—Me siento excitada —había dicho Lorrie tan despreocupadamente como si estuviera hablando del tiempo.
—Contenta —dijo Maggie McCloskey—. Mort no está por aquí.
—¿Por qué Mort? Cualquiera serviría en este momento.
—No digas tonterías, Lorrie —dijo Amy con seriedad.
—Estoy hablando en serio. —Lorrie puso su baza a su lado sobre la mesa y recogió el juego que le había correspondido.
—O tal vez a una de vosotras le gustaría subir un ratito. Os prometo una interesante…
—¡Lorrie! —interrumpió Amy—. Esto es pasarse de la raya incluso tratándose de ti.
—No iréis a decirme que ninguna de vosotras lo ha pensado o intentado alguna vez.
—Hay cosas que es mejor que no las comentes —dijo Maggie—. Apuesto dos corazones.
—Dos tréboles —dijo Lorrie—. Estamos en el siglo XX, chicas. Hace cien años a las mujeres no les estaba permitido tener sentimientos eróticos, salvo cuando sus maridos las ponían en trance.
—Como introducir la llave en la cerradura —dijo Grace.
—Y sólo debía encajar una llave —añadió Maggie.
—Cuando él estaba satisfecho, ella tenía que contentarse también —había dicho Elaine y recordaba ahora que se había ruborizado al haber revelado inadvertidamente la verdad acerca de su vida íntima con Paul—. Lo que quiero decir es…
—Todas sabemos a qué te refieres, Elaine —dijo Grace Hanscombe—. Creo que nos ha ocurrido a todas, más de una vez.
—¡Chicas! —dijo Amy—, hablemos de algo más agradable.
—Insisto en que no hay otro tema más agradable —dijo Lorrie—. La razón por la que muchas mujeres no hablan de esto es porque no quieren admitir públicamente que de vez en cuando sienten la necesidad de acostarse con algún hombre que no sea su marido. La verdad es que tenéis miedo porque pensáis que el hombre adquiere cierto poder sobre vosotras durante un par de minutos, en el momento del climax.
—¿No te ocurre a ti lo mismo? —preguntó Grace Hanscombe.
—Naturalmente, ¿para qué serviría de otro modo correr esta aventura? —dijo Lorrie—. Lo que olvidáis es que el hombre se domina menos que nosotras, lo que nos convierte en vencedoras.
—¡Magnífica ventaja! —exclamó Della Rogan—. Dos minutos de victoria y nueve meses de castigo.
—Lo que tienes que hacer, Della, es negociar una tregua —dijo maliciosamente Grace Hanscombe.
—¿Qué clase de tregua? —preguntó Lorrie, lo que provocó una carcajada general.
Dos manos más tarde, Lorrie había soltado la bomba.
—¿Sabéis lo que sería divertido? —dijo Lorrie.
—Ya estamos otra vez —dijo Maggie—. ¿Qué se te ocurre ahora?
—Cambiemos nuestros maridos.
Se produjo un silencio penoso, al que siguió una carcajada en gran parte forzada.
—A nadie sino a ti se le ocurriría cosa semejante —dijo Elaine.
—No digas eso, porque todas habéis pensado en ello más de una vez. Dejemos el juego y empecemos a hacer planes.
Siguió otro silencio, un silencio culpable, a esta insinuación. Entonces Amy dijo bruscamente.
—Todas somos románticas; pues de lo contrario no estaríamos casadas, Lorrie. Naturalmente soñamos a veces con ser raptadas por un príncipe encantador. ¿A quién no le ha ocurrido tener uno de esos sueños?
—Sólo que luego ha resultado ser una pesadilla —dijo Maggie.
—Para eso se requieren dos personas, Maggie —dijo Lorrie.
—¿Sabéis de algo relacionado con Joe? —había preguntado Maggie con cierto temor.
—No, pero puesto que lo has sugerido, no me parece una mala idea. Los hombres bajos son generalmente excelentes amantes.
—No te acerques a él —gritó Maggie.
—No pierdas la calma —dijo Lorrie—. Joe es urólogo y las mujeres tienen sobre todo trastornos en la vejiga y riñones. Apuesto a que no pasa día en que no vea una docena de mujeres desnudas…
—Si Joe tan sólo… —había dicho Maggie incoherentemente.
—De todos modos nos reunimos cada mes, y siendo así, ¿por qué no dar mayor interés a estas sesiones? —dijo Lorrie—. Pensad lo divertido que sería empezar con un marido ajeno y pasar informe cada mes.
