2

Dos operaciones, una de ellas sin importancia, se estaban realizando en la sala de operaciones principal, cuando sonó la llamada por el altavoz enmudecido en la sala de trabajos preliminares, donde dos enfermeras estudiantes estaban preparando bandejas de instrumental, que debía ser esterilizado más tarde en los autoclaves gigantes. No había altavoces en las salas de operaciones propiamente dichas, pues que los cirujanos necesitaban concentrarse en su trabajo sin ser molestados por los innumerables avisos que propalaban los altavoces durante todo el día.

—Mejor será que lo diga a la señorita Straughn —dijo Millie Cash, estudiante adelantada del servicio de operaciones.

—¿Qué daba a entender el aviso? —preguntó una estudiante de segundo año.

—Normalmente un caso de paro del corazón. Hemos de tener lista una sala de operaciones para el caso de que se precise abrir el pecho y dar masaje directo al corazón. Sin embargo ahora, contando con el aparato restablecedor del ritmo cardíaco y el sistema de reanimación a pecho cerrado, ya no suele hacerse muy a menudo.

—¡Ha de ser impresionante!

—Más de lo que te imaginas. —Millie habló con el conocimiento que le otorgaban dos años más de experiencia—. Los doctores se ponen nerviosos en estos casos. Si no logran que el corazón vuelva a trabajar al cabo de unos minutos, el paciente adquiere una vida vegetal por deterioro del cerebro a causa de la carencia de oxígeno. Será mejor que entre allí o subirán al paciente para una toracotomía antes de que la señorita Straughn lo sepa, y me reprenderán severamente.

Como todas las enfermeras dependientes de la sala de operaciones, Millie llevaba un uniforme de color verde pálido. Aunque no tenía un corte atractivo, los uniformes sin mangas tenían aún mucha aceptación entre las enfermeras de las salas de operaciones. Atados a la cintura con un cinturón, eran cómodos y no requerían llevar combinación debajo, hecho que un interno o estudiante reconocía fácilmente, lo cual no dejaba de tener sus ventajas, pues cuantas menos prendas el hombre imaginaba que la chica vestía, más probablemente pasaba por alto defectos más visibles.

Ajustándose la máscara que llevaba colgando del cuello por las cintas sobre la nariz y la boca, Millie atravesó las puertas oscilantes que separaban la sala de operaciones adyacente. Un cirujano de mediana edad, Cari Hagstrom, una enfermera encargada del instrumental, otra enfermera encargada de las compras y el anestesista Jeff Long estaban agrupados en torno a la mesa sobre la que yacía el paciente.

Helen Straughn alzó la mirada al escuchar el ruido de las puertas y miró a Millie Cash indicándole su desaprobación. Era una mala técnica quirúrgica que la gente entrara y saliera de la sala de operaciones si no era absolutamente preciso. Aunque dirigía la sección como una unidad militar, siempre había alguien que faltaba a esta norma, olvidando cubrir los zapatos antes de entrar u otra docena de cosas que podían introducir bacterias. Días más tarde aparecía una herida infectada en una de las salas del hospital y el personal de la sala de operaciones recibía una reprimenda por ese motivo. Varios años de experiencia de Helen con enfermeras estudiantes le habían enseñado que éstas aprovechan cualquier oportunidad para desfilar por donde se encuentra un grupo de doctores. Cuando vio a Jeff Long alzar la vista y hacer una señal a Millie, se dirigió rápidamente adonde la chica estaba.

—Caso cardíaco urgente, señorita Straughn —le dijo Millie antes de que la inspectora pudiera empezar a abuchearla—. El altavoz acaba de anunciarlo.

La actitud de Helen Straughn cambió en seguida.

—¡Ocupe mi puesto mientras preparo el equipo de toracotomía de emergencia en la sala de operaciones número 4! —ordenó—. Nos llevaremos la enfermera encargada de los vendajes, si es preciso. —Bajando la voz a un leve susurro añadió—: Vigile la frente del doctor Whetstone. Es un caso difícil y está empezando a sudar.

Millie asintió y tomó la almohadilla de paño que Helen le entregó. Mientras ella se acercaba a la mesa, el doctor Whetstone alzó la mirada con el ceño fruncido. Aunque la sala estaba a idéntica temperatura en verano e invierno, su rostro estaba acalorado y el sudor empezaba a aparecer en sus sienes, signo evidente de que estaba teniendo dificultades.

—¿Dónde está la señorita Straughn?

Whetstone, cirujano auxiliar que sólo operaba ocasionalmente en el hospital de la Universidad, estaba orgulloso del trato que recibía allí e insistía siempre en que le ayudara un residente y que Helen Straughn dirigiera la labor de las enfermeras.

