado. ¿Sabes que ha estado pagando al encargado del bar del club para que la persuada de no conducir cuando está ebria, lo que ocurre prácticamente todas las noches?

—No.

—Después de salir del hospital ayer, Maggie regresó al club y permaneció allí hasta que el encargado del bar la envió a casa en un taxi. Evidentemente estaba demasiado nerviosa para poder dormir y tomó algunos barbitúricos que había en el botiquín. Joe acostumbra a pasar por delante de la casa a últimas horas de la noche para comprobar si se encuentra bien. Afortunadamente sospechó que sucedía algo anormal cuando vio anoche toda la casa iluminada y la llevó al hospital. Jeff Long estaba de servicio y le puso una sonda intratraqueal en la tráquea para poder bombearle oxígeno. Luego le aplicó un activante psíquico en forma de goteo intravenoso para excitar su cerebro y empezó a entrar en sí a primeras horas de la mañana.

—Parece que escapó de milagro.

—Efectivamente. Cuando Maggie despierte, trataré de atemorizarla para que acepte la cura.

—Muchos alcohólicos se niegan a ello, ¿no es cierto?

—Sí, pero esta vez tengo algo que puede intimidarla. Su marcha precipitada hacia el hospital de ayer prueba que sigue amando a Joe y ambos sabemos lo que ha sufrido él desde el divorcio. Tal vez pueda convencerla con estos hechos para que se reforme.

Pete Brennan miró hacia el blanco mantel y las manchas de ceniza que había producido en éste con su cigarrillo. Recordaba los hechos relativamente lascivos de Amy la pasada noche, interpretándolos ahora como un síntoma de algo inquietante, pues a pesar de lo mucho que le había complacido entonces, esa forma de comportamiento no era corriente en Amy.

—¿Qué nos ha ocurrido a todos, Dave? —preguntó—. ¿En qué nos hemos equivocado?

—El psiquiatra no cuenta con unas normas fijas para distinguir lo correcto de lo incorrecto, Pete.

—Lo que quiero decir es ¿cómo introducimos ese desorden en nuestras vidas? La mayoría de nosotros hemos tenido amantes durante años aunque sólo Lorrie fue sincera con sus amoríos. Pero ¿qué hemos sacado con eso?

—Tal vez placer.

—Tal vez en el momento, pero ¿cuánto dura?, ¿qué valor tiene?

—Dura sólo un instante y no vale nada.

—Entonces, ¿por qué lo hacemos? Seguramente esta forma de comportamiento no puede calificarse de normal.

—Esa es otra expresión que los psiquiatras tratan de evitar,

pero entiendo lo que quieres expresar. Maggie bebe demasiado Grace Hanscombe sufre una agravación de lo que era una diabetes benigna. Mi esposa Della juega demasiado al golf. Alice Weston tiene colitis espasmódica. Creo que Elaine McGill es la única verdaderamente equilibrada de todas ellas, pero es estéril y no puede acostumbrarse a esa anomalía.

—¿A quién o a qué cosa puede achacarse todo esto?

—Los maridos tampoco somos lo que tú llamarías normales. Trabajamos demasiado para mejorar de posición y no otorgamos a nuestras mujeres la comprensión que tienen derecho a esperar de nosotros. Pongamos a George Hanscombe, por ejemplo. Es semiparanoico en muchos aspectos, como mucha gente denominada normal. Votó por Goldwater, pertenece a la sociedad John Birch, puede que sea del Ku-Klux-Klan y cuando menos es un fanático en cuestión de segregación. Grace es una chica inglesa amable y bastante inteligente, que hubiera sido inmensamente feliz casándose con el propietario de un «pub» inglés de clase media. Ya sabes que en realidad era camarera. En vez de eso se casa con George, trata de ser merecedora de él y hace un buen trabajo con muy poca ayuda de él. Lo que sorprende es que ya no haya tenido antes diabetes o algo peor.

—No voy a pedirte que me analices. —Pete esbozó una mueca—. Estás demasiado penetrante esta mañana.

—Todo esto es elemental —Dave Rogan le aseguró—. A decir verdad no me veo más capaz para hacer frente a los problemas de mi esposa que vosotros. ¿No creerás que Della es campeona de golf sólo porque le gusta el juego?

—Pero…

—Como soy psiquiatra, Della está convencida de que es intelectualmente inferior a mí, lo cual no es cierto. Mientras estaba ocupada con los niños, no tenía tiempo para pensar en esto. Nada contribuye mejor a formar la personalidad de la mujer que tener hijos que la necesiten. Sin embargo, el pensar que van a ir ya a la escuela preparatoria y luego a la Universidad ha empezado a mermar su propia estimación. Por esta razón se hace campeona de golf, probando que es físicamente superior a mí, lo que es evidente. —¿Qué piensas hacer? Dave sonrió.

