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Después de que Pete salió para el hospital, Amy cambió el pantalón que llevaba por un vestido de lino, pues aquella prenda le parecía poco apropiada para visitar a un padre que acababa de perder a su hija. La casa de los Weston —así se llamaba todavía en la ciudad, aunque hacía unos quince años que la ocupaba Amy como señora de Pete Brennan— estaba situada sobre una colina con vistas al río a unas cuantas millas de la nueva urbanización de Sherwood Ravine, donde vivían la mayoría de las esposas de los otros doctores. La casa de Jake Porter distaba poco más de un kilómetro de la de Amy y estaba sobre una loma, existiendo entre ambas un profundo barranco.

Los Weston se habían desplazado hacia el sur desde Nueva Inglaterra después de la guerra civil cuando la tierra podía comprarse por un precio irrisorio y la mano de obra era tan barata casi como lo había sido cuando existía la esclavitud. Aplicando los ahorros de Nueva Inglaterra y sus conocimientos a la fabricación de alfombras y tejidos, el abuelo de Amy había hecho una fortuna, siendo reputado como el ciudadano más destacado de aquella parte del Estado. Jake Porter había sido de joven encargado al principio de las tejedurías de Weston, pero tenía un talento directivo que le valió en seguida la concesión de un cargo importante y más tarde una parte en la propiedad.

El padre de Amy no fue el hombre de negocios que había sido su abuelo, pero Jake Porter dirigía la fábrica en aquella época e iba amasando una fortuna propia con inversiones masivas en terrenos forestales y propiedad industrial. Jake fue quien negoció la venta de las tejedurías Weston al sindicato de Portola cuando se produjo la segunda emigración textil de Nueva Inglaterra desde los mercados del Norte dominados por la Unión y de mano de obra muy cara hasta los mercados del Sur, desorganizados y con una mano de obra barata y en gran parte ignorante.

Por estas razones y aunque de hecho no existiera parentesco alguno entre ellos, Amy y Roy habían crecido considerando a Jake Porter como su tío. Cuando Roy se casó con Alice, pupila de Jake, los lazos se hicieron más fuertes. Amy, Alice y Lorrie se habían criado casi como hermanas, hasta que al terminar los estudios en el instituto, la universidad las separó durante cierto tiempo. Al casarse se habían reunido de nuevo, cuando Mort Dellman y Pete Brennan habían llegado con Roy y los otros de Corea para convertirse en catedráticos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Weston. Ahora existía el riesgo de que todo se derrumbara por el único disparo de la pistola de Mort Dellman, a menos que Pete pudiera encontrar los cien mil dólares que exigía Mort por su participación en la clínica.

Amy no ponía en duda que Pete sería capaz de lograr un préstamo para comprar la participación de Mort. El peligro residía en que, si Roy presionaba a Mort a causa de sus ambiciones políticas personales, su pequeño y cerrado mundo se vendría abajo por un escándalo que podría obligar a los síndicos de la Facultad —que por otra parte envidiaban el éxito de la clínica facultativa— a tomar cartas en el asunto y exigir la renuncia como catedráticos de la Facultad a todos los implicados. Esto, desde luego, no podía ser beneficioso para la clínica, pues obligaría a un cambio de nombre y pondría tal vez en peligro la sólida reputación alcanzada como una de las mejores organizaciones de su género en todo el sudeste.

Amy había decidido ir andando hasta la casa de Jake Porter, con jardín y rodeada de cipreses, donde había pasado horas tan felices en su infancia. Confiaba volver a recordar, siquiera por un breve rato, aquel período ahora casi olvidado cuando Weston era una pequeña localidad y ella, como hija del hombre más importante de la misma, había sido la chica más envidiada y codiciada. A medio camino de la casa, lamentó no haber cogido su «Cadillac» con aire acondicionado, pues el día era caluroso y sentía que el sudor iba empapando su ligero vestido de verano.

En un punto elevado de la ladera de la montaña hacia el oeste vio un reflejo metálico, reconociendo la gran y reluciente antena de la torre que transportaba las conversaciones telefónicas y las imágenes de televisión a través de la cresta de la cordillera. La torre se elevaba junto a una carretera que conducía a una pequeña hondonada en las montañas donde estaba situada Deerslayer Lodge y se preguntaba si, una vez terminara la pesadilla de ayer y de los días siguientes, podría convencer a Pete para pasar una semana allí arriba. Pasaron la luna de miel en Deerslayer Lodge y con la ayuda de las diminutas jeringas que había ocultado en un cajón de su tocador, podrían encontrar de nuevo parte de la felicidad que habían conocido allí y que parecía perdida hasta anoche.

Jake Porter estaba sentado bajo el porche en una mecedora cuando Amy subió las escaleras. Vivía solo en la vieja mansión, cuidado por un par de sirvientes de color que vivían en un apartamento encima del garaje.

—Buenos días, tío Jake. —Amy se inclinó para besar las arrugadas mejillas del anciano—. Imaginarás lo apenados que estamos por lo ocurrido.