—Caso cardíaco de urgencia, doctor —dijo Millie Cash—. La señorita Straughn está preparando el equipo de toracotomía en la sala de operaciones número 4.

—Tenemos un nuevo procedimiento en casos de paro cardíaco desde que vino el doctor Dieter —explicó Cari Hagstrom—. Su función es que todos los que están familiarizados con el procedimiento de reanimación a pecho cerrado estén presentes en el momento que se les requiera, pero si se da el caso de que se precisa hacer un masaje de corazón, preparamos también una sala de operaciones para toracotomía.

—Lo que rara vez sucede, a Dios gracias. —Jeff Long habló desde detrás de la estructura metálica que mantenía las cortinas lejos del rostro del paciente y marcaba por otro lado la barrera entre el campo operativo estéril y el mundo potencial, mente contaminado exterior al mismo—. Es sorprendente la frecuencia con que un buen golpe en el pecho puede devolver la vida a un hombre clínicamente muerto.

—Asegúrese de que no tengamos que aporrear a este paciente, doctor —dijo Whetstone con impertinencia cuando Millie se situó detrás de él, extendiendo velozmente la mano para enjugar su frente con la almohadilla antes de que se doblara de nuevo sobre el herido.

—Es excelente en su trabajo, doctor —dijo Jeff Long amablemente—. No da una leve muestra de cansancio todavía.

Millie Cash casi se echó a reír, pero se reprimió a tiempo y cuando Jeff Long le guiñó el ojo, le devolvió el guiño. Este era un joven de temperamento ardiente y se decía que había tenido relaciones con Janet Monroe, pero era también el mejor anestesista con que contaba el hospital desde hacía mucho tiempo y tenía un gran provenir.

Incluso el doctor Dieter sentía preferencia por Jeff y no por el doctor Macready, el jefe del departamento, que iba haciéndose algo viejo para la clase de emoción que siempre producía la cirugía de corazón abierto. Si la Monroe no tuvo el buen sentido de aceptarlo, despreció una buena oportunidad. Todos sabían que cuando acabara el período de prácticas el próximo año, podría obtener un empleo de veinte mil dólares al año, incluso sin período de prueba, lo que lo convertiría en un joven extremadamente codiciable, aun cuando él no alardeaba nunca de sus dotes.

Ocupado de nuevo en las profundidades de la incisión, el cirujano no advirtió la observación de Jeff Long, aunque la oyeron todos los demás. Estando el equipo quirúrgico ya relajado, la operación empezó a ir con más normalidad y unos minutos más tarde el doctor Whetstone se apartaba de la mesa de operaciones.

—Acabe la incisión, por favor, doctor Hagstrom —ordenó—, ácido crómico para la fascia y sutura con seda ininterrumpida para la piel.

—Sí, doctor.

Cualquiera menos pagado de sí mismo que Whetstone hubiera descubierto la nota satírica en la voz de Cari Hagstrom. Decir a un hombre con cinco años de experiencia quirúrgica tras haber acabado la licenciatura y varios centenares de operaciones realizadas personalmente la forma de cerrar la incisión era algo así como dar instrucciones a un experto relojero sobre la clase de resorte que debía utilizar en su propio reloj.

Helen Straughn regresó a la sala de operaciones en el momento en que la puerta de la sala de esterilización se cerraba tras el doctor Whetstone.

—Hay una herida de bala en el corazón en la sala de emergencia —dijo—. El doctor Dieter se dirige allí ahora. Lo necesitará a usted como anestesista, si él opera, doctor Long. He hecho llamar a una enfermera anestesista para que lo sustituya.

—Tan pronto como el doctor Hagstrom acabe aquí, puede usted ocuparse de los vendajes en la sala de operaciones número 4 si hacemos la toracotomía, doctora Tyndall —dijo Helen Straughn a la enfermera encargada de vendajes—. Un interno esterilizará los instrumentos.

—¿Quién disparó a quién? —preguntó Jeff Long. Estando Whetstone fuera de la sala y cerrando la incisión Cari Hagstrom con rapidez y pericia, el ambiente había adquirido su naturalidad habitual.

—Ignoro quién recibió el balazo —dijo Helen Straughn—, pero el que disparó fue el doctor Dellman. He oído decir que sorprendió a un hombre con su mujer.

—¡Vaya! —observó Jeff Long—. ¿Es alguien que conocemos?

Esa era exactamente la pregunta que se hacía también Helen Straughn y el pensamiento le produjo un escalofrío.