—Hacer que se quede otra vez embarazada si me da alguna oportunidad, pues me parece que tendré que sustituir las píldoras anticonceptivas que toma por tabletas de lactosa.

—Lo que sigo sin comprender es por qué nos hemos complicado todos la vida, cuando ninguno de nosotros está lejos de ser lo que se considera ordinariamente un ser normal —insistió Pete—. Hay tal vez un centenar de catedráticos en la Facultad de Medicina, de los que tenemos treinta trabajando en la clínica, ¿y somos nosotros los únicos anormales?

—Ten cuidado con la palabra «anormal» —le advirtió Dave Rogan—. La dificultad principal reside en que somos muy parecidos en ingresos, nivel social, la forma en que vivimos…, lo que hace de nosotros un grupo selecto en todos los sentidos.

—¿Selecto?

—Tú, Joe, George, Paul, Mort y yo, junto con Roy, nos reunimos en Corea, pero no por casualidad. En muchos aspectos somos muy semejantes. Somos inteligentes, ambiciosos y tenemos mucho empuje. Somos esa clase de hombres que tienen éxito en cualquier esfera. En Corea nos reunimos entre todo el personal del hospital por un proceso de selección natural. Un capricho del destino (la inauguración de una Facultad de Medicina en esta ciudad) nos volvió a juntar una vez terminada la guerra de Corea. Nos casamos con mujeres de distinto nivel social, pero la fuerza de las circunstancias ha hecho que todas ellas se conformen a un mismo molde.

—¿Qué clase de molde?

—Por un lado, el molde de la uniformidad. Todos vivimos en la misma especie de hogar, pertenecemos al mismo club, bebemos el mismo licor y la verdad es que hemos tenido la misma vida sexual poco más o menos. Siendo así, ¿a quién le importará que cambiemos un poco?

—Hablas como si fuéramos conejos de Indias en una especie de experimento diabólico.

—Tal vez eso sea la vida; el diablo nos' prueba para ver si somos aptos para el infierno.

—No estoy de acuerdo con eso —protestó Pete—. Sería como estar en el infierno dos veces.

—Eso les ocurre a la mayoría de las personas.

—Entonces, ¿cuál es la respuesta?

—Para los hombres es la especie de competición amistosa que celebramos aquí en la clínica día tras día. Estamos tan ocupados que no tenemos tiempo de acumular agresividad que pudiera canalizarse en síntomas físicos o trastornos emocionales. Sin embargo, la cosa cambia cuando se trata de las mujeres con las que estamos casados. Al principio tenían algo en qué ocuparse: ayudándonos a establecernos, creando un bogar, criando a los niños, esas cosas que las mujeres saben hacer mejor que los hombres.

—Tener un hogar confortable, una esposa y unos hijos hermosos ha tenido siempre mucho aliciente para mi —protestó Pete.

—Y lo tiene para todos nosotros hasta que empezamos a considerarlo natural. La felicidad en el matrimonio, en el trabajo y en la vida no es algo que se produzca de por sí. Si se considera de este modo, en seguida se da uno cuenta de que la ha perdido. La felicidad se la ha de ganar uno, creando un hogar, dando educación a los hijos…

—Maggie y Grace no tienen niños —protestó Pete—. No encajan, por tanto, en esa teoría tuya.

—¿Por qué te imaginas que están más enfermos que los otros?

—¿Y Amy?

—¿De veras quieres conocer mi opinión? —preguntó Dave.

—Me agradaría saberla.

—No creo que Amy corra menor riesgo que las otras, Pete. Esa es una de las razones por las que quería hablarte hoy.

—Espero que no se haya presentado a tu consulta.

—Ni ella ni las demás, salvo Maggie, que fue llevada a mi servicio automáticamente porque es una suicida frustrada. Lo que me preocupa es la ambición de Amy. Sin duda la habrás advertido, sobre todo últimamente. Pete asintió.

—Al principio no era tan intensa. Gozaba de una buena posición, era rica e independiente y podía ayudar a establecerse a un marido que fuera médico. Así lo hizo, no lo puedo negar. Tuvimos varias riñas en los comienzos, porque yo insistía en que debíamos vivir con mi salario, pero entonces la clínica empezó a rendir y empecé de repente a obtener unos ingresos superiores a los que había tenido su padre.

—Piensa ahora con detenimiento —le interrumpió Dave Rogan—. ¿Fue entonces cuando empezó a interesarse por los auxiliares médicos?

