Maggie McCloskey no consiguió ver el resto de las noticias, ni tampoco Grace Hanscombe. La ambulancia, que aparecía en la pantalla de televisión, acababa de desaparecer calle abajo, cuando Maggie sintió de repente náuseas y se dirigió vacilante hacia la puerta que conducía a través del salón hacia las dependencias de las damas. Evidentemente no lograría su propósito sin ayuda, y recordando Grace que era presidente de la comisión de embellecimiento del club, y debería hacer limpiar la alfombra del salón en caso de que ocurriera un percance, agarró a Maggie por la espalda y el cinturón de la falda.
Conduciendo su carga con pericia a través de la puerta del «Decimonono Agujero», Grace cruzó el salón, pasando a la sección de lavabos de señoras, dio una patada a una puerta y logró arrastrar a Maggie hasta uno de los retretes antes de que sobreviniera el vómito. Hizo una mueca al sonido desagradable que provenía del retrete, pero no abandonó su puesto. Aun cuando se sentía irritada contra Maggie McCloskey, Grace no sería capaz de dejar a un perro en estas circunstancias.
—¡Agua! —Cuando oyó el grito angustioso de Maggie, Grace tomó un vaso del estante del lavabo y lo llenó con agua del grifo.
—Si no te encuentras bien, sumerge la cabeza en el lavabo —le sugirió mientras le entregaba el vaso.
—¡Vete al diablo, Grace! —dijo Maggie cuando salió del retrete y se inclinó hacia el lavabo para echarse agua en la cara—. ¿Es que has de tratarme como si fuera un cerdo?
—Eso eres. —Los temores de Grace irrumpieron como un torrente de lava con frases insultantes—. Comiendo pizza e ingiriendo luego todo ese licor.
—No hubiera sucedido si no me hubiera sentido deprimida. Estaba preocupada…
—¿Por Joe?
—¿Por qué no?
—Un poco tarde, ¿no te parece? —La risa de Grace fue como un aullido de ira y disgusto—. A ti no te preocupa que sea él o no quien recibió el disparo, tan sólo si puedes conseguir una doble indemnización. Tuviste que someterle a la tortura de un pleito de divorcio sólo porque no podías darle lo que un hombre tiene derecho a esperar de la mujer con quien se casa.
—¡Puta inglesa! —chilló Maggie—. No creas que no sabía que tú y Joe dormisteis juntos en aquella convención médica cuando George y yo salíamos. Apuesto a que la experiencia no fue demasiado agradable.
—Por si no lo sabes, Joe es todo un hombre, aunque eso a ti no te importe, ramera impotente.
—¡Lo mataré! ¡Que tenga que decir otra mujer semejantes cosas! No tengo la culpa de que él no fuera capaz de excitarme.
—¿No? —Grace irguió las cejas—. ¡Pues lo logró conmigo…, y yo sé un poco respecto a los hombres!
—No es preciso que lo jures. Todo el mundo dice que George te encontró en un bar, pero jamás lo creí. El lugar donde te halló fue un prostíbulo de Londres.
Grace se dirigió hacia la puerta, pero se volvió con la mano en el pasador.
—Fui camarera en Londres en el 45, Maggie —dijo con dignidad—. Los tiempos eran difíciles y ser camarera no es un trabajo degradante. He sido una buena esposa para George. Y ahora advierte lo que te digo, si tan sólo haces una ligera alusión a lo que acabo de decirte, te arrancaré a jirones la carne con mis uñas.
—No estás en disposición de amenazar…
—Sécate en alguna parte y cuando lo hayas hecho ve y ponte de rodillas y pide a Joe que te acepte de nuevo y te enseñe a ser una verdadera mujer. No sé por qué razón, pero todavía te ama.
—¿Cómo lo sabes?
—Él hombre dice generalmente la verdad cuando está bebido o hace el amor —Grace sonrió maliciosamente—. Tal vez ésa sea la razón por la que los psicoanalistas tienen siempre un diván en su despacho. Joe te ama. Si no fuera él el individuo a quien Mort disparó esta tarde (o si lo fuera y consiguiera salir con vida), ruega a Dios que no sea demasiado tarde para volver a él.
Salió dando un portazo. Por el pasillo pudo ver un grupo de hombres y mujeres apiñados aún en torno al televisor del «Decimonono Agujero», pero le dio miedo mirar. En lugar de eso, examinó la alfombra del pasillo y le complació comprobar que, gracias a su caritativa acción, Maggie no la había manchado.
Pensó que hubiera sido una gran complicación limpiar los restos de pizza y tomó el camino del bar de las damas, que estaba vacío en aquel momento a excepción del camarero.
—Un whisky doble con soda, Manuel. —Tomó asiento en uno de los taburetes y cuando las oscuras cejas del camarero se elevaron en señal de sorpresa mientras alcanzaba la botella, añadió—: Soy inglesa, y ya han pasado los cinco.
Sin embargo, Grace no tuvo tiempo de disfrutar su bebida. Aún no había apurado la mitad del contenido de la copa cuando entró Maggie McCloskey procedente de la sala de las damas. Se había peinado y lavado el rostro, pero aún tenía el semblante amarillo y tuvo que apoyarse en una de las sillas agrupadas alrededor de una mesa para mantener el equilibrio.
—¿Hay más noticias? —preguntó.
Grace sacudió la cabeza negativamente.
—La radio dice que se lo han llevado al hospital, pero no han revelado su nombre todavía. He oído a Arthur Painter que decía a alguien que había intentado llamar al hospital, pero que tenían un caso de emergencia y no aceptaban llamadas del exterior. Toma un trago, Maggie. Tienes un aspecto deplorable.
—Me voy al hospital. —Maggie empezó a andar hacia la puerta—. Tal vez Joe no me necesitaba antes, pero si es él quien estaba con Lorrie, le hará falta mi sangre ahora. Ambos tenemos el Rh negativo, una característica poco corriente.
—Espérame. No estás en condiciones de conducir. —Grace engulló el resto de su bebida de un solo trago. Había estado intentando hacer acopio de coraje para ir al hospital y estaba contenta de haber encontrado un pretexto. Al salir del pequeño bar, vieron a Della Rogan en la puerta del «Decimonono Agujero».
—¡Hola, Della! —exclamó Grace—. ¿Quieres venir con nosotras al hospital?
Della dudó sólo un momento.
—Os seguiré —dijo—. Si llegáis antes, esperadme y entraremos juntas.
—Nos esperaremos unas a otras —convino Grace—. Todas necesitamos mutuo apoyo.
No podía haber sido Dave el que estaba con Lorrie, decía para sí misma Della tratando de convencerse, mientras recorría apresuradamente el recinto del aparcamiento hacia su coche. No podía haberle jugado esta pasada cuando ella se estaba preparando para la competición anual femenina de White Sulphur que tendría lugar el mes próximo. Un escándalo la desequilibraría cíe tai forma que no podría competir en plenitud de facultades.
Sin embargo, al poner en marcha el motor, Della Rogan sabía en lo más profundo de su ser que el hombre herido podía ser Dave, o Pete Brennan o Joe McCloskey o Paul McGill o George Hanscombe o Roy Weston. Prácticamente podía ser cualquier hombre de la localidad, pues Lorrie no había guardado
en secreto sus amores.