2

Pete Brennan no había demostrado nunca predilección especial por Mort Dellman, y en otras circunstancias no hubiera escogido al patólogo clínico de figura compacta como socio. Como todos los otros del pequeño grupo de médicos que formaban el núcleo de la clínica facultativa había trabajado con Mort en Corea en el hospital general del Ejército durante dos años. Cuando los demás solicitaron cargos docentes en la nueva Facultad de Medicina de la Universidad de Weston quince años antes, a sugerencias de Roy, Mort lo había solicitado también por su cuenta.

Los méritos de Mort como bioquímico y experto director del laboratorio eran indiscutibles, aparte de que los demás lo apreciaran o no. Todos ellos, y también la junta de síndicos de la Facultad de Medicina, habían reconocido su genio en este campo, de forma que logró un cargo en la Facultad. Cuando decidieron inaugurar la clínica facultativa para ejercer su profesión en privado —aparte de su labor docente—, Mort había hecho valiosas sugerencias en cuanto a automatización e incrementó de eficiencia de forma que lógicamente lo nombraron director de los laboratorios clínicos. Ocupados primordialmente en un trabajo de tipo médico, le habían encargado de buen gradó la labor de crear una organización administrativa de la clínica, y en todos estos cometidos se había desenvuelto extraordinariamente bien.

Había sido Mort el que introdujo la técnica de automatización que permitió a la clínica facultativa atender al doble de pacientes al día que cualquier otro grupo de iguales dimensiones en todo el país, con la excepción tal vez de algunos grupos de California que utilizaban las mismas técnicas. De hecho Pete sospechaba que la clínica facultativa estaba estructurada de un modo muy similar a las organizaciones de California, puesto que Mort había estado trabajando en una de ellas hasta que su condición de reservista lo había llevado a prestar servicios en la guerra de Corea.

Cuando los ordenadores electrónicos empezaron a adquirir renombre, Mort había visto las posibilidades de almacenar y recuperar rápidamente datos médicos y se había anotado un tanto frente a los otros grupos médicos al persuadir al resto de sus compañeros que adquirieran un ordenador. Reconociendo las posibilidades de la clínica en el aspecto publicitario, había invitado a varios colaboradores de revistas a presenciar sus métodos de funcionamiento, describiéndolos en una especie de informes generales pseudocientíficos que eran del todo aceptables desde el punto de vista ético y que además resultaban una forma muy efectiva de publicidad médica.

Roy había dejado abierta la puerta del pequeño despacho. Cuando Pete vio a Mort Dellman acompañado del policía junto a la misma, salió del otro lado de la mesa y le estrechó la mano.

—¿Le han hecho pasar un mal rato, Mort? —preguntó. El bioquímico se dejó caer en una silla y aceptó un cigarrillo que le ofreció y encendió Pete. Era de mediana estatura, con un rostro algo inflado y ojos astutos y hundidos, siendo grises sus cabellos. Su traje estaba arrugado y los ojos como inyectados en sangre.

—Lo he pasado mal, en efecto, pero me encuentro perfectamente ahora —dijo—. Lorrie ha muerto y no puedo ayudarla, de modo que tengo que salir de esto del mejor modo posible.

—Tal vez sea mejor que no hable hasta que tenga un abogado…

—Estoy preparando mi propia defensa. Usted sabe cómo era Lorrie, Pete. Si usted no la utilizó como los demás, fue culpa suya. Estoy seguro que no le faltaron oportunidades.

Pete no hizo ningún comentario, puesto que ninguno le parecía indicado.

—Mientras Lorrie mantuvo sus actividades dentro de la familia no me importó demasiado. Un hombre llega a hastiarse de un plato delicioso si se lo ofrecen con demasiada frecuencia. No me importa admitir que era demasiado para mí solo y por otra parte permitiendo que mis compañeros de profesión tontearan con mi esposa ocasionalmente me confería cierto poder sobre ellos, que tal vez me hubiera faltado de otro modo. No me ufano de que mucha gente me aprecie, me tiene sin cuidado, salvo en lo que respecta a usted.

—¿Por qué yo? —preguntó Pete sobresaltado.

—Le admiro más que a cualquiera de los otros, aunque Dave Rogan también se ha portado bien conmigo. Tal vez sea a causa de su encanto irlandés —sonrió burlonamente—, o debo decir por su homosexualismo latente, como uno o dos que podría nombrar.

—Siga su relato.

—Roy le habló probablemente de la confesión que su ayudante, ávido de éxitos, me arrancó con astucia —dijo Mort con una mueca maliciosa, con lo que dio a entender a Pete que la hipótesis de Roy Weston acerca de la finalidad de la confesión era acertada—. Pero podría perdonar a Lorrie prácticamente todo, salvo que me humillara teniendo una aventura con un estudiante de Medicina. ¿Pueden ustedes imaginarse las murmuraciones que esto provocaría en la sala de internos?

—Me imagino que no serían muy agradables para usted.

—Este individuo solía venir los miércoles por la tarde. Por tanto, pensé servirme de él para asustar a Lorrie y hacer coger miedo a algunas otras personas.

—¿Dice usted que fue allí esta tarde con la intención premeditada de disparar contra ese…? ¿Cómo se llama?

—¿Traynor? No. Sólo quería herirle ligeramente, pero ¿quién iba a pensar que Paul McGill estaría en su lugar?

—¿No había estado antes con Lorrie?

—Ño, que yo sepa, y a propósito, el hombre que contraté tenía un buen historial de cada uno.

—Vivirá. Antón Dieter le extrajo la bala del corazón.

—Me alegro. Siempre creí que Paul era un estúpido, pero no quisiera haberle herido.

—¿No tiene usted alguna idea de cómo Paul se vio mezclado con Lorrie?

