—No creo haberla visto por aquí antes —había dicho Mike Traynor al ocupar el puesto en la mesa frente a la rubia al fondo del snack bar—. Mi nombre es Mike Traynor. Soy un estudiante de los últimos cursos aquí enfrente —hizo una seña indicando el edificio del otro lado de la calle— y hago de sustituto este verano en calidad de interno.
—Sibyl Cárter —dijo la rubia—. Mi compañera de habitación y yo alquilamos un apartamento calle abajo hace una semana. Ella es enfermera y está de servicio de noche ahora y por eso no quería comer sola.
Si la rubia lo había dicho con intención o no, por su mundología sospechaba él lo primero, lo cierto es que le había dado bastantes datos.
—¿Eres enfermera también? —le preguntó Mike.
—Soy estudiante graduada en sociología en la Universidad. Terminé mis estudios en Vassar el pasado junio. Trabajo a media jornada en el departamento de servicio social del hospital. Por esta razón me conviene más vivir en este sector de la ciudad.
—Sociología, ¿eh? Eso debe ser interesante.
—Estoy trabajando en una investigación entrevistando a madres solteras en la clínica O.B. y grabando sus relatos en cinta magnetofónica.
—Entonces debes conocer casos verídicos.
—Deberías oír algunos de ellos.
Al aceptar la chica que se sentara a su lado, Mike estaba seguro de que iba por buen camino.
—Me gustaría.
Miró hacia la mesa en la que Dieter y Marisa Feldman estaban conversando seriamente y sintió un profundo resentimiento. ¡La maldita puta judía! ¡Rechazándole un minuto antes y adulando al siguiente a Dieter como una colegiala en su primera cita! ¡Qué actitud más repulsiva!
Mabel sirvió a Mike la hamburguesa y éste la devoró con rabia antes de girarse hacia la rubia.
—¿Qué te parece esta noche? —le preguntó.
—No sé. Mi compañera de habitación hace el turno de tres a once.
—Tenemos un par de horas. A menos que tengas otros planes.
—No.
—Dame un minuto para comer esto y saldremos para allá. Acabó de comer la hamburguesa y se bebió el café, mientras la rubia pagaba su propia cuenta. Después de pagar la suya, salió él también detrás de ella.
La chica tenía un «Mustang» blanco, y al entrar en él, Mike vio a Marisa Feldman caminando hacia los apartamentos de la Facultad. Cuando la vio pasar a la luz de un farol, pudo ver su cara y estaba seguro de que había estado llorando.
Así que ella y Dieter habían reñido. Cuando se presentara la ocasión oportuna, insistiría de nuevo con Marisa. Uno de los aspectos más emocionantes con respecto a las mujeres es que nunca se sabe cuándo van a cambiar de opinión.
Cuando Mike regresó poco antes de medianoche, Lew Saunders, su compañero de cuarto, estaba viendo la televisión en la habitación que compartían en las dependencias de los internos, donde vivía Mike aquel verano trabajando en calidad de sustituto.
—Llegas a tiempo por un pelo como siempre. —Saunders echó una mirada a su reloj—. Tu turno empieza después de la medianoche, no lo olvides.
—Ya estoy aquí y aún me queda tiempo para una ducha rápida —dijo Mike— y créeme, la necesito.
—¿Quién fue esta vez?
—Una estudiante graduada en sociología con apartamento propio.
Lew Saunders silbó quedamente.
—¿Y una compañera de habitación?
—Una enfermera graduada, que tiene el turno de tres a once. Vi una fotografía suya en el apartamento y puede ser interesante para ti cuando cambie de turno la semana próxima.
—¿No son las estudiantes graduadas en sociología demasiado intelectuales para ti, Mike?
—Esta chica lo fue… al principio. —Mike se dirigió a la ducha—. Tiene un magnetofón y lo graba todo en el aparato.
—¿Todo? —Lew Saunders irguió las cejas.
—Las cosas más terribles que hayas podido escuchar. Empieza a dictar con su voz nasal con acento de Nueva Inglaterra: Las zonas erógenas responden al estímulo.
—¡Es emocionante! —Lew Saunders no pudo reprimir una carcajada.
—Todo fue muy extraño. Hicimos una repetición inmediatamente después, pero estaba tan extenuada que olvidó poner en marcha el magnetofón esta vez. La dejé lamentándose porque no había logrado una grabación completa.
—No comprendo cómo puedes hacerlo, Mike. ¿Cuántas veces han sido hoy?
—Cuatro. ¿A que no adivinas con quién estuve esta tarde?
—Con la camarera del snack bar de enfrente.
—¡Por favor, Lew! Mabel tiene suficiente edad para ser mi madre y además no me aprecia. ¿Te lo creerás si te digo que fue la esposa del viejo dermatógrafo?
—No.
—Como quieras. —Mike se encogió de hombros mientras entraba en el cuarto de baño y abría el grifo de la ducha—. Te diré una cosa. El viejo dermatógrafo estaba escribiendo esta tarde y se equivocó de piel. Está abandonando sus deberes.