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El teniente Vosges y el sargento O’Brien se levantaron del banco de visitantes de la sala de emergencia al acercarse Antón Dieter.

—Debo estar en la sala de operaciones dentro de unos minutos, caballeros —dijo el cirujano bruscamente—. La enfermera me dijo que ustedes querían verme.

—¿Tiene alguna oportunidad el doctor McGill, doctor? —preguntó Eric Vosges.

—Una oportunidad excelente, habida cuenta de que tiene una bala en el corazón.

—¡En el corazón! —exclamó O’Brien—. Es un caso difícil, ¿no es verdad?

—Ciertamente no ocurre todos los días —convino Dieter—. No he tenido tiempo de obtener más detalles acerca de este desgraciado suceso. ¿Cuántos disparos se produjeron?

—Sólo uno —contestó O’Brien—. La bala atravesó primero el corazón de la señora Dellman, pero no era nada extraño al estar juntos en aquel momento.

—Ya veo. —Las cejas de Antón Dieter se arquearon—. ¿Es todo, caballeros?

—Tal vez le pidamos un informe complementario, una vez finalizada la operación —dijo Vosges.

—Naturalmente. —Dieter hizo crujir los talones—. Buenos días.

El teniente Vosges y el sargento O’Brien habían dejado el coche en el aparcamiento al otro lado de la calle. Al cruzar hacia éste en aquel momento, vieron cuatro mujeres que se dirigían a la puerta de la sala de emergencia desde distintas partes del inmueble. Todas parecían preocupadas y una caminaba entre otras dos tambaleándose. Ninguna advirtió a O’Brien, aunque éste levantó el sombrero hacia ellas en señal de cortesía.

—¿Amigas tuyas? —preguntó Vosges.

—Las conozco a todas, pero no puedo culparlas por no advertirme en estos momentos. Estoy seguro de que todas han oído la noticia y corren al hospital para comprobar si sus maridos padecen un caso agudo de envenenamiento por plomo.

Miró hacia el punto por donde hablan aparecido juntas las cuatro. Parecían dudar, esperando que una entrara la primera. Entonces Amy Brennan atravesó el umbral y las otras la siguieron.

—Ahí van las esposas de los más famosos doctores de la ciudad —añadió O’Brien—. Todas ellas íntimas amigas de Lorrie Porter. Las cosas que he oído sobre algunas de las fiestas que han celebrado te pondrían los pelos de punta.

—Creo que tienen derecho a estar asustadas —dijo Vosges—. Ahora ven probablemente que su pequeño mundo empieza a desmoronarse a su alrededor.

—Amy Weston, la alta que vino en el «Cadillac» blanco —dijo O’Brien— corre ahora como todas las otras a averiguar quién ha perdido. Ahora que lo pienso, creo que todas han perdido.

—¿Por qué imaginas esto?

—Ese grupo y otras dos o tres constituyen el núcleo más selecto de la sociedad de la ciudad: presidente de tal o cual proyecto para recoger fondos, sociedad musical, festival de arte y otros centros importantes. Amy Brennan ocupa un puesto destacado en la esfera de los auxiliares médicos del Estado, por lo que he podido leer en los periódicos. Si no me equivoco, Dellman va a remover cielo y tierra para acabar con esta inmoralidad, lo que significa que esas mujeres y sus maridos y algunos más, van a tener que ayudarle de buen o mal grado. A mi parecer, éste es el peor escándalo que haya promovido Lorrie Porter.

—¿En qué te basas para afirmarlo?

—Cuando Lorrie era una niña siempre se metía en líos. Yo trabajaba como guarda en las viejas tejedurías de Weston antes de ingresar en la policía, de forma que tuve que sacarla de muchos de ellos. Cosas sin malicia, sólo que tenía unas ideas peculiares sobre la diversión. Cuando veo a todas esas mujeres corriendo hacia el hospital para averiguar cuál de ellas tendrá que esconder la cabeza hasta que todo pase, casi estoy inclinado a creer que Lorrie lo planeó así.

—¿Se podrá echar tierra sobre el asunto?

—Naturalmente.

—No se puede ocultar el crimen bajo una alfombra.

—Olvidas que las tejedurías de Weston producen las mayores alfombras del mundo. Ya encontrarán alguna que pueda tapar este montón de suciedad. Vamos, Eric. Hemos de localizar a la esposa de este individuo y comunicarle lo que ha pasado.

El teniente Vosges vio cómo un coche atravesaba la luz roja a toda velocidad, cuando se acercaban a un cruce unos diez minutos más tarde. Hizo un giro rápido a la izquierda para seguirlo, haciendo sonar la sirena al mismo tiempo. Pronto adelantaron al vehículo, pero cuando empezaba a acercarse a la curva para hacerle reducir la marcha, el sargento O’Brien dijo rápidamente.

—Marcha delante de ella, Eric, sin dejar de hacer sonar la sirena.

—¿Pero, qué diablos…?

—Es la esposa de McGill, la que estamos buscando.

Vosges pisó de nuevo el acelerador mientras O’Brien se inclinaba hacia la ventanilla haciendo señas a Elaine McGill para que los siguiera. Cuando ella a su vez asintió con la cabeza dando a entender que había comprendido y siguió el coche de la policía, O’Brien se apoyó otra vez en el asiento.

—¿Sabes lo que resultaría irónico?

—Bueno, creo que todo este asunto lo es.

—Supongo que la razón por la que nadie podía encontrarla es porque ella estaba emulando a su marido con otro tipo.

—Eso sería gracioso.

O’Brien saltó en su asiento de repente.

—¡Ya lo tengo!

—¿Qué?

—¿No te dije que había algo que no encajaba en este asunto?

—Y sigo sin comprenderlo.

—Lorrie Dellman recibió un disparo en el corazón y el doctor McGill tiene también una bala alojada en el corazón que U penetró por delante. ¿Qué indica esto?

—Lo ignoro.

—A menos que Dellman disparara desde abajo de la cama estaban en posición inversa, de forma que cuando él disparó contra alguien pensando que un hombre estaba seduciendo a su mujer, era todo lo contrario. Apuesto a que Lorrie encuentre esto divertido, dondequiera que esté.