—Aproximadamente por aquella época, es cierto. Creo que fue después de que renuncié a la cátedra de cirugía.

—¿No fue entonces cuando tuvo el primer ataque de jaqueca?

—Ahora que lo pienso, así fue.

—¿Jamás te preguntaste la razón?

—¿Tratas de decir que fue entonces cuando Amy empezó a pensar que yo no la necesitaba más?

—Al menos cabría considerarlo una posibilidad —dijo Dave—. Amy ha sido siempre independiente y ambiciosa. Siempre ha estado al frente de todas las actividades comunitarias en las que puede participar una mujer en Weston, y ahora está ampliando su esfera para incluir el Estado. Sin embargo, eso le está costando caro ya, aunque por el momento sólo sea una jaqueca.

—¿Me quieres dar a entender que puede agravarse?

—¡Quién sabe! En primer lugar, Amy ya no tiene confianza en ti. Ninguna de nuestras mujeres la tiene, pues no se hubieran alarmado tanto cuando oyeron por la radio que un médico había sido sorprendido con Lorrie ayer tarde.

Pete llenó de nuevo su taza de café y encendió otro cigarrillo. No se sorprendió al comprobar que su mano temblaba tanto que tenía dificultades para sostener el encendedor.

«¿Era el miedo lo que había hecho cambiar tanto a Amy? —se preguntaba—. ¿O el alivio al saber que no estaba herido? Ninguna respuesta parecía encajar y, sin embargo, no tenía indicios para sospechar otra cosa. Resultaba difícil por otra parte preguntar incluso a un amigo íntimo como Dave por qué su mujer, que se había mostrado prácticamente frígida en los últimos años, empezaba súbitamente a comportarse como una libertina».

—Como dije antes… —La voz de Dave lo devolvió de nuevo a la realidad—. Creo que el mal que afecta a nuestro pequeño grupo es lo que llamo comunidad natural. Los hombres trabajamos aquí juntos todo el día y nuestras esposas se reúnen en los campos de golf, en el bar del club, o en ese grupo de Amy que tú llamabas «Sociedad Anatómica». Cuando asistimos a reuniones sociales, lo hacemos generalmente juntos, y normalmente asistimos a Congresos médicos estatales, y lo hacemos como corporación. Es un caso de familiaridad que engendra algo más que el desprecio, una especie de rotura de barreras similar a un juego de sillas musicales.

—Tal vez sería más apropiado decir camas musicales —dijo Pete McCloskey—. ¿Crees que cambiaremos después de lo que ha sucedido?

Dave Rogan sacudió la cabeza.

—Todos somos cuarentones poco más o menos y algunos aún mayores, de modo que el mal está ya hecho. Lo que hemos de aprender ahora es a vivir con nosotros mismos y sacar el mejor partido de lo que tenemos. —Apagó el cigarrillo en e] plato de su taza de café y se levantó—. He pasado todo el tiempo filosofando y me resulta difícil volver a la realidad. ¿Has podido ver al niño de Janet Monroe?

—Todavía no —dijo Pete—. Pensaba hacerlo después de acabar aquí, pero tengo que hablar con Arthur Painter por teléfono para que empiece a trabajar sobre el trato con Mort y sobre el préstamo. ¿Tienes idea de lo que le puede ocurrir al chiquillo?

—Opino que se trata de un aneurisma del Círculo de Willis que presenta alguna pérdida. Antón Dieter lo examinará esta tarde y Ed Harrison está preparando una exploración radiográfica para mañana por la mañana.

Este método, relativamente nuevo, servía para localizar tumores dentro del cuerpo aprovechando la tendencia del tejido maligno a absorber ciertos isótopos radiactivos, en ese caso generalmente una sal de mercurio. Utilizando un instrumento sensible relacionado con un contador Geiger que reaccionaba ante la presencia de radioactividad, era posible detectar la presencia e incluso la forma de una excrecencia por más profunda que estuviera en el cuerpo, registrando sobre una película de rayos X el incremento de grados de radiación procedente de las células afectadas por el tumor.

—Es lo que se puede hacer por el momento —convino Pete Brennan—. Veré al niño esta tarde antes de marchar. Janet es una buena chica que ha sufrido un duro golpe. Merece algo más de suerte, como, por ejemplo, que el niño se recupere y que ella se case con Jeff Long. Confío en que ambas cosas sucedan.

Sin embargo, mientras tomaba el ascensor hacia su despacho para hablar con Arthur Painter del préstamo, el neurocirujano sabía que si el diagnóstico de Dave era correcto, las probabilidades de éxito eran muy escasas.