Eran más de las nueve y Maggie estaba sola en el pequeño bar de las damas, saboreando un whisky y una cerveza muy despacio, cuando Manuel, el encargado del bar, la tocó en el codo.
—Estamos a punto de cerrar, señora McCloskey —dijo en su suave acento cubano—. ¿Quiere que llame un taxi?
—¿Taxi? —Maggie sacudió la cabeza para despejar su vista, pero los rasgos de la cara del barman continuaron borrosos—. Tengo el coche aparcado.
—Un taxi sería mejor, señora McCloskey. Puede dejar el coche en el aparcamiento.
—Está bien. Pídame uno mientras acabo esto.
—¿No le iría mejor una taza de café? Me lo he hecho también para mí.
—Bueno.
Maggie estaba demasiado cansada y deprimida para discutir. A ruegos de Manuel, logró ingerir dos tazas de café antes de llegar el taxi. Él la acompañó por el club, ahora desierto, hasta el taxi y cerró la puerta.
—3501 Sherwood Ravine Drive —murmuró y se hundió en el respaldo. Al llegar a casa salió del taxi y pagó al taxista.
—¿Vive usted sola, señora? —preguntó. Maggie se balanceó, apoyándose en el taxi para no caer.
—¿Acaso hago cara de tener una hermana gemela?
—Dejaré las luces encendidas hasta que entre en la casa —sugirió él.
—Gracias.
Maggie subió tambaleándose por el sendero y después de varios intentos logró poner la llave en la cerradura. Abrió la puerta y una vez dentro pasó su mano por la placa de interruptores junto a la puerta, iluminando no sólo la casa —un edificio de ladrillo de un solo piso con amplios aleros, en cuyas esquinas había varios focos—, sino también el patio.
El café la había estimulado lo suficiente para disminuir un poco el letargo provocado por el alcohol, aunque no lo bastante para despejar su mente. Más que otra cosa, deseaba en estos momentos escapar de la realidad de su propio futuro confuso y caer en el estado de inconsciencia del sueño, pero había bebido bastante café para disipar el sueño.
La habitación principal con las camas vacías la disipó aún más, mientras se desnudaba, dejando caer la ropa en el suelo y poniéndose un camisón. En el cuarto de baño abrió la puerta del botiquín sin saber exactamente lo que buscaba hasta que vio la botella medio vacía con pequeñas cápsulas amarillas. Abriendo la botella, dejo caer cuatro en la palma de la mano y abriendo el grifo, llenó de agua el vaso de plástico del cepillo de dientes.
Cuando estaba a punto de ingerir las cápsulas se detuvo con el ceño fruncido, tratando de recordar algo que Joe le había dicho con respecto a ellas, pero fue inútil, de modo que se tragó las cápsulas con un poco de agua. Podía recordar, sin embargo, que en otras ocasiones había tomado ya cuatro. No veía, por tanto, motivo para no hacerlo ahora.
De nuevo en el dormitorio, empezó a doblar la cubierta de su cama, pero el hallar vacía la otra y el sentimiento de soledad que le producía siempre, hizo que se dirigiera a la habitación contigua, echándose en un diván. Allí empezó a llorar y con ello sobrevino el olvido.