A medida que la estridente llamada del altavoz penetró en todos los rincones del hospital, los que tenían asignadas responsabilidades especiales en los procedimientos de emergencia y cuantos tenían que ponerse inmediatamente en acción como consecuencia de la llamada de urgencia en casos cardíacos, cesaron en la actividad a que se dedicaban en aquel momento y fueron a ocupar sus puestos, sin más dilación.
En el banco de sangre, sito en la planta baja junto a la morgue y el laboratorio de patología, un técnico que estaba preparando unas bolsas de plástico donde se almacenaba la sangre que donaban los estudiantes de primer año recién llegados, dejó el trabajo y se desplazó a la sección de registro Cogiendo un montón de tarjetas taladradas de los cajones de un alto archivador metálico, las colocó en una máquina IBM, y pulsando un botón, la máquina empezó a sortearlas en grupos y subgrupos. De este modo casi en el instante en que se conociera el tipo de sangre del paciente cuya vida estaba en peligro ya que de un momento a otro tomarían una muestra de sangre en la sala de emergencia para su clasificación, desplazándola a toda velocidad por el tubo neumático al banco de sangre, podría dar cuenta del número de unidades de sangre disponibles en el caso de que se precisaran. Al propio tiempo se pondría en contacto con el banco de sangre del otro hospital de Weston, Saint Michael, para comprobar si podían prestarles en caso de apuro.
Otro técnico empezó a elaborar un preparado de suero, dejándolo a punto para la muestra de sangre que podría llegar en cualquier momento, mientras que el primero se disponía a preparar ahora media docena de recipientes de plástico de sangre de tipo universal para enviarlos a la sala de operaciones, donde estarían dispuestos para cargar la llamada bomba de corazón-pulmón en el caso de que fuera preciso realizar una operación quirúrgica a corazón abierto. La sangre de tipo universal tenía la ventaja de que en una emergencia podía darse a cualquiera sin causar graves trastornos y hasta tanto no se dispusiera de otra sangre del tipo del paciente.
Con la nueva técnica de reanimación a pecho cerrado, en la que el corazón era estrujado rítmicamente entre el esternón y la espina dorsal mediante presión externa sobre el pecho, haciendo circular la sangre hasta los pulmones y hasta las arterias de importancia vital para las células del cerebro, era teóricamente posible mantener una persona viva, aun sin contracción espontánea del corazón, el tiempo suficiente para abrir el pecho, introducir las sondas en las cámaras del corazón y dejar que la bomba siguiera actuando. Por más improbable que fuera esta posibilidad en un caso determinado, formaba parte del procedimiento normal en cuanto sonaba la alarma en relación con un caso cardíaco.
Mientras Janet Monroe y el joven Kent empezaban a mover la camilla que sostenía al paciente, conduciéndola a la habitación que habían seleccionado, un enfermero de la sala de operaciones apareció en el pasillo con una carreta de ruedas que sostenía al voluminoso aparato restablecedor del ritmo cardíaco, además de todo el instrumental necesario para realizar una pequeña incisión en el pecho, en caso de que la emergencia exigiera un masaje directo del corazón. Empujándola fuera del recinto de asistencia intensiva, se dirigió hasta el montacargas más próximo. Allí, siguiendo las previsiones de la llamada de alerta, un ascensorista esperaba con un montacargas vacío, dispuesto a llevar la carretilla al piso que fuera necesario; en este caso, la planta baja. Incluso en las resplandecientes cocinas de acero inoxidable tuvieron que ajustarse los preparativos para la cena del personal, ya que una porción considerable del mismo debía atender a sus responsabilidades especiales hasta que se dejara sin efecto la señal de alerta, que dificultaba también las previsiones en el aspecto culinario. Las secretarias dispuestas para cesar en el trabajo a las cinco treinta, esperaban en las oficinas trabajando como también los doctores cuya presencia podía considerarse necesaria antes de concluir la emergencia. Equipos de enfermeros entrenados especialmente en la técnica de presión a pecho cerrado, se desplazaban también hacia la sala de emergencia, listos para entrar en acción si el primer equipo se fatigaba a consecuencia del esfuerzo realizado. En el laboratorio clínico, que era el corazón del gran hospital, los técnicos se apresuraban a dejar listo el dispositivo para valorar los gases de la sangre —oxígeno y bióxido de carbono— en el caso de que se utilizara la máquina de corazón-pulmón. Un técnico en electrónica, cuya labor consistía en el entrenamiento de los delicados monitores utilizados en diversos puntos del hospital además del recinto de asistencia intensiva y del restablecedor de ritmo cardíaco, que estaba reparando, dejó su taller y se dirigió con su caja especial de herramientas en dirección hacia el punto en el que se concentraban todas las actividades del gran hospital, la única mesa-camilla de la sala de emergencia donde Marisa Feldman trabajaba con rapidez y eficacia.