—Siéntate, Amy. —La voz del anciano acusaba cansancio—. Has sido muy amable en venir.

—Pete quería saber si podíamos ayudarte en algo con respecto al funeral.

—Ya está todo arreglado, Amy. Llamé a la funeraria y les dije que le hicieran un entierro decente. El doctor Potter está fuera de la ciudad, pero el canónigo de la catedral se encargará del servicio fúnebre.

Potter era el ministro de la mayor iglesia episcopal de Weston, a la que pertenecía la mayoría de la clase alta de la ciudad.

—A Lorrie no le hubieran gustado grandes ceremonias —convino Amy—. ¿Estarán los niños aquí?

—Envié a Jasper a recogerlos de los campamentos en donde están, cerca de Asheville —dijo Jake Porter—. De todos modos hubieran regresado el martes para reanudar las clases.

Jasper era el chófer y sirviente de color que cuidaba de Jake Porter. Los hijos de Amy estaban en el mismo campamento.

—Lorrie siempre se salió con la suya —añadió el anciano—. Confío en que sobreviva el hombre que estaba con ella.

—El doctor Dieter extrajo anoche la bala del corazón de Paul McGill —le dijo Amy—. Pete dice que todo irá bien.

—¿Y qué ha pasado con Dellman?

—Lo tienen en la cárcel. Ha ofrecido vender su participación en la clínica a los otros miembros de la sociedad.

—¿Por qué precio?

—Cien mil dólares.

—Eso indica que espera ser declarado inocente, probablemente basándose en que obró en defensa de su honor. Me alegrará perderlo de vista. No comprendo, sin embargo, las razones que lo impulsaron a matarla, a menos que creyera que Lorrie tuvo algo que ver con mi cambio del testamento.

Amy había estado escuchando a medias.

—¿Qué has dicho, tío Jake? —preguntó.

—No podía hacerme a la idea de que Dellman se apoderara de mi dinero después de mi muerte y, por tanto, cambié el testamento hace cosa de un mes. Dejé todo en fideicomiso a los hijos de Lorrie, y como fiduciario al Banco. ¡Buena la hice en vista de lo que ocurrió después!

—Lorrie amaba a sus hijos. Se alegraría de saber que los has tenido en cuenta.

—No les faltará protección, te lo aseguro. —Había una extraña fuerza en la voz del anciano que pasó desapercibida a Amy, que estaba medio aletargada—. Espero que Dellman no vaya a crear problemas a tu marido y a los demás.

—¿Qué quieres decir, tío Jake?

—Ya sabes a qué me refiero.

—Pete dice que Mort saldrá de Weston tan pronto como el tribunal tome una decisión respecto a él.

—Será un alivio para todos. Lorrie no era realmente mala. Amaba a sus hijos y probablemente también a Dellman al principio. Sin embargo, no podía prescindir de los hombres como tampoco puede un alcohólico de su botella. Creo que podría decirse que estaba enferma y su enfermedad la ha matado como cualquier otra enfermedad. Tal vez sea culpa mía por haberle dado demasiada libertad cuando era joven, o tal vez haya salido a mí. Ya sabes que no he sido precisamente un puritano.

Sin saber qué decir, Amy se limitó a callar.

—No es que lamente lo que yo haya podido hacer, más de lo que ella lo hizo. Es algo connatural en nosotros. Dile a tu simpático marido que pase a verme. Quiero hablar con él de todo este asunto.

—Tal vez pueda venir esta noche.

—Has tenido la suerte de casarte con un hombre bueno y humano. A veces hará cosas que a ti te desagraden. Después de todo tú has heredado muchas características de tu familia de Nueva Inglaterra. Pero anda con cuidado. Un buen matrimonio es una de las cosas de más valor del mundo. La madre de Lorrie y yo tuvimos esa dicha, de modo que puedo hablar con conocimiento de causa.

—Pete y yo nos llevamos bien, tío Jake.

—Espero que sí, pero no está de más comentarlo. Algunos dicen que él no podrá soportar por más tiempo tus ausencias y que terminará divorciándose.

Las palabras hirieron a Amy como si hubiera recibido un golpe de estaca. ¡Que Pete iba a divorciarse de ella! No podía imaginarlo siquiera.

—Eres inteligente, Amy, y ambiciosa como todas las mujeres —Jake Porter no había notado al parecer el efecto de sus palabras en Amy—. No dejes que tus ambiciones arruinen tu matrimonio.

—Así lo haré, tío Jake.

Se levantó rápidamente y empezó a bajar los escalones con paso algo vacilante a consecuencia de la impresión por lo que había oído.

—Gracias por haber venido —gritó tras ella, pero Amy no le oyó.

Al tiempo de llegar a una esquina, Amy había logrado controlarse un poco. Al mirar hacia atrás, Jake Porter seguía sentado en la mecedora en el porche de la casa, con la barbilla hundida en el pecho como si estuviera dormitando. Era difícil creer que acababa de hundir hasta los cimientos el cómodo y pequeño mundo de Amy Brennan.