Capítulo XI

Eran casi las seis cuando Alice Weston empezó a recobrarse del ataque de dolor que se había apoderado de ella cuando la llamó Jake Porter preguntando por Roy. Había un teléfono supletorio en el cuarto de baño que le permitió llamar a George Hanscombe a su oficina de la clínica. Estaba cerrada a aquella hora, pero el doctor de guardia conocía su padecimiento y le prescribió volviera a repetir el tratamiento que acostumbraba a tomar de vez en cuando siempre que tenía molestias de colon y que se le enviaba desde una farmacia cercana. Puesto que la última revisión había tenido lugar hacía más de un año, le sugirió también que pasara por la clínica a primera hora de la mañana siguiente.

Cuando llegó la medicina —una solución verde con algo similar a hojas trituradas en el fondo— Alice tomó doble dosis. Cuando empezó a disminuir el dolor, había ya oído la emisión local de las seis de la televisión —faltando a su norma de no oír jamás las noticias— y enterándose de que Paul McGill había recibido un disparo por parte de Mort Dellman. Poco después, llamaron de la oficina de Roy para advertirle que éste tenía que cuidarse de llevar a cabo ciertas gestiones en conexión con el arresto del doctor Dellman y por tanto no podría venir a casa a cenar.

Alice tenía preparado ya el martini de Roy y el suyo antes de que él llamara. Se bebió el suyo y tomó un plato de sopa que había calentado en el fogón, titubeando con los mandos, pues era la primera vez en varios meses que tocaba la cocina. Los miércoles, día libre de la sirvienta, ella y Roy solían ir a cenar al club después del ritual martini.

En su estado de trastorno emocional, Alice había olvidado diluir su bebida. Cuando la sopa caliente excitó la circulación en la región digestiva superior, el alcohol fue rápidamente absorbido, llenándola de un vivo calor que no se había permitido desde hacía mucho tiempo, desde los tiempos del instituto cuando Lorrie había regresado de la universidad aquella primera Navidad.

Jake Porter estaba fuera por asuntos de negocios la noche que llegó Lorrie. Cuando Lorrie la incitó a beber, tomaron unas copas antes de cenar y llevaron la botella arriba cuando se fueron a la cama. Lorrie había insinuado a Alice que podían tomar la última copa a la hora de ir a dormir, y cuando ella

terminó de desnudarse, la muchacha más joven estaba medio embriagada.

Cuando Lorrie penetró en la habitación procedente del baño que compartían, secándose con una toalla después de la ducha, Alice llevaba ya puesto el camisón de percal algo remilgado. Cepillándose el cabello en el tocador, no había podido apartar sus ojos del cuerpo desnudo de Lorrie reflejado en el espejo mientras la otra chica cruzaba la habitación para sentarse a la cama.

—¿Has estado alguna vez con un chico, Al? —había preguntado Lorrie.

Alice negó con la cabeza sonrojada, con los ojos aún fijos en el maravilloso cuerpo de Lorrie.

—¿Cómo conseguiste el bronceado en todo el cuerpo?

—Utilizo una lámpara de rayos infrarrojos en invierno.

—¿Desnuda?

—¡Claro! ¿Por qué no? —Los ojos de Lorrie tenían un brillo que hizo sentir a Alice una sensación curiosa en su interior—. Levántate, Al.

Cuando Alice obedeció, Lorrie se agachó, cogió el dobladillo de su camisón, sacándoselo por encima de la cabeza de la muchacha más joven, dejándola de pie desnuda sobre la alfombra junto a la cama con su piel sonrosada y blanca reflejándose en el espejo, mientras que la de Lorrie estaba bronceada.

—Has crecido, Al. —La voz de Lorrie había adquirido una nueva tonalidad, una excitación que no había tenido antes—. Te has redondeado por aquí. —Tocó sus senos ya llenos—. Y aquí.

Alice había notado que le quemaba el rubor cuando la mano de Lorrie se apoyó en su cintura en la parte en que se ensanchaban sus caderas, desplazándose luego por su suave y redondo vientre. Sabía que debía huir, pero le faltaron las fuerzas o tal vez el deseo de hacerlo.

Con un veloz movimiento, Lorrie había cruzado la habitación entonces, cerrando la puerta con llave y había apagado la luz, dejando sólo que alumbrara la de la mesa del tocador. Regresó inmediatamente y con un rápido gesto de la mano, bajó la sábana que cubría la cama.

—¿Quieres otro trago, Al? —preguntó. Alice movió la cabeza negativamente. La habitación empezaba ya a dar vueltas en círculo vertiginoso, como si se tratara de uno de los columpios de la feria.

—Entonces, ¿qué esperamos?

Alice se había dormido en brazos de Lorrie después, ardiente y saciada de placer. Cuando despertó a medianoche y notó la mano de Lorrie acariciar su cálido cuerpo, la excitación que ahora le era familiar había surgido de nuevo exigiendo la satisfacción que Lorrie sabía dar con tanta destreza, recibiéndola a su vez de las manos cariñosas y agradecidas de Alice.

Aquellas Navidades habían sido las más felices que Alice pudiera recordar, hasta que Lorrie regresó a Sweet Briar. El verano siguiente, Lorrie había ido a Europa y cuando regresó a su casa por Navidades un año después, estaba enamorada de un conde francés que la había seguido hasta los Estados Unidos. Ya no tenía tiempo para dedicar a Alice y después de esto, Alice había empezado a salir con Roy, que llevaba un flamante uniforme de oficial del ejército.

Dominada por la soledad y la desesperación se dirigió entonces Alice tambaleándose hacia el teléfono y marcó un número.

—¿Corinne? —preguntó al contestar una voz femenina con tono de contralto.

—Sí, querida.

Corinne Marchant solía cuidar a menudo de los niños durante el año escolar, cuando Alice y Roy tenían que salir. También se quedaba con Alice durante las ausencias cada vez más frecuentes de Roy por asuntos políticos.

—Roy ha tenido que quedarse en el despacho y yo he tenido un cólico —dijo Alice—. He tomado algunas medicinas, pero ¿puede usted pasar por casa y hacerme compañía hasta que me acueste?

—Desde luego, querida. ¿Dijo usted que llegaría tarde? —Su secretaria me telefoneó para decirme que no regresaría hasta medianoche o tal vez más tarde. Es algo relacionado con el asunto de Mort Dellman. Dejaré la puerta entornada, Corinne.

—Estaré ahí dentro de diez minutos.

Mientras Alice volvía a colocar en la nevera la mantequilla que había utilizado para las tostadas, vio el martini de Roy sobre el estante. Sin pararse a reflexionar sobre ello, cogió el martini y se lo bebió de un trago. Entonces, dejando la puerta entornada como había prometido a Corinne, subió hacia el dormitorio, poniéndose el camisón más transparente que encontró, saboreando de antemano la sensación que se agitaba en su interior.