—Todo lo que tenía que hacer era ir a la casa. Usted lo sabe.

—Pero ¿por qué razón había de ir?

—Lorrie debe haberle rogado que pasara. Recuerdo haberle oído hablar de una irritación de la piel cuando salí de casa esta mañana. ¿O quizá fue anteayer por la mañana? De todos modos nuestra casa está camino del club, donde juegan generalmente al golf los miércoles por la tarde, de modo que no tenía motivos para sospechar nada. Quizá también Lorrie estuvo esperando al estudiante de Medicina, y al no comparecer éste, se decidió por Paul. De todos modos no creo que él pudiera oponerle mucha resistencia, estando ella desnuda por allí.

—¿Desnuda?

—Lo leyó ella en una revista. Me parece que debe haber sido Time. Parece que un grupo de mujeres chifladas ha empezado a hacer las faenas domésticas en casa de esta forma. —Está usted bromeando.

—Lea el artículo si no me cree. El tiempo ha sido caluroso y los niños estaban en el campamento, de modo que Lorrie inició esta costumbre este verano. Dice que es estupendo, y le diré una cosa, durante un tiempo consiguió que fuera a comer a casa.

—¡Lástima que no fuera usted hoy! —dijo Pete con brusquedad.

—¿Cree usted? Tal como me lo imagino, Lorrie consiguió que Paul entrara en la casa, siendo atrapado en una situación en que hasta una estatua de piedra se vería incapaz de resistir. Tuvo la mala fortuna de que yo decidiera hoy dar un escarmiento a ese maldito estudiante de Medicina.

—Roy puede perjudicarle mucho en el juicio si usted admite que fue a su casa deliberadamente con la intención de disparar contra Mike Traynor, especialmente sabiendo que él había estado con Lorrie en otras ocasiones.

—No creerá usted que soy tan tonto. Mi defensa se basará en la ley no escrita. Disparé defendiendo mi honor y mi matrimonio. Ningún jurado me condenaría por eso.

—¿Y si alegara demencia temporal? Encajaría en ese tipo de defensa, reforzándola al mismo tiempo.

—Si me aplican ese sambenito, tal vez me escape de la silla eléctrica, pero me enviarían con toda certeza a un hospital del Estado durante un par de años tal vez, hasta que algún psiquiatra decidiera que soy normal e incluso entonces podrían juzgarme de nuevo. No, prefiero hacer las cosas a mi manera.

—Entonces, ¿por qué me hizo venir?

—Voy a necesitar un abogado de la categoría tal vez de Percy Foreman. A usted y al resto de los muchachos les corresponde pagarlo.

Pete le miró con sorpresa.

—¿Por qué se imagina que lo haremos?

—Tienen que salvarme para conservar la reputación de la clínica facultativa y la de aquellos a quienes hizo caer Lorrie con esa loca apuesta…

—¿Estaba usted al corriente de eso?

—Ella pensó que era una buena broma, pero creo que la broma le costó cara.

—¿Creería usted que jamás tuve noticia de la apuesta hasta que Roy me lo ha dicho hace un momento?

—Estoy dispuesto a creer lo que me diga, Pete. Por esa razón envié por usted y también porque usted es el presidente de la sociedad de la clínica.

—¿Qué tiene que ver la sociedad con esto?

—Tendré que dejar la Facultad y también la clínica. Por tanto, estoy dispuesto a negociar con todos ustedes, pues preciso dinero para financiar mi defensa.

—¿Basándose en la ley no escrita?

—Sí. Me arriesgaré a que el jurado me condene por homicidio o asesinato impremeditado a dos años, o hasta un máximo de diez en prisión. Aunque así lo hicieran, saldré dentro de un año o dos con cien mil dólares en el banco.

—¿Qué le hace pensar que conseguirá ese capital?

—Le estoy pidiendo cien mil dólares por mi participación en la clínica y en su futuro.

—¡Está usted soñando!

—Si lo estoy, es una pesadilla para el resto de ustedes…, no para mí.

—Pero no tenemos esa cantidad, Mort.

—Tal vez no en efectivo, pero su crédito es bueno. Cada uno de ustedes saca más de cincuenta mil al año de la clínica, aparte de la paga de la Universidad. Si usted, George Hanscombe, Dave Rogan, Joe McCloskey y Paul McGill sacan diez mil dólares al año cada uno de esos cincuenta, pueden devolver un préstamo de cien mil dólares en dos años, pudiendo reintegrar los intereses en el año siguiente.

—Parece que lo tiene usted bien calculado —dijo Pete.

—Ustedes saben que no soy precisamente estúpido. Cien mil dólares es la cantidad que sacaría aproximadamente de la clínica en los próximos años, pero ya empiezo a cansarme un poco de este lugar. Habiendo muerto Lorrie, puedo tomar ese dinero y disfrutarlo solo.

—¿Dónde?

—Necesitan personal médico en Africa del Sur y en muchos otros países. Por otra parte no abundan los bioquímicos especializados en patología clínica.

—Pero cien mil dólares…

—Reflexione sobre ello y verá que es un precio razonable. Después de todo, introduje la automatización en la clínica y logré para ustedes una cantidad muy superior en los pasados cinco años.

—No podemos negarlo —admitió Pete.

—Entonces, ¿qué deciden?

—No puedo decir nada antes de hablar con los otros, y además Paul McGill no está ahora en condiciones de tomar decisión alguna. Déme una semana.

—Demasiado tiempo. No me gusta estar entre rejas. Si Roy no me saca de aquí dentro de uno o dos días, presentaré un habeas corpus contra él.

—¿Cinco días?

—Tres. Si Paul reacciona bien como dicen, pueden hablar con él pasado mañana. Pero será mejor que trate de convencerle, Pete. Mi cuello está en peligro y no pienso ceder un centímetro.