—¡Lorrie! —dijeron todas a coro en señal de virtuosa, aunque no del todo sincera, reprobación.
—Hablo en serio. Todas vosotras sufrís de raquitismo sexual por tomar siempre la misma dieta.
—Pues, ¿qué haces tú? —preguntó Maggie—. ¿Tomar vitaminas?
—Llámalo así si quieres. Al menos yo tomo de vez en cuando un nuevo plato, lo que me ayuda a mantenerme joven.
—Te diré una cosa —se apresuró a decir Grace Hanscombe—. Parece que la fornicación te prueba. Jamás vi a nadie con una apariencia de salud tan envidiable.
—Igual aspecto podéis tener vosotras —les garantizó Lorrie—. Nosotras, por ejemplo, formamos siete parejas —incluyendo a Alice y Roy— y hay siete noches cada semana. Podemos turnarnos al menos una vez al mes.
—¿Has pensado que puedes estar casada con un hombre que se acueste contigo una vez por semana? —preguntó Grace.
—Tal vez las vitaminas que le recete, puedan ayudarle. ¿Quién sabe?
—Por lo que puedo oír, tenéis ya bastante adelantado el estudio sobre el intercambio de maridos —dijo Maggie. Lorrie sonrió burlonamente:
—¿Acaso te interesa saberlo? —Esperando que Maggie irrumpiera con alguna incoherencia, continuó—: Esta vez empezaremos sin ventajas. ¿Qué decís?
—Si se trata de una broma, Lorrie, esta vez has llegado demasiado lejos —cortó Amy.
—No, no se trata de una broma y no se va a acabar con palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Nuestros maridos son médicos, ya que Mort es prácticamente un doctor en medicina y Roy es el abogado de la clínica. Cuando quieren probar una nueva droga, realizan un test clínico. Lo mismo podemos hacer nosotras. De este modo habremos realizado un estudio clínico con experimentos, como hacen nuestros maridos cuando discuten la existencia o no de un error al hacer un tratamiento.
—Te refieres a una conferencia de patología clínica, ¿no es verdad? —dijo Della.
—¿Qué es eso? —Puesto que Roy Weston era abogado, Alice no estaba familiarizada con la terminología médica.
—Es cuando el paciente ha muerto y se trata de averiguar qué lo mató —explicó Della.
—Es algo interesante —convino Grace.
—Apuesto a que puedo despertar incluso a los muertos —aventuró Lorrie.
—Olvídalo, Lorrie —dijo Amy secamente.
—¿Quién te eligió como portavoz, Amy? —preguntó Maggie.
—¿Quieres decir que tu…?
—No, pero no voy a consentir que las demás tomen decisiones por mí. Sugiero que hagamos una votación. Amy se encogió de hombros:
—No importa la decisión que toméis, no pienso participar.
—Tal vez Pete tenga ideas distintas, Amy. —La mueca de Lorrie fue como un insulto—. Después de todo un hombre que ha sido encadenado a un iceberg, no puede ser censurado si ve una palmera en el horizonte.
Amy se puso tensa, y por un momento Elaine pensó que iba a explotar.
—Te herí en lo más vivo, ¿no es cierto? —dijo Lorrie sonriendo—. Personalmente jamás he comprendido cómo un apuesto irlandés como Pete se casó con una melindrosa como tú.
—¡Cállate, Lorrie! —dijo Della Rogan—. Nuestros maridos son amigos íntimos y tenemos que convivir unas con otras. De nada nos servirá empezar a darnos arañazos.
—¿Qué opinas tú, Grace? —preguntó Lorrie—. ¿No eres partidaria de un poco de variación?
—Fui seducida por un cabo irlandés antes de que muchas de vosotras llegarais a la pubertad —dijo Grace con fastidio—. Cuando te ha poseído uno, no te importa que lo hagan todos los demás.
—¡Qué cosas más terribles dices! —recordó Elaine en señal de protesta.
—Mi experiencia no es comparable a la de Lorrie, desde luego —dijo Maggie McCloskey— pero…
—¿Es que no vamos a jugar al bridge? —preguntó Grace.
—Votemos la proposición de Lorrie —dijo Maggie.
—Yo voto afirmativamente —dijo Lorrie con prontitud.
—No —dijo Amy con firmeza.
—Mi voto es negativo —dijo Della.
—Yo me abstengo —dijo Grace—. Al fin y al cabo soy extranjera.
