Capítulo X

Mirando hacia abajo desde la galería de observación con paredes de cristal, Marisa Feldman se encontraba a unos tres metros de la mesa de operaciones que ocupaba el centro del quirófano. Sobre ella yacía Paul McGill, con todo el pecho y abdomen al descubierto así como la ingle derecha. Las dos luces cóncavas que iluminaban la mesa de operaciones, foco de toda la actividad desarrollada en la sala, para que los que trabajaban allí no pudieran proyectar sus sombras. Cuando se interponía el cuerpo de alguno de ellos entre la luz y la zona operativa, la otra lámpara seguía iluminándola. Al centro de las luces se habían unido unos mangos esterilizados de forma que el cirujano podía alcanzar y ajustar cualquiera de ellas o ambas, según sus necesidades, durante la operación sin contaminar sus guantes esterilizados.

Aún no había comparecido Antón Dieter, pero el escenario de abajo reflejaba una ferviente actividad. A un lado tres técnicos trabajaban con una máquina de metal brillante, vidrio y tuberías. La porción central de ésta consistía en un gran tubo de plástico de un metro de largo y tal vez entre diez y quince centímetros de diámetro que contenía más de una docena de discos de metal acoplados a un eje central, mediante el cual podían girar.

Inmóvil ahora, este conjunto de discos y eje, que constituía el elemento principal del aparato encargado del funcionamiento tanto del corazón como de los pulmones, empezaría a dar vueltas con sólo accionar el interruptor. Cada giro expondría a una atmósfera de oxígeno puro contenida en un tubo largo una delgada película de la mezcla de sangre que llenaba la parte inferior del cilindro horizontal, al ser elevado éste por los discos en revolución. La propia mezcla, llamada perfusato, se componía de unas tres cuartas partes de sangre del banco de sangre del hospital y una cuarta parte de una solución salina, más una pequeña cantidad de heparina para impedir la coagulación de la sangre.

La galería de observación estaba prácticamente llena de estudiantes e internos. Discutían lo que ocurría abajo en voz queda, aunque ningún sonido podía llegar desde la galería I la sala de operaciones.

—Ese largo artefacto se llama oxigenador —explicaba un interno a varios estudiantes de primer año—. Mientras la sangre es recogida en forma de película en aquellos discos metálicos, el oxígeno que llena el tubo es absorbido por la hemoglobina contenida en las células rojas de la sangre, mientras al propio tiempo se desprende bióxido de carbono al espacio.

—¿Cómo se produce esto? —pregunta un estudiante.

—La atmósfera contenida en el tubo es O2 prácticamente puro. Con un alto contenido de O2 en el tubo y una baja concentración en las células rojas, el oxígeno es absorbido por la hemoglobina y transportado al resto del cuerpo. Al mismo tiempo, con un alto contenido de CO2 en la sangre y una baja concentración en la parte superior del tubo, donde está el oxígeno la sangre desprende su CO2.

—Lo mismo que ocurre en los pulmones, ¿no es cierto?

—Salvo que la máquina, que se llama realmente bomba de oxígeno, sustituye a la vez al corazón y a los pulmones. De esta forma el cirujano puede abrir el corazón, si se ve precisado a ello, y trabajar en su interior, sustituyendo las válvulas o remendando aberturas anormales y la circulación sigue funcionando sin que intervengan el corazón o los pulmones.

—¿Cuánto tiempo puede trabajar en estas condiciones? —preguntó el estudiante.

—El máximo tiempo transcurrido en este procedimiento, denominado derivación cardíaco-pulmonar, que yo recuerde haber visto, fue de tres horas, pero Dieter es un cirujano muy hábil y rara vez tarda más de hora y media.

—¿Qué ocurre con el corazón durante ese tiempo? —preguntó otro estudiante—. ¿Permanece invariablemente inmóvil?

—Si el doctor Dieter utiliza la «derivación» esta noche, verás que el corazón del doctor McGill se contrae ligeramente. En realidad la sangre se enfría y la temperatura del paciente desciende simultáneamente —explicó el interno—. Una vez se ha conseguido este enfriamiento, los tejidos no precisan gran cantidad de oxígeno de forma que todo el proceso se realiza a un ritmo lento. El corazón permanece casi inactivo y de esta forma se logra la protección del corazón y de los pulmones.

Los estudiantes que ocupaban la primera fila habían dejado un pequeño espacio a ambos lados de Marisa Feldman. En este momento un individuo de cabello oscuro y muy apuesto, con una chaqueta blanca, entró y se abrió camino hacia la primera fila, ocupando uno de los espacios junto a ella y forzándola a que se desplazara un poco para hacerle sitio.

—Me llamo Traynor, doctora Feldman —dijo—. Mike Traynor. La vi trabajar en el dispensario en aquel caso de trombosis coronaria, Hizo usted un buen trabajo, un estupendo trabajo.

—Creo que usted exagera.

Marisa había estado en América el tiempo suficiente para reconocer la adulación por parte de algunos estudiantes americanos.

—¿Es ésta la primera operación que ve realizar al doctor Dieter?

—Sí. Estuve un mes de vacaciones y sólo hace dos días que estoy aquí.

—¿Viene usted de Harvard?

—He estado allí dos años con una beca después de terminar mis estudios en Inglaterra donde hice las prácticas —dijo Marisa haciendo resaltar su acento inglés.

En el centro del quirófano, un ayudante había comenzado a untar el abdomen del paciente con una solución antiséptica de brillante colorido. Casi al mismo tiempo apareció desde la puerta que conducía a la sala de esterilización, una figura más bien compacta con el uniforme verde esterilizado, el casquete y la máscara.

—¡Es Dieter! —El interno que había hecho esta observación, pronunció este nombre con una reverencia semejante a la que hubiera utilizado si se hubiera tratado de un rey—. Ahora veréis lo que es capaz de hacer.