—Yo voto negativamente —dijo Maggie—. Has perdido, Lorrie.
—Ya imaginé que no tendríais valor para hacerlo —Lorrie se encogió de hombros—. Pero pensé que debía daros una oportunidad antes de llevar a cabo el plan B.
—¿Qué es el plan B?
—Ya que rehusáis ser sinceras, haré el experimento yo sola.
Me acostaré con vuestros maridos, y luego podré daros algunos consejos, si me lo pedís.
—Al menos sería una opinión experta —dijo Grace.
—No estoy dispuesta a tolerar esto ni un momento más —Amy arrojó sus cartas al centro de la mesa y se puso en pie—. Esta es mi casa y creo que la fiesta ha terminado.
—Te olvidas de algo, Amy —le previno Lorrie—. Todas nosotras admitimos estar aburridas, lo que quiere decir que nos hastía hacer el amor con nuestros maridos. Estoy dispuesta a haceros un favor examinando cada uno de los casos a conciencia haciendo un diagnóstico y recomendando el tratamiento, a menos que el caso no tenga remedio. Creo que mi acción es digna de una amiga.
—En eso tienes algo de razón —admitió Grace— pero creo que mi caso está desahuciado.
—Tal vez no utilices todas tus armas —dijo Lorrie.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No sé cómo vosotras, las inglesas, lo conseguís, pero tardáis en envejecer más que nosotras las americanas. Sé que pasas de los cuarenta y cinco, Grace, pero podrías pasar por cuarenta salvo a primera hora de la mañana, sobre todo cuando has pasado una mala noche. Cuando estás arreglada, eres bonita, como todas nosotras. Sólo tenemos que esforzarnos un poco más como amantes de lo que hacemos para ser esposas.
—Gracias por el consejo —dijo Maggie amargamente.
—Estamos casadas con hombres más o menos bien parecidos, aun cuando algunos de ellos poseen ya un poco la curva de la felicidad. En otras palabras, formamos parte de la clase acomodada, aunque no somos millonarios. Tenemos todos los motivos para ser felices, salvo uno, que estamos hastiadas unas de otras y de nuestros maridos, lo que nos sitúa en una edad peligrosa.
—Esto afecta más a los maridos —dijo Grace.
—También a las mujeres —dijo Della Rogan—. Dave observa casos de estos todos los días. Lorrie no va mal encaminada. Al principio nuestros maridos y niños precisaban de nosotras, de forma que nos manteníamos ocupadas y fértiles. Ahora enviamos a los niños a campamentos de verano y dentro de unos cinco años muchos de ellos pasarán a los institutos e incluso a las universidades. Estamos desconectadas de la vida profesional de nuestros maridos y ellos no quieren jugar al golf o al póker con nosotras. Nuestros hijos tampoco nos necesitan y la criada se ocupa de la casa. Nos aburrimos en casa y comenzamos a manifestar síntomas de diversas enfermedades.
—Yo tengo colitis —dijo Alice con orgullo.
—Este es un síntoma corriente, pero hay más —dijo Della.
—Sin embargo, no deberían existir —interrumpió Lorrie—. Una mujer que tiene una aventura amorosa no se aburre. Está llena de vitalidad y sus glándulas trabajan a toda velocidad.
—Hasta que se le acaba la gasolina —dijo Grace—. Seamos sinceras, chicas. Nada estropea tanto una aventura amorosa como el matrimonio, especialmente si el amante es bueno.
—¡Grace! —protestó Amy.
—Todas somos un ejemplo viviente en ese sentido, salvo quizá Lorrie.
—La píldora parece que mantiene a las mujeres jóvenes y ardientes —protestó Maggie—. Incluso la menopausia desaparece.
—Dave observa diariamente casos de melancolía en mujeres que han llegado a la menopausia —dijo Della.
—¡Por lo que más queráis! —refunfuñó Maggie—. ¿No podemos hablar de algo más alegre?
—Yo estoy alegre —dijo Lorrie con viveza—. Es más, no puedo estar más excitada.
Elaine recordaba su mirada y el escalofrío que sintió al pensar lo difícil que resultaría a cualquier hombre resistir a Lorrie cuando estaba en esos momentos. Realmente, al reflexionar ahora sobre ello, Elaine no puso en duda de que Lorrie había decidido poner en práctica el plan B, tanto si agradaba como si no a las otras.
Pero ¿por qué tuvo que empezar con Paul? ¿O no había sido él realmente el primero?